(167º) DIARIO DE UN LINFOMA (Una amistad inquebrantable).

(167º) DIARIO DE UN LINFOMA (Una amistad inquebrantable).

22 de noviembre de 2022.

Espero que hoy el día vaya en una curva ascendente hacia mi recuperación. Ayer fue al contrario, por la mañana me encontraba con más fuerzas, pero al llegar la noche estaba exhausto, con malestar y deseando acostarme. Me fui a la cama a las 11 y lo hubiera hecho incluso antes. 

Por la tarde estuve despidiéndome de mi querido amigo Diego que, justo ahora, estará saliendo en coche para la estación de Santa Justa en Sevilla rumbo a Barcelona. Mañana será un día crucial en su vida, pues a las 4 de la tarde está prevista su intervención en la Clínica Teknon. 

Diego y yo, como ya expliqué, hemos mantenido una relación de amistad que se remonta a más de 40 años atrás. Siempre lo he considerado un segundo padre y mi mejor amigo. Hemos pasado juntos buenos y malos momentos, pero han sido muchos más los primeros. Cuando llegas a un grado de complicidad tan grande con alguien con el que has compartido tantas horas, la risa, la perplejidad o la sorpresa surgen simultánea y espontáneamente solo mirándole a los ojos. 

En mi arsenal de sentencias y frases que me definen en mi forma de pensar se encuentran muchas que salieron de la boca de Diego. Y no deja de sorprenderme con sus reflexiones. Ayer mismo hablábamos del extraño comportamiento que está teniendo mi querida suegra en la residencia. Su Alzheimer hace su comportamiento, hasta cierto punto, impredecible, pero en este caso lo está siendo para bien. El domingo, cuando la visitaban Rubi y mi suegro, Paqui, la gobernanta del centro, les decía que Hilaria era la mejor residente porque colaboraba con todo lo que le pedían y era dócil y amable con todos los que la atendían. Resulta sorprendente que en su casa se sentía en un campo de minas lleno de enemigos fantasmas que querían acabar con ella y ahora, en un lugar extraño, lleno de personas desconocidas, se encuentra segura, aceptada y en total armonía con ellos. Desde luego, ese comportamiento resulta en tranquilidad para nosotros, pero en modo alguno era lo que esperábamos. En los últimos meses en su casa se mostraba agresiva, nada colaboradora y asustada porque creía que su marido y todo el que entraba en su casa quería robarle o hacerle daño.

Al hilo de esa pérdida de racionalidad que produce el Alzheimer o cualquier otro tipo de demencia en el ser humano, Diego me soltaba otra de sus conclusiones que siempre te hacen pensar. Me expresaba: “Dicen que somos animales racionales, pero eso es falso. Si eso fuera así, cuando el ser humano pierde la racionalidad, quedaría solo como animal. Debería limitarse a comer, beber, dormir y cumplir con sus necesidades básicas, pero no es así como se comporta una persona que ha perdido la razón.” Desde luego, es para darle vueltas a su razonamiento. Ya nos gustaría que, no solo los enfermos de Alzheimer, sino todos aquellos psicópatas a los que se les atribuyen asesinatos, abusos, violaciones u otro tipo de conductas consideradas patológicas, simplemente se volvieran mansos como un perrito al perder la razón y no que se convirtieran una amenaza para sus congéneres.

Con Diego he mantenido, desde que era un adolescente, conversaciones profundas e interesantes, muchas de las cuales han modelado mi forma de pensar a lo largo de los años. Durante los primeros, las 2 décadas que nos separaban suponían por mi parte sumisión casi absoluta a sus “verdades”, expresadas además con una convicción y rotundidad que te hacían confiar casi a ciegas en su certeza, pero a medida que yo también fui llegando a las mías, comprobé que nadie puede considerarse un oráculo infalible que sienta cátedra en cada una de sus afirmaciones. Con el tiempo nuestras conversaciones derivaron más en un calmado debate cuando respetuosamente exponíamos puntos de vista contrapuestos. Eso me llevó a comprobar que lo categórico que se mostraba no significaba que no existiera una humildad subyacente debajo de sus declaraciones, la cual le permitía recular cuando percibía un error en sus apreciaciones.

No quiero extenderme en glosar la admiración que siento por mi querido amigo, tanto más porque quiero pensar que voy a seguir disfrutando de muchas más horas de su compañía y vamos a compartir más risas y complicidades, pero mañana no se caerá de mi pensamiento ni un solo instante. Las caprichosas coincidencias de este discurrir lleno de claroscuros en el que nos movemos harán que a la misma hora que esté jugando la selección española en su partido inaugural en el mundial, él esté en la mesa de un quirófano jugándose la vida. Me decía ayer en son de broma: “El miércoles a partir de las 4 dejad de lado el mundial y orad por mí”. 

Por supuesto que lo haré, y me acordaré de toda su familia, la que ha podido viajar para acompañarle y la que se tuvo que quedar en tierra también por males. Todos viajamos con un rumbo incierto, mañana le tocará a mi querido Diego atracar en un dique seco para recibir una reparación de gran calado, ojalá pueda volver a surcar mares cercanos y podamos compartir muchas más horas de navegación por este turbulento mundo, que siempre me pareció más comprensible cuando he compartido con él sus aguas.



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