(140º) DIARIO DE UN LINFOMA (10º día de la marmota).
21 de octubre de 2022.
Amanezco después de mi 10ª sesión de quimio. La noche se ha presentado bien físicamente, pero inquieta mentalmente. Ha sido de esas en las que vuelves a tener que despejar de tu mente esas preocupaciones que encuentran difícil solución entre las sábanas y en el transcurso de la madrugada. Esa desazón provoca un descanso menos reparador del deseado.
Me he levantado ya con las náuseas amenazantes entre bastidores, aunque sin hacer todavía acto estelar de aparición. Ya veremos cómo se comportan esta vez. Hoy hay una pequeña novedad, y es que siento algunos mareos, no tengo mucha estabilidad.
Acaba de llamarme mi amiga Ana para confirmarme que la intervención de Diego será el día 9 de noviembre. Ahora toca ayudarles a organizar la estancia en Barcelona. El Comité de Enlace con los Hospitales (CEH) se ofreció para recogerlos en el aeropuerto y buscarles alojamiento en casa de hermanos, si lo necesitan. En principio se trataría de una estancia de 5 o 6 días, si no se complica el post-operatorio.
La sesión de quimio de ayer fue la más rápida con diferencia. Eli y Paula le dieron la lata a las farmaceúticas del hospital para que tuvieran todas mis bolsas preparadas pronto y surtió efecto. Después de la premedicación, que es la bolsa que aparece en la foto, rápidamente vinieron y colgaron del soporte las otras 3. Me dieron el alegrón de la mañana, porque con el dispensador-dosificador (parece que se llama bomba de perfusión) a tope, terminé la sesión ¡a las 13:30! ¡Qué bendición! La última vez me dieron casi las 16:30. Esas 3 horas que me ahorré en el sillón me permitieron estar pronto en el piso y hasta tenía ganas de comer, lo cual hice nada más llegar. Luego me di un buen baño, con dos kilos de sal en la bañera, y me eché una siesta como un bendito. Porque teníamos que volver pronto a Benaocaz, que Rubi quería ir a hacer pilates a las 6, que si no, me dan las 3 horas durmiendo.
Previo a la sesión de quimio, que empezó a las 10, tenía la cita a las 8:30 para extraerme sangre y comprobar mis niveles. El lunes, jugando al tenis con Jairo, y en vista de la respuesta de mi cuerpo, sobre todo del grado de ahogo tras el esfuerzo, me atreví a hacer un pronóstico sobre mi nivel de hemoglobina. Esto fue lo que escribí en el diario: “ le dije a Jairo que el jueves debe andar en torno a 11 la primera (hemoglobina), que es una pequeña anemia, pero todavía no demasiado preocupante. Ya veremos si acierto.” Pues acerté, lástima que no hicimos una apuesta, porque ayer tenía exactamente 11,2. Mis neutrófilos estaban al máximo, y los leucocitos, en conjunto, por encima de lo habitual.
Eli y Paula, como siempre, estuvieron encantadoras. Tuve oportunidad de explicarles con más detalle por qué se habían ampliado mis sesiones a 12, en lugar de 8, y también les comenté algunas carencias que veía en el servicio del hospital de día, siempre como observaciones constructivas, para mejorar la atención que nos dan a los pacientes. Los enfermos que están controlados por los oncólogos tienen a uno de ellos en el hospital pasando consulta los días que reciben la quimioterapia y pueden, por tanto, recibir una visita de este si resulta necesaria, pero los que somos supervisados por los hematólogos no tenemos esa facilidad. No hay ningún hematólogo en el centro disponible para una urgencia o una simple aclaración, solo pueden consultarles por teléfono o email. Ellas vieron oportuno que también estuvieran durante esas horas disponibles físicamente, porque, a veces, como me pasó a mí con las náuseas tan intensas que tuve o como le pasó a Alicia un día que se puso a temblar y acabó con fiebre alta, son situaciones que no solo tranquilizan al paciente, si tu hematólogo te ve in situ, sino que puede ser necesario una intervención en ese mismo momento que no puede ofrecerse a distancia.
Una de mis películas favoritas es “Atrapado en el tiempo”. Se ha hecho tan popular, con el paso de los años, que cuando algo se repite continuamente se suele emplear el dicho “estoy en el día de la marmota”. Para los que no la hayan visto, se trata de un reportero famoso, interpretado por Bill Murray, que cada día se despierta a la misma hora, en el mismo hotel de un pueblo de Pensilvania llamado Punxsutawney. En esta población tienen la costumbre de consultar a una marmota para saber si el invierno se alargará o no. Cada 2 de febrero observan si el animal abandona su hibernación y, dependiendo de su comportamiento, se supone que la estación del frío se alargará 6 semanas más o por el contrario se acortará.
Murray, en su papel de periodista que narra la peculiar costumbre festiva del pueblo, acompañado de una compañera de la que se enamora y un cámara que rueda el reportaje, odia profundamente hacer ese trabajo, porque considera que su reputación profesional exigiría otro tipo de encargos más relevantes, así que está deseando terminar la retransmisión y regresar a la ciudad, pero una ventisca acompañada de una copiosa nevada le impide hacerlo, así que tiene que volver a pernoctar en el mismo alojamiento y a la mañana siguiente el reloj lo despierta a la misma hora y poco a poco se va dando cuenta de que todo se repite en el mismo día. No cuento más que voy a hacer lo que ahora llaman spoiler, pero la peli tiene un mensaje final o moraleja que cada uno interpretará a su manera, pero que a mí me sirvió en su momento para confirmar lo que ya sabía, que hay formas de afrontar la vida que acaban amargándote y otras que le dan sentido, aunque resulten rutinarias.
Mi día de la marmota está compuesto de 14 jornadas. Empieza, como ya he dicho, a las 8:30 de la mañana. Entro por la puerta del hospital y siempre ha estado en recepción la misma administrativa pelirroja de trato agradable. Casi siempre me siento en el mismo sillón de la hilera izquierda y, salvo un par de veces, siempre ha sido Paula la que me pincha la vía y me extrae la sangre, le doy el volante que me mandó Jesús por correo electrónico autorizando el hemograma urgente, y salgo por la puerta con mi brazo parcialmente vendado para sujetar la cánula.
Vuelvo al piso y desayuno siempre una molleta (bueno, en Jerez, como en casi todos los sitios, le dicen mollete) con aceite y algo de lonchas de pavo. Sobre las 9:30 me llega un mensaje al móvil que me indica que mi analítica ya está terminada. La consulto en la aplicación y, como desde la 4ª sesión, gracias a las inyecciones de Filgrastin, suelo tener bien las defensas, regreso al hospital y paso por la mesa de la recepcionista pelirroja simpática, para hacer el ingreso en el hospital de día. La conversación siempre empieza igual: “Qué, ¿a por la pulsera del todo incluido?”, me pregunta. Como eso fue lo que le dije la primera vez que me la pusieron, pues ya repetimos la gracieta. Me suele preguntar cuántas sesiones me quedan y, la vez que le conté la buena noticia del PET-TAC, me dijo con sinceridad que esas eran las noticias que a ella le alegraban el día.
Después paso a las horas de infusión por vena, regreso al piso y baño con sal, siesta y regreso a Benaocaz. Luego vienen los 3 o 4 días de “oro” (del que cagó el moro, como decían los viejos de mi pueblo) de El Corte Inglés, los que te dejan planchado y hecho una piltrafa, y al 5º o 6º, empieza una leve recuperación que te lleva a la semana “buena”, últimamente acompañada de su inseparable febrícula, pero con más fuerzas y menos malestar. Y así llegamos al final de los 14 días de la marmota en los que iniciamos otra vez el proceso.
Como Bill Murray, tengo dos opciones en mi “Día de la Marmota”, o amargarme, hacerle ascos con una mueca a todos los protagonistas de mi “película”: las enfermeras, la recepcionista, la que me vende las molletas (molletes), mi mujer, y todo el que se me cruce por el camino o, por el contrario, mejorar mi relación con cada uno de ellos y aprovechar el tiempo para perfeccionar mis habilidades sociales, comunicativas, reflexivas y hasta deportivas, cuando mi cuerpo me permite echar un rato de pseudotenis. Yo he optado por lo segundo. Cada vez me llevo mejor con Eli y Paula. La primera se casa a finales de noviembre, por cierto, y coincidirá días después de mi última sesión de quimio. Aunque ya tendrá hecho el listado de invitados, como se le caiga alguno de última hora es capaz de invitarme y tendré que declinar la invitación por motivo de mi neutropenia, que si no, allí estaría. Bromas aparte, trato de ser amable y simpático con todo el que me rozo en este proceso rutinario y repetitivo. Ayer, por ejemplo, una chica que se sentó frente a mí en la sesión, le comentó preocupada a Paula que esta semana se había tomado un gin tonic. La pobre lleva 4 años tratándose un cáncer de mama y decía que nunca había bebido alcohol, pero que esta semana, con unas amigas, había “pecado”. Paula le dijo que no pasaba nada. Yo, por quitarle hierro al asunto, le indiqué a Paula que yo también me quedaba tranquilo, puesto que seguiría tomándome mi acostumbrado aguardiente mañanero. Al final nos reímos un rato todos los que estábamos allí.
En realidad todos vivimos en un día de la marmota continuo de mayor o menor duración. Nos tropezamos con las mismas personas, realizamos las mismas rutinas y solo en contadas ocasiones rompemos lo cotidiano con sorpresas inesperadas. Hasta los momentos que llamamos especiales, y que se producen más de tarde en tarde, suelen ser repetitivos. Yo he veraneado en las mismas fechas, en el mismo lugar, muchos años. Sí, es una temporada especial, pero similar a las anteriores. ¿Pasa algo por movernos en el mismo entorno, con los mismos individuos y realizando tareas similares? No pasa absolutamente nada, es de lo más positivo. El protagonista de la peli aprovechó las clases de una mujer mayor que enseñaba piano para aprender a tocarlo, hasta se hizo un experto en figuras esculpidas en el hielo (no cuento más que voy a destripar todavía más la película). La rutina ofrece la comodidad de lo conocido, nos permite ahondar en las amistades, mejorar la forma en que hacemos nuestro trabajo y nos da la seguridad de lo habitual. Si, además, esa supuesta monotonía se produce en un entorno del primer mundo, donde tenemos de todo y hasta nos sobra, ¿qué más queremos? ¡Viva la repetición! Yo disfruto de los goles del Madrid más en la repe que en directo, y la final de la Champions ya la he visto dos veces, aunque ya sepa cómo acaba.
Habrá quien esté totalmente en contra de lo que he dicho, que sea amante de las sorpresas y de la adrenalina que generan, pero, por desgracia, estas tienen las dos caras de la moneda, y no siempre nos sale la buena, así que sin despreciar la curiosidad y expectación que generan, me quedo con una bonita rutina que con 20 inesperadas sorpresas.
¡Feliz día de la marmota!