(70º) DIARIO DE UN LINFOMA (Paladea el pasado, no lo sufras).

(70º) DIARIO DE UN LINFOMA (Paladea el pasado, no lo sufras).

6 de agosto de 2022.

Ah, ¡qué bien sientan las comidas con el paladar ajustado! Ayer empecé de nuevo a saborear mis tomates, de hecho los comí al mediodía y por la noche. El segundo fue un delicioso picadillo con todo su sabor, el primero fue un gazpacho que no me salió todo lo bien que me hubiese gustado, pero ya lo mejoraré.

Alicia, mi compi de quimio, sigue ingresada y su marido me va informando puntualmente de su proceso. Ayer, por lo menos, fue capaz de comer y está esperando a ver si el tratamiento de antibióticos le hace efecto y remite la fiebre. Esta mañana había amanecido sin ella, pero le sigue el dolor de garganta. 

Esta fresca mañana de 19 grados la aproveché para andar unos 40 minutos. Tengo que intentar hacer más ejercicio, pero la primera semana post-quimio es difícil hacerlo, las piernas pesan como quintales. 

Hoy, de nuevo, me voy a trasladar al año 1.995. Antes voy a recordar que mi Rubi había dejado aparcada su carrera desde que nos casamos, pero al año siguiente, 1990, la retomó, esta vez por la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia). Con la convalidación del plan de estudios tuvo que hacer asignaturas de 4º, aunque en la modalidad presencial prácticamente había terminado ese curso. En aquel entonces Filología Hispánica duraba 5 cursos. Tuvo que cursar unas 3 asignaturas por año, puesto que con las niñas pequeñas no podía abarcar más, pero en el año 97 finalizó sus estudios. En aquel momento, Keila solo tenía 3 años. En los dos años siguientes hizo el Curso de Aptitud Pedagógica (C.A.P.) y también se preparó las oposiciones. Ella no quiere que la ponga de ejemplo, pero el suyo ha sido siempre el de una fuerza de voluntad que ya quisiera yo para mí. 

Entrega de diploma fin de carrera por el alcalde de Huelva.

Algo que también me ha enseñado la vida es que hay cualidades innatas y otras adquiridas, pero las tenemos todas en cierta medida. Rubi es más abnegada que yo y tiene más fuerza de voluntad, pero, con el tiempo, en parte aprendiendo de ella y, por otra, comprobando de forma machacona que nada se consigue sin esfuerzo, también acabé adquiriéndola yo. Por eso no admito eso que escucho más veces de lo que me gustaría: “Es que yo soy así, no puedo cambiar”. Claro que podemos cambiar. Abordé este tema en mi entrada XLVI que titulé: “Claro que puedes”.

Desde que Rubi empezó sus estudios hasta que acabó trabajando como profesora, pasaron casi 15 años. Si yo no me hubiera cruzado en su camino, eso lo habría conseguido 10 años antes, pero, entre tanto, nos casamos y criamos 2 hijas hasta que la mayor tuvo 11 años. Las cosas podían haberse desarrollado de otra forma, claro está. Quizás nosotros invertimos el orden natural de los acontecimientos. Hoy se opta por formarse, conseguir un empleo decente, ahorrar, conocer a nuestra pareja, casarnos o emparejarnos, disfrutar de unos años de libertad sin hijos y finalmente tenerlos. Todo eso, en nuestro caso habría adelantado unas cosas y retrasado otras. ¿Qué hubiera sido mejor? Bueno, ya poco se puede hacer para cambiar el pasado, pero lo que sí puedo decir es que esos años que, sobre todo, Rubi dedicó a tiempo completo a nuestras hijas, fueron preciosos, y para ellas supuso tener a su madre mucho más cerca en esa época tan importante de su crianza.

Sí quiero destacar de nuevo esa capacidad que ella desarrolló para no frustrarse por ese volantazo que tuvo que dar en la trayectoria que marcaba su vida y en la que yo tuve una responsabilidad innegable (a veces, me salta el “sinónimo” culpa en mi redacción, pero no equivale a lo mismo que responsabilidad y tiene una connotación mucho más negativa en la forma en que afrontamos decisiones pasadas). Lo admirable, sin duda, es que, por ejemplo, ella fuera capaz de, en 3 años, entre el 97 y el 2000, sacarse el carnet de conducir, hacer el C.A.P. y prepararse unas oposiciones que aprobó con un 9, aunque se quedara ese año sin plaza por carecer de otros puntos del baremo, como experiencia docente o cursos suficientes de formación. El caso es que en noviembre de 2000 empezó a trabajar en un instituto. Esos últimos tres años los realizó con niñas de 3 y 8 años, al comienzo de ellos, y un marido pesado, también demandando su tiempo. Como podéis imaginar, me estoy quitando mi sombrero de ala ancha, de alta protección solar, mientras redacto estas líneas.

Nunca he querido usar mis experiencias personales para usarlas como ejemplarizantes con mis alumnos, pero, como podéis comprender, me tenía que morder la lengua cuando alguno me decía que no había hecho ciertos ejercicios porque no tenía tiempo por las tardes. En ese momento me acordaba de mi Rubia sentada en el salón estudiando, con las niñas correteando por el piso y subiéndosele encima, chillando y jugando con algún amigo que había venido a verlas, y pendiente de las tareas domésticas. Difícilmente podía alguno de mis alumnos adolescentes tener unas circunstancias parecidas que les impidieran realizar sus tareas escolares. 

En aquellos años ya viviendo en Valverde, mi horario de instituto era casi siempre completo de 8 a 3 porque nos íbamos 4 en el mismo coche para ahorrar gasolina, así que nos teníamos que ajustar a los horarios de todos y casi siempre entraba a primera hora y salía a la última. Teníamos algunas horas muertas en el centro y trataba de aprovecharlas para corregir y disponer de las tardes un poco más libres y descargar a Rubi de las niñas. También tenía muchas actividades de la congregación. Alguna tarde viajábamos a Huelva para hacer alguna compra o ir al cine, pero, en general, llevábamos una vida muy ocupada.

Ahora que este diario me está haciendo recordar mis vivencias, uno se vuelve a plantear cuestiones sobre decisiones pasadas y el rumbo que tomó nuestra vida a consecuencia de ellas. Una conclusión que saco de todo esto es que nunca es bueno tratar de reescribir la historia, es un ejercicio inútil. Dicen que la depresión tiene mucho que ver con vivir en el pasado martirizándonos por errores que cometimos voluntaria o involuntariamente. Yo, como todo el mundo, pude haber hecho las cosas mejor. A toro pasado, todos vemos muy claro cuáles fueron los aciertos y los renglones torcidos de nuestra historia, pero poco bien nos hace iniciar una penitencia por los desaciertos.

En lo que sí me detengo es en hacer un ejercicio de agradecimiento por lo vivido, porque, hasta ahora, todo ha desembocado en una situación que destaca en aspectos positivos más que en lo contrario. Pudimos no tener hijos, eso nos habría dado unos años de más libertad, de mucho menos trabajo, pero tenerlos nos ha enriquecido muchísimo más, sin duda. Tener ahí a nuestras dos queridas hijas es un tesoro incuestionable. En el momento que se produjo, mudarnos lejos de casa, fue parcialmente traumático, luego resultó una de las mejores experiencias vividas. En cada momento uno se enfrenta a decisiones que dependen de las circunstancias en las que te encuentras. Cada persona toma el camino que considera oportuno, no todos optamos por lo mismo y en eso consiste nuestra libertad personal. Nadie tiene por qué juzgar si hacemos lo correcto o no, pero es que nosotros mismos tampoco hacemos bien en participar en un juicio sumarísimo de nuestro pasado. Las cosas fueron como fueron y se tomaron las decisiones que se consideraron más acertadas. Ahora tiene poco sentido tratar de remodelar lo que ya no permite plasticidad alguna.

No reflexiono en la inutilidad de hacer una apelación al pasado solo por mis supuestos errores. Tengo en mente a algunos amigos que están continuamente sufriendo por lo que sucedió y ya no tiene solución. Me da pena que, en algunos casos, no sea capaz de ayudarles a enterrar ese pasado. Cómo me gusta el dicho castellano de “Agua pasada no mueve molinos”. Cuando tratas de ayudar a alguien que continuamente se sumerge en su pasado para volver a sufrir las heridas que le provocó, tienes que intentar arrancarlo de él y plantarlo con fuerza en el presente, pero eso no resulta fácil si no cuentas con alguna colaboración de su parte. Siempre me gusta poner algún ejemplo que resulte esclarecedor de lo que trato de transmitir, pero en este caso no puedo usar uno real, porque no quiero romper la confidencialidad de alguno de mis queridos amigos, aunque no dé datos concretos o aporte detalles exactos. Lo único que se me ocurre es, para aquellos anclados en los sucesos dolorosos que ya ocurrieron, decirles que leven anclas y dejen que el viento del paso del tiempo empuje sus velas y acaben atracando en el presente. 

El pasado forma parte de nuestra historia, pero solo debe estar ahí para disfrutarlo. Yo lo estoy haciendo ahora cuando en mi diario le pongo fechas, imágenes y anécdotas a aquellos maravillosos años. Me niego a compadecerme de mis errores, a revolcarme en el fango de mis miserias. Hoy mi presente es el que es gracias a los dos lados de la moneda. Los éxitos y los fracasos me han llevado a donde estoy, como le ocurre a todo el mundo; y, mientras estemos vivos, aunque sea luchando contra una difícil enfermedad, tenemos que darle gracias a Dios por respirar, anhelar, sentir y recibir todo lo que el AHORA nos ofrece.





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