(137º) DIARIO DE UN LINFOMA (El fútbol sigue igual y China también).

(137º) DIARIO DE UN LINFOMA (El fútbol sigue igual y China también).

16 de octubre de 2022.

Pasamos la mitad del mes de octubre y este veranillo de otoño se alarga. Poco frío, algunas nubes, pero apenas aparece esa lluvia que tanto anhelamos. Las mañanas siguen dejando preciosas estampas, como la de esta foto.

Cada fotografía se presenta distinta al levantarse el día pero, para mí, empiezan a ser rutinarias, ya que dan paso a una habitualidad repetitiva. La toma de algunos medicamentos y complementos, la lectura del texto del día (una publicación que analiza diariamente un pasaje bíblico), un repaso a la actualidad periodística, el desayuno y sentarme frente al ordenador a escribir este diario, se han convertido en mi idéntica secuencia cada mañana. No significa una contrariedad, pero sí la perspectiva de pasar más horas encerrado en casa de lo que sería normal en mi agenda diaria.

Recién levantado, Rubi me daba un abrazo al recibirme por el pasillo que conduce a mi salón-cocina y me decía: “Qué, esto empieza a hacerse pesado, ¿no? Hasta para mí lo es”. Lo cierto es que los meses se han sucedido desde el 14 de marzo, y la novedad diaria no es otra que determinar si el grado de malestar es alto, medio o moderado. Son pocos los días, en todo este tiempo, en los que he podido decirle a quien comparte su vida conmigo que me he incorporado de la cama sintiéndote de 10. Por muchos años, sin darme cuenta, yo era de los que me levantaba cada mañana tarareando una canción, algunas de ellas de cuando Franco era cabo, y sin encontrarle ninguna razón a que rondara por mi cabeza esa melodía. Ahora, sin percatarme de ello, hasta ahora que lo escribo, no recuerdo haberlo hecho en los pasados meses. 

Ayer pude salir un poco del encierro domiciliario por la mañana. Fui a ver a los niños de mi sobrina Maite y su hermano Juan a jugar al fútbol. Desde que era un chaval de 10 o 12 años, tan solo he vuelto a pisar el campo de fútbol municipal de Ubrique unas cuantas veces. Aquello ha cambiado mucho. Ahora solo hay una cancha de césped artificial que dividen en dos para los partidos de los chiquillos. En mi infancia había dos campos a distinta altura, y ambos eran de tierra.

Estuve con mi hermana Tere sentado en la grada a la sombra. Como había un nutrido grupo de padres y madres a mi alrededor, me puse la mascarilla. Me sentía extraño en medio de tanta gente después de todo este tiempo. La gorra, las gafas de sol y el cubrebocas te hacen sentir un poco aislado, como si estuvieras camuflado en medio de la multitud. 

Aunque todo transcurrió dentro de los márgenes de la normalidad, se sigue percibiendo en algunos padres (mucho más que en las madres) ese arrebato que intentan calmar con campañas como la de este vídeo que inserto al final del párrafo. Algunos padres, –pocos, la verdad sea dicha–, en el caso de ayer, olvidan que los niños van a practicar deporte para pasárselo bien, que la competición y ganar tienen una importancia muy relativa en el deporte aficionado, y mucho menos en el infantil. Algunos no pueden contener sus instintos primarios y siguen gritándole a los árbitros, a los niños y ocupando un papel de entrenador que nadie les ha atribuido. 

Por la tarde tuvimos nuestra reunión de los sábados y disfrutamos de un bonito discurso y un motivador artículo que me venía como anillo al dedo, porque abordaba cómo, a veces, podemos sentirnos solos al pasar por dificultades, pero que, en realidad, ni mucho menos es así.

Esta semana dispondré de poco tiempo para escribir por las mañanas, así que mis entradas del diario supongo que serán más cortas. Mañana pretendo echar un rato de tenis con mi amigo Jairo y el martes estoy citado en Cádiz para pasar por el tribunal médico. No le encuentro mucho la razón a tener que desplazarme 120 kilómetros para explicarles a los doctores de la Seguridad Social que sigo de baja porque continúo en tratamiento para el linfoma de Hodgkin. Entiendo que con otras patologías menos evidentes tengan que comprobar si el trabajador realmente debe continuar en la misma situación de incapacidad laboral, pero con un cáncer en pleno tratamiento de quimioterapia, esta comprobación debería dejarse para más adelante. Pero vamos, menos mal que me pilla en mi semana “buena”, porque si la cita hubiese sido este viernes después de la quimio, no me presentaba.

Esta mañana leía un artículo sobre el congreso del Partido Comunista Chino que comienza hoy. Xi Jingpin se perfila como candidato a revalidar su mandato por 5 años más. Teóricamente, solo debería durar los 10 años que ya lleva, pero, por lo visto, tiene vocación de convertirse en un referente para futuras generaciones como lo fue Mao Tse Tung (Mao Zedong) y continuará al frente de China un quinquenio más. En este último decenio, China se ha convertido en la segunda potencia mundial, ha crecido más que ningún otro país y su nivel tecnológico, militar y económico la ha posicionado en un lugar tremendamente influyente en la esfera internacional. 

Más allá de ninguna consigna política, que no pretendo reflejar, porque no inspira mi reflexión, sí que me llama la atención lo flexibles que pueden llegar a convertir los políticos, de forma interesada, los acuerdos internacionales que supuestamente se alcanzan por consenso. Si hay algo que tiene aparentemente un carácter universal, aceptado por todos los países, son los tratados sobre los derechos básicos del ser humano. Pero me llamaba la atención que en el artículo se citaba parte del acuerdo que Putin y Xi firmaron en febrero entre sus dos países. Uno de los párrafos de ese pacto refleja lo siguiente: “El carácter universal de los derechos humanos debe contemplarse a través del prisma de la situación real de cada país en concreto, y los derechos humanos deben protegerse de acuerdo con la situación específica de cada país y las necesidades de su población”.

Expresado con otras palabras y aplicado a los artículos 18 al 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, donde se engloban los derechos de pensamiento, de conciencia, de religión y libertades políticas. Ambos mandatarios vienen a decir que esos derechos están muy bien, pero que, en nuestros países, los vamos a aplicar bajo nuestro prisma, situación específica y necesidad particular. En la práctica, aquí se va a practicar la religión que a nosotros nos dé la gana y los pensamientos políticos que nos favorezcan. En ambos países, por ejemplo, los testigos de Jehová no podemos profesar nuestra fe con libertad, de hecho, en Rusia se suceden los encarcelamientos por el simple hecho de leer la Biblia. 

Si algo tan básico como los derechos humanos quedan en papel mojado cuando a los políticos de turno les apetece, ¿qué pasará con otras regulaciones de segundo orden? Desde luego, ningún país ni ningún gobierno es perfecto y en todos sitios la gobernación humana ha generado más problemas que soluciones, pero, si miramos globalmente el planeta, hay que dar gracias por haber nacido en este tiempo y en este lugar, donde, por lo menos, podemos disfrutar de algo tan preciado como la libertad para pensar, expresar y profesar las creencias que consideremos más oportunas. Pero una cosa sí que deberíamos todos tener en cuenta, la historia nos enseña que estabilidad y humanidad son dos conceptos que no se llevan muy bien. Cuando menos se espera, las sociedades mutan, los políticos de turno cambian las reglas del juego y el blanco se torna negro antes de darnos cuenta. 

Ahora disfrutamos de cierto grado de libertad que, en comparación con otros países, nos permite movernos sin mucho temor, pero no sabemos hasta cuándo esto será así. Por algo mi confianza apunta hacia más arriba, hacia aquel que Santiago, discípulo de Jesús, definía así: “Todos los regalos buenos y todos los dones perfectos vienen de arriba, descienden del Padre de las luces celestes. Él no varía ni cambia, como sí cambian las sombras.” (Santiago 1:17)





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