(76º) DIARIO DE UN LINFOMA (Me asomo al balcón para verme pasar).

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13 de agosto de 2022.

Ya hace 2 días de mi jornada quimioterapeútica. Todavía perduran algunas náuseas, pero nada comparado a las que sufrí durante las 5 horas que duró el tratamiento. Llevo dos noches tomándome un relajante para dormir que me mandó Jesús. Se llama Noctamid y contiene Lormetazepam. Hacía mucho tiempo que no me tomaba un ansiolítico, pero la verdad es que necesitaba dormir como lo he hecho esta noche. La anterior no funcionó tan bien como esta última, pero es normal, con todo el chute que me meten en vena, incluyendo un fuerte corticoide que crea insomnio de por sí, solo me sirvió durante unas 5 horas, pero esta pasada he dormido a pierna suelta 8. Solo tuve que levantarme 2 veces para ir al servicio y luego no me he enterado ni de la música de las fiestas del pueblo, ni de una especie de tormenta que dice Rubi que se ha desatado a mitad de la noche. 

Ayer tuve una sesión con mi psicóloga Montse de más de hora y media. Fue interesante, como siempre, porque le expliqué con detalle lo que sentí en el hospital de día y me dijo que esa reacción de náuseas automática es un resorte del cerebro reptiliano, el más profundo, el que se supone que controla las constantes básicas. Esa denominación viene dada por algunos teóricos de la evolución, que dicen que ese fue nuestro primer cerebro y posteriormente apareció el llamado límbico y finalmente el neocórtex. El segundo controla las emociones y el último el raciocinio; todo esto en un resumen muy somero. Yo no creo en la evolución y pienso que los tres cerebros fueron diseñados al unísono. Hoy también son muchos los neurocientíficos que no comparten la visión del cerebro triuno, pero más allá de lo que cada uno opine, lo que está claro, y en eso coincido plenamente con Montse, es que en alguna parte de nuestra cabeza se controlan una serie de funciones sobre las que no tenemos que estar conscientes para que se activen. Nosotros no tenemos que pensar en respirar ni en hacer latir nuestro corazón, son tareas automáticas que nuestro ordenador de a bordo se encarga de controlar, como muy bien me recordaba ella.

Pues bien, lo que me dejó claro Montse es que esa reacción involuntaria que mi cuerpo desarrolla cuando entro en la sala de quimioterapia provocándome las intensas náuseas es algo que tengo que intentar eliminar o, al menos, paliar mediante algunas técnicas combinadas que van sumando. Hablamos solo del aspecto psicológico, porque del farmacológico lo tengo que tratar con mi médico.

Montse me dijo que hay dos líneas de trabajo que pueden ayudarme. La primera es la relajación muscular progresiva. Es una técnica para la que esta mañana me ha enviado por correo electrónico una serie de ejercicios. Aunque todavía no los he leído, ayer me explicó alguno de ellos, como el que consiste en apretar fuertemente el puño e ir relajando despacio los músculos implicados sin terminar de abrir la mano. Eso se puede ir haciendo con todos los grupos musculares, desde la cabeza hasta los pies.

Ella me insiste en algo en lo que yo también creo firmemente, en que todo suma. No sé por qué hay personas que se aferran a un solo remedio “mágico” para la solución de sus problemas. Parece que acudir a diversas herramientas de ayuda debilitan su fe en el que consideran el santo grial de su curación. Yo soy muy partidario de emplear todas las actividades, remedios y prácticas que puedan contribuir en mayor o menor medida a la resolución de un problema, ya sea médico o de cualquier otro tipo. En mis náuseas anticipatorias hay tres campos en los que voy a trabajar. El primero es este de la relajación muscular progresiva.

El segundo aspecto en el que me dio consejo fue sobre algo que tendría que practicar y que ella pensaba que yo sería un alumno aventajado en ser capaz de realizarlo. Me dijo que si no sabía por qué. Yo le dije que no. Ella aludió a mi fe. No sabía muy bien por dónde iba, pero cuando me lo explicó, con su mejor intención, en realidad iba descaminada conmigo. Aunque hemos hablado algunas veces de mis creencias religiosas, ella pensaba que yo creía en que los seres humanos tenemos un alma o algo parecido que es distinto del cuerpo. Más adelante explicaré a qué venía esta supuesta ventaja que ella veía en mi fe. Yo le dije que no, que según la Biblia el alma muere, que en general se refiere a ella como el conjunto del cuerpo, sus pensamientos y recuerdos, mientras respira y mantiene sus constantes vitales. No creo que haya algo dentro de nosotros que cuando morimos va al cielo o al infierno. Son muchos los pasajes bíblicos que indican que el alma muere, como, por ejemplo, Ezequiel 18:4.

Ahora bien, ella quería ayudarme a realizar un ejercicio que viene muy bien para controlar todo tipo de pensamientos, sobre todo los irracionales. Es la capacidad de observarlos como si lo hicieras en el papel de espectador. Parece que todos tuviéramos dos personas distintas dentro, por eso dialogamos con nosotros constantemente, pero es muy difícil ser objetivos sobre las ideas, fijaciones, preocupaciones o cualquier otra cosa que pase por nuestra mente. Montse quería ayudarme con esa idea, que la mayoría de las religiones transmiten, de que tenemos un ente interior distinto al cuerpo que puede actuar, hasta cierto punto, de forma autónoma. Quería que fuera capaz de detenerme a observar en silencio y con los ojos cerrados los pensamientos que pasaban por mi mente en el hospital, que fuera capaz de tratarlos como una especie de forense que los analiza fijándose en qué tipo eran, si consistían en  frases o imágenes, en el primer caso de cuántas palabras se componían, si era capaz de traducirla a otro idioma. Tenía que pensar en esos pensamientos como si fueran algo que produce nuestro cerebro igual que la vesícula segrega bilis o el estómago ácidos, son simplemente productos de nuestra red neuronal.

Yo no necesito creer en que tenemos un ente abstracto dentro de nosotros, le llamemos alma o de otra forma, para entender que existe una dualidad en nuestra forma de procesar la actividad mental. Ya Montse me ha ayudado, a través de sus libros, así como otros autores, y yo mismo por mi experiencia, a descubrir que nos hace mucho bien hacer esa especie de ejercicio que consiste en, de forma calmada, si es posible con los ojos cerrados, detenernos a observar lo que pasa por nuestra mente, sin juzgar, sino simplemente intentar definir de forma objetiva de qué clase es ese pensamiento, jugar con su estructura, analizarlo como si fuera, no el nuestro, sino el de otra persona.

En la sesión cerré los ojos y Montse me ayudó a recordar primero en qué consistían las sensaciones de náuseas, tenía que intentar describirlas de la forma más precisa que pudiera, luego tenía que tratar de recordar los pensamientos que acudían a mi mente. Algunos de ellos eran: “Si vomito, voy a poner peor a los que están a mi alrededor, que ya de por sí están mal”. “Vaya lata que le estoy dando a las enfermeras”. “Si estuviera en mi casa estaría mejor, pero aquí no puedo ir al servicio las veces que me gustaría, ni puedo acostarme, como me apetecería”. “Todavía quedan 3 horas de sufrimiento”. “Estoy preocupando a mi mujer y mis hijas al verme tan mal”. 

Todos esos pensamientos que acudían continuamente a mi mente, añaden ansiedad a la situación pero, si soy capaz de llegar a verlos como productos de mi cerebro que no tienen por qué fructificar en emociones negativas, probablemente sea capaz de controlar las náuseas automáticas que desencadenan.

Ahora, en los próximos días, Montse me ha recomendado que, al menos, 3 veces al día, durante unos 10 minutos, cierre los ojos y haga ese ejercicio de disociar mis pensamientos de lo que yo soy, volverme un observador analítico de los productos de mi mente. No sé si voy a ser capaz de hacerlo, pero eso, junto con la relajación muscular progresiva, son mis deberes para estas dos próximas semanas.

Bueno, no sé si este rollo que he soltado puede resultarle de interés a alguien, pero a mí me ha servido para fijar las ideas que ayer repasé con Montse y tener más claro qué es lo que tengo que abordar en estas dos próximas semanas. Es increíble lo impregnado que se ha quedado mi cerebro de esa conexión “hospital de día-quimio-náuseas”. Es pensar en el primero para que aparezcan las últimas. Me va a costar Dios y ayuda acabar con ese mecanismo tan afianzado, pero voy a hacer todo lo posible para lograrlo.

Todos tenemos nuestras luchas internas, nuestras fobias, temores y manías que nos limitan o condicionan. Nadie tiene que sentirse un bicho raro por no controlar emociones que le gustaría evitar. Y tampoco debemos sentirnos mal por acudir a ayuda especializada si necesitamos un empuje u orientación para poner en orden nuestra cabeza. Que lo logremos o no, el tiempo lo dirá, pero hay que poner todo el empeño posible en lo que merece la pena y pocas cosas hay que lo valgan tanto como eliminar el mayor grado de sufrimiento gratuito de nuestros circuitos cerebrales antes de que salten chispas.

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