(60º) DIARIO DE UN LINFOMA (Correr no es de cobardes).

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26 de julio de 2022.

Estoy escribiendo, mala señal. Los neutrófilos han vuelto a salir bajos, a pesar de la inyección del viernes. Estoy esperando que el hematólogo me indique cómo actuar. Parece que me va a mandar que me inyecte de nuevo el Filgrastin y lo vamos a intentar el jueves. 

Mis niveles de serie roja se mantienen bastante bien, tan solo la hemoglobina está un poco baja, pero no mucho. Nada, otra vez a sobreponerse a una noticia no deseada. Si lo llego a saber, me voy a tomar viento a Tarifa.

Mi compañera Alicia también ha tenido que suspender y esperar hasta el jueves. Otro compañero, tocayo mío, ha tenido que postergar igualmente hasta el martes próximo. A que van a ser estos calores veraniegos los que tienen a nuestros neutrófilos de vacaciones. En fin, por lo menos hoy, mal de muchos consuelo de tontos.

Anoche eché un rato de tenis estupendo con Wijan, me encontré bastante bien. A pesar de la calor tan intensa todo el día, a las 9 corría un poco de aire que hacía agradable la práctica deportiva. Estaban casi todas las pistas del club ocupadas. Más que el viento, que es enemigo del buen tenis, lo que me molestaba era uno de los jugadores de una pista cercana que gritaba más que Nadal cuando golpeaba la bola. No es que le pusiera el alma en cada golpeo, ni que fueran de una potencia descomunal, sino que con cualquiera de ellos daba una voz y me tenía distraído. En fin, son manías de tenista, la suya por acostumbrarse a chillar como un automatismo, y la mía, por necesitar una concentración excesiva para jugar.

Creo que procede que hoy hable un poco de lo que el deporte supone en mi vida. Sé que hay mucha gente que siente alergia a todo lo que considera un sobreesfuerzo innecesario (mi amigo Diego dice aquello de que carrerita que no da el caballo, en el cuerpo se la halla), pero para mí, desde pequeño, ha sido un motivo de disfrute absoluto. Como ya conté, las tardes después del colegio, significaban salir a la calle a buscar amigos con los que jugar a lo que fuera. Si había un balón de por medio, mucho mejor. Me podía pasar horas sin cansarme. Recuerdo que una vez escuché hablar de las agujetas, pero yo, hasta cierta edad, no sabía lo que eran. En el patio del colegio, junto a mi casa, los niños podíamos estar 4 horas dando carreras detrás del balón, y solo lo dejábamos cuando alguna madre enfadada, harta de llamar a voces a su hijo, aparecía enfadada y se lo llevaba de la oreja para cenar.

Con 9 o 10 años jugaba en un equipo de fútbol local que se llamaba Aspirantes. Los fines de semana había partido en el campo de fútbol municipal. Era un campo de tierra, que en invierno, con las lluvias, se convertía en un barrizal. A nosotros nos daba igual, aunque no tanto a nuestras madres, que nos veían llegar de barro hasta las cejas. 

A los 14 o 15 años dejé de hacer deporte. Los estudios y el trabajo en el asador de pollos los fines de semana me impedían poder practicarlo. Después, cuando nos casamos, continué sin hacer deporte de forma asidua. Recuerdo que cuando trabajaba en la escuela taller, se programó un partido entre monitores y alumnos. Aquel día pensé que tenía un problema del corazón, a las dos carreras empecé a sentirme mal y vomité. Después seguí jugando como pude y, al día siguiente, no me podía casi mover, entonces entendí lo que significaban las agujetas. Me prometí que tenía que empezar otra vez a hacer algo de ejercicio físico, que con veintipocos años no podía estar en un estado tan lamentable. 

Cuando aprobé las oposiciones para la enseñanza vi el cielo abierto, porque el horario solo de mañana me permitiría hacer ejercicio por las tardes, además, en los institutos podía aprovechar las instalaciones deportivas para entrenar en algunas horas libres o fuera del horario escolar. En Calañas quedábamos algunas veces los compañeros para echar un partido de futbito y también organizábamos, en los finales de trimestre, partidos con los alumnos. En las primeras ocasiones, volvía a ponerme malísimo. Un día llegué blanco a casa y me tuve que acostar. Mar se asustó un poco y me preparó agua con azúcar, porque parecía que me había dado una bajada importante. En realidad era todo lo mismo, mi forma física era pésima, y solo tenía 25 o 26 años.

Jugando al tenis con mi amigo Antonio en Benaocaz. 2005

Decidí cambiar esa dinámica y empecé a salir a correr. Cuando vivíamos en Valverde, lo bueno de la zona es que disponía de numerosos carriles para salir en bici o a pie. Me compré una bici de montaña y empecé a practicar ciclismo. Era y es un deporte que me encanta, creo que el que más de los individuales, pero me daba miedo salir a la carretera. Muchos conductores no respetan a los ciclistas y todos escuchamos los constantes atropellos que se producen. Correr tampoco me entusiasma, pero hacerlo por tierra y no por asfalto, es mucho más agradable, sobre todo, para las articulaciones. En Valverde, mi amigo Sebastián me acompañaba muchas tardes y echábamos unos ratos magníficos. 

Después de correr en la carretera de Benaocaz.

Para correr es importantísimo usar un buen calzado. Siempre digo que da igual el resto del equipamiento. Puedes ponerte la camiseta más fea o vieja que tengas o las calzonas más horrorosas, pero en lo que no puedes mirarte mucho es en los zapatos. Una buena amortiguación es fundamental para evitar lesiones y hacer más cómoda la zancada. Los primeros días, Sebastián venía con unas Segarra baratuchas, que rápidamente cambió, siguiendo mis consejos. Siempre me lo agradeció, porque la diferencia entre estas y unas buenas es abismal.

El tenis lo retomé gracias a mi compañero Juan Carlos. Era una persona muy particular, con buen humor y mejor corazón, pero un tanto desorganizado en su vida personal y ajeno a horarios y agenda. Me reía muchísimo con él, porque era muy transparente contándote su vida personal y sus agobios. En clase se llevaba bien con los alumnos, que le perdonaban, a veces, su forma un poco caótica de organizar las clases. En una ocasión, al final del curso, lo caricaturizaron en una imitación que no le cayó nada bien. Un alumno, aparecía en el escenario, con toda la cara llena de tiza y la punta inferior de la camisa apareciendo por la portañuela del pantalón. Ambas cosas habían ocurrido de verdad en clase, pero claro, a él no le hizo ninguna gracia la imitación.

Cuando hacíamos los horarios a principios de curso, de hecho, yo fui el encargado algunos años como jefe de estudios de prepararlos, nos poníamos libres un par de horas al comienzo de una de las mañanas, para echar un rato semanal de tenis. Juan Carlos jugaba muy bien, lo hacía con un juego de saque-volea muy bonito, que me hacía disfrutar, ya que yo jugaba más al fondo de la pista y tenía que buscar la forma de pasar la bola sin que la tocara cuando subía a la red. Poco a poco los dos fuimos subiendo nuestro nivel y lo pasábamos estupendamente.

En un torneo de tenis veraniego en Chipiona.

No voy a alargar mucho mi post de hoy, tengo que superar el bajón de mi noticia “neutrofílica” charlando un rato con mi hija Abi, que va a venir a visitarme. Pero no quiero terminar sin hablar del valor terapéutico que ha tenido para mí el tenis. Sé que puede parecerle una tontería a quién no sea muy partidario del deporte, pero para mí es una parte muy importante de mi rutina semanal. Trato de aclararlo.

Después de una travesía de natación  de 1500 m. en Chipiona.

Podemos buscar en páginas fiables de información y encontrar numerosos datos que respaldan los beneficios saludables que tiene la práctica deportiva. No voy a entrar en los físicos: reducción del colesterol, control del sobrepeso, fortalecimiento óseo, etc. Sobre estos, está página de la Organización Mundial de la Salud habla abundantemente.

Me voy a detener un poco más en los anímicos o emocionales. Está demostrado lo siguiente:

  • Genera endorfinas. Son neurotransmisores que necesita nuestro cerebro para funcionar correctamente. Pueden incluso considerarse opioides endógenos. Producen sensación de bienestar y reducen el dolor. Hay quien llama al ejercicio un antidepresivo natural. 
  • Ayuda a controlar el estrés porque consigue limitar los niveles de cortisol.
  • Mejora la ansiedad, porque además de hacer que nuestra serotonina, dopamina y noradrenalina se segreguen correctamente, nos ayuda a enfocarnos en la actividad en la que estamos, nos hace vivir el presente. 

Recomiendo cualquier tipo de ejercicio físico, pero, en mi caso, le encuentro beneficios adicionales a aquellos en los que además de la resistencia o potencia física, interviene la habilidad. Yo he comprobado que puedo estar nadando o corriendo y tener mi mente en otras cosas. A veces he estado muy agobiado, como cuando mi madre inició su demencia, y me daba cuenta de que estaba dando brazadas en la piscina, pero no dejaba de pensar en cómo ayudar a mi madre a sobrellevar mejor su situación, o cómo podía colaborar con mis hermanas de la manera más efectiva para atenderla. Sin embargo, cuando jugaba al tenis, como me exigía total concentración, en esa hora y media era capaz de desconectar. Como me pusiera a pensar en problemas, la bola iba al quinto pino. Tenía que poner mis 5 sentidos en lo que estaba haciendo. Cuando terminaba, me notaba como si mis revoluciones mentales hubieran bajado de repente, ese rato era una desconexión valiosísima.

Puede que no te guste el tenis, o no puedas practicar el golf, o el baloncesto, deportes que exigen destreza y concentración, pero quizás puedas bailar o hacer aerobic o pilates. Estos también requieren seguir las instrucciones, los pasos, moverte con sentido, todo eso ayuda a nuestra mente a olvidar preocupaciones por un rato y a acostumbrarse a vivir el momento.

Hay infinidad de páginas, vídeos e informes que justifican la práctica deportiva. Esta es una de ellas, que resume muy bien los beneficios. Es un artículo titulado ¿Hace suficiente ejercicio? Termino con la frase que encabeza ese artículo y que dijo en 1982 el profesor universitario de Medicina, el doctor Walter Bortz II: “No existe ningún fármaco actual ni en perspectiva que pueda ofrecer tanta garantía de buena salud como una vida de ejercicio físico regular.”

Practicando senderismo por el puerto del Boyar en Grazalema.





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