(163º) DIARIO DE UN LINFOMA (¡Mañana es mi última quimio!).
16 de noviembre de 2022.
¡Un solo día, uno solo para mi última quimio! Llevo un par de días tontorrón (nada nuevo en mí, por otra parte) con ese malestar propio de las inyecciones de Filgrastin, pero nada serio. Hoy, que me encuentro en la víspera de mi último paso por el Hospital de Día, lo miro con una mezcla de alegría contenida y de incertidumbre por lo que venga después.
Sé que tendré los 4 o 5 primeros días de malestar, náuseas y todo lo que acompaña a estos envenenamientos controlados, pero luego me va a parecer mentira no tener que contar las fechas para la siguiente tortura. Esa perspectiva esperanzadora me da alas para presentarme mañana a mis queridas Eli y Paula con la mejor de mis caras pero, por otra parte, es inevitable que surjan algunos interrogantes: ¿habrán sido suficientes los ciclos de quimioterapia? ¿Habrán hecho su efecto? ¿Cómo reaccionará mi cuerpo cuando empiece a volver a la normalidad?
Ana, mi amiga-hermana de Benaocaz, me dijo que cuando terminabas con la quimio ocurría algo extraño, querías más. Bueno, yo ahora mismo no siento eso, lo que estoy deseando es terminar y no volver a pasar por tantos días malos, pero sí es cierto que me voy a quedar con esa intriga de si todo este tratamiento habrá sido lo suficientemente sólido para acabar definitivamente con el linfoma. El tiempo lo dirá, de nada vale proyectarse inútilmente en el futuro si no podemos en modo alguno saber cómo se van a desarrollar los acontecimientos. Como decía anteayer, no me voy a quedar en la puerta esperando a Brian, voy a vivir mi vida con la plenitud que me lo permitan las circunstancias.
No está lloviendo lo que sería deseable, pero, por lo menos, las mañanas ya parecen más otoñales. Las nubes, el olor a mojado en las plantas y la tierra, ya parecen más propias de este tiempo.
Mañana no escribiré. Por la mañana no voy a tener tiempo, y por la tarde no voy a tener ganas. Espero no llevarme ninguna sorpresa con la analítica de las 8:30 y tener mis niveles en la cantidad esperada para poder empezar el tratamiento a las 10. Aunque puede parecer una frivolidad, mañana voy a disfrutar mi última visita al Hospital de Día. Además, si finalmente me cambio al Servicio Andaluz de Salud para continuar el seguimiento de la enfermedad allí, ya no veré a Eli y Paula de nuevo. Espero que las dos tengan mañana una jornada tranquila y podamos charlar un poquillo. Eli se casará en un par de semanas y le quiero desear todo lo mejor. A Paula, como trabaja también en el hospital general de Jerez, igual me la vuelvo a encontrar allí. En fin, mañana espero cerrar una etapa, que habiendo sido muy dura por momentos, ha estado también salpicada de luces brillantes y rostros amables. En los peores ambientes y situaciones siempre encuentras algo de humanidad, y eso te ayuda a aferrarte a la vida y querer seguir adelante superando las dificultades.
Esta mañana, el instituto anda revolucionado por una tristísima noticia que a todos nos ha conmocionado. Alba, una alumna de 1º de Bachillerato murió ayer, al parecer, de un infarto fulminante. Yo he visto una foto suya y solo la conocía de vista. Todavía no he podido hablar con Rubi para saber si le daba clase. Es probable que sí, pero luego me lo comentará cuando llegue al mediodía. Si se confirma la muerte súbita, esto me trae a la memoria la de un sobrino mío con 21 años que la sufrió en Jerez. Hace de esto ya bastantes años, pero todavía queda en mi memoria el sufrimiento de su madre, Victoria y mi primo Paco, su padre. Se llamaba David y era un joven encantador, por dentro y por fuera. Pocas cosas pueden resultar más desoladoras que sufrir la pérdida de un hijo tan joven y de forma tan repentina. No sé todavía si conocía a los padres de Alba, pero vaya para ellos mi sentido pesar por esta injusta pérdida.
No sé cómo se presentarán en los próximos días los efectos de la última sesión de quimio. Espero que me permitan seguir unos cuantos días escribiendo y contando algunas de mis vivencias y reflexiones, pero ya estamos también en la recta final de mi diario. Después de la primera semana de malestar, pretendo iniciar el camino a mi nueva normalidad. A partir de entonces no creo que escriba todos los días. Pretendo cerrar este capítulo cuando reciba los resultados de mi último PET-TAC, que voy a intentar que me lo hagan la última semana de diciembre. Entonces pondré el punto y aparte a esta aventura escrita que ya habrá durado casi 8 meses.
Cuando empecé a compartir con todos los que me habéis leído mi día a día, quedaban muchos interrogantes por delante. Hoy se han resuelto algunos. Ya anticipé, justo al comienzo, que no sabía si esta historia tendría un final feliz. Gracias a Dios, ahora parece que hay muchas posibilidades de que así sea, pero hasta que no tenga esa prueba final a finales de diciembre, no podré cantar victoria, aunque sea una victoria parcial.
Están siendo unos meses especialmente largos, cuando los miras deteniéndote en los momentos difíciles, pero también han pasado con rapidez, cuando lo haces evaluando su conjunto. Es verdad que 2022 no está siendo mi mejor año, pero estoy acabándolo vivo, y eso ya es una buena noticia. Lo que me depare el futuro no está escrito.
Hoy publican en La Vanguardia una entrevista a Víctor Amat, que ha escrito un libro titulado: “Psicología Punk. Contra el pensamiento positivo y naif”. El título de la entrevista es una frase del autor en ella: “La vida es aquello que pasa entre hostia y hostia”. Este pensador está en contra de muchos libros de autoayuda que intentan transmitir la idea de que solo pensando en positivo, las cosas van a fluir hacia lo bueno. El aboga por afrontar las adversidades con más realismo y dejarse sentir la pena, la frustración y el enfado cuando recibimos reveses.
Como todo, el equilibrio es lo que creo que más nos puede ayudar a la hora de tirar para adelante con los contratiempos. Que este 2022 me ha pegado una hostia, como la calificaría Amat, está claro, pero si salgo de esta con buenas perspectivas, no me voy a poner a pensar cómo prepararme para la siguiente. Bastante he hecho, creo yo, superando esta, la mayor parte del tiempo, con buena cara y sin un sufrimiento extremo, al menos emocional. Que he pasado momentos malos y me los he dejado sentir, por supuesto. Un llanto en el momento oportuno supone un desahogo necesario. Un cabreo justificado, también. Pero, la vida, no solo es una sucesión de “hostias”, también de excelentes momentos. Prefiero planteármela como que es una sucesión de episodios agradables en la que, de vez en cuando, te pegas una hostia. Y cuando esta llega, ¡vamos! A levantarse, sacudirse el polvo y a seguir andando, que es gerundio.