(180º) DIARIO DE UN LINFOMA (La vida sigue siendo sagrada)
12 de diciembre de 2022.
Imagen original de: jw.org.
Ayer expuse mi preocupación por la deshumanización que provocan los conflictos bélicos. Las mayores atrocidades se cometen bajo la presión de continuar viviendo o perecer. Parece que esas situaciones límite sacan de nosotros los instintos más animales de supervivencia, pero vuelvo a apelar a nuestro raciocinio y a esa cualidad que nos debería definir, la que da sentido a la existencia y también despierta en nosotros las acciones más nobles, el amor. También incluí en una de mis entradas las variantes que en griego tiene este término, distinto cuando se refiere al sentimental de pareja, al cariño familiar o al que se basa en principios elevados (agape). Me refiero a este último, y es el que quiero destacar, hablando de un grupo conocido en Alemania, en los años 30 del siglo pasado, como los Bibelforscher.
Hitler llegó al poder en Alemania en 1933. Creo que es bien conocido que desde ese año hasta 1939, el del estallido de la II Guerra Mundial, el Führer tejió un gobierno totalitario y de persecución a todos los que consideraba sus adversarios, con especial inquina y perversión hacia la raza judía.
Durante los 13 años del gobierno nazi fueron muchos los perseguidos. Un profesor de la Universidad de Massachusetts, Gordon Zahn, habló de 3 tipos de víctimas del régimen:
- Los atacados por lo que eran: judíos o gitanos, entre otros.
- Los que sufrieron por lo que hicieron: homosexuales, activistas políticos y opositores.
- Los perseguidos por lo que se negaron a hacer: objetores de conciencia, Bibelforscher y otros.
A pesar de esta catalogación como víctimas, porque todos lo fueron, hay un matiz importante que me gustaría destacar: algunos, además, fueron mártires. Una víctima puede considerarse, según la R.A.E., “Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita.” Generalmente no tienen opción o alternativa. Evidentemente los tres grupos mencionados fueron víctimas, pero no todos fueron mártires. Según el mismo diccionario, estos son “Personas que padecen muerte en defensa de su religión o que mueren o sufren grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones”. Estos últimos sufrieron pudiendo evitarlo, no fueron víctimas involuntarias. Entre ellos se encontraban los Bibelforscher.
Con ese término se conocía en Alemania a los testigos de Jehová (Bibelforscher puede traducirse literalmente como “estudiantes o investigadores de la Biblia”). Eran muy minoritarios en 1933. En una población de 65 millones, con 20 millones de católicos y 40 de protestantes, estos no superaban los 30.000. A pesar de suponer una cantidad ínfima de habitantes, Hitler se ensañó con ellos. Dijo, como está confirmado por testigos presentes en su discurso, que “¡Esta cría será exterminada de Alemania!”.
La Enciclopedia del Holocausto cifra en unos 10.000 los testigos de Jehová que acabaron en cárceles y campos de exterminio nazis, de estos, unos 1.500 fallecieron (https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/nazi-persecution-of-jehovahs-witnesses). La Wikipedia aumenta esa cifra a 2.500 (https://es.wikipedia.org/wiki/Bibelforscher).
¿Por qué sufrieron esta persecución tan despiadada? Paul Johnson, en su libro “Historia del Cristianismo” dice: «Los más valerosos fueron los Testigos de Jehová, que afirmaron su oposición doctrinaria directa desde el principio y sufrieron las consecuencias. Se negaron a cooperar con el Estado nazi, al que denunciaron como una entidad absolutamente perversa. Los nazis creían que eran parte de la conspiración internacional judeomarxista. Muchos fueron sentenciados a muerte por negarse a prestar servicio militar e incitar a otros a hacer lo mismo; o terminaron en Dachau o en asilos para locos. Un tercio fue asesinado; el noventa y siete por ciento sufrió persecuciones de distinto carácter».
Esta historia de la que me estoy haciendo eco no es ampliamente conocida, aunque en los museos sobre el holocausto, y en todos los campos de concentración conmemorativos, hay cada vez más referencias a la postura valerosa que, como grupo, demostraron los testigos de Jehová en aquella época. Yo, en los años 90, visité el campo de Bergen Belsen y pude comprobar cómo se hablaba de ellos en los paneles del museo, y en la entrada del campo se exponía un cartel con los distintivos con los que los nazis identificaban a los diversos colectivos que estaban allí presos. Este es uno de ellos.
En la cuarta columna, he rodeado con una elipse los triángulos púrpuras con los que se identificaba a los Bibelforscher. En la 5ª estaban los homosexuales, con triángulos rosas.
El libro “Modern Germany—Its History and Civilization” (1966) dice: “La más perseguida secta de todas las sectas cristianas, y la que fue tratada con casi la misma crueldad con que se trató a los judíos, fue la de los Testigos de Jehová (Bibelforscher). Poco se ha escrito acerca de este grupo de la oposición, pero desde el punto de vista de la inmutabilidad heroica a convicciones y resistencia valerosa y martirizada los Bibelforscher alemanes ocupan un lugar sumamente honroso en la historia del Zivilcourage [valor civil] alemán.”—Pág. 513.
Sí, poco se ha escrito acerca de este grupo, como indicaba el historiador, por eso me refiero a él en mi diario, del que me siento orgulloso miembro por una historia de tanto valor y coherencia con los valores realmente pacíficos y cristianos. Como decía en otra entrada, hay posturas que son inspiradoras, que hacen creer que somos más que simples animales irracionales que actuamos como fieras cuando nuestra vida peligra, que estamos dispuestos a sacrificar nuestra existencia antes que derramar la sangre de nuestros congéneres. Lo llamativo de este caso es que no fue una postura individual, sino como grupo.
En aquellos oscuros años hubo personas de distintas religiones y posiciones políticas que actuaron en conciencia y se negaron a participar en el esfuerzo bélico, pero ningún grupo ideológico lo hizo como tal, y lo que más se echa en falta es que lo hiciera alguno religioso. Los judíos fueron considerados como etnia y no podían librarse de su raza, por lo que fueron masacrados sin escapatoria, pero los testigos de Jehová podían firmar este documento de renuncia a su fe, disponible en todos los campos de exterminio, y marchar libres.
Esta es la traducción:
Este documento apenas lo firmaron unos pocos, la mayoría se negó y continuaron en los campos de exterminio. ¿Qué habría ocurrido si hubieran actuado igual la mayoría de los católicos y protestantes que componían la población alemana? Al menos sus dirigentes tendrían que haber condenado el comportamiento inhumano de los gobernantes nazis, pero no lo hicieron.
Muchas personas que visitan Alemania, Austria o Polonia acuden a los campos de concentración como turistas para comprobar in situ lo que supuso aquella barbarie. Los animo a fijarse en lo que relatan sobre este grupo, los Bibelforscher, que demostraron una integridad y coraje que, insisto, son inspiradores.
Acudamos a un terreno más cercano. En nuestro país la postura de los testigos de Jehová ha sido la misma que demostraron los Bibelforscher en Alemania. Durante la Guerra Civil eran muy pocos los que profesaban esta religión, pero esos pocos arriesgaron su vida por respetar el mandato cristiano de amar al prójimo hasta sus últimas consecuencias. Tal fue el caso de Antonio Gargallo, un joven de 19 años que fue llamado a filas por el ejército nacional. Intentó huir a Francia para no empuñar las armas, pero fue detenido y sometido a un juicio militar. Si no participaba en la guerra se le aplicaría la pena capital. Como no lo hizo lo ejecutaron el 18 de agosto de 1937. Ese mismo día escribió una carta a su madre y hermana, que no compartían su fe. Esa misiva nunca llegó a manos de ellas, permaneció en los archivos militares hasta que fue descubierta décadas más tarde. En este artículo de El Mundo puede encontrarse un resumen de su historia y una copia de su carta manuscrita: https://www.elmundo.es/especiales/espana/guerra-civil/relatos/01_antonio_gargallo.html.
La postura de integridad de Antonio Gargallo se produjo en plena guerra civil, pero fue secundada por cientos de testigos de Jehová durante los años del franquismo. Si alguna vez visitáis el Castillo de Santa Catalina, en Cádiz, propiedad del Ayuntamiento y convertido en lugar de exposiciones y diversos actos culturales, podréis observar en el pasillo de entrada una placa conmemorativa que recuerda a los más de 300 jóvenes que cumplieron extensas condenas allí.
En este artículo de El Español hacen un pequeño resumen de esta postura tan poco conocida, seguramente, por el público en general. (https://www.elespanol.com/reportajes/20171208/267974117_0.html)
Como decía en la entrada que suponía la primera parte de este tema, uno puede dejar de creer en el ser humano cuando mira hacia atrás en la historia. Llama la atención que los pacíficos vecinos de un pueblo puedan convertirse en enemigos acérrimos de la noche a la mañana, que estén dispuestos a matarse o delatarse para que lo hagan otros. Fue lo que ocurrió en la Alemania nazi y lo que sufrimos en la España de la Guerra Civil. Todavía quedan las consecuencias de esos comportamientos en los descendientes de aquellos que los sufrieron. En un pueblo como Benaocaz, todavía hay familias que se guardan inquina, y ese rencor se remonta muchas décadas atrás por las expropiaciones forzosas que se hicieron de propiedades de sus abuelos, de las torturas a las que fueron sometidos e incluso algún ajusticiamiento. De vivir en una aparente concordia se pasó a un odio insostenible, del cual hoy quedan todavía secuelas.
No dejo de pensar si eso podría repetirse hoy. Pero una cosa tengo clara, si hay un grupo que ha demostrado que nunca tomará las armas para matar al prójimo, ese será el de los Bibelforscher modernos. Ojalá, a título individual, fueran muchos los que lo hicieran, aunque no pertenezcan a ningún grupo, pero sospecho que esa postura pacífica hasta sus últimas consecuencias no tendrá el respaldo de ningún otro grupo religioso ni político. Hay que tener unas convicciones muy fuertes para preferir que te maten a participar tú en ninguna guerra y esa fortaleza no la encuentro en ninguna ideología. Hablo de algo que ojalá no tuvieramos que volver a vivir, pero que desgraciadamente está sucediendo, por ejemplo, en Ucrania. Jersón, Zaporiyia, Járkov y otras poblaciones bajo el conflicto han vuelto a vivir esos episodios sangrientos de odio entre sus ciudadanos. Vecinos delatores y colaboradores para matar a otros de ambos bandos han vuelto a poner de manifiesto que el odio, bajo una presión extrema, nos lleva a reacciones animales. Ahora bien, no busquen esos comportamientos en los 150.000 testigos que existen en Ucrania, ni busquen uno de ellos entre los soldados rusos. Volverá a costarnos la vida, pero nuestras manos seguirán limpias de sangre.
Las posturas religiosas e ideológicas son siempre controvertidas y tendrán sus defensores y detractores, pero yo siempre me hago una pregunta cuando se trata de buscar la correcta. ¿Qué ocurriría si todo el mundo siguiera esta? En mi caso lo tengo claro. Aunque la neutralidad política y la actitud pacífica llevada hasta sus últimas consecuencias algunos la consideran imposible de llevar a la práctica, incluso contraproducente porque hay que guerrear, dicen, para defender las causas que se consideran justas, vuelvo a lo mismo. La humanidad lleva toda su historia empuñando los armas para defender lo que considera su territorio, su ideología o cualquier otra proclama, pero el mundo lleva así desangrándose toda la historia. Si todo el mundo optara por la posición de los Bibelforscher, no habría derramamiento de sangre, así que yo sé dónde está la postura correcta, aunque solo la mantengan unos pocos. A fin de cuentas, los que creemos en Dios sabemos que el juicio definitivo no lo hacen los tribunales supremos de ningún país, ni los supranacionales como la Corte Internacional de la Haya, sino que la máxima potestad está en manos del que desde arriba observa cómo nos comportamos.