(138º) DIARIO DE UN LINFOMA (Naide tiene pacencia (sic)).

(138º) DIARIO DE UN LINFOMA (Naide tiene pacencia (sic)).

17 de octubre de 2022.

Esta noche he dormido inquieto, pero no me encontraba mal. Hay veces que nos ponemos a darle vueltas a la cabeza a cosas que deberíamos dejar aparcadas hasta que amanezca, pero no siempre se consigue. Trataba de recrearme, en mis desvelos, en la victoria del Real Madrid sobre el Barcelona. Suelo hacerlo con las cosas que me resultan agradables y así se me van los pensamientos por otras sendas, pero esta noche volvían a ciertas preocupaciones que me impedían dormir. Menos mal que solo duró un rato, luego regresé a los brazos de Morfeo. 

Por cierto, hablando de dioses griegos, se cuenta una anécdota de la que no puedo verificar su autenticidad, porque no fui testigo directo de ella, pero me cuadra bien con los personajes a los que se les atribuye. Hace ya muchos años, en los comienzos de Radio Ubrique, transmitían los partidos de fútbol del equipo local dos locutores muy dispares, uno, Antonio, era bastante técnico y culto, se expresaba con un vocabulario amplio, el otro era especialista deportivo, pero más llano y limitado en sus recursos lingüísticos. Un día jugaba el equipo ubriqueño en la zona de Tarifa y, como es algo frecuente, en ese área suele azotar el viento de levante con fuerza. Antonio llevaba todo el partido diciendo que Eolo (en la mitología griega, guardián del viento) estaba siendo el protagonista del partido. Llegado un punto en el que su compañero mostraba cara de extrañeza cada vez que Antonio citaba al personaje mitológico, directamente le preguntó: “Antonio, perdona, pero no hago nada más que mirar la alineación de los equipos y no veo a ese jugador, Eolo, por ninguna parte”. 

Por cierto, Antonio tuvo un triste final en su vida, él mismo se la arrebató, pero su recuerdo permanece imborrable en los que lo escuchábamos en las ondas de radio por aquellos años. Disponer de una radio local en un pequeño pueblo era toda una novedad, y durante muchos años él fue la voz más conocida de la emisora. Era una persona educada y con amplia cultura pero, su carácter introvertido y cierto hermetismo que lo caracterizaba, no dejaban entrever que luchaba contra sus demonios internos y que un día se cansaría de vivir.

Hablemos de algo más alegre. Esta mañana me levanté con fuerzas para ir a jugar al tenis con mi amigo Jairo. Hemos estado 1 hora y 45 minutos. La mañana ha estado fantástica. Durante un buen rato las nubes han hecho innecesaria mi espesa capa de protección solar, pero después ha salido el sol, y he agradecido habérmela puesto. La temperatura ha sido muy suave y el viento no nos molestaba. Jairo bromeaba conmigo el sábado diciendo que esta vez le tenía que ganar a un enfermo que, además, iba a ser abuelo. Yo le dije que no le iba a dejar vencerme fácilmente y que luego me regodearía en mi diario contándolo. Pues nada, hay que ser honrado y decir que el primer set me ha metido un 6-3, el segundo iba 3-2 para mí, pero ya mi agotamiento recomendaba parar y dejarlo para otro día, porque me han sobrado, por lo menos, los últimos 15 minutos. Después de esta apreciación, que no tiene la más mínima importancia, porque nuestro rato, que no hace tanto era de frecuencia semanal, era siempre una ocasión agradable, más allá de cualquier resultado. Tengo que decir que después de 9 sesiones de quimio, me siento orgulloso de poder correr y golpear con fuerza una bola de tenis. Aunque mi respiración ahora se entrecorta más de lo habitual, creo que mis niveles de hemoglobina no estarán tan bajos como para tener que inyectarme eritropoyetina. Jugar al tenis me sirve para medir mi oxigenación, porque me conozco bien y sé cuándo el ahogo no toca. La hemoglobina y el hematocrito son indicadores sobre cómo se encuentran los tejidos de oxígeno.  Me atrevía a hacer un pronóstico, le dije a Jairo que el jueves debe andar en torno a 11 la primera, que es una pequeña anemia, pero todavía no demasiado preocupante. Ya veremos si acierto.

No he contado que el sábado estuve un rato con mi padre. El pobre se puso la mar de contento. Lo encontré bastante bien, para su edad y condiciones, pero poco a poco se le nota un poco más deteriorado, lo cual es totalmente normal, son 97 años y camino de los 98. Lo encomiable, en su caso, es tener esa cabeza privilegiada y ese ánimo tan envidiable. Siempre repite su frase de “a mí no me duele nada”, e incluso me decía que ojalá me pudiera dar su salud y cambiarse por mí. Mari, su cuidadora por las mañanas, le decía con gracia: “Manuel, hombre, no le pases tus 97 años a tu hijo”. Delante mía se ponía una y otra vez de pie, incorporándose desde su sillón mientras se agarraba a la mesa, para demostrarme que sus piernas todavía respondían con cierta energía. Desde luego, en positividad mi padre es un ejemplo a seguir.

Nos adentramos en la semana de la décima sesión de quimio, el jueves será el día, pero en esta ocasión, más allá de la febrícula que no quiere dejar de acompañarme, algo he notado de cierta mejoría con relación a la última. Quiero pensar que tiene que ver con la supresión de la Bleomicina, pero quizás se trata solo de una percepción subjetiva. Hoy empiezo con mis inyecciones de Filgrastin y, de nuevo, espero que mis neutrófilos respondan al estímulo y se reproduzcan abundantemente, como ocurrió en las últimas ocasiones.

Son ya muchos meses los que llevo con esta rutina bisemanal de quimioterapia, sus efectos perversos de los primeros días y la recuperación de la segunda semana. Es también mucho tiempo el que ha pasado desde que asumí que me enfrentaba a una enfermedad grave y con pronóstico incierto. Ya tocará hacer un nuevo balance cuando cumpla, por ejemplo, las 150 entradas de este diario, pero permitidme que continúe agradecido a Dios por seguir con el mismo ánimo y determinación que el primer día. No han sido todos buenos, mentiría si lo dijera, pero sí ganan por goleada los que me he encontrado tranquilo, con paz interior y esperanza en cuanto al futuro. Por supuesto que ayudó ese PET-TAC ínterin tan alentador, pero siempre queda ese resquicio de duda de que la malignidad reaparezca o que los efectos de la quimio sean más serios cada vez y exijan hasta una hospitalización, como la que ha tenido que sufrir varias veces mi compañera Alicia que, en estos mismos momentos, sigue ingresada.

Finalizo hablando de una cualidad que no formaba parte de las que destacaban en mi personalidad hace algunos años. Siempre fui un poco impaciente. En los últimos tiempos, las circunstancias me han obligado a aparcar mi impulsividad y aprender a esperar con paciencia. Así como ya hablé del aguante, que es imposible desarrollarlo si no te enfrentas a pruebas, los momentos difíciles que exigen esperar resultados que no son inmediatos, los procesos que se alargan necesariamente en el tiempo para que vayan cumpliendo plazos y otras circunstancias que precisan del paso de los días, semanas o incluso meses para ver el fruto de las medidas que se toman, todo esto nos ayuda a cultivar una percepción más calmada y paciente de la forma en que tienen que discurrir los acontecimientos. Intentar precipitar resultados o acelerar lo que necesita su cadencia natural, solo distorsiona el transcurrir de la vida al paso que esta marca. Aquellos dichos populares: “Las prisas no son buenas consejeras”. “Vísteme despacio que tengo prisa”, y tantos otros, nos recuerdan que de todo se aprende. Si nos tomamos el debido tiempo para analizar los aprendizajes que se derivan de los peores episodios de nuestra existencia, seguro que incorporaremos algo positivo a nuestro zurrón de experiencias y cada vez tendremos más herramientas para lidiar con los imponderables que se nos presenten en el camino. Yo, en mi mochila, ya llevo una buena provisión de paciencia, y me siento orgulloso de haber aprendido a acumularla, porque, como me decía un señor hace algunos años en una puerta: “Hoy día naide tiene pacencia” (esta vez las patadas al diccionario se las dio él, pero quedó simpática la afirmación).

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