(132º) DIARIO DE UN LINFOMA (Ella sí vive en un presente continuo).

(132º) DIARIO DE UN LINFOMA (Ella sí vive en un presente continuo).

11 de octubre de 2022.

Durante unos 20 minutos cayó una suave lluvia en Benaocaz, nada que resuelva la sequedad de los campos, pero vino acompañada de ese característico olor a tierra mojada tan agradable en estas fechas. Mis fuerzas me permitieron echar un breve paseo por las calles de mi zona y pude captar un par de instantáneas, una vez más, de las preciosas puestas de sol de este enclave.




Esta mañana, también amanecía el cielo con una postal digna de ser inmortalizada, la luna brillaba todavía en el horizonte poco antes de que la luz del sol la hiciera desaparecer.

Los días se suceden con sus ocasos y alboradas, y así ocurre con nuestro discurrir. Ayer fue uno en el que concurrieron también amaneceres y anocheceres en la vida de personas conocidas. A la vez que gira nuestro planeta, también lo hace la noria de la existencia, pasando por puntos álgidos, pero descendiendo también al subsuelo de nuestras historias. 

Tuve la mala noticia de la muerte de un amigo de tan solo 65 años, de Moguer, Huelva. No coincidí con él en demasiadas ocasiones, pero sí las suficientes para sentir un gran aprecio por él y su familia. No tuve ánimo ayer para conectarme a su discurso de funeral por Zoom, pero mi pensamiento estuvo con su entorno más cercano y con los amigos comunes que tanto sufrieron su pérdida. Pero, a la vez, ayer recibí también buenas nuevas de futuros nacimientos y novedades alentadoras de la situación de mi querida suegra. Unas pocas horas de luz de cualquier día dan para mucho, a veces para aunar en un rato escenas de la tragicomedia que es nuestra vida. Y hay que llorar, claro que sí, pero también reír sin sentirnos culpables por hacerlo casi simultáneamente. Ambas emociones están mucho más enlazadas y cercanas de lo que podemos suponer, las dos se despiertan espontáneamente en nuestro interior cuando menos lo esperamos y hacemos mal en acallarlas, reprimirlas, porque Dios nos hizo con ese poder casi mágico de pasar de la risa al llanto, y en sentido inverso, como un resorte maravilloso que evita que se nos atrape en un solo un rango del abanico de colores que componen nuestros sentimientos.

Por la mañana, Yolanda, la directora de la residencia de Zahara, tuvo el precioso detalle de hacer una videoconferencia entre Rubi y su madre. Yo asistí de soslayo a la conversación. Tenemos que agradecerle a esta empática encargada los mensajes diarios en forma de audios, fotos y escritos que le está enviado a mi Rubi para tranquilizarla respecto a su madre. Si hace un par de semanas la desesperación de mi suegro pintaba un panorama tétrico y desalentador sobre el desenlace de los acontecimientos, dos días más tarde se abría una pequeña rendija de esperanza cuando Rubi contactó, por primera vez, con este centro de mayores de Zahara. Afortunadamente tenían una plaza para recibir a mi querida Hilaria. Si el que está arriba movió de alguna manera los hilos, lo hizo, como no podía ser de otro modo, de la forma más certera. Esta residencia ofrece un entorno familiar, cercano, acogedor. Hilaria recibe la dignidad que merece, con una habitación para ella sola, con su cuarto de baño privado, comidas caseras hechas en la cocina del centro, pan de pueblo y, lo que es mucho más importante, la atención esmerada y llena de cariño tanto de las responsables como del resto de trabajadores de la institución.

La videoconferencia resultó muy tranquilizadora, por un hecho que, en principio, podría resultar desanimador, pero que produce en los que queremos tanto a nuestra Hilaria justo lo contrario. Ella vive alienada, ajena a la realidad casi totalmente. Aparecía tranquila y preocupada más por su potaje de habichuelas que tenía para comer y la cantidad de “niñas” que tenía a su alrededor que por la charla con su hija. Cuando Rubi le preguntó si sabía quién era ella, dijo: “Pues claro, María del Mar, mi hija”, pero lo hizo con una indiferencia manifiesta, mirando hacia los lados a las “niñas” (las trabajadoras) que la rodeaban y sin un ápice de nostalgia o pena. Cuando se le preguntó si echaba de menos a su Curro, contestó resuelta que a ese no. El pobre se había convertido en el enemigo número uno de su distorsionada imaginación, y así continuaba en su pobre retentiva, como su maltratador, embustero y envenenador de los últimos meses. En cierto modo, se la veía contenta de estar en un ambiente protegido y seguro. 

Para Rubi y mi suegro, en lugar de resultar desalentador el estado de Hilaria, lo que hace es tranquilizarlos. Ella no los echa de menos, no extraña su casa y su nueva vida, porque, de hecho, no resulta precisamente nueva, sino insólitamente habitual. 

El Alzheimer tiene pocos rasgos positivos, seguramente produce una crueldad dificilmente comparable a otras enfermedades, sobre todo para los familiares de la víctima pero, entre esos que pueden resultar deseables, se encuentra algo que tanto esfuerzo nos cuesta demostrar a los que estamos “cuerdos”, el enfermo vive solo en el presente. Mi suegra puede tener la misma conversación durante una hora y su contenido se irá repitiendo cada 5 minutos. La silla en la que se sienta es indiferente porque es “su” silla en cuanto lleva esos mismos 5 minutos allí sentada. Tan solo ha sido necesario decorar su nueva habitación con algunas de sus fotos, un cojín y una de sus colchas para que se haya convertido en su dormitorio de toda la vida. No será capaz de acordarse de los nombres de las “niñas” que la atienden, pero cada mañana serán las suyas, las que ese día la habrán acompañado toda la vida. 

El dolor que puede producir ver a tu madre o esposa en esa situación, ayer se vio aliviado al comprobar que en ella se produce lo menos malo. Resultaría infinitamente más penoso comprobar que percibe la realidad de una lejanía, de la pérdida del contacto diario con sus seres queridos, de una situación de dependencia absoluta y renuncia a toda autonomía y decisión sobre aquello que le conviene. Hemos perdido a nuestra Hilaria de toda la vida, la persona generosa, risueña, apacible, trabajadora y hospitalaria, pero nos queda su presencia, saber que en media hora podemos estar a su lado para abrazarla, y la tranquilidad de que su realidad es calmada, segura y sin sufrimiento. No es la situación ideal, pero como nunca podemos elegir cuál lo será, aceptar una de las menos dolorosas ya es un motivo para seguir viviendo y aprovechando las oportunidades que se nos siguen presentando para continuar en esta ruta que todos tenemos que atravesar. Mientras podamos seguir mostrando amor y relacionándonos con los que queremos, aunque este contacto esté limitado, tiene sentido seguir permitiendo que nuestros labios dibujen una sonrisa.

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