(144º) DIARIO DE UN LINFOMA (Podemos ser minieternos).
(Sigo sin Internet, pero robándole datos al móvil de la Rubi, puedo publicar esta entrada un día después)
25 de octubre de 2022.
Que a finales de octubre nos levantemos a 25 grados en Benaocaz no es normal, que en estas fechas los campos que rodean mi casa estén secos sin nada de verdor tampoco, y si encima Whatsapp cae a nivel mundial desde las 9 de la mañana, esto huele a hecatombe.
En la tarde de ayer estuve dando paseos de abuelete (me voy haciendo el cuerpo) por mi calle. Salí solo y, como es bastante llana, me limité a caminar muy despacio de una punta a la otra. Así estuve casi una hora, pero justo cuando iba a dejarlo, me envió un mensaje mi amigo Roberto por si quería ampliar el paseo, así que bajó de su casa junto a Gema y alargamos una hora más el rato de charla y suave caminar. A veces no soy consciente de las limitaciones que la química destructora impone a mi cuerpo, porque con la interesante conversación no me di cuenta de que estaba estirando demasiado mis capacidades físicas en estos días post-quimio. Cuando subí las escaleras de mi casa me percaté de que parecía que, en lugar de haber estado 2 horas andando a cámara lenta, había estado corriendo 15 kms. Estaba molido.
Me duché para intentar sentir mejores sensaciones, pero nada, solo pude cenar con unas náuseas incrementadas unos filetes empanados que siempre celebro y, anoche, solo pude engullirlos para acabar el suplicio cuanto antes. Me senté en el sofá y a las 11 menos cuarto ya estaba mirando hacia la cama, el cuerpo me decía que ya estaba bien por hoy, que tocaba descansar y esperar un nuevo día con algo de más bríos.
Hoy espero que las fatigas y el cansancio se reduzcan en otro pequeño porcentaje. Siempre es lo mismo, esto no tiene más historia, pero ¡qué cansado resulta cuando ya se ha repetido 10 veces! Bueno, vayamos a otra cosa, que ya ha soportado mi diario suficientes lamentaciones.
En el paseo de ayer me hice una foto. Reconozco que le puse un pequeño filtro de “belleza”, que no sé por cierto cómo la realza, porque sigo teniendo más mala cara que Hu Jintao cuando lo expulsaron anteayer del Congreso del Partido Comunista Chino.
Foto de EFE. Mientras el guardaespaldas lo arrastra fuera, Xi Jinping parece pensar: “Venga, abuelete, a la calle que no quiero vejestorios entorpeciendo mi paso”.
Me fotografié con las gafas del cerca porque ocultan algo de las ojeras. Simplemente quería dejar constancia del efecto que está causando la quimio en mi rostro y de cómo recuperaré mi habitual lustrosidad una vez que me recupere. Cuando compare ambas fotos comprobaré que habré pasado de horroroso a simplemente feo. Eso supondrá un pequeño paso para la humanidad, pero uno enorme para mi ego. Eso sí, menudo pelazo tienen los dos mandatarios chinos. ¡Qué envidia!
Ese yermo seco que se encuentra detrás de mí suele estar en este tiempo totalmente cubierto de verde vegetación. Enfrente, hacia el horizonte occidental, se visualizaba esta nueva y preciosa puesta de sol.
Y siguiendo con este post un tanto de reportero político, la otra noticia de ayer fue el nombramiento del tercer primer ministro británico en el último mes y medio. ¡Madre mía! Con lo que han presumido siempre de una democracia consolidada y estable, el espectáculo que estamos presenciando se encuentra muy lejos de esa antigua realidad. La de hoy día es la misma a la que nos estamos acostumbrando a marchas forzadas, un mundo cambiante que acelera su descomposición. El mal de la interinidad política que antes solo se atribuía a Italia, plaga ahora a países como el nuestro, y otros del entorno cercano. De otras democracias más convulsas como las latinoamericanas, no hablemos.
No quiero imprimir a mi entrada de hoy ningún carácter político, solo menciono estos hechos porque, como ya expliqué en otros escritos, cada vez vivimos más en el mundo de la transitoriedad. Cierto es que la vida en sí misma es cambiante y muy fugaz, pero las instituciones que nos sustentan daban cierta aparente estabilidad, ahora, cada vez, más nos movemos en lo perentorio. Hasta aspectos que antes se consideraban inmutables, como era el sexo con el que nacíamos, ahora se pone en cuestión cada vez más hasta el punto en que los psiquiatras avanzan un boom de disforia de género entre los jóvenes. Al paso de la oscilante política se tambalean también otras instituciones como la matrimonial, la religión y tantas otras. Hasta el clima, que parecía constante, con el paso de los años, cambia de forma vertiginosa. Hoy leía un informe que demuestra que el verano en nuestro país aumenta al ritmo de 10 días más por década, es decir, que un treintañero vive ahora un mes estival más que sus padres. Antes se decía que en las provincias de Castilla y León solo existían dos estaciones: el invierno y la del tren. Ahora empezaremos a decir que en Sevilla solo existen otras dos: el verano y la de Santa Justa.
En las aguas agitadas, uno busca desesperadamente algo firme a lo que agarrarse. Hoy no se vislumbran muchos asideros a los que abrazarse, pero a mí me sigue resultando alentador pensar en estas palabras registradas hace unos 3.000 años: “Antes de que nacieran las montañas o produjeras la tierra y el terreno productivo, desde siempre y para siempre, tú eres Dios. (Salmo 90:2).
Resulta bastante complicado para una mente humana entender esa última frase, que Dios exista desde siempre y para siempre, pero es que ni los científicos alcanzan todavía a entender el tiempo y su relatividad. Para mí está claro que nuestro Creador se mueve ajeno al paso del tiempo, algo que para nosotros es tan determinante. No obstante, aceptar ese hecho que, ya digo, es tan difícil de conceptualizar, a mí me ayuda a no perderme en medio de tantas oscilaciones morales, políticas y científicas. Mi referente es un Dios eterno, y a una eternidad en minúsculas es a lo que yo aspiro.