(153º) DIARIO DE UN LINFOMA (De premios y castigos).

(153º) DIARIO DE UN LINFOMA (De premios y castigos).

5 de noviembre de 2022.

Extrañamente, he dormido bastante bien. Con un Noctamid y un Paracetamol no me he levantado ni una sola vez. Cuando miré el reloj eran las 7:45 y ya me he incorporado definitivamente y he desayunado. El día se presenta típicamente fatigoso y con el malestar característico post-quimio, pero lo echaremos lo más dignamente posible.

Ayer pasé casi todo el día en Jerez, nos vinimos para Benaocaz más allá de las 6 de la tarde. Dejamos en el piso a Antonio y Ana que van a acompañar a Gema este fin de semana. Roberto sigue hospitalizado y esperando algunas pruebas más para determinar el origen de esa hepatitis a la que no le encuentran todavía explicación. Los médicos le insisten mucho en un posible origen tóxico producido por algún alimento o complemento alimenticio. Según les contaron los médicos de digestivo, el último caso que tuvieron de una hepatitis no vírica ni autoinmune fue el de una chica a la que se la produjeron unas pastillas que compró en una herboristería para mejorar su memoria de cara a los estudios. De nuevo, esto pone de manifiesto que hasta los llamados “remedios naturales”, como ya he tratado de resaltar en otras entradas, tienen su riesgo. 

En otro orden de cosas más agradable, ayer fue un día feliz para mi Rubia. Acudió a Sevilla a recoger el premio que otorga la Fundación José Manuel Lara por el Certamen “Enseñamos a Leer”. Obtuvo el Primer Premio por su proyecto “Entre el olvido y la distancia”. Basado en este proyecto acaba de terminar el libro “La ilusión de ser poeta con luz propia” que la Editorial Gunis está a punto de publicar. 


Las ilustraciones del libro las ha hecho Keila y de verdad que son preciosas. La portada también es suya. Ayer tuvieron una mañana de promoción madre e hija. 

Hoy el día se ha levantado en Benaocaz a 10 grados, esto ya es más normal para noviembre, aunque dicen que en los próximos días volveremos a tener temperaturas anormalmente altas para estas fechas. A ver si este mes que comienza no nos deja otro más sin apenas precipitaciones. Estoy deseando ver los campos verdes, como suelen estar en este tiempo.

Ayer tuvimos una buena conversación Antonio, Ana y yo. Cuando regresaba a Ubrique iba pensando que había dicho algunas impertinencias. Creo que es algo común que uno se sienta de vez en cuando un bocazas. Yo peco, en ocasiones, de expresar mis opiniones de forma un poco categórica, lo que no le añade razón alguna a lo que digo, solo que cargo de cierta rotundidad mis afirmaciones aunque pueden estar equivocadas. Cuando rumio lo que he dicho, muchas veces me arrepiento de haberlo expresado de esa forma, como si fuera indiscutible, lo cual difícilmente será así.

A pesar de hacer una relectura de lo que digo muchas veces, luego no me martirizo por mis desatinos. A fin de cuentas todos decimos algo desacertado en algún momento. Tampoco me preocupa en exceso que las personas que me conocen y me quieren se molesten por algo que hice o dije, siempre que hablemos de cosas sin demasiada importancia. A veces somos demasiado exigentes con nosotros mismos, cuando los demás no lo son tanto con nosotros. 

El otro día leía un artículo que volvía a destacar la importancia que pueden tener nuestros actos sencillos de interés por otros (https://www.nytimes.com). Hacía uno de esos estudios concienzudos que tanta gracia me hacen porque envuelven medios técnicos y personales de cierta importancia para llegar a conclusiones que podíamos aventurar con simples conjeturas. Claro está, si queremos presentar la carga de la evidencia, se deben hacer así. En definitiva, el estudio resaltaba que un simple mensaje de texto mostrando interés por un conocido tenía más repercusión en el receptor de lo que el emisor pensaba.

También hacía referencia a lo que en inglés se conoce como “Linking Gap” o “Brecha de simpatía” (https://www.vice.com). Se refiere a la percepción distorsionada que tenemos sobre lo bien que creemos que le hemos caído a alguien y lo que esa persona percibió. Volvemos a ser excesivamente negativos en nuestra propia valoración personal. Por ejemplo, quizás conocemos a alguien en un ambiente informal y le contamos un chiste o gracieta del que más tarde nos arrepentimos. Quizás nos cuestionamos si la broma fue demasiado subida de tono o incluso pudo ofender al que nos escuchó. Pues bien, de forma generalizada, casi siempre ocurre que lo que decimos no produce la antipatía o el rechazo del que nos escucha, como podemos suponer, sino que, en general, produce indiferencia o incluso receptividad. En definitiva, que no nos tenemos que flagelar por cada cosa que digamos pensando en que fue inoportuna, porque nuestros oyentes suelen ser más condescendientes con nosotros que uno mismo.

La brecha de simpatía, además, se va perdiendo cuando la amistad se va consolidando con el paso del tiempo. Nuestros amigos aprenden a tomarse mejor nuestras palabras y a no cuestionárselas cuando nos van conociendo, y ven más allá de unas inoportunas apreciaciones puntuales, sino que saben la clase de personas que somos y por eso nos admiten dentro de su círculo de intimidad. 

La lección, a fin de cuentas, es aquello de “hechos son amores y no buenas razones”. Nuestros amigos lo son por lo que mutuamente hemos hecho los unos por los otros con el paso del tiempo. Nos quedan de ellos sus apoyos, su escucha, su comprensión, su ayuda desinteresada. Todo eso nos permite perdonar su chiste sin gracia, su percepción errónea o su desatino puntual. Sobra decir que lo mismo ocurre cuando somos nosotros los que metemos la pata. Así que, una vez más, evitemos ser jueces demasiado inmisericordes con nosotros mismos, para contribuir a una mejor salud emocional.

 

Los comentarios están cerrados.