(189º) DIARIO DE UN LINFOMA (El día de Todos los Días).

(189º) DIARIO DE UN LINFOMA (El día de Todos los Días).

31 de diciembre de 2022.

Un año se acaba y otro empieza. No programé mi PET-TAC pensando en cerrar página y abrir otra coincidiendo con el almanaque, pero así ha sido finalmente. Como no sabía si con el cambio a la sanidad pública ASISA me iba a poner pegas para hacerme la prueba, la pospuse todo lo que pude dentro del año en curso para que me la cubriera, y esta se hiciera, como me aconsejó Rodolfo, mi segundo hematólogo, entre las 6 y las 8 semanas después de la última quimio. 

El día se presentó ayer en Sevilla como si no fuera Sevilla. Partimos temprano para allá y llegando, todavía de noche, las calles parecían londinenses, todo lo cubría una espesa niebla y caía esa llovizna fina que cala y empapa las aceras. Menos mal que íbamos con tiempo, porque nos tomó casi media hora encontrar un aparcamiento libre en un radio de un kilómetro aproximadamente del Hospital Victoria Eugenia. A las 9 menos cuarto estaba tocando el timbre de la puerta del centro de diagnóstico CAD-PET. Como siempre, una amable enfermera me pasó a la minihabitación que se ha hecho tan habitual y empieza a resultar un tanto claustrofóbica. Allí me inyectó el radiofármaco en vena y tuve que esperar 50 minutos a que se esparciera por todo mi cuerpo. Me puse mis auriculares y escuché Onda Cero mientras me llamaban para pasarme a la máquina.

El litro de agua que me tuve que beber en la hora previa ponía a trabajar a toda máquina a mis riñones y tuve que ir 3 veces al baño. Cuando me pasaron a la fría habitación donde está el aparato tubular tuve que desprenderme de mi polar porque tenía una cremallera en el cuello metálica y me quedé con mi camiseta interior. Menos mal que llevaba la manta que te recomiendan y me la echó por encima, porque la sala la mantienen muy fría. Se me hicieron eternos los 25 minutos que estuve allí porque, esta vez, boca arriba y con los brazos hacia atrás, el hombro izquierdo empezó a dolerme horrores y, como no te puedes mover, parecía que nunca iba a acabar aquella tortura. Antes de la prueba le insistí a la chica que por favor me colocara bien en la camilla, porque la última vez me tuvieron que repetir la prueba porque decían que no había salido bien el cuerpo entero. Doble radiación e igual tortura.

Cuando salí de las dependencias, la chica vino detrás de mí corriendo para decirme que me esperara unos minutos mientras comprobaban que las imágenes habían salido bien, para que no pasara lo de la última vez. Me tuvieron casi 20 minutos con la intriga y rogando que no tuvieran que repetírmela, ya que no creo que mi hombro izquierdo pudiera aguantar otro rato de dolor similar. Afortunadamente, no hubo que hacerlo y nos fuimos a tomar el desayuno al bar de enfrente. Todavía la niebla y la humedad eran la nota dominante en la calle. Cuando cogimos el coche para regresar a casa, a pocos kilómetros de Sevilla, recuperamos el invierno primaveral que estamos disfrutando y dejamos atrás la Sevilla británica tan atípica.

Por la tarde, para compensar el mal trago del madrugón y el paso por la maquinita, programé un rato de tenis con mi amigo y compañero Diego. Echamos un buen rato peloteando y charlando, como hacía tiempo que no podíamos hacerlo, ya que suele ser uno de mis contertulios habituales en el instituto y ya hace 8 meses que no lo piso. Diego y yo nos estamos convirtiendo en los veteranos del Gallinero y casi del instituto, así que empezamos a mirar a los demás con cierta sensación de abuelos puretas. Él fue de los primeros con los que entablé amistad cuando en el año 2000 aterricé en el centro y 22 años después sigue siendo uno de mis mejores compañeros. Diego, te quiero, ya lo sabes, pero la próxima vez no tendré compasión con tu revés, es lo que tendrás que practicar más en tus futuras clases de tenis.

Ahora me toca gestionar estos 5 o 6 días que restan hasta que me lleguen los resultados de la trascendente prueba. No me resultan de una tensa espera. Como ya he contado, he aprendido a desarrollar una paciencia de la que no me creía poseedor. Nada consigo con darle vueltas a la cabeza sobre lo que arrojará, así que voy a seguir disfrutando de estos días en los que me siento tan bien, sin pensar en nada más. En cuanto me llegue el mensaje al móvil y me descargue el informe y las imágenes, compartiré el veredicto en mi diario y a actuar en consecuencia con lo que se encuentre. No pienso recriminarme ni reprocharme nada en caso de que lo que aparezca sea preocupante, ni tampoco lanzaré las campanas al vuelo si es tan positivo como espero. Ya traté de explicar que en la línea de evaluación de las cosas, hay que intentar huir de los extremos para que nada nos afecte más de lo debido. Eso sí, si el resultado es objetivamente bueno, lo celebraré con moderación, pero lo festejaré, mucho más de lo que haré con el Año Nuevo, que será cero.

Siempre me hizo mucha gracia aquello de los propósitos de un nuevo año. Mucha gente espera al 1 de enero para dejar de fumar, empezar a hacer deporte o iniciar una nueva forma de enfocar aspectos de su vida que necesitan mejora. Yo tampoco comparto las costumbres y ritos relacionados con el Año Nuevo, pero más allá de sus connotaciones pseudoreligiosas, hay que recordar que más de la mitad de la humanidad no sigue nuestro calendario. Mañana no será el primer día del año para chinos o indios, por ejemplo, y entre ellos suman cerca de 3.000 millones de habitantes. 

Los ciclos biológicos y terrestres nos imponen cierta sincronía con ellos, lo cual es hasta cierto grado positivo. Creo que es bueno mantener algunas costumbres periódicas y un calendario común con las personas con las que convivimos. Que los días festivos, como fines de semana, sean coincidentes favorecen el encuentro con otros y nos permite programar ciertas actividades, pero a veces creo que hemos pasado a cierta esclavitud con las fechas. ¿Por qué tengo que recordarle a mi pareja que sigo enamorado un 14 de febrero? ¿Es necesario conmemorar el valor de las mujeres solo un 8 de marzo? Así podríamos seguir con la “obligatoria” cena familiar de Navidad, el cumpleaños, el día del trabajador, el de la Tierra. Hay hasta un día dedicado al inodoro, el water de toda la vida. No es broma, la Asamblea General de la ONU lo decretó para el 19 de noviembre, para concienciar sobre la necesidad de disponer de saneamientos adecuados en todo el mundo. El año que viene decretaré un estreñimiento voluntario en mi casa para premiar al mío con un día de descanso por su sucio trabajo.

 A mi entender, y por supuesto que acepto a todos aquellos que disientan con mis apreciaciones, establecer días para determinadas cosas, solo sirve para visibilizar algunas que, de otra forma, pasarían desapercibidas, pero trivializan otras que deberían estar continuamente presentes. Le encuentro mucho más sentido al día del Water que al día de los Enamorados. Me explico, cuando defecamos seguramente no nos acordaremos de que millones de personas no disponen de inodoros y saneamiento de aguas fecales, lo que produce infinidad de enfermedades en los países en vías de desarrollo. Quizás ese recordatorio anual nos mueva a apoyar a organizaciones que colaboran en esos menesteres o a ser más comprensivos con las personas que emigran de esos sitios poniendo en riesgo su vida. Ahora bien, ¿por qué hay que esperar al mes de febrero para regalarle un ramo de rosas a nuestra pareja? ¿De verdad nos tiene que recordar el calendario que una persona decidió acompañarnos en este viaje por la vida y que permanece ahí de forma voluntaria, aguantando nuestras miserias y apoyándonos en los momentos difíciles? Yo creo que eso hay que valorarlo cada día que nos levantamos. 

Si esperamos solo a momentos señalados para expresar nuestro cariño o a aquellos que nos marca el calendario, podemos transmitir un mensaje de obligación, de que simplemente toca. Las personas que nos rodean tienen derecho a saber con mucha más frecuencia que solo una vez al año que nos importan, que las valoramos como mujeres, como hijos, como padres. ¿Cómo se pueden pasar semanas o meses sin decirle te quiero a nuestra pareja? Conozco algunas que llevan años sin escucharlo de la suya. Eso sí, quizás le hagan un regalo en Navidad o por el aniversario. ¿No es mucho mejor un historial cotidiano de caricias, “tequieros” y abrazos que detalles puntuales marcados por la costumbre? 

¿Sabéis lo que no entiende de fechas y círculos rojos en los almanaques? Las enfermedades. Están agazapadas esperando el momento más inoportuno para aparecer. Les da igual que sea domingo, Navidad o vacaciones de verano. Un día te dan la bienvenida con fiebre de origen desconocido, un desmayo inoportuno o un resultado de una analítica preocupante. Entonces es cuando te importa un bledo si mañana es el día de la Paz o el del Water, lo único que quieres es que te ofrezcan una alternativa a cruzarte de brazos esperando a la parca. Pero también es entonces cuando te das cuenta de lo tonto que quizás has sido guardando un te quiero para el 14 de febrero cuando lo podías haber expresado el 13, el 12, el 11 y los 365 días previos. Es cuando te das cuenta de que los días que te quedan son todos el día de la Mujer que tienes a tu lado, el del Padre que hace tiempo que no abrazas, el del espíritu de la Navidad que malgastaste los 11 meses anteriores. El día de la Enfermedad Inesperada puede convertirse en el peor de tu vida o el que de una bofetada te despierte del estúpido letargo en que te mantienen los calendarios impuestos. 

Por favor, que no haga falta que llegue ese día, que no haga falta que mañana sea 1 de enero. Cada hoja que pasemos de este almanaque tan escaso que a todos nos dan cuando nacemos debe ser el Día de todos los Días, el de las horas en las que cuando tengamos oportunidad pongamos el corazón en lo que de verdad importa, y no hay nada más relevante que derramarlo en las causas nobles y las personas amadas.

“Sigan animándose unos a otros cada día, mientras dure ese día llamado “hoy” (Hebreos 3:13)



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