(164º) DIARIO DE UN LINFOMA (El primer día del resto de mi vida).
18 de noviembre de 2022.
Acabé mi quimioterapia. ¡Prueba conseguida! Ay, ¡qué duros han sido estos meses! Mira que hoy sigo hecho una porquería, porque ayer tarde ya empecé con mis náuseas (ya las menciono abiertamente, eso también se superó) y el malestar, y mañana estaré peor, pero el simple hecho de saber que no tengo que volver al sillón de los pinchazos, ya me da fuerzas para aguantar estos días chungos que se avecinan.
Ayer fue un día muuuuy raro para mí. Inicié mi rutina de levantarme a las 7:40, leer mi texto del día y prepararme para la extracción de sangre a las 8:30. Entré el segundo en el hospital de día y fue Paula la que tuvo el “honor” de pincharme por última vez. Fue mi brazo izquierdo el elegido esta vez, evitando, eso sí, mi vena endurecida. Me dolió. Luego, durante la mañana, le comenté a Paula que estas últimas veces no se me había detenido la máquina por atascos, como sí ocurría las primeras. Me confesó que ahora la aguja de la vía era un poco más larga y gruesa. Le dije en son de broma: “Ay, pillina, por eso me están doliendo más los pinchazos últimamente. No me habías dicho nada hasta el último día”. Ella también se rió y, efectivamente, cuando al final de la sesión me extrajo la vía, observé que era considerablemente más gruesa. Bueno, el inconveniente del pinchazo más doloroso se compensa con que no tengan que estar continuamente viniendo a reiniciar el cacharro e insistiéndome en que no mueva el brazo.
El resultado de mi analítica fue bastante bueno, aunque aparezcan muchos valores por debajo de lo normal. La hemoglobina había subido incluso un poco, de 10,8 a 10,9. Sigo teniendo anemia, pero espero recuperar mis valores normales en unos 3 meses, como me dijo Rodolfo, mi “segundo” hematólogo. Lo importante fue que mis defensas: leucocitos, neutrófilos y demás estaban bien gracias al Filgrastin y pude someterme a la última sesión. Si hubiera tenido que suspenderla, habría supuesto un pequeño fiasco, ya que estoy deseando acabar cuanto antes con todo esto, como se podrá comprender.
¿Por qué fue el día tan raro para mí? Bueno, trataré de explicarlo, pero como se refiere a unos sentimientos encontrados que ni yo mismo entiendo demasiado bien, no sé si seré capaz de transmitirlos. Todos estos últimos días me he sentido físicamente bastante bien, casi como si no tuviera nada. Estaba ilusionado porque, ayer jueves, sería mi última quimio. Sabía que luego vendrían unos días malos pero serían los últimos. Pues bien, desde el miércoles por la tarde que llegué a Jerez me entró una especie de tontuna que no sabría definirla solo con la palabra tristeza, contenía también algo de enfado, perplejidad y desgana. El mismo jueves, nada más levantarme, me senté en la cama, esperé un par de minutos para incorporarme y me invadieron las ganas de llorar. Pero bueno, ¿a qué viene esto?, me preguntaba.
La mañana plomiza que apareció tampoco ayudaba a alegrar el día, por mucho que estuviera anhelando las nubes y la lluvia. Cogí el coche por las calles paralelas y menos concurridas a la avenida que lleva directa a la clínica y en los pocos minutos que eché en el trayecto, tuve que volver a contener las ganas de llorar. ¿Cómo iba a aparecer delante de Paula y Eli con los ojos inundados de lágrimas el último día de mi tratamiento? Pues tuve que tragar saliva varias veces y sacudir la cabeza para permanecer entero.
No puedo llegar a entender exactamente lo que me pasó, pero durante casi todo el día estuve con el mismo estado de ánimo. Es cierto que saber que era mi último día de tratamiento en la unidad de día producía en mí un fuerte despertar de recuerdos, no sé por qué se me venían a la cabeza muchas instantáneas de momentos vividos estos últimos 8 meses. Por momentos me preguntaba algo que hasta ahora no había aparecido en mi mente: ¿Por qué he tenido que pasar por esto? Ya digo, eso nunca me lo había cuestionado, ni la pregunta aún más específica de por qué a mí. En realidad no era exactamente un cuestión de singularizar en mi caso, porque siempre he pensado que yo no tenía por qué ser una excepción en la lotería del cáncer, sino que sentía pena de mí por estar “perdiendo”, por llamarlo de alguna manera, casi todo un año de mi vida en este proceso tan desagradable.
¿Cómo podía sentirme más triste el día que acababa que el que empecé? Bueno, quizás un psicólogo sepa darme una explicación, si alguno de los que me lee se atreve a descifrarlo, soy todo oídos. El caso es que también tenía la sensación de que con la sesión de ayer, la suerte ya estaba echada, ya no se podía hacer nada más para curarme. Es como si en la partida de cartas, ya hubieras empleado todas las tuyas y, aunque crees que has ganado, todavía dependes de las que tengan los demás, y mientras no las descubran, no las tienes todas contigo. Ayer terminé de jugar todas mis cartas contra el cáncer. Me dieron inicialmente 8 y las empleé, pedí 4 más y ya están sobre la mesa. Game over.
La mañana de quimio empezó con Eli y Paula nerviosas llamando a la farmacia porque no estaban preparadas mis bolsas. Aunque me sentaron a las 10 en el sillón, no fue hasta las 11 que empezaron con la Adriamicina, Vinblastina y Dacarbacina (la de 2 horas de duración y que produce casi todos los efectos). La última vez batí el record de velocidad y terminé a las 13.30, pero esta vez acabamos casi a las 14.30. Bueno, comparado con una de las veces que estuve allí hasta las 17.30, fue bastante rápido.
Lo mejor de la mañana es que por fin conseguí que la sala de quimio se convirtiera en la tertulia de un patio de vecinos. Enfrente mía estaban de izquierda a derecha, un señor del que me iré sin conocer su nombre, que sin ser muy hablador, es muy agradable cada vez que lo hace. Está recibiendo inmunoterapia para un cáncer de pulmón. Ayer, como sabía que era mi último día, se despidió de mí dándome la mano. Después otra señora que se recupera de un cáncer de ovarios, de unos 60 años, que también se soltó y nos contó algo de su vida. A continuación estaba un inglés que no se quitó los auriculares en toda la mañana y no abrió la boca. En mi fila estaba a mi izquierda María, una chica nueva de 50 años que empezaba su tratamiento para un cáncer de ovarios también. Ella fue la que propició la amena conversación que duró toda la mañana. A mi derecha, tras la mampara, estaba otra señora que tampoco quiso participar en la charla.
Todo empezó con los temores que María le expuso a Paula. Esta, pacientemente, trató de calmarla y animarla. Estuvo un buen rato hablando con ella y aclarándole dudas sobre los efectos de la quimio y lo que podía esperar de las sesiones. María viene de Sotogrande y su marido la acompañaba, de hecho entró varias veces y departió también un ratito con nosotros. Cuando Paula terminó de animarla, la señora de enfrente le dijo que ella también estaba allí por un cáncer del mismo tipo que ella y también le transmitió tranquilidad, pero María estaba muy nerviosa. Yo la tenía a mi izquierda pero nos separaba la mampara, así que me puse de pie y por delante de la misma le dije que quería saludar a mi vecina. Ella me lo agradeció y ahí comenzamos la conversación. Cuando Paula vio que le estaba hablando de pie para evitar el obstáculo que nos separaba, retiró la mampara y ya me senté.
El señor amable de enfrente acabó pronto su tratamiento y su lugar lo ocupó Gloria, una chica también de unos 50 años que recibía quimio de mantenimiento por un cáncer de mamá que ya superó. Los 4 mantuvimos durante un par de horas una animada conversación que abarcó todas las facetas del tratamiento del cáncer, tanto en sus aspectos médicos, físicos como psicológicos. María repitió varias veces durante ese tiempo: “Ay, qué mañana tan buena me estáis haciendo pasar. Venía con mucho miedo, pero me estáis ayudando mucho con vuestros consejos y ánimo. Lo malo es que tú no vienes más, Manolo”. Le dije que el día 7 de diciembre, su próxima fecha de quimio, si estaba en Jerez, vendría a saludarla.
María es madre de 2 hijas de 19 y 22 años. Dice que ha cumplido uno de los sueños de su vida porque le encanta el mar y la ventana de su dormitorio mira hacia él, allá en Sotogrande. Le descubrieron el cáncer después de extirparle un endometrioma donde hallaron el pequeño tumor que se escondía tras él. Después de examinarlo le dijeron que era maligno y de gran agresividad, pero que, afortunadamente, se encontraba en el estadio I. Yo la animé diciéndole que, aunque se trata de un cáncer distinto, mi estadio era III, así que el suyo tenía muy buen pronóstico. Los 3 que la acompañamos le estuvimos ofreciendo las ideas prácticas que la podían ayudar con la caída del cabello, las náuseas, el cansancio y todos los efectos que suelen acompañar a este tratamiento. Ella decía que lo que no quería era dejar su pilates. Yo le dije que claro que iba a poder hacerlo. Si yo jugaba al tenis y mis sesiones eran cada 14 días, ella iba a poder practicar su pilates con más razón, porque las suyas serían cada 21 días y su cuerpo tendría más tiempo para recuperarse.
Me dio pena despedirme de María, porque sé que podría haberle servido de ayuda cuando coincidiéramos en la quimio, pero prefiero no volver a verme con ella allí, mejor encontrármela un día tomándome una cerveza en un chiringuito en una playa cercana a donde ella vive. De las que me costó despedirme también fue de Eli y Paula. Me volvieron a acompañar tocando la campana. El marido de María nos grabó y las dos me permitieron que me despidiera con un abrazo, como se puede comprobar en el vídeo.
Al salir de la clínica, también me despedí de la recepcionista que más me ha puesto la pulsera del todo incluido cada vez que he pisado el Hospital de Día. Se puso de pie y, detrás del metacrilato transparente que nos separaba, me mandó varios besos y me dijo que se alegraba muchísimo de que finalizara mi tratamiento.
Cuando atravesé las puertas automáticas de la entrada, la misma sensación agridulce que me llevaba acompañando todo el día siguió invadiéndome. Me puse mi gorro-quimio, como lo voy a bautizar, salí a la brisa de la calle y avancé firme hacia la acera que me llevaría a mi piso. Cada paso me alejaba del sitio en el que, a mi pesar, he tenido que pasar muchas más horas de las que nunca imaginé, un lugar que me llevó por momentos al límite de mi aguante, otros en los que pude hasta reírme, pero en el que dejé a personas de esas que te llenan el alma con la mejor parte de la naturaleza humana, aquella que te sigue recordando que todos albergamos algo bueno que podemos y debemos compartir con los demás, algo que le da sentido a seguir confiando en otros y a vivir.