(79º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Por qué me enfado conmigo?).
16 de agosto de 2022.
He amanecido en Jerez después de una noche de descanso reparador. Me tomé un somnífero y un Paracetamol y he dormido bien hasta las 7 de la mañana, luego hice unos ejercicios de Mindfulness, en la línea de lo que me mandó Montse, y volví a quedarme dormido hasta casi las 9. Me he levantado un poco mareado y cansado, pero mi cuerpo apunta a una mejoría, creo que el día me hará ir remontando. Ahora, después de un buen desayuno, voy recuperando fuerzas.
Ayer nos vinimos a Jerez, como ya conté, para estar más cerca del hospital. Podía subirme de nuevo la fiebre y tendría que acudir a urgencias. No fue así, me mantuve toda la tarde en 37, que viene siendo normal para mí. Salí a dar un paseo con Rubi por el lago que hay cerca del piso y pude andar un par de kilómetros. Anteayer se me hizo un mundo recorrer unos 500 m. Llegué como si hubiera jugado un partido de tenis, pero por lo menos sentí la satisfacción de mover las piernas un rato. No estoy acostumbrado a esta inactividad tan continuada.
Por la noche, me enfadé cenando. Aparecieron las náuseas y no pude disfrutar de la magnífica sopa de caldo que prepara Rubi y de unos tomates de mi huerto que están tremendamente buenos. Ese enojo es con mi mente. Mª del Mar me decía que yo no estaba acostumbrado a que me fallara mi cabeza de esa manera, y tiene parte de razón.
Siempre me he considerado bastante fuerte mental y emocionalmente. He sabido controlar mis pensamientos para que los irracionales y negativos no me invadan. En situaciones límite he podido controlar bastante bien los nervios. Ahora me da verdadero coraje que estas molestas náuseas aparezcan y tengan en gran medida que ver con ese automatismo psicológico que estoy intentando eliminar. Por ejemplo, esta mañana me he levantado sin ellas y he podido desayunar a gusto, pero en este mismo momento, escribiendo sobre ellas, se despiertan de nuevo, aunque no lo hagan con intensidad. Eso es lo que me fastidia, que tengan ese componente de descontrol sobre mis sensaciones, que no se deban exclusivamente a un aspecto fisiológico.
Pasar por este tipo de situaciones supone una cura de humildad para mí, y me ayuda a entender a los que pasan por situaciones similares. A veces, personas muy cercanas a mí, me han contado su fobia, en determinados momentos de su vida, a permanecer mucho tiempo en un sitio cerrado con mucha gente. Siempre he hecho un ejercicio de empatía y les he dicho con toda sinceridad que comprendo que se sientan así. Nunca podré aseverar que entiendo a la perfección lo que sienten, porque como toda emoción interna, es muy difícil sentirla en la misma medida, proporción y naturaleza que el que la pasa, pero sí que puedo captar esa incapacidad limitante, porque racionalmente sé que existen y no son una invención.
Ahora, que estoy sufriendo una concreta, todavía me compadezco más de los que padecen cualquiera de otro tipo. ¡Qué enemigo más poderoso puede llegar a ser nuestra propia mente! Seguramente el oponente más enérgico al que nos vamos a enfrentar. Cuando se trata de derribar los argumentos de otra persona, es fácil encontrar las réplicas razonadas para derrumbarlos, pero cuando es nuestro propio interior el que genera razonamientos, creencias o líneas de pensamiento contrarias a nuestra salud mental, es sumamente complejo llegar a verlos como procedentes de un tercero y rebatirlos. Además, cuando otro individuo nos calienta la cabeza con declaraciones que, o nos irritan, o no tenemos ganas de escucharlas, los evitamos, nos despedimos, o simplemente hacemos oídos sordos a sus palabras. En el caso de nuestro yo interior, como no podemos eludirlo, sus invectivas continúan a pesar de nuestro deseo de rechazarlas y la evitación se presenta mucho más complicada.
Claro que es mejor no pasar un cáncer, tener un accidente, sufrir una fobia o soportar cualquier otra adversidad, pero como todos vamos a pasar una u otra, que nadie piense que va a pasar de rositas por la vida sin ellas, aprendamos una valiosa lección: por una dichosa vez intentemos comprender a los que sufren alguna limitación mental. En los dos primeros casos que menciono al comienzo de este párrafo, casi todos somos capaces de condolernos de los que los sufren. Como observamos visiblemente las consecuencias de una grave enfermedad o las secuelas físicas de una desgracia, rápidamente decimos: “Pobre parapléjico, ¡cuánto debe estar sufriendo!” Pero qué intransigentes somos, a veces, con los que sufren de trastornos mentales limitantes.
“No se pone bien porque no quiere”. “Qué persona tan ‘esaboría’. Si puede evitar saludarte, lo hace”. “Nunca me invita a su casa, qué poco hospitalario”. “Lo llamo y no me coge el teléfono, siempre está a lo suyo”. “Qué cara de amargado tiene siempre, es un aguafiestas”. “Un día viene como unas castañuelas y otro no quiere que nadie le hable”. “Voy a darle la mano y me rehuye, parezco un apestado”. “Cuando le hablo, no me escucha, tiene la mirada perdida y está en la inopia. Qué poco le importo”. Podría seguir, pero ¿alguna vez hemos oído hablar de depresión, falta de autoestima, trastorno obsesivo compulsivo, ansiedad, bipolaridad, déficit de atención y otras patologías mentales que hacen sufrir muchísimo a los que las padecen? Frecuentemente son el origen de las reacciones que enumero. Por favor, hagamos un esfuerzo por mirar más allá de los gestos.
Siempre me digo que las personas somos más que una reacción, un mal momento, o una mala tarde, como dirían los amantes de la tauromaquia. Mis más queridos amigos lo son porque son excelentes personas en su conjunto. Claro que tienen ciertas características que no me gustan. Tengo en mente a una de las personas que más quiero, que de vez en cuando demuestra un habla desatinada. Esa característica les resulta insalvable a otros amigos comunes. Tachan a esa persona de desconsiderada y le echan la cruz. Sin embargo, yo la conozco bien. Es de las personas más generosas que he encontrado, atenta siempre a cómo ayudar a los demás, cariñosa y amable, con una fe enorme, un buen humor permanente y una capacidad de trabajo como pocas. ¿Acaso su desatino puntual va a eclipsar las inmensas virtudes que la adornan? Yo no voy a permitir nunca que esas deficiencias me hagan infravalorar a mis queridos amigos.
Pero, volviendo a las dificultades mentales por las que todos pasamos, si por desgracia padecemos una de ellas, aprovechemos para mejorar nuestra empatía y aceptemos que otros también sufran otras similares o totalmente distintas. Ojalá fuéramos todos capaces de controlar nuestro más enérgico oponente, ese que tenemos dentro, pero como no va a ser así, tendremos que optar por la convivencia con tolerancia. Yo me irritaba al ver que también una parte de mí se rebela y actúa ajena a mi control, pero después del enfado, lo que sigue es la aceptación. Ese es el primer paso para la paz interior. Lo que no puedes controlar, admítelo y luego, trata de reconducirlo en la medida de lo posible. Eso es lo que yo pretendo con mis náuseas anticipatorias. No voy a darme por vencido tan fácilmente, mis pensamientos, hasta los dañinos, son míos, pero hay muchos otros, beneficiosos, que tienen que acaparar el conjunto de mi ser. Si aprendo a recluir los nocivos a un ámbito reducido y rodearlos de otros mucho más curativos, habrá merecido la pena el esfuerzo, y esa frustración que sentía anoche se convertirá en satisfacción por haber ganado otra pequeña batalla, de esas en las que tendré que verme inmerso, de vez en cuando, lo que me reste de vida.