(139º) DIARIO DE UN LINFOMA (Si hay que ir se va… pero ir pa’ na’…).

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19 de octubre de 2022.

¿A qué no estaba fea la puesta de sol de ayer?

Ayer me hicieron presentarme en Cádiz en el Tribunal Médico. 120 kms. ida y otros tantos de vuelta. Ascensión, la doctora que me recibió, lo primero que me preguntó fue que qué me pasaba. Parece mentira que en los registros de quien tiene que controlar la veracidad de una baja laboral no apareciera el motivo, pero así era. Cuando le dije que estaba en pleno tratamiento de quimioterapia para un linfoma de Hodgkin, me dijo que, nada más verme, se imaginaba que se trataba de algo así. Me pidió disculpas por hacerme recorrer ese trayecto y exponerme, como ella me dijo, a una sala de espera repleta y al consiguiente posible contagio por encontrarme, seguramente, con mis defensas bajas. 

La doctora lamentaba que, según ella, la asesoría médica no le hubiera pasado más información de mi caso y así no tendría que haberme desplazado y podría haberle enviado toda la documentación por correo electrónico. Me comentó que en una enfermedad como la mía, está justificada una baja de, al menos, un año, y que pospondría muchos meses una nueva entrevista para conocer mi estado. Entiendo que haya mucha picaresca con las bajas laborales, pero también que tendrían que discriminar con cuidado aquellos casos que, como el mío, están más que justificados. No soy de los que les gusta remover Roma con Santiago, pero si encuentro un formulario de sugerencias adecuado, intentaré exponer lo que me ha pasado para que traten de informarse bien antes de citar a los enfermos que no necesitan mucha justificación para encontrarse de baja laboral.

Al regreso tenía que pasarme por el hospital HLA de Jerez a recoger mis inyecciones de Filgrastin. Por lo menos, el viaje me sirvió para eso, aunque podría habérselo encargado a mi hija o algún amigo para que me las recogiera. Tenía solo una y ayer me tenía que poner la segunda. No pude entrar en el hospital sin hacer dos breves visitas. Primero saludé a mis queridas Eli y Paula en el hospital de día, que lo tenían, por cierto, hasta arriba de pacientes. Las sesiones de quimio son los martes y jueves, y ayer tenían todos los asientos ocupados. Me recibieron las dos con esa característica sonrisa que uno adivina por la forma que toman los ojos, encogiéndose y achinándose, ya que las mascarillas impiden verla en sus bocas. Les pedí que a ver si este jueves no tenemos más percances con la farmacia y las bolsas de quimio se encuentran preparadas desde el principio para no alargar la estancia en el sillón, ya que la última vez, a pesar de la supresión de la Bleomicina, estuve casi 6 horas allí. Me dijeron que ayer iba la cosa muy fluida, que esperaban que el jueves también.

La segunda visita que no quise evitar fue la de la habitación 244, la que ocupa mi querida compañera Alicia y Ángel, su marido. Me dio mucha pena encontrarla bastante fastidiada. A pesar de que sigue comiendo bien, está, a mi parecer, más delgada. Anteayer, dentro de la delicada situación, recibió una buena noticia, el cardiólogo le hizo una ecografía en su propia habitación y encontró el corazón en buenas condiciones. Su principal problema es que la fibrosis, según Víctor, el internista, está afectando ampliamente al pulmón y esto le impide respirar bien. También sigue doliéndole mucho una escara que se le produjo en la espalda durante el tiempo que estuvo en la UCI y que le tienen que curar todos los días. 

Estuve transmitiéndole todos los ánimos que pude y los dos nos reímos en algunos momentos de la conversación, pero la encontré cansada de esta situación que, en su caso, se alarga desde octubre del año pasado. Ángel salió a despedirme al pasillo y también lo vi cansado, sobre todo por el estado de su querida esposa, a la que observa muy delicada y  todavía no se atisba el final. Ojalá, conforme avancen los días y desaparezcan los efectos de la quimio, mejore y pueda llevar una vida un poco más normal.

Ayer, cuando llegué a Cádiz, encontré un aparcamiento Contreras (así es como los llama mi familia por la suerte que siempre tengo de hallarlos en pleno centro de las ciudades) a unos 300 m. de la oficina de la Seguridad Social, que está justo detrás de Puerta Tierra, la muralla que da paso al Cádiz antiguo. Dos veranos hemos alquilado durante una quincena un piso en esa zona y, por tanto, la frecuentábamos, tanto cuando íbamos a la playa, como cuando nos dirigíamos al centro. Esos metros que recorría a las 10:30 de la mañana de ayer fueron muy agradables, porque venían a mi memoria esos días tan maravillosos que pasé con mi Rubi en los últimos veranos. La suave temperatura que reinaba, el olor al mar, todo adornaba una mañana en la que me encontraba bastante bien. No puedo decir que mi cuerpo estuviera al 100%, pero sí me sentía lo suficientemente a gusto como para disfrutar de ese corto paseo notando los rayos de sol sobre la piel de mis brazos, protegida con factor 50.

Ya lo he dicho muchas veces pero, como diría Matías, permitidme que insista. Cuando uno se encuentra medianamente bien, hay que saborearlo. Yo creo que todos sabemos lo que significa sentirnos mal. No hablo de tener 40 de fiebre o de esos días post-quimio que tan mal me hacen sentir con sus náuseas, el cansancio y el desasosiego interior tan desagradable. Me refiero a esos días en los que uno se levanta con un difuso dolor de cabeza o un malestar general que anticipa un posible resfriado. Esa suele ser mi sensación cotidiana en los últimos 8 meses, pero ayer por la mañana, me sentía prácticamente bien y de verdad que pensaba: “¡Qué maravilla! ¡Cómo se disfruta de la suave brisa en la cara, de los olores agradables que te invaden, de caminar sin que te duelan las articulaciones!” No sientes nada extraordinariamente destacable, simplemente no te encuentras mal. 

Eso que no sé si logro describir, es el estado natural en el que deberíamos encontrarnos todos los seres humanos de forma habitual, de hecho, es lo que sentimos la mayoría cuando no nos aqueja ninguna dolencia. Pero creedme, cuando lo vivimos por un tiempo prolongado, dejamos de valorarlo. No digo que haya que pasar por algo tan desagradable como una enfermedad grave para darnos cuenta de lo que tenemos, pero cuando lo hacemos, esos momentos puntuales de bienestar son fantásticos, dejan de ser corrientes para convertirse en especiales. ¿Por qué perversa razón dejamos de apreciarlos? Antes, no he sido de los que los dejaba escapar sin disfrutarlos, pero ahora, algo que me ayuda a ponerme de buen humor es cerrar los ojos y verme dentro de unos meses libre de fiebre, de dolores, de náuseas… de sentirme mal. Si antes apreciaba un buen desayuno mirando al horizonte de las montañas frente a mi casa, ahora lo haré con más ganas. Me imagino paseando por la calle, la carretera, la playa, sin tanto temor al sol, sin cansancio, respirando sin dificultad, con mis 5 sentidos a plenitud. El paseo de ayer por las calles de Cádiz fue un preludio de lo que espero recuperar. 

No, no me hará falta hacer extraordinarios viajes, comer exquisitos manjares, conocer personas impresionantes, ni vivir momentos únicos. Lo que realmente es especial es simplemente vivir, respirar, sentir, no necesitamos absolutamente nada más para acercarnos a algo parecido a la felicidad. Mis aspiraciones son tan altas que siempre se mantienen a ras del suelo.

Mañana toca quimio, si todo va bien, así que tampoco escribiré en mi diario. 10ª sesión, ya queda menos.







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