(158º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Si te ayudo me ayudo?).

(158º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Si te ayudo me ayudo?).

10 de noviembre de 2022.

¡Una semana para mi última sesión de quimio! Esta noche sí he dormido bien, el Noctamid volvió a surtir efecto. Se levanta uno mucho mejor. 

Esta mañana estoy de trámites con las aseguradoras privadas para cambiarme a la sanidad pública en enero y seguir pagando por mi cuenta el seguro privado con una de ellas. He hablado con ASISA, DKV y ADESLAS. Las dos últimas van a estudiar mi caso y ASISA ya me ha contestado que me hacen la póliza pero “se le excluiría la asistencia derivada y asociada de procesos oncológicos, brotes evolutivos y sus secuelas”. ¡Vaya tela! Llevo 30 años con ellos a través de MUFACE. Gracias a Dios no he tenido intervenciones quirúrgicas complicadas ni ingresos hospitalarios, salvo este último año, por el linfoma de Hodgkin, y ahora me siguen asegurando pero no me cubren cualquier enfermedad oncológica futura.

Entiendo que una recaída en el linfoma de Hodgkin no lo cubran pero si, dentro de 7 u 8 años, sufro un cáncer de piel, ¿tampoco? Me parece excesivo, así que a ver si las otras dos compañías abren un poco más la mano. Está claro que las empresas quieren rentabilizar al máximo, pero en temas de salud deberían ser un poco más sensibles. En fin, que habiendo pasado un cáncer, uno parece un apestado en algunos aspectos. Menos mal que tenemos un servicio público de salud que, por ahora, no le hace ascos a nada ni a nadie, aunque tenga sus evidentes carencias. Como ya he dicho, en la mayoría de los países, empezando por la primera economía del mundo, esto no es así y, como no tengas un seguro privado completísimo y, por tanto, bastante caro, mejor que no sufras una enfermedad grave, o tendrás que empeñar hasta el anillo de bodas para pagarte el tratamiento.

Ayer tarde, hablaba con Rubi sobre la longevidad y buena salud en general que ha tenido mi padre. Ya hablé de ello en otras entradas y siempre lo he atribuido a su buena alimentación, apenas ha comido carne y tampoco ha sido nada glotón, sus buenos hábitos, no ha fumado apenas y casi no ha probado el alcohol, y sus largas horas de descanso, siempre ha dormido como un lirón y muchas horas. Pero hay otro factor añadido que creo que ha contribuido a su bienestar. En mi casa, los malos tragos siempre los sufría mi madre. Mi padre se limitaba a trabajar y traer el sueldo a casa, pero mi madre lo mantenía casi siempre a un lado de los problemas que surgían. Tampoco ha sido mi padre un hombre de los que tomaba la iniciativa para resolver los ajenos. Su manera de enfocar la vida ha sido bastante simple y nunca fue muy dado a complicársela ni a darle muchas vueltas a la cabeza. Habiendo sido una buena persona y prestando ayuda a todo el que se lo ha requerido, por su sencillez y poca cultura en general, tampoco se ha convertido en consejero de mucha gente ni paño de lágrimas de otros, con capacidad para resolver cuestiones de cierta complejidad en las relaciones humanas o dificultades emocionales. Digamos que en su entorno, a mi padre lo han dejado tranquilo de muchas de las dificultades o enredos que han ido surgiendo.

Yo soy bien distinto a él en ese sentido. Ayer le decía a Rubi que en estos meses de enfermedad, a pesar de intentar aislarme y llevar una vida más tranquila, no he podido permanecer ausente de los problemas que mi familia inmediata o amigos muy cercanos han sufrido. Bien es cierto que, apartado del trabajo y de muchas de las actividades de la congregación, he podido ahorrarme algunas tareas que habrían añadido estrés a mi rutina, pero no he podido abstraerme de tratar algunas de las dificultades con las que han tenido que lidiar mis amigos o familiares inmediatos. 

Como la mayoría de las cuestiones que nos atañen, siempre ofrecen las dos caras de la moneda, esta manera de enfocar la vida tiene su parte positiva y otra negativa. Yo me siento bien ayudando a otros, de hecho, estoy convencido que es algo de lo que más contribuye a nuestro bienestar emocional. El egocentrismo y trabajar solo por el interés propio no genera felicidad en el medio y largo plazo. Hacer el bien a otros es hacérnoslo a nosotros mismos. Ahora bien, el desprendimiento personal excesivo tiene un peaje a pagar que debemos valorar. Asumir el sufrimiento ajeno como parte del propio genera inquietud y preocupación que, si no sabemos moderar, acaba minando nuestro buen estado de ánimo. 

Igual que un cúmulo de malas noticias va horadando nuestro caparazón hasta llegar a nuestra piel y dañarnos, los pequeños disgustos que nos producen las tribulaciones de nuestros seres queridos también lo hacen. Ayer, en el informativo de la Sexta, entre el disparatado precio de los alquileres, las precarias condiciones de los sanitarios en toda España y el despropósito que supone que las grandes economías del mundo sean las que más contribuyen al calentamiento climático y menos dispuestas están a hacer los cambios que se necesitan, acompañadas de otras pésimas noticias, no tuve más remedio que cambiar de canal para ver un rato de fútbol, aunque este fuera el del Atlético de Madrid que practica uno que para nada me gusta, pero, por lo menos, distraía de un panorama tan oscuro.

Si aspectos negativos generales que tampoco nos afectan a todos en primera persona pueden llegar a incidir en nuestro estado de ánimo, cuando las noticias proceden de nuestro ámbito inmediato, el efecto se multiplica. Rubi me recordaba que a ella, en el centro dónde se trató, le decían que tenía que moderar la ayuda que prestaba a otras enfermas, porque ella misma era una que necesitaba más apoyo que algunas de las que ella intentaba animar. Un desprendimiento excesivo por los demás, cuando uno se encuentra abatido, puede contribuir negativamente a su recuperación. 

En mi caso, desligo, quizás equivocadamente, mi estado físico del emocional. A veces puede que me engañe pensando que mi enfermedad es simplemente fisiológica, por lo que si mi estado mental es óptimo, puedo seguir ayudando a otros en ese sentido, puesto que el primero no se resentirá. Quizás no estoy del todo en lo cierto razonando de esta manera. Cuando trato de escuchar con empatía los problemas ajenos, intento aportar una posible solución o simplemente ofrezco argumentos para desmontar el nivel de agobio que tiene mi interlocutor, noto que se produce un desgaste interior, que no es cuantificable en número de calorías consumidas, pero que se genera indiscutiblemente. Siempre he pensado que las horas que un psicólogo pasa asesorando a sus pacientes consumen más que el mismo tiempo corriendo o realizando otra actividad física intensiva.

El problema con que nos encontramos los que estamos acostumbrados a jugar el papel de paño de lágrimas de nuestros amigos y familiares es que, generalmente, no sabemos decir que no. ¿Cómo vas a cortar con brusquedad una conversación telefónica en la que un íntimo amigo se desahoga contigo porque se encuentra atascado sin saber qué hacer? ¿Cómo vas a mirar para otro lado cuando alguien cercano te mira a los ojos como el gato con botas de Shrek? No es que juegue ese papel de oráculo, consejero y psicólogo aficionado todas las semanas, pero en estos últimos meses sí que lo he hecho en numerosas ocasiones y quizás no era el más adecuado para seguir asumiendo ese tipo de funciones. Tampoco, por mucho que estemos enfermos, podemos mudarnos a una isla desierta y permanecer apartados de la civilización, pero creo que una buena dosis de modestia, en el sentido bíblico de la palabra, que consiste en estar al tanto de nuestras limitaciones y actuar en consecuencia, nos viene bien a todos.

Una buena amiga me daba este consejo al comienzo de mi enfermedad: “Ahora es el momento de que te dediques solo a ti”. Bueno, agradezco su buena intención y creo que, en líneas generales, es acertada su indicación, pero en cada momento de la vida hay que moverse en ese difícil equilibrio que requiere capacidades funambulistas. Cuando objetivamente el enfermo más grave es uno, por supuesto que tiene que dedicarse a él, si uno desaparece del mapa, no podrá dedicarse a nadie más, pero ni siquiera en esos momentos tan delicados creo que es bueno olvidarse de los demás, tanto más cuando uno observa que tu propio estado deteriorado añade peso a la ayuda que puedas prestarle a otros, porque te escuchan con más admiración, tu aguante y forma de encarar las dificultades les resulta motivadora y un acicate para luchar contra las suyas. Hacer el bien a otros, repercute en el tuyo propio.

Después de divagar por estas reflexiones tan sinuosas, la conclusión está más difuminada todavía, pero algo sí está claro, cada día, y reitero, solo este día, tenemos que lidiar con los obstáculos que se nos presenten, propios o ajenos, pero valorando bien nuestras fuerzas para afrontarlos y pensando en el desgaste y posible extenuación que posteriormente nos puede producir. Equilibrio, equilibrio y más equilibrio es uno de los ingredientes más valiosos de la receta del bienestar.

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