(134º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Qué hacen dos locos pegando sartenazos?).

(134º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Qué hacen dos locos pegando sartenazos?).

13 de octubre de 2022.

Mi Rubi y mi suegro regresaron ayer de la residencia contentos y, a la vez, emocionados. Tuvieron que contener las lágrimas cuando vieron a Hilaria, pero finalmente fueron más por alegría que por lo contrario. Ella los recibió con indiferencia, a pesar de reconocerlos. Les dio un beso, a petición de Yolanda, la directora pero, en su línea de emociones planas, no mostró ningún tipo de nostalgia por su casa, ni les pidió que no se marcharan o que la llevaran consigo. La despedida fue fría y tranquila, se quedó con sus cuidadoras como si estas fueran ahora su familia.

Como digo, una situación así contada podría generar tristeza. Que alguien que ha compartido toda la vida contigo, o te dio a luz, ya no sienta emoción por separarse definitivamente de ti, podría conducir a una frustración incalculable pero, en vista de las circunstancias, hay que quedarse con el poso alentador que deja: mi suegra no sufre, está muy bien atendida y recibe, no solo cuidados físicos, sino evidente cariño. Mi suegro descansa de unos meses y años que se habían convertido en insoportables, y Rubi tiene la tranquilidad de que sus padres se encuentran en la mejor situación posible, en vista de las circunstancias. Como no me cansaré de repetir, no hablamos del estado ideal de las cosas, pero sí del menos malo… y eso no es poco.

Después de comer me tomé un Paracetamol y me atreví a viajar hasta Benamahoma para estar con el grupo de amigos que allí se habían reunido. Esta zona, a unos 3 o 4 kilómetros del pueblo, es un área recreativa con un amplio llano y arboleda alrededor que da una tupida sombra. El aparcamiento estaba repleto de coches, ayer era fiesta nacional y la temperatura, y el clima en general, invitaban a pasar un día de campo.

Cuando llegué sentí una extraña sensación de encontrarme fuera de lugar. Llevo meses viendo, la mayoría de las caras que me saludaron con una sonrisa, a través de la pantalla del ordenador. Ahora tenía a un buen número de ellos delante y sentía muchas ganas de abrazarlos, pero mantuvimos las prudentes distancias. Charlé tranquilamente con algunos de ellos, pero también realicé alguna actividad física, quizás más de la recomendable, porque llegué a mi casa muy muy cansado.

Rubi se fue con un grupo a dar un paseo hasta un mirador cercano, como se puede ver en la foto.

Un grupo de jóvenes, y algunos maduritos, se quedaron en la explanada lanzándose un disco de frisbee entre ellos. A falta de un balón de fútbol, que suele ser el catalizador de la mayoría de juegos campestres, allí estaban bastante estáticos, en círculo, unas 20 personas esperando que les llegara volando el disco que les lanzaban. Sé de buena tinta que los juegos en los que no interviene un poco de competición acaban aburriendo más pronto que tarde, así que me incorporé al grupo y sugerí que el que no cogiera al vuelo el platillo volador quedara eliminado y pasara al centro del círculo. Si más tarde, el “muerto”  era capaz de interpornerse a uno de los lanzamientos y cazarlo de nuevo al vuelo, recuperaba la vida y regresaba al círculo. Si solo quedaba finalmente uno, ese sería el ganador y empezaríamos de nuevo. Además, para agilizar el ritmo, tendríamos solo 5 segundos para lanzar el disco buscando un compañero que lo cazara. 

No hay nada como establecer premios y puntuaciones en un juego para que este se dinamice. En pocos minutos, todo el grupo se estaba moviendo y corriendo para que el compañero pudiera pasarle el disco y los penalizados también lo hacían intentando interceptarlo. De una actividad en la que estaban quemando 2 calorías a la hora, pasamos a otra que consumía 200. 

Ese cambio en las reglas me llevó más tarde a charlar con unas amigas sobre algo ya sabido por todos, la motivación o el incorporar aspectos lúdicos a tareas que pueden parecer tediosas, cambia la manera en que las afrontamos. ¿Habrá cosa más absurda que ponerse a pleno sol a darle golpes a una pelota con una especie de sartén que, en lugar de fondo metálico, tiene una red formada por cuerdas fuertemente tensadas? Ese es el tenis burdamente descrito. ¿Por qué resulta tan adictivo para los que lo jugamos? Porque ese esfuerzo que parecería inútil y que no practicaríamos aunque nos pagaran, cuando se establecen unas reglas y una puntuación, se convierte en algo divertido. Tienes que intentar que la pelota bote dentro de unas determinadas líneas, evitar que dé un segundo bote, superar una red de algo menos de 1 metro de altura  e intentar que el oponente no llegue al bote de la bola que envías a su lado de la pista. Se establece una puntuación acumulativa, en distintos tramos, y finalmente existe un ganador. Ahora no solo no nos pagan por practicarlo, sino que somos nosotros los que invertimos nuestro dinero para sudar dando carreras, estirando el brazo y todo el cuerpo.

Si lo pensamos bien, son muchas las actividades que acabamos odiando porque las convertimos en rutinarias, repetitivas y las encontramos un sinsentido. Quizás no en todas somos capaces de incorporar el juego o el incentivo que nos motive a verlas de otro modo, pero seguro que en muchas de ellas sí. Por ejemplo, en mis clases, que cada año tienen los mismos contenidos, estos cambian de cariz cuando introduzco factores motivadores para mis alumnos. Casi todos mis exámenes son de tipo práctico, con ordenador, como ya expliqué, pero para adquirir vocabulario en inglés o repasar conceptos básicos de informática, hago algunos exámenes tipo test. Hace algunos años descubrí una aplicación llamada Kahoot que, de forma sencilla, genera esos cuestionarios en el navegador y los alumnos ven las preguntas en la pantalla del videoproyector y responden a las mismas desde sus propios ordenadores. Se establece un tiempo para las respuestas (20 o 30 segundos), una música, que estimula los nervios, suena mientras los alumnos buscan la respuesta. Establezco un premio para los tres primeros clasificados al final de toda la prueba y ese podio de ganadores va cambiando a medida que van acertando o errando en sus elecciones. La clase se convierte en un miniconcurso de televisión y la hora se pasa volando. 

Claro está, no todas las clases pueden ser un divertimento. Los tenistas, y deportistas en general, se lo pasan bien en los encuentros de competición, pero también tienen que dedicar horas previas al gimnasio, la carrera, y otros entrenamientos que no resultan tan divertidos, pero a ese tiempo de esfuerzo más duro y rutinario le encuentran sentido porque le sirve para un mejor desempeño en el juego.

Unas de las quejas más habituales que expresamos es nuestro disgusto por los trabajos repetitivos que tenemos que hacer, sean remunerados o no. Las tareas del hogar o en el taller, la oficina o cualquier otro puesto de trabajo, pueden llegar a convertirse en insufribles si nos estamos diciendo continuamente que son tediosas, pesadas, y acabamos viéndonos como el ratón en la rueda que nunca para de dar vueltas para llegar a ningún sitio. ¿Por qué no introducimos algún aspecto lúdico en ellas? Si no podemos, ¿por qué no nos establecemos pequeños premios o incentivos por realizarlas? ¿Se trata tan solo de cambiar la forma en que vemos ese trabajo?

A Rubi le gustaba mucho limpiar la casa con música salsera, decía que le daba energías para hacer las tareas del hogar y verlas más livianas. En casi todas las actividades que nos lleven un tiempo considerable, creo que hay que buscar pequeños altos en el camino para darnos algún  capricho, por sencillo que sea. Cuando he pintado mi casa, generalmente en verano, o hemos hecho una limpieza más a fondo, o cuando arreglé mi garaje que estaba en bruto, las pausas para un buen desayuno o una cervecita fresquita eran un refrigerio motivador. El trabajo en mi jardín tiene un resultado evidente, recojo deliciosas naranjas, limones, almendras, tomates, pimientos, pepinos, lechugas, etc. 

Pero cualquier trabajo remunerado tiene un incentivo evidente, por pesado o insatisfaciente que nos parezca; al final del mes nos dan unos papelitos o hacen una anotación numérica en nuestra cuenta que nos permite emplear esos billetes, o una tarjeta, para que un amable dependiente nos dé leche, galletas, legumbres, papel higiénico y todo lo que metamos en un carrito a cambio de que, por ejemplo, pasemos un rectángulo de plástico por una ranura y nos reste alguna cifra de ese número que nuestro jefe había incrementado a final de mes en nuestra cuenta. También podemos emplear los mismos billetes o la tarjeta para que un mecánico se ensucie las manos cambiándonos la rueda del coche o que un rápido camarero nos sirva un suculento desayuno o que nos corten el pelo o nos escuche y recete medicamentos un médico y que una solícita farmaceútica no los entregue. Hay una infinidad de personas deseando prestarnos servicios y entregarnos todo tipo de bienes, y se conforman con que les demos unos papeles de colores o pasemos una tarjeta de plástico por una maquinita. ¡Qué maravilla!

Sé que he simplificado mucho el sistema comercial que hay montado detrás del dinero, pero sinceramente creo que si vemos nuestro trabajo como ese medio para poder servirnos de todas esas disponibilidades que nos permiten llevar vidas relativamente cómodas y seguras, veremos el esfuerzo que hacemos de otra manera. Igual que el tenis, no estamos corriendo con el aliento entrecortado, sudando y golpeando bolas sin sentido alguno, sino que hay una motivación envuelta lo suficientemente inspiradora para ese esfuerzo, y lo mismo ocurre con la mayoría de lo que hacemos, solo hay que encontrarla.

Ayer también tuvimos puesta de sol preciosa. Ahí va la foto. 

 

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