(191º) DIARIO DE UN LINFOMA (Un mural de imágenes alegres).
4 de enero de 2023.
Abrazos. Si tengo que definir con una palabra estos últimos días desde la demoledora noticia de la muerte de mi admirado y querido amigo Diego, es esta. No sé si he sido todo lo prudente que requeriría mi situación, pero estaba necesitado de abrazos, de muchos, y los he recibido.
Estos momentos tan pesarosos precisan del calor de los seres amados. Ayer estuvimos toda la mañana con la intriga de si se podrían cumplir los plazos para realizar el funeral previsto para las 18:00 horas. Después de 3 días de duelo, el cuerpo pide descanso y la mente más. Hasta casi las 13:30 no nos confirmaron que había terminado la autopsia y el cuerpo saldría para Ubrique y llegaría a tiempo. Fue casi a las 5 de la tarde cuando arribó y apenas hubo tiempo de tenerlo en el tanatorio unos minutos, se llevó casi directamente al salón del Reino, donde se ofrecería el discurso de funeral.
Isaac, el único hijo que no había podido estar presente desde que falleció su padre, volaba en un largo trayecto desde China intentando sortear los obstáculos que están poniendo las autoridades para los viajeros procedentes de ese país. Él y Ángela habían pasado el COVID en las semanas anteriores y ya habían dado negativo en los tests. En casi 2 días completos de periplo llegaron a las 15:30 al aeropuerto de Málaga y Jairo se ofreció para ir a recogerlos. Llegaron 25 minutos antes del funeral a Ubrique y pudieron estar con la familia y abrazarlos in extremis.
No es cuestión de resaltar lo que funeraria y hospital hicieron mal en los trámites para realizar la autopsia clínica y trasladar el cuerpo a Ubrique, pero sí me gustaría destacar lo importante que es la sensibilidad hacia los dolientes en momentos como estos. Cuando una familia lo pasa tan mal ante una muerte inesperada, toda consideración hacia ellos es poca. Tan solo hay que ponerse en su lugar para entenderlo y, a veces, esa empatía se echa en falta. No sé si es fruto de la masificación, de los procesos que para los que todos los días los realizan se convierten en rutinarios o simple desidia; pero un trato afectuoso, llamadas con cierta continuidad para informar sobre las gestiones que se están realizando o seguir considerando al difunto como una persona y no simplemente como un cuerpo, se agradece muchísimo cuando el dolor pone los nervios a flor de piel y cualquier desdén hiere como una puñalada.
En el salón estaban prácticamente completas todas las butacas y más de 115 conexiones se establecieron por Zoom. Sergio, mi querido compañero de congregación, sacó fuerzas de flaqueza y con la ayuda de Jehová fue capaz de presentar un emotivo discurso de funeral con una tranquilidad y sentimiento como nunca antes se lo había escuchado. En el ambiente se respiraba una profunda pena, pero estaba también cargado de dignidad y de aquello que reaviva el fuego de nuestro corazón cuando este se apaga, la esperanza.
En mi última entrada no inserté la foto de la puesta de sol que fotografié el sábado cuando regresaba de casa de Diego. Fue mi última charla con mi amigo, el último ocaso del año y el cielo volvía a teñirse de esos colores rojizos y anaranjados que impregnan el horizonte de cierta melancolía por el día que se acaba. Aquel día presagiaban el final de una vida, la de alguien que vio tantas veces esos cielos desde Benaocaz en sus últimos años.
Al no disponer de su cuerpo estos días, el velatorio se ha realizado a la antigua usanza, en el hogar del difunto. Esto ha permitido una intimidad y comodidad que no se habría producido en el tanatorio. Anteayer estuve toda la tarde en casa de Diego. Fueron muchos amigos los que se desplazaron hasta allí para estar con la familia. Los que no cabían en su casa subían las escaleras hasta el piso de su hija en la planta de arriba. Al final de la tarde nos quedamos un nutrido grupo de los que hemos compartido nuestras vidas en los últimos 40 años. Ana sacó una caja con fotos antiguas y nos las fuimos pasando y comentándolas entre todos. Los que allí estábamos hemos pasado muchas horas juntos en nuestras reuniones semanales y en infinidad de otros encuentros, así que cada uno recordaba detalles particulares de esas instantáneas.
Yo comentaba una sensación que se me viene a la cabeza a menudo. Nuestro lugar en el mundo tiene un componente azaroso, podríamos haber aparecido en él en cualquier otra parte. Cuando vamos eligiendo nuestro camino, este nos obliga a permanecer en un sitio en el que anclamos nuestra vida, eso conlleva unos espacios comunes y, sobre todo, un grupo de personas que se convierten en nuestros compañeros cotidianos de viaje. Los que allí estábamos habíamos visto nuestros rostros una y otra vez durante décadas. Diego era un factor aglutinante para todos nosotros, porque de una forma u otra, su actividad en la congregación desde el año 1977 en que se fundó, había llegado a todos y cada uno de nosotros de una forma más o menos intensa. Todos teníamos anécdotas, vivencias y recuerdos de su impacto en nuestras vidas.
Uno a veces se pregunta si habría sido más afortunado habiendo sido parte de otro lugar geográfico, otra comunidad de amigos y de otra familia. Yo, sinceramente, si tuviera que repetir en una hipotética futura vida, o si pudiera volver atrás y elegir antes incluso de mi concepción, no me importaría, en absoluto, repetir en el mismo vientre y, por tanto, familia, lugar y grupo de amigos. Me considero un privilegiado de lo que me rodea y los abrazos de mi esposa, hijas, yernos, padre, suegros, hermanas y amigos, subrayan mi inmerecido acierto al haberme criado, crecido y envejecido en este incomparable enclave.
Ahora acabo de hablar con el centro CAD-PET para interesarme por el resultado de mi PET-TAC del viernes pasado. Me han dicho que entre hoy y mañana lo tendré seguro, así que creo que mañana podré desvelar su resultado e ir poniendo punto y final a mi diario, y espero que punto y aparte a mi vida.
Ahora mismo solo surgen agradecimientos en mi ánimo hoy empapado de melancolía, y esa será la esencia de mi mensaje final, porque tengo mucho más que agradecerle a la vida que reprocharle. Una enfermedad, por grave que sea, no va a echar por tierra años de cariños, de risas y anécdotas, de momentos felices, de amaneceres y puestas de sol de inmensa belleza, de la infancia de mis hijas, del apoyo leal de mi Rubi, de los abrazos de mi familia, del descubrimiento de mis verdades, del eslabón que me une con el de arriba, de éxitos y fracasos (en todos aprendí), de anhelos y esperanzas, de las bondades y gestos nobles, de playas y montañas, de carreras y brincos, de sorpresas y certezas, de nubes y soles, de todo aquello que en el mural de los recuerdos supone una foto colgando en cada rincón, una imagen estática o en movimiento que cada día te habla para decirte: sigue, que todavía hay algún hueco libre para otro cachito de tu vida.