(141º) DIARIO DE UN LINFOMA (Lo que aprendí de mi gata).

(141º) DIARIO DE UN LINFOMA (Lo que aprendí de mi gata).

22 de octubre de 2022.

Me he levantado hecho una verdadera porquería. ¡Qué cuerpo más malo y qué fatiguitas! Menos mal que después de sentarme un ratillo en el sofá y esperar a que mi cabeza se asentara, he podido desayunar y parece que me he puesto algo mejor. Me acordaba de uno de esos sketches absurdos de Faemino y Cansado en el que Javier Cansado decía que pasaba casi todo el día en la cama en posición horizontal y que tenía cuidado, cuando se levantaba, de hacerlo despacio, porque el cerebro, cuando pasamos tiempo en decúbito, se hace líquido y al ponerse de pie hay que esperar un rato a que solidifique. Pues algo así me ha pasado esta mañana.

Hay que tener un buen punto de masoquismo para ponerse en manos de dos enfermeras cada dos jueves para que te inyecten algo que te va a poner tan mal durante casi una semana. Y allá que va uno, por su propio pie, y deja que le pinchen el veneno… ¡Cómo somos los humanos! 

Justo hace un rato, cuando me sentaba en mi sofá a esperar que mi cerebro “solidificara”, mi gata, Tiramisú, se sentaba con indiferencia a mi lado, observándome con su acostumbrada mirada de pasotismo gatuno. Le he echado esta foto y creo que hoy toca hablar un poco de mi compañera de penas de este último año. Ya lo hice en la entrada 59, pero se merece un poco más de amplitud.

Tiramisú ya es viejita, ha cumplido sus 15 años y va camino de los 16. Llegó a casa como un obsequio de nuestra amiga Mari Carmen. Es una gata de raza British Shorthair. Procede de la República Checa y Mari Carmen la iba a vender, como otros gatos que ella cría, a través de su página www.canciondecuna.es. Pero nuestra querida gata venía con un defectillo de salud, le dan ataques epilépticos cuando se siente estresada. Ese estrés puede producírsele al meterla en un trasportín para llevarla al veterinario, por ejemplo. En todos estos años, no obstante, han sido muy pocas las ocasiones en las que sufrió dichos ataques, pero claro, con ese problema nuestra amiga no podía venderla, así que nos la regaló.

Mi relación con los animales, como ya conté, no viene de mi infancia, porque mi madre era contraria a tenerlos en casa, sino de la pasión que Rubi siente por los felinos. Ella siempre tuvo gatos en casa y acabó convenciéndome para que adoptáramos a nuestro Tigre, el primero de ellos. El pobre acabó trágicamente. Yo siempre he sido enemigo de mantener a los animales encerrados y le dije que aceptaba tener un gato pero que pudiera entrar y salir de casa. Así vivió Tigre unos cuantos años con nosotros, le dejábamos la ventana de su cuarto abierta y él entraba y salía cuando le apetecía. Vivía como un rey, puesto que tenía la comida asegurada, y cuando le apetecía salir de correrías por el barrio para coquetear con las gatas callejeras, desaparecía algunas jornadas y volvía a casa a descansar de sus aventuras amorosas. 

Un día, el pobre llegó a casa malherido. Unos desalmados le habían disparado con una escopeta de plomos. Conseguí identificarlos, eran una familia que habían alquilado un apartamento turístico de fin de semana a unos 200 m. de donde vivimos y no tenían otra diversión mejor que dispararle a los gatos de la calle desde el balcón de la vivienda alquilada. A pesar de que acudimos al veterinario rápidamente e intentó operarlo para extraerle el balín, nuestro Tigre murió. No se me olvidan las lágrimas que derramé mientras lo enterraba en mi jardín. Interpuse una denuncia ante la Guardia Civil de Ubrique, pero de nada sirvió. Un compañero de trabajo había visto a esos turistas descerebrados usando la escopeta desde el balcón y actuaron como testigos, pero los guardias dijeron que, aunque hubieran visto a aquellos energúmenos usando el arma, si no fueron testigos directos del disparo a nuestro gato, no había ninguna prueba fehaciente de que fueran ellos los autores. Como suele ocurrir con la mayoría de las denuncias en las que las víctimas son animales, aquello no llegó a ningún sitio. 

A Tiramisú, después de la experiencia con Tigre, no la dejamos salir a la calle, pero nuestra casa es suficientemente amplia para que ella se mueva por todos sitios con total libertad. Este último año hemos intimado ella y yo mucho más. Como Rubi estuvo durante los días entre semana en Jerez, gran parte del año compartíamos sofá por las noches y mis caricias tenían que suplir a las de su dueña, así que, desde entonces, cada vez que me siento, acude a mi lado esperando mis pellizcos en su cuello. Le encanta que le apriete con mis dedos por toda su espina dorsal y ronronea continuamente. Mantiene ese desdén característico de los gatos pero, a la vez, se muestra deseosa de compañía. No tienen ese afán de agradar a sus dueños tan acusado como los perros pero, cuando llegas a entenderlos, se crea un vínculo de cierta dependencia, con sus ámbitos de autonomía en el que se respetan las distancias, pero con encuentros afectivos buscados, siempre que ella dé el primer paso, claro está.

Los animales nos enseñan una lección de vida valiosa, que tiene que ver con la sencillez, la paciencia y la calma. Claro está que no podemos comparar nuestra forma de actuar con la de ellos, nuestro cerebro tiene unas capacidades de las que ellos carecen. El pensamiento abstracto, la capacidad de anticipar y planificar, las múltiples interpretaciones que hacemos de los estímulos que recibimos, entre otras habilidades superiores, siendo una ventaja funcional evidente, pueden llegar a convertirse en nuestros enemigos si no los usamos con equilibrio. Los animales se encuentran tranquilos y contentos si han comido lo suficiente, no pasan frío y se sienten en un lugar seguro. Nosotros aspiramos a mucho más, pero, de vez en cuando, haríamos bien en fijarnos en ellos e imitar su modestia. 

Los gatos, como la mayoría de los animales, no acumulan cantidades ingentes de comida agobiados por si no dispondrán de ella en los próximos días, semanas o meses. Aceptan las muestras de afecto, pero no las buscan continuamente. Son capaces de aburrirse y mirar cómo pasa el tiempo sin sentirse mal y la rutina no les hace daño, sino que los mantiene tranquilos. 

Claro está que nosotros no podemos imitar una vida tan sencilla y vivir ajenos a esas capacidades que nos hacen seres vivos más completos, pero tenemos que evitar que se vuelvan en nuestra contra. Yo, ahora que dispongo de más tiempo, miro a mi Tiramisú con su parsimonia de gata madura, la veo contemplar su alrededor con tremenda tranquilidad, percibo su respiración pausada y cómo cambia de postura cada cierto tiempo o se estira desperezándose para volver a enroscarse sobre el mullido sofá. Intento imitarla cuando me siento unos minutos a no hacer nada, simplemente a respirar calmadamente, mirar sin enfocar el objetivo en ningún sitio y percibir con mis sentidos lo que sucede o no a mi alrededor. Unos simples minutos de “aburrimiento” son un calmante natural que aprendí a usar gracias a mi gata.

 

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