(63º) DIARIO DE UN LINFOMA (Sola ante el león).

(63º) DIARIO DE UN LINFOMA (Sola ante el león).

30 de julio de 2022.

Tercer día post-quimio y el cansancio y las náuseas hacen mella en mi ánimo. Aun así, no estoy derrotado, solo necesito un pequeño respiro para seguir adelante. Veo estos meses como una etapa ciclista de montaña, cada sesión de quimio supone el inicio de una escalada que dura una semana, pasada esta, inicio el descenso hasta el comienzo del próximo puerto. Otras preocupaciones familiares también me afectan, porque Rubi y yo estamos haciendo este recorrido “pirenaico” juntos, pero bueno, el día se irá abriendo, igual que estas nubes que han aparecido en el cielo benaocaceño esta mañana.

Hace algunas semanas terminé de leer un libro impactante, se titula “Sola ante el león”. Había oído hablar de él hace algunos años, pero hasta ahora no había llegado a mis manos. Es una historia conmovedora que debería ser más conocida, porque demuestra que el ser humano puede conservar la dignidad en las situaciones más adversas, y no hablamos de un adulto, sino de una niña de 11 años.

La protagonista cuenta su autobiografía en la época más complicada del siglo XX. Simone Arnold nació en 1930 en la región de Alsacia y Lorena, una zona disputada entre Francia y Alemania. Desde 1871 hasta 1918 perteneció a la segunda y desde entonces pasó a dominio francés hasta que el Reich alemán la incorporó de nuevo en 1940. Simone se crió en una familia católica, pero su madre Emma se hizo testigo de Jehová y, algún tiempo más tarde, también su padre Adolphe. Simone se bautizó como tal en 1941, con 11 años.

El ejemplo de Simone es estremecedor, conmovedor e inspirador como pocos. Los estudios indican que las mujeres han adelantado su pubertad en las últimas 4 décadas un año, pero yo creo que, ni siquiera con esa precocidad de desarrollo, sería capaz una niña de 11 años hoy de hacer lo que hizo ella en su época. 

Precisamente hoy terminaba de leer el libro de Montse, mi amiga psicóloga, y en uno de los últimos capítulos, titulado “La banalidad del mal”, abordaba el aspecto de la obediencia a la autoridad como atenuante o incluso justificación de una conducta perversa. El caso de Adolf Eichmann, que ella cita, lo muestra. Fue encargado de la Gestapo para asuntos judíos y responsable, por tanto, de la masacre de millones de personas. En su juicio pronunció la siguiente frase en su defensa: “Yo era uno de los muchos caballos que tiraban de la carreta y no podía escapar a la izquierda o a la derecha debido a la voluntad del conductor.” Pues bien, una niña de 11 años fue capaz de salir de esa manada de caballos desbocados y crueles que componían el régimen nazi y la comunidad que lo apoyaba. 

Simone utiliza los primeros capítulos de su libro para describir el entorno paradisíaco en el que vivía, con montañas sembradas de arboledas y primaveras cargadas de preciosas flores, las visitas a la casa de campo de sus abuelos y el contacto con la vida de granjera; su colegio y sus amigas como cualquier niña, su querida perrita Zita, sus juguetes y muñecas. Todo aquel mundo amable, con unos padres considerados y un discurrir sereno, se vino abajo cuando los nazis se adueñaron de la región e impusieron su régimen autoritario, racista e intransigente. Simone ve como sus propios vecinos colaboran con aquel despropósito. La escuela se convierte en un campo de batalla.

La historia es un relato cronológico desde 1936 hasta el final de la segunda guerra mundial en 1.945. No quiero desmenuzar demasiado el contenido del libro, pero me gustaría destacar algunos detalles.

Imaginemos que hoy ocurriera lo que pasó en 1939, de hecho, no hay mucho que imaginar, porque está pasando. ¿En qué habría derivado la ocupación de Ucrania si el asedio a Kiev hubiera acabado con la rendición del gobierno? ¿Qué pasa en Corea del Norte? Son solo dos ejemplos, pero los regímenes autoritarios siguen existiendo en distintas partes del mundo. Ya he contado que en Rusia hay decenas de testigos de Jehová encarcelados por simplemente ejercer su derecho a la libertad religiosa. Pero también lo están periodistas disidentes, o maestros a los que acaban de sentenciar a 7 años de cárcel por decir que estaban muriendo niños por los bombardeos rusos. Pero en todos estos casos estamos hablando de adultos, personas que anteponen su conciencia y dignidad a la colaboración con algo que pone en peligro sendas cosas. El caso de Simone es todavía más relevante porque parte de la resolución de una niña que ni siquiera había desarrollado físicamente.

De la noche a la mañana en su escuela reemplazaron a los responsables, y los maestros que quisieron conservar su puesto de trabajo también tuvieron que cambiar sus enseñanzas. Las aulas aparecieron pronto adornadas de esvásticas y de murales en los que se mostraban ejemplos de razas débiles a las que había que despreciar. Los libros de texto explicaban la “Ley de la Pureza de Sangre” en la que se argumentaba lo perjudicial que era la mezcla de grupos étnicos, cómo los negros y orientales eran sub-razas que solo podían contaminar a los arios. Simone había aprendido de su madre lo que dice Hechos 10:34,35 ““Ahora de veras entiendo que Dios no es parcial, sino que acepta a los que le temen y hacen lo que está bien, sea cual sea su nación”

Cada mañana se exigía el saludo “Heil Hitler” mientras se levantaba el brazo. Aquella niña de 11 años no lo hizo durante varios años, lo que le costó todo tipo de castigos físicos y psicológicos. Su frágil cuerpo albergaba una inquebrantable conciencia y para ella, igual que para sus padres, la salvación no viene de Hitler, como pretendía resaltar el saludo nazi, sino de Cristo. El coraje que ella demostró y los argumentos que emplea en su libro para justificar su valiente conducta, son dignos de examen y reflexión.

Otra lección imponente es la que ofrece su madre, una mujer resuelta y con un arrojo increíble, a la que le arrebatan su marido y su hija y finalmente también la recluyen en un campo de concentración. Su ejemplo de perdón sincero hacia algunos que la despreciaron tiene difícil parangón. La forma en que trata de desterrar del corazón de su querida Simone cualquier rastro de rencor merece mi más sincera admiración.

Este tipo de ejemplos suponen también un estímulo para mí, cuando reflexiono en mi enfermedad. Aquí no puede hablarse de injusticia, el cáncer no entiende de ricos ni pobres, de izquierdas o derechas, de demócratas o autócratas. Todos podemos ser víctimas de una enfermedad grave. No tiene sentido flagelarse por padecerlas, tendría mucho más rebelarse contra una imposición autoritaria e injusta. Si una niña de 11 años fue capaz de mantener su dignidad, resolución e integridad ante algo tan despótico y malvado, evitable si aquellos responsables políticos y militares hubieran tenido la más mínima decencia humana, ¿cómo no voy a hacerlo yo que no lucho contra nadie que pueda estar actuando de forma coercitiva ni cruel contra mí? 

El ejemplo de Simone debería generar un debate interior sobre la forma en que nos comportamos como sociedad cuando los gobernantes invaden el ámbito de las libertades individuales y tratan de establecer leyes y códigos de conducta que atentan contra los derechos humanos fundamentales. Algunos profesores y el director de su escuela, por ejemplo, trataban de hacer que ella acatara las normas y costumbres nazis bajo el pretexto de que eso contribuía a la llamada Volksgemeinschaft (algo así como el bien común, un concepto que los nazis usaron para englobar a todo lo que aparentemente contribuía a la fortaleza del conjunto del pueblo alemán). Le pasaron una circular que decía: “Ha llegado a nuestro conocimiento que una alumna se niega a cumplir con sus deberes cívicos. Esta escuela enseña a las jóvenes a convertirse en miembros adultos responsables de la Volksgemeinschaft. Todas las alumnas deben cumplir con su deber. No se tolerarán excepciones. Esta es la última advertencia. ¡Heil Hitler!”. 

Obligaron a Simone a ir clase por clase y pedir que se leyera la circular y tenía que devolverla firmada por cada profesor. Con 12 años y temblándole las piernas tuvo que visitar las 24 aulas del colegio y recibir la burla y reprobación de cada uno de los profesores y alumnos, pero, a pesar de su angustia, lo hizo sin repetir ni una sola vez el saludo nazi.

¿Cómo puede una sociedad, de forma mayoritaria, apoyar una forma de gobierno que atenta contra los principios básicos de libertad de conciencia, igualdad de razas o el derecho a no participar en guerras? ¿Por qué no hay más Simones en el mundo? ¿Qué necesitamos para mantener la conducta correcta aunque nos cueste la libertad o incluso la vida? Todos estos interrogantes nos genera este relato sobrecogedor de integridad, fe y valentía.

Una cosa hace mucho tiempo que a mí personalmente me quedó claro. La forma de actuar de la mayoría no es en modo alguno una garantía de conducta correcta. En aquella zona de Alsacia-Lorena, Simone hacía lo debido y la gran mayoría de sus vecinos no. En la Alemania nazi, algunos historiadores todavía no encuentran explicación al mayoritario respaldo que Hitler y su partido nazi tuvieron durante la guerra. Hoy se produce un apoyo parecido a la “operación militar especial” de Rusia. En la segunda guerra mundial hubo otras Simones, unas cuantas miles, claramente minoritarias, pero también actuaban conforme a lo justo y adecuado.

Sería mucho más largo de desarrollar y ya voy a acabar, pero situaciones similares se siguen dando. La tendencia mayoritaria de una sociedad en un momento dado no debe ser la luz que alumbre nuestras decisiones. Hacemos bien en fijarnos en otros puntos de vista, aunque sean minoritarios, porque ya lo dijo Jesús: “Entren por la puerta angosta. Porque ancha es la puerta y espacioso es el camino que lleva a la destrucción, y son muchos los que entran por esa puerta;  mientras que angosta es la puerta y estrecho es el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran”. (Mateo 7:13,14)







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