(147º) DIARIO DE UN LINFOMA (Ayer pensé que no podía con la mochila).

(147º) DIARIO DE UN LINFOMA (Ayer pensé que no podía con la mochila).

29 de octubre de 2022.

Foto: yamnuska.com

19 grados esta mañana ya es algo más normal en Benaocaz en estas fechas. A ver si nos abandona esta calor anómala y aparecen las lluvias. Ayer no escribí, de hecho, ni encendí el móvil, bueno, solo 1 minuto para enviar un mensaje a mis hermanas. Mi padre andaba con un fuerte resfriado, con posible bronquitis, y quería recordarles que yo estaba físicamente bien y podían contactar conmigo, si era urgente por el fijo, pero que necesitaba desconectar de casi todo en un día, para mí, más oscuro de la cuenta. 

Me gustaría explicar lo que me pasó por si alguien se siente reflejado. Creo que el símil que se me ocurrió esta madrugada puede ayudar a entender lo que nos sucede a todos a veces.

Todos circulamos por esta vida cargados con una mochila, y esta la llevamos más o menos llena de piedras, piedrecitas o pedruscos que van haciendo fluctuar su peso total a lo largo de nuestro recorrido. Solo nos desprendemos de ella cuando entramos en un sueño profundo cada noche, pero cuando volvemos a ser conscientes de nuestra realidad y nos levantamos de la cama, nos la echamos de nuevo a cuestas e iniciamos el día con ella. 

De pequeños, nuestra mochila es diminuta, porque así son las piedras que van dentro de ella. Esas rocas de diferente peso son todas aquellas cosas con las que tenemos que cargar en la vida: responsabilidades, obligaciones, quehaceres, preocupaciones, compromisos; pero también, hasta aquellas actividades que pueden considerarse ilusionantes, llevan consigo una pequeña carga. Apartar un tiempo para hacer deporte y practicarlo, también es una piedrecita. Ir al cine, viviendo en Benaocaz, exige desplazarse en coche a otra población. Lo bueno es que estas últimas ocupaciones nos suministran fuerzas, a la vez, para cargar con la mochila. 

Hasta las actividades de índole espiritual, que a mí me refrescan, también suman su piedrecita a esa mochila simbólica que todos cargamos. Jesús dijo: “Porque mi yugo es fácil de llevar y mi carga pesa poco” (Mateo 11:30). Como he explicado, hay tareas y ocupaciones que nos dan fuerzas para llevar la mochila, como es el caso que cito, pero que, aun siendo livianas, también suponen una pequeña carga, aunque pese poco.

Ayer fue uno de los pocos días en mi vida en los que me levanté pensando que no tenía fuerzas para levantar mi mochila, que, a duras penas, iba a poder con ella esa jornada. No fui capaz de encender el móvil porque es la ventana que abre el mundo a hermosas realidades, como amistades maravillosas, relaciones que no quiero perder, pero, al mismo tiempo, es una fuente de pequeñas o grandes piedras que, cada día, amenazan con seguir aumentando el peso de mi carga. Ayer no quería pensar en añadir un gramo más a mi equipaje, porque no me sentía capaz de moverlo.

Al final del día previo, una roca de cierta consideración ocupó un sitio en mi mochila sin esperarlo. Es como ese gracioso de turno, que en una ruta de senderismo por la montaña, viene por detrás sigilosamente y te lastra con una garrafa de cierta consideración que engancha a tu espalda. De repente notas que el peso se incrementa y que tus piernas se vuelven más pesadas. Esa roca que apareció no era objetivamente de la envergadura suficiente para impedirme seguir con el cargamento, pero se añadía a un equipaje ya suficientemente pesado, fue la gota que, anteayer antes de acostarme, colmó el vaso de mi resistencia.

En los últimos años el peso de mi mochila se había incrementado considerablemente, rocas de importante tamaño aparecieron dentro de ella. El declive físico de mi padre y darle la atención adecuada era una importante responsabilidad, pero no me impedía moverme todavía con soltura. Las tareas de mi trabajo y en la congregación ocupaban un lugar considerable en la capacidad de mi portaequipajes, pero mis piernas seguían, cada día, con potentes cuádriceps para subir peldaños.

Son otras piedras, que necesariamente ocupan un lugar privilegiado en nuestra mochila, las que tienen mayor incidencia en su peso total, las que afectan a nuestra familia más cercana y a nosotros mismos. Los que somos padres sabemos, sin que nadie tenga que explicárnoslo, que las heridas de nuestros hijos nos duelen casi tanto como a ellos. No quiero dejar de recalcar que, al igual que ciertas cosas son cargas, también nos insuflan energías para lidiar con ellas. Los hijos son una fuente doble de vitalidad y estímulo, pero, a la vez, cuando las cosas se les tuercen, un motivo de fuerte preocupación y un peso incrementado en nuestro cargamento. 

Desde hace más tiempo del que hubiera imaginado, la depresión y estado emocional de mi Rubi, como ya expliqué en su día, supusieron la principal roca que cargaba el espacio de mi mochila en el compartimento de las preocupaciones. Posteriormente, el diagnóstico de Alzheimer de mi querida suegra añadió kilos a mi espalda, aunque fuera en menor medida que en la carga que soporta su hija. El pedrusco gordo entró en mi mochila a principios de mayo, cuando el cáncer empezó a formar parte de mi vida. Ya llevaba un equipaje de envergadura considerable, pero este añadido puso fuertemente a prueba el vigor de mis piernas para aguantar en la subida.

Mi primera entrada en este diario hacía referencia a algo que, aunque muchos no compartan, supone un alivio de valor incalculable en mi trayecto por la vida. Un salmo de la Biblia dice: “Arroja tu carga sobre Jehová, y él te sostendrá. Jamás permitirá que caiga el justo”  (Salmo 55:22). En esas primeras horas oscuras en las que asumes un diagnóstico de cáncer, la carga se te puede hacer tan pesada que no seas capaz, a la mañana siguiente, de echar el pie fuera de la cama. Yo, en esos días experimenté la veracidad de esas palabras y noté cómo Dios me aligeraba el peso que me aplastaba y me insuflaba fuerzas y paz interior para ponerme en pie, echarme a la espalda la mochila y seguir caminando.

Afortunadamente, las piedras que forman parte de nuestro abultado equipaje cambian de peso. Algunas de esas que ocupan ese espacio necesario y de las que no puedo desprenderme, también lo hacen. Los avatares que acontecen a nuestros hijos, del mismo modo que incrementan el peso de sus rocas cuando sufren reveses en sus vidas, lo aligeran cuando resuelven algunos de ellos o te aportan buenas noticias. El Alzheimer de mi querida suegra, ahora que recibe la atención adecuada en su residencia, ha pasado a ser un peso más llevadero. La evolución de Rubi en su lucha por abandonar el pozo de la depresión y los trastornos que ocasiona, ofrece momentos de esperanza cuando es capaz de recuperar sus rutinas y enfoca su vida con más ilusión, esa poderosa roca también aligera su peso. 

En la última semana, desde el jueves 20, última sesión de quimio, 4 piedrecitas de mi mochila incrementaron su peso. Fueron 4 pequeñas noticias aisladas que, valoradas individualmente, no suponen nada importante, pero sumadas a un contenido ya bastante voluminoso, incrementan su relevancia y añaden inquietud, porque desafían tu capacidad de seguir moviendo el pesado equipaje. Cada una de ellas supuso una noche de preocupación excesiva, de sueño huido, de pensar si al día siguiente ibas a ser capaz de levantarte con las suficientes fuerzas para colgarte a la espalda tu correspondiente petate y echar a andar. La semana postquimio, ya de por sí, hace que la piedra rotulada con la palabra “linfoma” duplique sus kilos durante algunos días, así que esas otras piedrecitas que aparecieron, todavía desafiaban más los músculos de mi cuerpo.

La última de esas rocas surgió anteanoche, no era la más pesada, tampoco la más determinante, pero sí equivale a esa pequeña gota que colma un vaso a punto de rebosar. Es entonces cuando te acuestas con esa tan desagradable intriga de dilucidar si, al día siguiente, vas a ser capaz de seguir caminando con todo el lastre que obligatoriamente tienes que portar. 

Bueno, no sé si en este paralelo que he trazado sobre nuestro discurrir como montañeros que transitan senderos tortuosos, inclinados y portando mochilas que fluctúan en su peso, permite entender cómo creo que afrontamos todos la vida. ¿Cuáles son los aspectos positivos que puedo destacar de esta realidad, a veces muy complicada, que todos afrontamos?

Primero, las rocas, del mismo modo que entran, también salen de nuestras mochilas. Como nadie es imprescindible en nada, hay momentos en los que tenemos que delegar o simplemente dejar a un lado nuestras responsabilidades. El mundo no se va a detener porque sean otros los que se hagan cargo de nuestras piedras prescindibles. 

Segundo, hay rocas que nadie puede llevar por nosotros. Piensa en la persona más vil y malvada que se te ocurra. Ya me gustaría, si se lo mereciera, pasarle mi linfoma, pero eso no es posible. Esa roca la tengo que soportar yo. Lo bueno es que en los oscuros días de la quimioterapia pesa mucho, pero a la semana siguiente, milagrosamente, se aligera y me permite andar con más soltura. Las buenas noticias, como el PET-TAC ínterin tan positivo, reducen el volumen y el peso específico del pedrusco. No, no siempre pesa tanto.

Tercero, nuestros seres queridos nos cargan con sus penurias, pero también aligeran nuestro peso con su ánimo, afecto y comprensión. No podemos abstraernos de sus penas y adversidades, son piedras de considerable tamaño en nuestras sufridas espaldas, pero sus hombros también son un importante punto de apoyo cuando lo necesitamos y, en conjunto, suponen más un alivio que una carga.

Cuarto y último, dejemos que el azar, la imprevisión del porvenir, el caprichoso fluir de los acontecimientos nos sorprenda. Cuando caminamos esforzadamente por una pendiente montañosa, a veces, como ya indiqué, el gracioso de turno nos engancha un peso adicional a nuestras espaldas y nuestras piernas lo sufren, pero también llega el generoso amigo que nos descuelga una de las voluminosas y pesadas pertenencias y se ofrece a llevárnosla durante un rato, porque nos ve apurados. Dejemos que, igual que lo malo, los momentos de alivio y respiro aparezcan, porque lo hacen, la mayoría de las veces cuando menos lo esperamos.

Yo hoy sigo con mi mochila a la espalda. Todavía está cargada, menos que ayer, porque algunas piedras rebajaron su peso, pero tengo fuerzas para seguir portándola. Hasta el jueves próximo, vienen mis días buenos antes de la siguiente sesión de quimio, el resto del cargamento sigue ahí, pero tengo el coraje y el ánimo para seguir dando pasos camino a la cumbre. No dejemos nunca que los días oscuros nos hagan olvidar que hay otros más luminosos. Lo importante es seguir el rumbo que nos hemos marcado, tratar de perseverar y disfrutar del camino, porque cada paso superado es una pequeña meta.

 

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