(186º) DIARIO DE UN LINFOMA (Un poquito más libre, solo un poco).

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25 de diciembre de 2022.

Puede parecer poco normal que me haya levantado a las 7 de la mañana un día como hoy, pero es que anoche empezamos a ver una película a las 10, y 20 minutos más tarde me caía de sueño. Puede que la noche anterior, que no la dormí tan bien como me hubiera gustado por culpa de la vacuna de la gripe, fuera la causa de que antes de las 11 estuviera en la cama. He descansado bastante bien, pero claro, con 8 horas ya era suficiente y mi cuerpo pedía levantarme.

La mañana se presenta inusualmente cálida para estas fechas en Benaocaz, 13 grados no es lo que se espera a finales de diciembre. A las 11 iremos a ver a mi querida suegra a su residencia de Zahara y mañana nos iremos hasta el jueves a la todavía más cálida Costa del Sol a cambiar de aires.

Parece que el fin de año nos está ofreciendo unos días de tregua a los enfermos. Alicia se encuentra bien, dentro de lo que cabe. Diego ha mejorado mucho y ha recuperado fuerzas y el apetito. Roberto parece que ha estabilizado su hígado. Ahora se ha apuntado al carro de los lisiados mi amiga Reme, que también empieza a afrontar una quimioterapia a 6 meses vista. Ya ha tenido su primera sesión y le ha resultado menos agresiva de lo que preveía, así que también está relativamente satisfecha. La rueda no para.

Hablando de rueda, estos días vuelvo a tener esa sensación que ya conté de vivir en el día de la marmota. Esta vez motivada por la liturgia de las fechas en las que estamos. Cada año se repiten los mismos comportamientos y las noticias vuelven a presentar las mismas escenas, casi desde los mismos ángulos y similares protagonistas. El día de la lotería vuelven a aparcarse las noticias, independientemente de su importancia, para que sean los números agraciados los que encabecen las portadas de todos los periódicos. La apertura de los informativos televisados abren con exactamente las mismas imágenes, gente descorchando botellas de espumosos, loteros entusiasmados por haber repartido los premios y gente extasiada llorando o gritando por su suerte. 

Un día más tarde llega la víspera de la nochebuena en la que vuelven a verse las cámaras de televisión entre los pasillos de los mercados y los angustiados compradores de última hora comprueban la subida de los precios de los alimentos más populares. Anoche, otra vez una sarta de repeticiones y tópicos: los mismos programas, los mismos chistes, las mismas canciones, las mismas vestimentas… todo igual. 

Los seres humanos buscamos el arte en la originalidad y la realidad es que somos repetitivos y altamente previsibles. No sería del todo malo que las costumbres nos arrastraran si no fuera porque estas, a veces, restringen nuestra libertad. Como veía en estas últimas fechas en Netflix, en una serie de gran factura técnica, llamada Universo, con narración de Morgan Freeman, nuestro planeta está sometido a una cadencia de sucesos que se repiten con precisión milimétrica, su traslación alrededor de nuestra estrella, la rotación de 24 horas, el cabeceo permanente de nuestros polos que permite las 4 estaciones y tantos otros procesos que desde millones de años hacen que la vida continúe con sus ritmos acompasados e iterativos. Los seres vivos que estamos sometidos a ellos agradecemos que exista cierta previsibilidad en lo que esperamos.

Pero más allá de nuestros ritmos biológicos, impuestos en gran medida por los de nuestro planeta y su entorno, luego creamos los que tienen que ver con nuestras tradiciones, costumbres y hábitos arraigados a lo largo de los años, décadas y siglos. Estos tejen una red que nos atrapa y no siempre nos permiten movernos a nuestro antojo. Todos nos imponemos obligaciones, porque de otro modo la convivencia en sociedad no sería posible, pero si ya existen algunas insoslayables, ¿por qué nos sometemos también a las que podríamos evitar? 

No estoy yo ajeno a esas “responsabilidades” que en realidad no lo deberían ser, porque también me impongo rutinas que considero elegidas, aunque se acercan a veces a impuestas, pero observo que muchas personas de mi entorno están mucho más sometidas a otras que, desde luego, no parecen escogidas libremente, sino que acatan a regañadientes. “Tengo un cumpleaños, una boda, una cena de Navidad en familia, una comunión, y algunos otros eventos a los que asistir, pero no me apetece”. Ese tipo de expresiones las he escuchado muy a menudo. Lo que deberían considerarse celebraciones, podrían ser un reflejo del verbo del que deriva el sustantivo. Celebrar también significa “mostrar o sentir alegría o agrado por algo”, pero acudir a un acto con una mueca en los labios y desgana poco tiene de celebración. 

Creo que un buen despliegue de libertad sería decir: este año no voy a celebrar mi cumpleaños porque no me da la gana. Esta Navidad no voy a hacer cena familiar, sino un viaje soñado. A mi amigo Pepe le voy a hacer un buen regalo por su boda pero me va a perdonar que no vaya al convite porque me viene mejor pasar ese día con mi mujer descansando en la playa. ¿Tan grave es romper la cadena de la costumbre y de lo que todos esperan de mí? Me parece un poco triste que hagamos las cosas por la simple obligación y que pocas veces nos planteemos romper con lo que puede considerarse prescindible.

Hay tantas cosas de las que no podemos ni debemos escaquearnos que aquellas que, no digo siempre, pero algunas veces podríamos evitar, deberíamos hacerlo y nadie debería enfadarse por ello. Bueno, y si alguien lo hace, pues tampoco pasa nada, no siempre vamos a complacer a todo el mundo, eso es totalmente imposible. Eso sí, deberíamos ser consecuentes con lo que permitimos que hagan los demás cuando somos nosotros los que esperamos algo de ellos. Si queremos tener la libertad de decir que no a lo que otros esperan de nosotros, también tenemos que permitirles a nuestros amigos que de vez en cuando no estén a la altura de nuestras expectativas. 

En definitiva, hay tantas cosas sobre las que no tenemos margen de maniobra que limitan, hasta cierto punto, nuestra libertad, que aquellas en las que podemos decidir no participar por una vez, no debería nadie considerarlo una ofensa o desdén, sino un pequeño truco de escapismo que nos permita pensar que ese día somos un poquito más autónomos.

Por cierto, Rubi dice que me está saliendo mucho pelo pero que la foto que puse con el gorro no lo dejaba ver, así que ahí va otra a cráneo descubierto para que se compruebe si es verdad que mis folículos están volviendo a trabajar. Si no es así, os admito una piadosa broma y decidme que podré disfrutar de un buen melenón. 

 

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