(129º) DIARIO DE UN LINFOMA (Es mejor pasarlo de digna madre).
8 de octubre de 2022.
Foto de ayer tarde, en un breve paseo con mi Rubia.
Mi menú de quimioterapia ha cambiado de nombre, ya no es ABVD, sino solo AVD. La B de la Brutal Bleomicina ha desaparecido del cóctel, pero los otros 3 platos siguen haciendo de las suyas. Ayer tarde me empezó esa sensación interior tan desagradable y, por desgracia, familiar para mí en los últimos meses; también se intensificaron las dichosas náuseas (lo siento, tengo que pronunciar la palabra maldita, para no soltar un exabrupto). Emocionalmente el día fue muy triste, sin paliativos. Rubi pudo romper su alexitimia y lloró largamente por la dura realidad de tener que aceptar que su madre pasó la primera de muchas noches fuera de su casa, en un lugar extraño y alejado de su marido y compañero de toda una vida. Pero el día pasó, y hoy se levanta uno nuevo. La vida continúa y hay que seguir viviéndola.
Mi querida suegra no echa de menos su casa, ni a su esposo, ni a sus hijos. La amable directora de la residencia nos ha enviado vídeos y fotos así como mensajes tranquilizadores que la muestran relajada y ajena a la realidad, y esta no es otra que la de la cruel enfermedad del Alzheimer, que hace sufrir mucho más a los familiares que al propio enfermo. A todos nos costará aceptar esta penosa situación, pero habrá que hacerlo y seguir adelante. Cuidar del enfermo es hacerlo también con sus familiares, y mi suegro necesita la misma o mayor atención que ella misma; con sus 88 años a cuestas no está el hombre para tanta tensión y nerviosismo. Los últimos años de su vida merecen ser vividos con más sosiego.
Hoy y mañana suelen ser días difíciles para mí, pero siento cierta expectación por ver si la supresión de Bleomicina me genera menos malestar. Por lo pronto, ayer pasé el día sin fiebre, y eso es toda una novedad en mis últimas semanas, a ver si hoy también me puedo librar de ese molesto efecto que amplifica el resto de reacciones adversas.
Inevitablemente los medios de comunicación se enfrascan en ciertas noticias y saturan titulares, tertulias y redes sociales con algunas que pasarían desapercibidas en otras ocasiones, pero sin que nadie sepa por qué, llegan a copar el interés de todo el mundo y durante algunos días parece que no se puede hablar de otra cosa. En los dos últimos, los insultos de un grupo de niñatos a sus compañeras de estudios de una residencia de Madrid han estado, no solo en los espacios periodísticos, sino políticos. No sé si me voy a meter en un charco innecesario, pero como uno de los efectos secundarios del cáncer es el “resbaladismo” (significa: me da casi igual lo que piensen de lo que digo), me voy a mojar en un tema un tanto controvertido.
La actitud de estos estudiantes que, con excusa de una supuesta tradición de comienzo de curso, se asoman a los balcones para llamar putas a las residentes del edificio de enfrente, dicen algunos expertos que demuestra el aumento del machismo entre las nuevas generaciones. Los hechos parecen corroborar esta afirmación, porque las agresiones sexuales también se han acrecentado y el maltrato psicológico y el control en las parejas jóvenes, a través del uso de los dispositivos móviles, así mismo se incrementan.
Antes de entrar en otras cuestiones más profundas, permitidme que me detenga en el término injurioso que emplearon los jóvenes para dirigirse a sus compañeras. En mi casa, mi padre y mi madre fueron personas que apenas proferían palabrotas. En ese ambiente me crié, pero la generación de mis hermanas y la mía fue bien distinta, estas se convirtieron en algo habitual y, muchas veces, desprovistas de ningún tono de agresividad. A mi madre le escuché, en contadas ocasiones, una expresión tremendamente racista y malsonante que debe hundir sus raíces en el antisemitismo de siglos anteriores. Cuando se enfadaba mucho conmigo, alguna vez me dijo: “¡Serás perro judío!”. Estoy seguro de que no era plenamente consciente de lo que decía, pero si analizáramos su significado fríamente, nos daría repelús usar semejante improperio, siendo conocedores de la historia del siglo XX. Sin embargo, la palabra puta no formaba parte del vocabulario de mis padres. Hoy, sin embargo, es la que más habitualmente escucho en las conversaciones juveniles. En los pasillos del instituto es difícil que pasen a tu lado un grupo de jóvenes conversando y que sus frases no vayan salpicadas de estos términos: puta, puto, coño y cojones.
Puta hace referencia a una denigrante profesión que debería erradicarse. Pocas actividades me parecen más indignas para una mujer que tener que vender sus favores sexuales a cambio de dinero. Una sociedad que normalice esas actividades es una sociedad enferma. Ninguna mujer debería verse forzada a obtener los ingresos para vivir de esa forma. Aunque haya excepciones, estas solo confirman la regla, la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución no lo hacen como su primera opción para ganarse la vida y la palabra que refleja esa realidad es, para mí, una cargada de un triste significado. Evidentemente, pronunciarla hacia una mujer, es un insulto injustificable.
Pero la normalización de su uso con otras connotaciones me parece una penosa perversión del término, y hasta de ahí erradicaría su uso, porque de alguna forma relativiza el peso de su significado e incluso le otorga matices de positividad, cuando no encuentro nada deseable en la prostitución. Desde hace décadas, para realzar algo y destacar lo bueno de una actividad, se usa la expresión “de puta madre”. Significa: me lo pasé estupendamente, fue extraordinario o salió muy bien. No tengo ni idea de cómo llegó a asociarse el concepto de una madre prostituta con connotaciones tan positivas, pero me parece penoso que nuestro idioma se haya desvirtuado en este extremo.
Últimamente se refuerzan ciertas expresiones con el apelativo puto o puta por delante. Hace unas semanas, Rudy Fernández se dirigía a sus compañeros de la selección de baloncesto y, para resaltar lo que había supuesto llegar con ellos a una final de un Eurobasket, les decía esto: “Este puto orgullo que siento por vosotros ahora mismo, de verdad, es una sensación que voy a recordar toda mi puta vida y toda mi puta carrera”. De nuevo, esta tendencia que corre como la pólvora, la imitan los jóvenes en su forma de expresarse.
Igual a muchos les parece una solemne tontería lo que estoy diciendo, pero creo que normalizar el uso de un término que, en su origen, reflejaba una actividad denigrante y forzada para la mayoría de las mujeres, supone un menoscabo para su condición. A mí personalmente me repele usar “de puta madre” para resaltar algo bueno, porque, por mucho que se aleje de su significado literal lo que se pretende transmitir, me parece aberrante que precisamente haya ocurrido eso, que lo que sería trágico, que tu madre se hubiera tenido que ganar la vida con la prostitución, o que tú mismo fueras fruto de esa actividad, se haya convertido en un término elogioso. Es como si una expresión tan repugnante como “violación grupal” acabara entendiéndose como lo mejor de lo mejor. El lenguaje moldea el pensamiento y, aunque nos pase desapercibido, su uso influye en nuestros valores, que van consolidándose progresivamente.
Sin embargo, estoy absolutamente en contra del lenguaje inclusivo. Sería incapaz de leer una novela en cuya primera página se repitiera niños y niñas, doctores y doctoras, jueces y juezas, blancos y blancas, negros y negras, etc. La lectura me resultaría tan insufrible que la descartaría inmediatamente. Creo que la economía del lenguaje y la comprensión obvia de los textos sin necesidad de reiteración, lo hacen mucho más hermoso y accesible. La supuesta inclusión, se convierte, a mi parecer, en exclusión finalmente, porque a fuerza de especificar, obliga al escritor a intentar no dejar a nadie fuera, hasta el punto de que ya no solo se defiende hablar de niño, niña y niñe, sino que, en vista de las nuevas identidades de género, habría que incluir niñ$, niñ% y niñ+, como mínimo.
Pero otras tendencias que no se discuten, como a la que he hecho alusión con el término puta, serían mucho más cuestionables. Por mucho que se haya popularizado, me niego a otorgarle ninguna connotación atractiva, positiva o de refuerzo de un sustantivo, a un vocablo que define algo a lo que ninguna mujer debería dedicarse. Y continuaré mi desarrollo sobre la creciente violencia hacia las mujeres en otra entrada, porque estoy convencido de que esta sociedad apunta en un sentido equivocado para erradicarla. Está obviando que hombres y mujeres somos maravillosamente diferentes, no radicalmente iguales, pero eso ya da para otra polémica parrafada. Perdón por la de hoy, pero la química de mis venas puede que sea la culpable. Feliz día.