(77º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Un motivo de felicidad absoluta?).

(77º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Un motivo de felicidad absoluta?).

14 de agosto de 2022.

Seguimos en los días post-quimio, los peores. Ya me gustaría desprender positividad por todos mis poros en todo momento, pero seamos realistas, este proceso tiene momentos bastante malos. Quiero ser honrado con los que me leen y pasan por un cáncer igual que yo, y también con la mayoría, afortunadamente, que no lo pasan, pero creo que deben hacerse una idea certera de lo que superar esta enfermedad lleva aparejado.

Mi compañera Alicia lleva dos días enviándome un audio con su parte diario de la enfermedad. Ahora que están en casa, Ángel ha pasado a un segundo plano como informador y es ella la que lo hace en primera persona. Yo lo que peor llevo son las náuseas, pero ella, sin embargo, come como una lima, según sus propias palabras. No ha tenido las más mínimas y todo lo que consume le sienta estupendamente. Sin embargo, la pobre, tiene su talón de Aquiles en otras deficiencias, como los niveles de la serie roja tan bajos que ahora mismo le impiden respirar con total normalidad. El tratamiento que recibimos los dos es exactamente el mismo, pero no hay dos cuerpos iguales y cada uno responde con sus propias manifestaciones.

Luego está el aspecto mental que, como he tratado de aclarar en las dos últimas entradas, nos juega malas pasadas, asociando situaciones a desagradables sensaciones y creando recorridos neuronales que nos llevan a un estado físico de malestar totalmente real que aparece con la sola mención o la fugaz aparición en tu cabeza del ambiente en el que lo has sentido en anteriores ocasiones. Mis náuseas siguen siendo automáticas cuando el recuerdo de la sala de quimio se implanta en mi pensamiento.

La cruda realidad de una situación a todas luces desagradable no empaña mi esfuerzo consciente por superar todo esto con los mayores ánimos y esperanza. Ahora, más que nunca, miro ilusionado el final de este tratamiento programado para unos 5 meses. He superado el ecuador y ya solo me quedan 3 sesiones de quimio. Luego, según Jesús, vendrán algunas indeterminadas de radioterapia, pero según todo lo que leo, son más llevaderas. 

Plasmar por escrito casi a diario todo lo que voy sintiendo me puede servir en un futuro para comprender en más profundidad mis reacciones. Uno no sabe cómo va a afrontar una situación imprevisible por mucho que quiera anticiparla. De todas formas, tampoco es bueno imaginar lo desagradable, porque nada está escrito en nuestro futuro y es bastante inútil empezar a sufrir por algo que no tenemos la más mínima certeza de que se hará realidad. Pero creo que cuando recuerde la forma en que me comporté ante este reto que se me ha planteado, me servirá para seguir caminando por la vida de la manera más sabia posible. 

Un texto de la Biblia siempre me ha llamado la atención, porque destaca un aspecto del sufrimiento o las pruebas que enfrentamos en la vida de una forma que, a priori, parece chocante. Se encuentra en Santiago 1:2-4: “Hermanos míos, cuando se encuentren con diversas pruebas, considérenlo un motivo de felicidad absoluta, porque saben que su fe de calidad probada produce aguante. Pero dejen que el aguante complete su obra, para que ustedes sean completos y sanos en todos los sentidos, y no les falte nada”.

Obviamente yo observo el significado de ese pasaje desde una óptica cristiana y espiritual, pero invito al que no comparta esa perspectiva a que también lo lea en una clave igualmente positiva. Puede parecer contradictorio que al pasar una prueba, como puede ser una enfermedad grave, se nos anime a considerarlo un motivo de “felicidad absoluta”. Uno puede pensar que es absurdo hacerlo. Siempre será uno mucho más feliz sin tener que sufrir algo tan duro, podemos pensar. Pero fijémonos en que el texto continúa con un efecto que se produce cuando enfrentamos estas situaciones, indica que “su fe de calidad probada produce aguante”. Hoy se emplea mucho un término que está relacionado con este último, la resiliencia. No hay un total consenso sobre su significado, pero si nos quedamos con el que aporta la R.A.E.: “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”, creo que bien puede encajar con ese aguante del que habla la carta de Santiago.

A uno le pueden hablar maravillas sobre las bondades de desarrollar resiliencia o aguante, pero todo eso serán meras fantasías hasta que no se concreten en adversidades reales a las que hacerles frente, superarlas y entonces comprobar cómo esa cualidad tan valiosa empieza a consolidarse en nuestro interior. No, no busquemos atajos para llegar a ser resilientes si no se nos somete a la presión de la prueba. ¿Es positivo pasarla? Pues, sin duda. Como uno no puede elegir hacerlo o no, una vez inmerso en la adversidad, hay que encontrarle ese motivo de felicidad absoluta. Entiéndase que, muchas veces, la Biblia emplea hipérboles para destacar el punto en cuestión. Jesús lo hizo cuando usó aquellas comparaciones exageradas: el camello por el ojo de una aguja, la deuda de 100 millones de denarios, etc. Quizás la felicidad absoluta solo quiera destacar que hay algo objetivamente positivo en superar adversidades.

Este párrafo solo atañe al que, como yo, tenga una medida de fe en Dios. El pasaje de Santiago resalta que entre la prueba y la resiliencia o el aguante, se encuentra una “fe de calidad probada”. Son muchos los que maldicen a Dios por su suerte en la vida. Su fe se les viene abajo cuando consideran del todo injusto que Dios les permita, o incluso, sea el responsable de su desdicha. En realidad, para los creyentes, las adversidades ponen a prueba nuestra fe. Sería un poco largo de explicar, pero es esclarecedor lo que la propia carta de Santiago indica en el versículo 13, solo unas líneas después: “Que nadie diga durante una prueba: “Dios me está probando”. Porque, con cosas malas, nadie puede probar a Dios ni él prueba a nadie. No, Dios no envía una enfermedad, provoca un accidente, o se lleva la vida de una persona. Sin duda, lo permite, y eso ya de por sí, derrumba la fe de muchos. 

Yo sé que Dios sufre por la situación en la que vivimos los humanos. En Isaías 63:9, 10, leemos expresiones como las siguientes referidas a personas a las que les tenía indudable afecto: “Durante todas sus angustias, él también estuvo angustiado.” “Entristecieron su espíritu”. En Salmo 78:40, 41 encontramos otras declaraciones: “hirieron sus sentimientos […] lo entristecieron”. No, Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento, ni mucho menos. Hay una razón de peso para permitir tantas situaciones penosas. El ser humano lleva demasiado tiempo alejado de Él y tomando sus propias decisiones. Debe quedar evidenciado que ese alejamiento no nos conviene, pero solo el tiempo y el errado autogobierno puede dejar firmemente establecido que el ser humano necesita volver a dejarse guiar por el que nos creó. 

Pero, hasta que llegue el momento en que recupere las riendas del devenir humano, Dios no nos abandona cuando transitamos por dolorosas pruebas. Yo he experimentado el poder, pero, sobre todo, la paz y la tranquilidad que nos otorga cuando nos abruman las preocupaciones. Quién lo ponga en duda, está en todo su derecho, pero animo a todo aquel que quiera a que lo intente, que pida ese sosiego interior, puede que se lleve una de las sorpresas más agradables de su vida. Por otra parte, ¿qué mueve a los corazones de tantas personas a apoyarnos en esos momentos difíciles? He repetido hasta la saciedad mi enorme agradecimiento por todo el cariño que estoy recibiendo. No me sorprende en la misma medida que mis hermanos de fe me digan que oran por mí, pero es que han sido muchos otros, que no comparten mi fe, que también me han dicho lo mismo. Ese apoyo, no solo en forma de oraciones, sino de todo tipo, lo considero también un instrumento de Aquel en el que creo, porque 1 Juan 4:8 dice que “Dios es amor”. Esa cualidad la desarrollamos a imagen de Él, y ese amor que fluye y nos llega en esos momentos también lo considero consecuencia de su actuación. 

El pasaje de Santiago terminaba de la siguiente forma: “Pero dejen que el aguante complete su obra, para que ustedes sean completos y sanos en todos los sentidos, y no les falte nada.” Sí, la resiliencia, el aguante, nos hace más completos y sanos en todos los sentidos. Yo, sin duda, si mis halagüeñas perspectivas se cumplen, cuando pasen unos meses seré una persona más completa, habré sumado a mis cualidades una resiliencia o aguante que ni siquiera imaginaba que tenía. La desdicha no me ha alejado de Dios, sino todo lo contrario, me ha acercado más, no solo a Él, sino a los que fuimos creados a su imagen y semejanza. El cariño que me ha llegado de tantas personas también me ha devuelto parte de la confianza en la bondad de las personas, en su capacidad de hacer el bien, porque, a pesar de observar las terribles imágenes del odio que desprenden las guerras, las intolerancias, los abusos, todavía queda en el interior de la mayoría algo que es lo que nos hace verdaderamente humanos, la capacidad de hacer el bien a otros, motivados por esa cualidad que es la esencia de Dios.



Los comentarios están cerrados.