(150º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Mentiras, malditas mentiras y estadísticas?)

(150º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Mentiras, malditas mentiras y estadísticas?)

1 de noviembre de 2022.

Sé de mi mala cara, y eso que tiene un pequeño filtro de “belleza”, pero la ocasión merece que manche el comienzo de esta entrada con mi foto.

¡150 entradas en mi diario! Iniciamos la recta final. No creo que llegue a las 200, porque pasado mañana me pondrán la penúltima sesión de quimio y ya solo me quedará la última. ¡Ay la última! A ver si soy capaz de llegar hasta ella. Hoy me he levantado bastante fuerte, igual que ayer, y encaro el próximo envenenamiento con más ganas, pero cuando el fin de semana me vuelva a poner tan chungo, se me quitarán todas las ganas de repetir el proceso. En fin, día a día, esa es la clave. 

Ayer fue un día bonito, pero también ajetreado y con algún sobresalto. Vaya racha que llevamos de males. Al mediodía organicé la comida familiar, incluyendo a mi suegro, Curro, que se vino de Ubrique y  echó el día con nosotros. Por la mañana, Rubi y él se fueron de parranda paterno-filial. Primero se pasearon por el mercadillo de los lunes de Jerez, que abunda en puestos de todo tipo y con precios muy asequibles. Lo ponen en una explanada muy cerca del hospital HLA y detrás de la casa de Keila y Wijan. Luego se fueron al Ikea a tomar café gratis. A mi suegro le encantó no tener que soltar un cuarto y tomarse un par de ellos por el morro. También se zampó su buen trozo de tarta, esta sí pagando un módico precio.

Yo me quedé en casa escribiendo el diario y organizando la comida. Pedimos unos menús para llevar del restaurante Casapuerta que está cerca de nuestro piso. Por la mañana, Roberto, Gema y Ana, se habían desplazado al hospital de Jerez porque a Roberto lo habían mandado para su casa del de Ronda sin hacerle más pruebas para su hepatitis. En Jerez lo atendieron por urgencias y se inclinaban por hacer una investigación más profunda de esas transaminasas altas, y también ahora de la bilirrubina. La doctora internista creía que había una posible obstrucción del conducto biliar o alguna otra causa oculta para la inflamación del hígado, una vez descartado el origen vírico. Ana, la pobre, se pasó toda la mañana en el aparcamiento del hospital esperando noticias y me daba pena que estuviera allí sola, así que después de comer me desplacé al hospital y tanto ella como Gema se vinieron al piso para estar acompañadas, porque Roberto seguía en observación. Finalmente, a última hora de la tarde, lo dejaron ingresado y lo subieron a planta. Gema se quedó a dormir con nosotros porque Roberto se encontraba bien y las habitaciones del hospital de Jerez necesitan una reforma como el comer. Además de ser diminutas para dos enfermos, tienen unos sillones que apenas se pueden echar para atrás y resulta un suplicio pasar la noche allí. Hoy que es fiesta no le iban a hacer más pruebas, pero mañana miércoles el equipo de digestivo ya empezarán a realizarlas para determinar el origen de esa hepatitis aguda. Como digo, vaya rachita que llevan también en su familia, con la intervención de Diego, el padre de Gema y Ana, en ciernes para el día 23 en Barcelona. Sus hijas y yernos pensaban desplazarse para acompañarlos y esperemos que no tengan a la vez dos frentes hospitalarios abiertos.

En un mundo imperfecto y plagado de problemas serios, hasta los que no los sufren en primera o segunda persona se vuelven presas fáciles de la negatividad; pero cuando estos ya no son de terceros, sino que te afectan directamente a ti o a los tuyos más cercanos, esa perspectiva deprimente de tu realidad inmediata puede dispararse a cotas de pesimismo enfermizas. Hay que luchar con todas nuestras fuerzas para que esa gangrena emocional no nos invada. Sé de lo que hablo, porque es lo que estoy viviendo. Ayer Ana compartía conmigo una observación que, siendo altamente subjetiva, toma visos de realidad cuando uno la aplica solamente a su entorno cercano.

Ella me decía que le daba un inmenso coraje (expresión andaluza que nada tiene que ver con adquirir valor y determinación, sino sentir un profundo desagrado por algo) que personas que no se cuidan físicamente, sino que castigan su cuerpo con drogas, alcohol, comida basura y otras conductas autodestructivas, parece que salen indemnes de ellas y no contraen cáncer, enfermedades cardiovasculares u otras. Me argumentaba que, por el contrario, conocía muchos casos a su alrededor de personas de comportamiento sano, que acababan sufriendo de importantes patologías e incluso muriendo. Prudentemente no quiso incluirme en su casuística, pero yo sería un caso evidente de lo que explicaba.

Mi contraargumentación hacia esa conclusión que, de ser cierta, nos llevaría a dejar de cuidarnos y más bien castigarnos con todo tipo de prácticas perniciosas como las que he mencionado relacionada con los estupefacientes, alcohol, tabaco u otras, se basaba en la estadística. De verdad que tenemos que evitar conducir nuestras conclusiones por la llamada “evidencia” personal o cercana, digamos que eso no es científico. No sé quién dijo que existen 3 tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas. Como frase ingeniosa está bien, y hasta se cumple cuando los datos que ofrecen las últimas se manipulan para interpretarlas según le conviene al que las presenta. Puede ocurrir como con la democracia, el que la defiende entiende que la opinión de la mayoría siempre debe ser respetada, pero el que la desacredita escoge ejemplos como el de los 3 lobos y 1 oveja que votan sobre qué cenar. Anécdotas o sentencias elocuentes aparte, la verdad es que los datos objetivos y de probabilidad son los que tienen que conducir nuestro pensamiento por los derroteros de la racionalidad.

Si un amigo cercano perdió la vida en un accidente de avión, seguramente nuestra opinión sobre ese medio de transporte será muy negativa, quizás hasta hayamos desarrollado verdadera fobia a usarlo. Ahora bien, los datos muestran que es mucho más probable morir en un accidente de tráfico automovilístico que hacerlo en un vuelo. Este ejemplo archiconocido podemos y debemos trasladarlo a la salud. Solo hace falta leer informes médicos de mediana seriedad para comprobar que las conclusiones en este campo se obtienen de amplios estudios en miles o millones de personas. Ninguna agencia del medicamento que se precie autorizará fármacos que no demuestren en un amplio espectro de la población estudiada resultados evidentes y efectos indeseados admisibles. Los que se acogen a los postreros malos resultados de alguno de esos fármacos que con el tiempo demuestran otro tipo de toxicidades que no se habían previsto, para echarlos por tierra y desacreditarlos, muchas veces defienden otro tipo de remedios “naturales” que para nada tienen detrás un estudio tan concienzudo y que puede que también produzcan reacciones indeseables, aunque no haya evidencias científicas que las demuestren.

El tabaco mata, como reza en las cajetillas, el exceso de alcohol está relacionado con cirrosis y otras enfermedades, el abuso de drogas legales e ilegales daña el cerebro, entre otros órganos, y así podríamos seguir con prácticas que la evidencia científica ha demostrado a base de fiables estadísticas que debemos evitar si queremos tener más posibilidades de mantener una buena salud. Cambiar los buenos hábitos que, durante décadas, han demostrado contribuir a ella, porque casos que, al final, son anecdóticos, por mucho que se repitan y parecen indicar lo contrario, no debería agitar nuestra mente racional. 

Como ya expliqué hace algunas entradas, recientemente un macroestudio publicado en la revista médica británica The Lancet, indicaba que el 50% de los cánceres son evitables si no nos exponemos al “tabaco, el alcohol, la obesidad, la polución, las dietas poco saludables o la exposición laboral a elementos nocivos como el amianto, entre otros.” Nada de eso ha tenido que ver con el mío. Desgraciadamente soy del otro 50%, pero nada en el mundo va a aniquilar mi racionalidad para llegar a la disparatada conclusión de que a partir de ahora voy a fumar, beber sin moderación o practicar alguna de esas actividades que no han influido en mi enfermedad. 

Los seres humanos nos dejamos arrebatar por precipitadas conclusiones más frecuentemente de lo deseable, pero, por favor, tomemos las riendas de nuestros pensamientos y dejemos que los datos guíen nuestro comportamiento. Mi felicitación a los que juegan con la muerte, asumiendo todo tipo de riesgos y salen indemnes, pero la sincera enhorabuena va para los que se conducen evitándolos, aunque algunas veces nos veamos alcanzados por la injusta actuación del azar.



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