(133º) DIARIO DE UN LINFOMA (Pa ti la perra gorda) .

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12 de octubre de 2022.

Rubi acaba de salir para Zahara de la Sierra para visitar a su madre por primera vez en la residencia. Curro la acompaña. Esperemos que la experiencia sea positiva, yo creo que sí, porque las noticias que recibimos de ella son todas buenas, y estoy casi seguro de que los tres se alegrarán de encontrarse. Seguramente la despedida será un poco más dura, pero sabiendo que queda en buenas manos, todo es un poco más fácil.

Anoche me hice el valiente y no me tomé ninguna pastilla para irme a la cama, ni Noctamid ni Paracetamol. No puedo reconocer que haya descansado tan relajadamente pero, por lo menos, puedo decir que, a tirones, he dormido. Me sigo levantando un poco agotado, pero es normal, todavía no ha pasado una semana de la sesión de quimio y el cuerpo sigue readaptándose. Al menos las náuseas han remitido bastante, hoy ya empiezo a tener algo de hambre.

Es festivo y algunos de la congregación han decidido pasar el día de campo en el área recreativa de Benamahoma. Nosotros vamos a almorzar en casa y, si me encuentro bien y sin fiebre, igual nos acercamos a echar un rato allí. Al ser un sitio abierto no corro muchos riesgos, y me apetece despejarme un poco y salir de este aislamiento que dura ya tantos meses.

Hoy me apenan un poco las noticias que recibo de Alicia. Ayer era Ángel el que me contaba que volvía a quedar ingresada por sus dificultades respiratorias. Le hicieron pruebas de anemia y acidosis (es el exceso de ácido en el organismo, ya sea porque los pulmones no pueden eliminar el dióxido de carbono suficiente o los riñones tampoco pueden depurar la sangre debidamente). Parece que ambas analíticas salieron relativamente bien, pero ha quedado hospitalizada porque sus problemas pulmonares van a más. Le comenté la posibilidad de que la Bleomicina estuviera detrás de esta reacción y me dijo que se lo iba a comentar a Jesús. Ojalá la pobre se recupere conforme pasen los días y su organismo se reponga del veneno de la quimio.

Terminé de leer el libro de Jordan Peterson. Su capítulo final está sembrado de múltiples citas del Sermón del Monte de Jesús. Él no se declara confeso de ningún grupo religioso, y la interpretación que hace de muchos pasajes de la Biblia tiene un carácter personal y bastante original, pero creo que se rinde a la misma evidencia que a mí me atrajo de los evangelios; estos recogen una sabiduría práctica que todos haríamos bien en aplicar en nuestras vidas. Hasta los que consideran a Jesús un simple ser humano bienintencionado y, en absoluto, hijo de Dios, como él mismo se atribuía, o alguien procedente de otras esferas espirituales, muchas veces reconocen que sus consejos para saber desenvolverse en este mundo complejo son los más acertados. 

En las páginas finales de su libro se abre en canal para contar dos aspectos personales de su vida que, supongo, habrán contado con la autorización de su hija y esposa a la hora de hacerlos públicos. Yo me he visto reflejado cuando dosifico mis experiencias personales para no herir sensibilidades de mis seres cercanos. Él cuenta una penosa enfermedad que empezó a sufrir su hija en plena infancia, una especie de artritis que afectaba a más de 30 articulaciones y que, con el tiempo, llegó incluso a requerir el implante de una prótesis de cadera antes de los 30 años de edad, algo que suele realizarse en personas ancianas. Esa complicada dolencia, y el sufrimiento que produce en los padres, lo utiliza para exponer su enfoque a la hora de enfrentar el dolor y la angustia emocional que situaciones, a priori, tan injustas producen. 

El segundo campo que aborda es su relación con su esposa, los momentos difíciles que han pasado en su convivencia y la manera que han tenido de afrontarlos. Reconoce que cuando llegaban a un punto de discordia en el que una discusión no tenía visos de acabar, solían replegarse y terminaban durmiendo en habitaciones separadas. Con más calma, al día siguiente, abordaban el asunto e intentaban encauzarlo de manera pacífica. Él expone el método que considera más adecuado para alcanzar la paz conyugal y, de nuevo, cita de los evangelios, cuando Jesús dijo: “”Ustedes oyeron que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo’.  Pero yo les digo que amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen. Así demostrarán que son hijos de su Padre que está en los cielos, ya que él hace salir su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos.” (Mateo 5:43-45). 

El apóstol Pablo, citando del libro de Proverbios, sigue el mismo principio esgrimido por Jesús, cuando aconsejó a los cristianos de Roma: “Más bien, “si tu enemigo tiene hambre, aliméntalo; si tiene sed, dale algo de beber; porque haciendo esto amontonarás brasas ardientes sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal, sino sigue venciendo el mal con el bien.” (Romanos 12:20,21). Tanto Jesús como Pablo hablaron de “enemigos”. Esto, en el ámbito familiar, no debería tener mucho sentido, porque por mal que nos llevemos con nuestra pareja, malo sería que llegáramos a considerarla como tal. Pero el consejo cobra más peso cuando lo analizamos con algo más de detenimiento. Un acto de bondad hacia alguien hostil puede producir esa acumulación de brasas ardientes sobre su cabeza, es decir, el calor que derrite los metales puede producir, figurativamente, la disolución de la animadversión, las posiciones mentales de oposición aparentemente sólidas pueden pasar al estado líquido o, incluso a evaporarse. Quizás si el ejército de Putin recibe flores de los ucranios, no van a recibir de vuelta una lluvia de besos, pero en un ambiente mucho más cercano, como es el familiar, o hasta entre buenas amistades que pasan por momentos de frialdad o distanciamiento, un gesto de acercamiento amable, desarma, como he podido comprobar muchas veces, posiciones que parecían irrenunciables. 

Peterson llega a una conclusión que parece un gran descubrimiento, pero que yo he escuchado montones de veces en nuestras reuniones cristianas, he leído en muchas publicaciones de las que consideramos en ellas y he asumido como un axioma que haríamos bien en grabar de forma indeleble entre nuestros principios innegociables. Si queremos que nuestras relaciones personales fluyan, continúen después de desencuentros y permitan la convivencia a lo largo del tiempo, recordemos que “la paz es mucho más importante que determinar quién lleva la razón”. 

¡Cuántas veces se alargan las discusiones, se enfrían las relaciones, se mantienen las caras largas por el simple hecho de considerar que no se nos otorga la razón que entendemos claramente de nuestro lado! ¿De qué sirve llevarnos el gato al agua, arrimar el ascua a nuestra sardina, si vamos a permanecer disgustados con la persona con la que compartimos la vida? En la convivencia hay puntos de vista irreconciliables, la mayoría de ellos de una relevancia muy relativa. No estamos hablando de enfoques diametralmente opuestos en cuestiones de vital importancia. Esos no nos habrían permitido caminar junto a nuestra pareja desde el principio. Si uno odia tener hijos y el otro no entiende la vida sin ellos, difícilmente podrán permanecer unidos en un objetivo familiar común, pero no son esas las divergencias que suelen alimentar las discusiones cotidianas, sino asuntos de mucha menos entidad. No nos gustó la forma en que nuestra pareja nos habló en público, el destino de las vacaciones fue un error por parte de uno de ellos, un gasto del presupuesto común se considera un pequeño despilfarro, son ese tipo de discrepancias las que muchas veces desembocan en discusiones en las que los argumentos de una y otra parte alimentan el absurdo objetivo final: yo tenía razón y tú no. 

Al final, ni la rendición de una de las partes ofrece un final feliz, porque el “vencedor” puede seguir enojado por la tardanza del “perdedor” en reconocer su derrota, y este último, puede sentirse frustrado por haber tenido que admitir su equivocación. Si el asunto no es de vital importancia, sin duda, lo mejor siempre es alcanzar la paz aunque quede sin determinar quien es el ganador, el que llevaba la razón. Cuando esas nimias cuestiones se dejan en la cuneta para seguir un feliz viaje en paz, con el tiempo se suelen olvidar y hasta nos reímos de la tozudez que mostramos por algo tan irrelevante. 

Aquel famoso chiste refleja la sustancia de lo que pretendo subrayar en las conclusiones compartidas con Peterson:

– Oye, ¿tú por qué estás siempre tan contento?

– Porque no discuto con nadie.

– Anda ya, hombre, ese no puede ser el motivo.

– Pues no lo será.

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