(64º) DIARIO DE UN LINFOMA (Las pirámides me ponen de los nervios).

(64º) DIARIO DE UN LINFOMA (Las pirámides me ponen de los nervios).

31 de julio de 2022.

Sabéis que soy antiquejas, pero permitidme que, como en la Biblia hay un libro que se llama Lamentaciones, dedique unas líneas a compadecerme de mí también un poco. El Black Friday ha pasado al Dark Sunday. El cambio de sesión de martes a jueves ha postergado también el día malo dos fechas. ¡Qué malito me he levantado hoy! Esta noche he sudado y he dado más vueltas en la cama que un garbanzo en la boca de un desdentado. Entre el tercer y cuarto día postquimio vuelve a repetirse el proceso. Las piernas pesadas como la arena mojada, el estómago empujando como un resorte que está a punto de saltar y dentro del pecho una extrañísima sensación desagradable que te carcome las entrañas. Vale, ya me he desahogado. Ahora lo bueno: después del viernes negro, venía el Sunny Sunday, ahora será el martes cuando salga el sol y se vayan los oscuros nubarrones. Bueno, un sol simbólico, moderado y primaveral, no este achicharrador que nos aplasta este tórrido verano.

Es increíble que llevemos 3 días hoy sin línea de móvil en Benaocaz. El viernes tuve un buen lío con la empresa CADPET de Sevilla, la encargada de hacerme el PET-TAC esta próxima semana. Concerté la cita para el jueves próximo a las 13.00 h. pero ayer, en los momentos puntuales en que mi móvil cogía algo de cobertura, me entraban mensajes de llamadas perdidas de esta empresa. Llamé desde el fijo para intentar saber si había cambios en la cita y por eso me llamaban, pero la chica que me atendió me dijo que no, que continuaba en la misma fecha. A las 14.59 me entraron 4 mensajes de texto diciéndome que la cita la tenía mañana lunes a las 11.30. Por más que llamé, ya habían cerrado. Ahora no sabré nada hasta mañana bien temprano que intentaré llamar para dejar la cita para el jueves. Se me hace muy cuesta arriba ir mañana a Sevilla a hacerme la prueba. El jueves estaré más recuperado, pero con la piltrafa que estoy hecho hoy, y seguramente mañana, lo único que se me apetece es quedarme en casa descansando o, como mucho, leyendo o escribiendo.

Mi última referencia autobiográfica acabó en mayo de 1.994, cuando Keila nació. Hoy voy a seguir rememorando algunos pasajes de mi vida en aquellos años. Al acudir al Registro Civil para inscribir a mis dos hijas tuve que justificar sus nombres. En el caso de Abi, en 1989, me atendió un amable funcionario en el juzgado, conocido en Ubrique porque había trabajado allí toda la vida. Cuando le dije que mi hija se llamaría Abigaíl, me miró por encima de las gafas con cara de preocupación y me dijo: 

– Lo siento mucho, pero ese nombre no se lo puedo poner, ya que no es español. Yo tengo un listado de nombres y ese no aparece.

-José y María tampoco son españoles, son nombres judíos. Abigaíl es un nombre que viene en la Biblia. ¿Conoce usted el nombre de David? Pues ella era su esposa.

-Ya, pero mire, yo tengo orden de que no acepte ningún nombre que no aparezca en el listado. 

-¿Y qué hacemos? Porque ese es el nombre que su madre y yo queremos ponerle.

-Hoy no está el juez, pero venga usted mañana y lo habla con él.

Al día siguiente acudí de nuevo al juzgado y me atendió el juez con bastante agrado. Ya estaba informado del caso y del extraño nombre que pretendíamos ponerle a nuestra hija. Había indagado y me dijo que sí se le podría poner ese nombre y que le encantaba el significado que tenía: fuente de alegría o la alegría del padre. Sin duda, Abi ha hecho honor a ese significado. Tres años después, en 1992 se emitió en España una telenovela que llevaba su nombre. A partir de entonces aparecieron Abigaíles como níscalos en un pinar. 

En el caso de Keila pasó algo similar, esta vez en el juzgado de Huelva. Yo iba preparado con un ejemplar de la Biblia que contenía el nombre. En principio el funcionario también me preguntó de dónde venía ese nombre. Yo abrí el ejemplar de la Biblia y se lo enseñé. Era una Traducción del Nuevo Mundo en el que aparecía como “Keila”, porque en la mayoría de las otras versiones lo escribían como “Queila”, y a nosotros nos gustaba con K. Al final coló. Además, Keila no era el nombre de una persona, sino de una ciudad.

Con el nacimiento de Keila se volvió a repetir lo que ya había ocurrido con Abi. Cuando ambas tenían un solo mes de vida, decidimos mudarnos. Con Abi fue algo más fácil, porque hicimos el cambio en Ubrique y solo separaban 500 m. las dos viviendas. En el caso de Keila, nos mudamos de Calañas a Valverde y, esta vez, teníamos dos niñas a cargo. Llevábamos 6 años casados y habíamos hecho 4 mudanzas, pero no quedaría ahí la cosa. Como era yo el que tomaba la iniciativa en hacer el cambio de domicilio, siempre me costaba convencer a Rubi, que me miraba con malos ojos. La pobre pensaba que había acabado casándose con un titiritero.

Nuestras hijas no eran bebés apacibles que tomaban el pecho y dormían, como aquellos otros de algunos de nuestros amigos que tanta envidia malsana nos daban. Nuestras hijas eran unas lloronas de campeonato. Lo peor eran las noches. Yo me libraba los días entre semana para poder ir al instituto y dar clase sin quedarme dormido en la mesa del profesor, pero relevaba a Rubi los fines de semana. Hasta tener a nuestras hijas era un dormilón tremendo. Tenía un sueño tan profundo que ni me enteraba de las noches de truenos y tormenta, pero desde que nacieron, mi sueño se tornó tan liviano como una pluma.

Keila tuvo unos primeros meses bastante problemáticos. Desarrolló una alergia a la leche y tuvimos que comprarle una especial que costaba un ojo de la cara. Menos mal que MUFACE (la mutualidad de funcionarios) nos sufragaba una parte. Sufrió neumonía y también eso nos traía por la calle de la amargura. Para colmo no paraba de llorar. Una tarde, cuando apenas tenía un par de meses, me quedé con ella solo en el piso para que Mar descansara. No recuerdo a dónde fue, si a hacer algo de ejercicio o a casa de su amiga Cande. Keila no paraba de llorar y yo probé todas las artimañas que conocía, moverle la cuna, cantarle, acurrucarla en los brazos dando paseos con ella. Llegó un momento en que no sabía qué hacer. Esa tarde la recuerdo como una de las ocasiones en las que realmente me sentía totalmente desbordado. Hasta entendía que alguien hubiera tirado a un niño por el balcón, porque era tal la desesperación que mis nervios iban a estallar. Lo único que se me ocurrió fue llamar por teléfono a una amiga, Luisa, madre de dos hijos y decirle: “Luisa, estoy desesperado. Estoy solo con Keila y no para de llorar, no sé qué hacer. Por favor, ayúdame.” La pobre Luisa pensaría: pobre inútil. Siempre le agradeceré que apareciera por el piso minutos más tarde y me quitara de los brazos a la niña y con la habilidad que solo atesoran las madres, lograra calmarla.

Keila, de pequeña, era puro nervio. Abi era mucho más tranquila. Todavía hoy mantienen esa diferencia externa, aunque eso no siempre coincide internamente. Me explico. Rubi y yo, a menudo, hablamos de que una cosa son los nervios externos y otra los internos. Hay personas que parecen un manojo de nervios por su forma de actuar, pero luego se echan a dormir y lo hacen a pierna suelta. Exteriorizan sus emociones fácilmente pero, cuando toca descansar, se encuentran tranquilas por dentro. Otras son calmadas exteriormente, pero la agitación la guardan en su interior y, a menudo, son presas de la ansiedad. 

Keila era activa interna y externamente. Desde pequeña era muy cabezona y cuando las cosas se le torcían era capaz, literalmente, de golpearse contra la pared. Yo pequé de chincharla más de la cuenta, porque, como entraba siempre al trapo, me hacía mucha gracia. Dos anécdotas ilustran bien lo que estoy diciendo.

Cuando tendría unos 3 o 4 años, veníamos entrando en Ubrique en nuestro Renault 11. Keila venía protestando por algo enérgicamente los últimos kilómetros. No recuerdo el motivo, pero sí vívidamente lo que sucedió a continuación. Justo en una pequeña recta que hay entrando en Ubrique, frente al cementerio, abrió la puerta e intentó lanzarse fuera del coche. Ella iba sentada en el asiento detrás del conductor. No sé cómo lo hice, pero introduje mi brazo izquierdo entre el asiento y la puerta, mientras sujetaba el volante con la mano derecha. La niña estaba ya con medio cuerpo fuera, pero conseguí agarrarla y meterla dentro del coche de nuevo. Abi gritaba de terror y Rubi igual. Conseguí tomar la primera calle a la derecha y me paré en cuanto pude para darle unos buenos tortazos en el trasero. Menuda bronca le eché. El susto fue mayúsculo.

Voy a dar un salto puntual en el tiempo y contaré una segunda anécdota que me pasó con ella en Italia. Ilustra bien lo cabezona que era y cómo, por tercera vez, logró sacarme de mis casillas, esta vez con 12 años.

En Venecia.

En julio del año 2006 hicimos un viaje a Italia. Aquel año se jugaba el Mundial de Fútbol en Alemania y coincidió con nuestra visita. Italia entera estaba volcada con el campeonato que finalmente ganaría. Era increíble, escuchábamos la radio en el coche alquilado y no había una sola emisora que no hablara de fútbol. No he visto cosa igual. El fin de semana en el que se jugaba la final estábamos alojados en un camping a las afueras de Roma. El 9 de julio se jugó el partido entre Italia y Francia. Vimos el encuentro frente a una televisión del camping. Aquello estaba repleto de gente de todas las nacionalidades. En uno de los goles de la azzurra, el italiano que llevaba el supermercado, estaba sentado detrás nuestra y pegó un salto con un vaso de cerveza en la mano que le cayó encima de la cabeza a la Rubi y la puso chorreando. Mi mirada hacia aquel hombre lo decía todo, pero ya estaba bastante bebido y no merecía la pena iniciar una discusión.

Junto al Coliseo.

Al día siguiente fuimos al centro de Roma. Recorrimos algunos lugares emblemáticos y sobre las 6 de la tarde estábamos en la Piazza Venezia. En los desplazamientos con el autobús urbano habíamos pasado aquella mañana por la Pirámide de Cayo Cestio, que se encontraba a unos 3 kms. de donde estábamos. Keila quería verla de cerca y estuvo todo el día pidiéndome que fuéramos hasta allí. Yo le dije que la llevaría más tarde. Las calles del centro de Roma empezaban a llenarse de gente porque la selección italiana vendría esa tarde-noche a la capital del país para ofrecer el trofeo a la gente. Tan solo en el Circo Máximo se juntaron aquella noche más de 600.000 personas. El tráfico se empezó a colapsar y algunas líneas de autobuses se anularon. En un par de horas o tres, el centro quedaría totalmente bloqueado. Keila seguía diciéndome que quería ir a ver la pirámide. Fue tan insistente que me acerqué a un autobús urbano que hacía aquella ruta y le pregunté al conductor si hacía un recorrido circular y regresaba a Piazza Venezia. Con mala cara me dijo que sí. Aquello no era cierto, o no entendió mi pregunta o quiso quitarme de encima, porque había un rótulo que indicaba que no se hablara con el conductor.

La dichosa pirámide.

Abi y Mar se quedaron allí viendo tiendas y Keila y yo nos montamos en el autobús para ir a ver la pirámide y regresar en el mismo. Habíamos quedado a las 8 en volver a reunirnos. No teníamos móviles para comunicarnos.

El autobús se movía lentísimo por la densidad del tráfico y tardamos muchísimo en recorrer los 3 kilómetros. Le dije a Keila que se conformara con ver la pirámide desde el autobús. Ella no estaba muy conforme y arrugó la boca. Seguimos montados en el autobús alejándonos del centro de Roma y llegando al extrarradio. Aquel autobús no volvería a Piazza Venezia. Después de 12 o 14 paradas me bajé desesperado con Keila. No paraba de recriminarle en lo que me había metido por la dichosa pirámide. Estábamos perdidos, a las afueras de Roma y no íbamos a llegar a las 8 a encontrarnos con Abi y Mar. No teníamos manera de avisarlas.

Estaba tan desesperado que me fui hacia un hombre que se montaba en un Ford Fiesta blanco y le dije, utilizando una minitablet que traducía al italiano: “Io sono perduto”. Algo así como estoy perdido. Con los ojos desencajados le supliqué que me ayudara a llegar a Piazza Venezia. ¡Cómo me vería el hombre para montarnos a Keila y a mí en su coche! Yo no hacía nada más que darle las gracias porque pensaba que nos llevaría a nuestro destino, pero solo 3 o 4 calles después nos bajó del coche en una parada de autobús y nos dijo que esa línea nos llevaría a donde queríamos. Cuando llegó el autobús nos montamos en él. Una italiana poco agraciada, pero con unos preciosos ojos verdes, nos miraba a los dos, mientras yo no hacía nada más que reñirle a Keila y protestar. Keila estaba tan agobiada como yo por el lío en el que nos habíamos metido. La señora escuchó Piazza Venezia tantas veces, y observaba nuestra desesperación, que se dirigió a nosotros y nos dijo que el autobús no llevaba a aquel destino, pero que haciendo un nuevo transbordo, otra línea sí lo haría. Amablemente nos avisó dónde tendríamos que bajarnos y el número de autobús a tomar. De nuevo con mi traductora electrónica le dije: “Mil gracias, tiene usted unos preciosos ojos” y nos bajamos del autobús.

Milagrosamente, el nuevo autobús llegó a los pocos minutos y de forma increíble, alcanzamos a las 8 en punto nuestro destino y les contamos las peripecias a Rubi y Abi. ¡Qué mal rato pasé aquella tarde!

Roma en plena celebración del Mundial. A Keila todavía le duraba el rapapolvo que le había echado.

A continuación vivimos, en medio de cientos de miles de personas, la celebración apoteósica que hicieron los jugadores de la selección italiana desde un autobús descapotable. Los Totti, Cannavaro, Pirlo, Buffon y todos los demás que tan bien conocían ya nuestras hijas, se pasearon cerca de nosotros y, una vez pasado el sofocón de la pirámide, lo disfrutamos como una ocasión única en nuestras vidas.

El autobús de la selección azzurra.

Hay que decir que Keila no tiene nada que ver con aquella niña de arrebatos furibundos. Hoy día es una persona dulce y serena. Sigue teniendo ese gen Candela de la familia de Rubi, pero totalmente controlado y es un ejemplo de equilibrio y sensatez. Nuestras dos hijas lo son, y el apoyo y compañía de ellas y sus maridos es uno de nuestros mayores tesoros.

 











Los comentarios están cerrados.