(143º) DIARIO DE UN LINFOMA (No hay mal que 100 años dure…).

(143º) DIARIO DE UN LINFOMA (No hay mal que 100 años dure…).

24 de octubre de 2022.

Hoy empiezo el día con el cuerpo más entonado. Ayer tarde me envalentoné y quise hacer más de lo que mis fuerzas me permitían, limpié un poco el coche, que estaba sucísimo, regué mis cítricos y salí a dar un breve paseo por mi calle, todo llano, vuelta arriba y abajo unas cuantas veces, pero llegué a casa totalmente derrotado. Me volvió ese cansancio y malestar tan desagradable característico de estos días. 

Mi padre nos dio un sustillo, bueno, a mis pobres hermanas, porque yo no estaba para bajar a ayudar. Se cayó de la cama y llamó a la teleasistencia. Mi hermana Tere y mi sobrina Luzma acudieron a levantarlo y atenderlo. Esta semana está raro, sufre algunas alucinaciones y las noches las está pasando alterado. A ver hoy lo que dice su doctora. Son 97 años, y con esa edad uno está sujeto con papel de fumar, la más mínima infección o desajuste en los valores normales lo dejan tocado.

Entramos en la recta final de mi tratamiento. Si Dios quiere, el día 17 de noviembre sería la última sesión, si es que mis ánimos y fuerzas me llevan a recibirla. Esto quiere decir que falta menos de un mes para ese día. Cuando acabe esta parte del tratamiento, y espero que sea la definitiva, mi diario tocará a su fin. Seguramente añadiré algunas entradas conforme se produzca algún hecho relevante, como el resultado del último PET-TAC, pero no seguiré escribiendo todos los días. 

El tiempo pasa muy rápido, como me recordaba Jesús, mi hematólogo, en una de las últimas consultas, pero a la vez muy despacio cuando te encuentras inmerso en un periodo de malestar y tratamiento tan penoso como el de la quimioterapia. Echando la vista atrás, ya han pasado más de 7 meses desde que empecé con la fiebre un 14 de marzo, y más de 5 desde el comienzo de la quimio. Es bastante increíble la forma en que superamos los traumas los seres humanos. Yo todavía estoy saliendo –o eso espero– de uno, pero a lo largo de mi vida he hablado, he leído o he escuchado y visto en entrevistas a personas que superaron momentos dificilísimos: paraplejias, guerras, pérdida de hijos y otras desgracias parecidas. Uno puede llegar a pensar que es imposible seguir adelante después de traumas de este tipo, pero la realidad es que la mayoría lo hace. 

En un orden mucho menor, muchos de nosotros recordamos una fractura ósea, una infección que nos postró en la cama, un revés amoroso, la pérdida de un trabajo y otros contratiempos que, en su momento, parecían hundirnos o resultaron muy dolorosos, pero que cuando los miramos en la lejanía que nos dan los años, ahora resultan mucho menos insalvables, hasta nos reímos de las circunstancias que lo rodearon. Recuerdo un par de gripes que pasé entre los 18 y los 20 años, una de ellas me dejó en la cama 3 días con fiebres de más de 40. Perdí tantas fuerzas, que tengo la imagen grabada de Diego y mi padre llevándome colgado de sus hombros desde el coche hasta el antiguo ambulatorio que se encontraba en los antiguos salones del sindicato, cerca del bar Stop. No podía ni mantenerme en pie. Ese recuerdo me produce cierta hilaridad porque un tipo en la plenitud de su vida, con 1,83 de alto, arrastrado por dos personas mucho mayores, sin poder casi moverse, parece algo ridículo. Lo cierto es que sé que lo pasé fatal, pero ahora todo queda en una anécdota que me produce cierto rubor. 

Esto me enseña algo importante. Nunca debemos quedarnos con la valoración puntual que hacemos de las dificultades mientras las estamos pasando. En el momento parecen insalvables, creemos que nos marcarán de por vida con esa impronta de sufrimiento y penuria que nos producen, pero que relativizaremos cuando los años las pongan en perspectiva.

He tenido varias conversaciones con personas que pasaron por lo mismo que yo hace más de 6 años, en un caso casi 15. Los dos sufrieron efectos como los míos o peores, pero ahora te los cuentan con una sonrisa y con un ánimo inequívoco. La satisfacción de haber superado el trauma es mucho mayor que el recuerdo de lo que llevó aparejado. 

Afortunadamente, a diferencia de mi gata Tiramisú y los animales en general, somos capaces de usar una maravillosa capacidad que tenemos los seres humanos, imaginamos el futuro. Es lo que intento hacer en estos oscuros días post-quimio, pensar en que, cuando pase el tiempo, los miraré con otros ojos, con otro ánimo y me habrán enseñado que no hay mal que 100 años dure…

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