(182º) DIARIO DE UN LINFOMA (Compra un campo en Anatot).
16 de diciembre de 2022.
Liam, ese será el nombre de mi primer nieto. Estos días atrás ya pudieron determinar el sexo en la ecografía y definitivamente no se llamará Manolito. Bueno, al menos 4 de sus 8 letras están en el nombre. Ahora en serio, parece que todo va bien y ya cumple mi Abi 4 meses de embarazo. Sus náuseas y molestias parece que han remitido un poco. En mayo está previsto el parto, así que tendremos una primavera alegre.
Sigo bastante bien. No he podido probar mis fuerzas haciendo deporte porque el tiempo no invita a salir mucho a la calle y de tenis ni hablar. A ver si esta semana próxima tenemos algunos días sin lluvia y puedo hacer algo de ejercicio.
Acabo de venir del Mercadona y me he encontrado a una exalumna mía, Vanessa, que vive en Alemania. Es una de las que envié a hacer las prácticas del ciclo de Secretariado y terminó quedándose allí. Hoy, además, me ha dado la sorpresa de verla con una preciosa criaturita colgada en una de esas mochilas que se llevan en el pecho, un niño llamado Gabriel, con el acento agudo para españolizarlo, porque los alemanes lo pronuncian llano. Vanessa es una de esas chiquillas que me sorprendió gratamente por haber superado mis expectativas. Ha tenido una meteórica adaptación al alemán y ha sido capaz de entrar en un banco a trabajar. A su marido lo conocí hace un par de años y es un alemán graciosísimo, que también ha mostrado sus dotes para aprender español con acento ubriqueño, incluyendo los dichos propios de nuestra tierra. Los dos son una pareja encantadora y me alegro mucho por ellos, ya que a Vane la conozco por sus dos años en el ciclo y se merece que le vaya muy bien en la vida.
Mi suegro regresó de Bilbao anoche con mi cuñado y hoy van los dos a ver a mi suegra a la residencia de Zahara. Rubi los iba a acompañar, pero anteayer se puso la vacuna del COVID y ha estado más de 24 horas con fiebre y tremendo malestar. Yo me la tengo que poner en las próximas semanas y le estoy temiendo. No sé cómo va a reaccionar mi organismo tan torturado en los últimos meses.
Esta semana escuché un discurso en nuestra página web jw.org que se les dio a los graduados de la Escuela de Galaad. Esta consiste en una instrucción de 6 meses que reciben los misioneros que serán enviados a distintas partes del mundo para predicar. La conferencia iba dedicada a ellos pero me resultó instructiva para mí, y su mensaje principal lo hago mío y me gustaría compartirlo con los que me leen. Cada uno puede extraer sus propias aplicaciones porque puede hacerse en distintos ámbitos.
El compañero que lo presentó hizo una introducción en la que establecía el marco histórico y las circunstancias personales del protagonista de su historia, el profeta Jeremías. Vivió en el siglo VII antes de nuestra era. Jerusalén, la capital de los judíos iba a ser arrasada en el año 607 a.E.C. (antes de la Era Común, que no coincide exactamente con la otra expresión a.C., antes de Cristo, puesto que este nació a finales del 2 a.E.C.).
Jeremías recibió instrucciones de Dios para advertir a los judíos de lo que se les venía encima, la destrucción de su capital y el exilio forzoso de sus habitantes en Babilonia durante 70 años. En el año 608, la ciudad se encontraba sitiada por los caldeos y en menos de un año sería tomada y destruida. Jeremías se encontraba atrapado dentro igual que el resto de sus conciudadanos. Era una situación desesperada y sin salida. El discursante trazaba un paralelo con lo que cada uno de nosotros puede estar pasando en distintos momentos de nuestra vida: una enfermedad grave propia o de un familiar, la muerte de uno de ellos, o cualquier otra que nos hace sentirnos atrapados física o emocionalmente.
A Jeremías se le encomienda algo que parecía insensato. Dios le manda que compre un campo en Anatot. Él conocía bien aquella zona, puesto que se había criado allí, estaba a solo unos kilómetros al Noreste de Jerusalén. Pero, ¡vaya mandato más raro! Jerusalén y toda la tierra de Judá estaba a punto de quedar desolada y sin habitantes durante 7 décadas. ¿Cómo le mandaba Dios comprar un campo allí, si no podría hacer efectivo el uso de su propiedad? ¿Qué haría Jeremías?
Pues, como era un hombre obediente, el registro dice que compró el campo. Lo hizo, además, como registra la Biblia, haciendo dos escrituras, una sellada y otra sin sellar, para dejar constancia de la transacción. ¿Qué quería Dios fijar en la mente del profeta? Que lo que le había prometido, que después de 70 años de cautiverio en Babilonia los judíos regresarían a la tierra de Jerusalén, se iba a cumplir, que sus descendientes podrían hacer uso de esa propiedad que acababa de adquirir, que se volverían a realizar compraventas en la tierra de Israel.
En el libro de Esdras, se registra que entre el primer grupo de judíos que regresaron a su tierra, 70 años después, se encontraban 128 hombres de Anatot. El conferenciante preguntó: ¿cómo podemos nosotros comprar un campo en Anatot? En Hebreos 11:1 se define la fe como “la certeza de que sucederá lo que se espera, la prueba convincente de que existen realidades que no se ven.”
La expresión griega que se usa ahí para certeza o prueba convincente, también se puede traducir como “título de propiedad” de las cosas que se esperan. Se puede comparar a las escrituras de una casa o un terreno. Imaginemos que vivimos en un país extranjero, como mi alumna Vanessa, en Alemania. Si su padre le enviara allí una copia de las escrituras de una casa que le ha puesto a su nombre, aunque ella no hubiera visto la casa, ese título de propiedad le daría la garantía de que en Ubrique tenía ese inmueble a su disposición, no tendría dudas. Esa es la expresión que se usa en Hebreos 11:1 para referirse a la fe que albergan los cristianos. El que no la tenga puede poner en duda que se vaya a cumplir lo que ellos esperan, pero para el que tiene auténtica fe es como si tuviera un certificado o título de propiedad, expedido por Dios, que le da garantía del cumplimiento de sus promesas.
Pero si alguno de los que me ha leído hasta aquí quiere hacer un uso más terrenal de esta expresión, puede trasladarlo a otros supuestos en la vida. Yo mismo no solo lo hago en el aspecto religioso, de mi esperanza de un nuevo mundo bajo ese Reino de Dios que Jesús nos enseñó a pedir en el padrenuestro, sino en lo relacionado con mi enfermedad.
Yo he comprado un campo en Anatot cuando confío en lo que indican las pruebas que me he hecho hasta ahora. El informe del PET-TAC de agosto era un primer borrador de mis “escrituras” que parecían garantizar que me iba a recuperar del linfoma. El tratamiento prescrito de 12 sesiones de quimioterapia era otra cláusula más de esas mismas “escrituras” que apuntaba a que me curaría. Ahora, el día 30 me someteré a otro PET-TAC y este volverá a darme garantías o no de mi futura evolución. Si el resultado es positivo, definitivamente compraré mi campo en Anatot, porque si no lo hago y desconfío de los pronósticos, mi falta de fe en esas perspectivas jugarán en mi contra.
Todos tenemos la posibilidad de comprar un campo en Anatot. Cuando nos casamos, firmamos unas escrituras de compromiso, tenemos que confiar en la validez de ellas, o de lo contrario nuestra desconfianza minará nuestra resolución a cumplir con nuestros votos. Cuando nos matriculamos en un curso, ese documento debe ejercer en nosotros un poder que refuerce nuestra voluntad de hacer los esfuerzos precisos para terminar los estudios y obtener nuestro diploma. Cuando apostamos por algo con fuerza en nuestra vida, tenemos que confiar en que vamos a lograr lo que nos proponemos.
Yo he comprado un campo en Anatot porque creo que Dios va a cumplir con sus promesas, pero si no compartes conmigo esa maravillosa perspectiva, al menos, adquiere tu campo donde hayas puesto tus esperanzas y lucha por ellas como si tus pies ya estuvieran en ese terreno de tu propiedad.