(130º) DIARIO DE UN LINFOMA (Juventud, inquietante tesoro).

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9 de octubre de 2022.

Esta puesta de sol es también de anteayer, pero es tan hermosa que no me resisto a insertarla.

Se adelantó el Black Sunday y se convirtió en Saturday. Ayer tuve un día malo, dentro de lo que es el proceso post-quimio, porque en realidad no lo fue tanto, ya que no tuve fiebre, pero sí las fatigas, el cansancio y el malestar interior. Espero que este adelanto suponga que hoy empiezo a mejorar y con eso me recupero antes. 

Esta noche he tenido que ir al servicio casi cada hora. Ayer intenté beber más, haciendo caso de las recomendaciones de las guías del paciente, para que mis riñones trabajen y depuren todas estas sustancias que ensucian mis venas. En otras sesiones no he bebido tanto, porque es muy difícil hacerlo cuando sientes náuseas, el agua sabe muy mal y te provoca más repulsión todavía, pero voy a seguir intentándolo a ver si aceleramos el proceso de desechar los restos de AVD.

En nuestra reunión de este sábado, la segunda parte estuvo dedicada a los jóvenes de la congregación. Empecé conectado a Zoom y tenía ganas de participar telemáticamente en esa sección que se conduce por preguntas y respuestas, pero me fui poniendo peor y tuve que escucharla acostado en el sofá y con la cámara apagada. Fueron muchos los comentarios que ofrecieron los adolescentes que asistían presencialmente y disfruté de oír sus sinceras aportaciones. Me gustaría que, aquellos que no los conocéis, tuvierais la oportunidad de hacerlo.

La juventud es una etapa maravillosa de nuestras vidas, y la energía que desprenden los que se encuentran en ella, su positividad e ilusión, son una inspiración para los que vamos cumpliendo años y, con ello, acumulando cierto cinismo. Pocas veces nos paramos a pensar, cuando nos encontramos en ese periodo, en la importancia que tienen las decisiones que tomamos. Seguramente, las más importantes, las que van a repercutir en el resto de nuestra existencia, las abordamos en esa época. Nos decantamos por unos estudios o profesión, consolidamos o rechazamos la fe o principios que nuestros padres nos transmitieron y, en algunas ocasiones, elegimos compañero sentimental que, aunque cada vez menos, se hace con vocación de permanencia.

Los jóvenes a los que me refiero en este escrito forman un colectivo particular, y se enfrentan a desafíos también peculiares. Nunca en la historia de la humanidad hemos recibido tal avalancha de influencias como hoy. Si ya en el siglo pasado los medios de masas: televisión, radio, revistas, libros y periódicos ofrecían una inmensidad de información, lo que hoy tenemos rebasa exponencialmente lo que existía. Internet y los dispositivos móviles han permitido que todos y, en especial, los adolescentes (y niños) accedan de forma privada, lejos del control de sus padres, a cualquier tipo de material y en cualquiera de sus formas. No me atrevo a cuantificar porcentajes, pero me temo que la porción de la tarta de influencia educativa que corresponde a padres y centros de enseñanza ha quedado bastante reducida, y su lugar lo han ocupado influencers, seguidores de las distintas redes y todo ese mundo que se mueve en esas pequeñas pantallas que tan ensimismados nos tienen a todos, pero en especial a los más jóvenes.

En este maremágnum de consejos, tendencias y conductas que se encuentran en los millones de enlaces disponibles, se produce un fenómeno que para mí es nuevo, aunque repita comportamientos que han existido siempre, la novedad recae en la rapidez con la que se produce. En otras épocas, un bulo o una verdad, podía provocar que las masas se levantaran con cierta espontaneidad para solventar una injusticia, castigar un delito o recriminar un comportamiento. Los linchamientos a un supuesto violador o asesino se producían, y se siguen efectuando, en algunas latitudes de nuestro planeta, pero el runrún que precedía a la supuesta certeza de su maldad, necesitaba de un tiempo que ahora, a través de las redes, se ha reducido enormemente. Casi cada semana se producen novedades y noticias de todo tipo que desatan oleadas de partidarios y detractores. La llama de la actualidad dura unos días y luego se apaga para que otra cuestión tome su lugar.

El problema lo encuentro en que, si a los que ya tenemos una opinión más o menos formada, todos estos vaivenes nos influyen, nos tambalean y nos confunden, cuánto más a los que están creando su conjunto de valores. A los jóvenes de nuestra congregación les transmitimos principios que han aguantado en pie milenios, que consideramos eternos, pero hoy, en el reino de la inmediatez, todo parece efímero. Y ese es el desafío que enfrentamos como padres los que creemos firmemente que, efectivamente, existen esos preceptos que permanecen en vigor por mucho que cambien las circunstancias. 

A mis hijas les transmití mi convencimiento de la existencia de un Creador, de alguien al que debemos nuestra existencia y, por tanto, tiene derecho a establecer normas de comportamiento en un tablero de juegos en el que Él estableció las reglas. Las dos hicieron suyo ese convencimiento, aunque siempre las animé a cuestionárselo, porque de nada sirve aceptar algo sin buscar el porqué. Los adolescentes a los que empecé a referirme en los párrafos anteriores se encuentran también en esa disyuntiva, aceptar lo que sus padres les han transmitido o rechazarlo. No es fácil, como ya he dicho, en este mundo tan sobreexpuesto a la información, distinguir el trigo de la mala hierba, pero con esfuerzo, estoy convencido de que se puede hacer. 

Una casa la puedes adornar con todo tipo de ornamentos. Puedes pintarla de diversos colores, decorarla con espejos, cuadros, murales, lámparas, hermosos muebles y sofisticados electrodomésticos, pero nada de eso la mantiene en pie. Son sus cimientos, pilares, vigas y paredes las que le dan solidez. Ayer, cuando escuchaba a los jóvenes comentar sobre sus esperanzas, sus metas, sus dudas que tratan de resolver, observaba que cada uno le ponía un color a las paredes de su casa, variaban en sus gustos decorativos, pero compartían la solidez de una estructura formada de esos principios eternos que no cambian.

Está claro que no todos podemos compartir las mismas líneas de pensamiento. Hay quien, siguiendo el símil, opta por un tipo de cimentación u otra, por una estructura metálica o de hormigón, distintos tipos de tejados pero, como las leyes de la física son iguales para todos, al menos hay reglas que forzosamente tenemos que respetar. Por mucho que hoy se ponga en entredicho todo, que se quieran alterar relaciones familiares, sentimentales y se desprecie, a menudo, la espiritualidad, no nos engañemos, las formas pueden cambiar y la variedad es atractiva, pero el fondo de las cosas son lo que son y pretender desafiar los principios que rigen el universo y, en menor escala, el comportamiento humano, solo puede producir anomalías que acaben mal.

Mis queridos jóvenes, que ayer se expresaban con esa candidez y honestidad, que sé que luchan cada día por apegarse a unos valores impopulares, que navegan en aguas cargadas de dudas y corrientes que arrastran hasta arrecifes, son una inspiración para seguir el consejo de Pablo en 2 Corintios 4:18 “mientras mantenemos la vista fija en las cosas que no se ven, y no en las cosas que se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”

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