(161º) DIARIO DE UN LINFOMA (La vida de Brian no, la mía).

(161º) DIARIO DE UN LINFOMA (La vida de Brian no, la mía).

14 de noviembre de 2022.

El atardecer de ayer en Jerez, junto a la laguna de Torrox.

¡3 días para sentarme en el sillón de mi última quimio! Esta tarde acabo de ponerme mi penúltima inyección de Filgrastin para volver a despertar a mis perezosos neutrófilos. Si todo va bien, y la de mañana también remueve mi médula ósea para que acelere la producción de mis defensas, espero no tener que demorar la sesión del jueves. 

Esta mañana no he escrito, porque a las 9 me fui con mi amigo Carlos a echar un rato de tenis en el club de la Casapuerta en Jerez. Me embadurné de mi protección solar y disfrutamos de algo más de una magnífica hora. De nuevo me encontré con fuerzas y sin ahogos. Mi pobre amiga Alicia no puede decir lo mismo. Anoche me enviaba un mensaje diciéndome que no podía hablar, que nada más hacerlo, le entraba tos y se ahogaba. Hoy esperaba que con la ayuda del fisioterapeuta mejorara. 

A mi amigo Roberto lo han mandado para casa. Su bilirrubina ha vuelto a bajar y le dan un alta temporal en espera de recibir los resultados de la biopsia. Ojalá esa bajada llegue a niveles normales en los próximos días y, aunque no arrojara ninguna luz sobre el origen de su hepatitis dicha muestra, su cuerpo vuelva a funcionar sin trastornos. 

Ya entramos también en la recta final de la intervención de mi amigo Diego, en poco más de una semana, el día 23, se enfrentará a la prueba más complicada de su vida en Barcelona. Oramos para que todo vaya lo mejor posible.

Esta mañana tuve cita con Itziar, la psicóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer. Por cierto, me he hecho socio de esta organización y voy a tener que parar de contribuir a más ONG, porque ahora mismo estoy haciéndolo en la Fundación Pascual Maragall para investigación sobre Alzheimer, la Josep Carreras para enfermedades oncológicas de la sangre y ahora con la AECC. Está mal decirlo, pero también hago otras contribuciones, incluso más importantes que estas, pero los recursos son limitados y uno tiene que poner coto a las aportaciones en materias sobre las que los impuestos que pagamos ya deberían hacer que los gobiernos destinaran suficientes recursos a estas y otras atenciones sociales que tan importantes son para toda la sociedad. Cuando uno ve que ahora lo que se van a aumentar son los gastos en tanques, misiles y otras veleidades, y en cifras de decenas de miles de millones de euros, la verdad es que uno se cuestiona ciertos esfuerzos.

Volviendo a Itziar, estuve con ella casi una hora. Esta vez le presenté una inquietud que sobrevuela en la mente de todos los enfermos oncológicos, la recaída en la enfermedad. Le dije que yo no le daba ahora demasiadas vueltas, porque me encuentro, la mayor parte del tiempo, en calma y tranquilidad interior, pero cuando me acelero por las preocupaciones, los pensamientos negativos son más persistentes y difíciles de erradicar. Cierto es que si el PET-TAC que me haré a finales de diciembre arroja buenos resultados, mis perspectivas son de un alto porcentaje de posibilidades de que no haya recidiva, pero eso no significa que automáticamente la posibilidad de volver a enfrentar el proceso vivido no aparezca por mi mente.

Itziar me recordó dos cosas importantes. Primero me dijo que no creía que ese temor, en mi caso, se convirtiera en limitante. Dice que mis antecedentes y mi estado de fondo son buenos y lo único que tendré que hacer es desmontar el pensamiento las veces que haga falta. Si aparece 10 veces en el día, me tengo que quedar con mi resolución al respecto sin dudar. Ese es un punto determinante en la lucha contra las obsesiones. Cuando una preocupación concreta hemos decidido afrontarla de la mejor manera, o de la menos mala en muchos casos, al volver a aparecer por nuestra cabeza la misma inquietud, tenemos que recordar que ya hemos tomado una decisión, y pensamos llevarla a cabo. Por ejemplo, si sufrimos una fobia a los espacios públicos con mucha gente, quizás pensemos en no pisar nunca más el Mercadona de la esquina de casa, pero quizás, después de pensarlo mejor, la decisión que hemos tomado sea hacerlo a las 2 de la tarde que es cuando menos concurrido se encuentra. Si esa fue la determinación, cada vez que el temor aparezca tenemos que recordarla y afianzarnos en ella. Si son 20 veces al día las que acude a nuestros pensamientos, serán 20 las que recordemos nuestra resolución. Itziar me decía, esa será tu lucha. 

Este punto es muy importante en cualquier temor o preocupación desmedida. Si continuamente estamos cuestionando y pretendiendo cambiar lo que ya hemos resuelto hacer, la indecisión y los volantazos en distintas direcciones solo añaden más ansiedad y angustia, así que una vez resueltos, si hay que machacar mil veces esa resolución, a hacerlo sin miedo. Esa será nuestra guerra y no nos queda otra que lucharla.

La segunda idea que me ayudaría a lidiar con la preocupación por la dichosa recaída me la ilustró con una historieta que os resumo. Se titula “El invitado indeseado”. Fulanito celebró una fiesta con sus mejores amigos, preparó todo tipo de platos deliciosos, seleccionó la mejor música y quería compartir con ellos su felicidad por su nueva espléndida residencia en el barrio de toda la vida. Cuando ya se encontraban en la fiesta todos los invitados, sonó el timbre y acudió a abrir la puerta. Se trataba de Brian, un vecino que no estaba invitado pero que inmediatamente se coló entre la concurrencia. Era el último al que Fulanito invitaría porque se trataba de una persona sin modales algunos, impertinente y con una higiene personal pésima. Fulanito empezó a amargarse al ver cómo Brian empezaba a importunar a los asistentes, a servirse las bebidas y comidas sin pedir permiso y a enrarecer el ambiente. Lo cogió del brazo y lo sacó a la calle. 

Al rato, vuelve a sonar el timbre y alguien le abre la puerta de nuevo al incordio de Brian, que se cuela sin pedir permiso. Fulanito, al observar que sigue haciendo de las suyas, vuelve a echarlo a la calle, pero esta vez se queda en la puerta vigilando por si vuelve. Cuando lleva un buen rato allí se da cuenta de que está escuchando la música y oyendo cómo sus invitados disfrutan de la fiesta, pero él está allí, como un pasmarote, sufriendo en la puerta esperando al pesado de Brian. Al final decide entrar en la fiesta y disfrutar de ella. Brian, que es más pesado que un sordo con un tambor, vuelve a colarse en la casa, pero ahora, Fulanito trata de no fijarse en él, aunque sigue incordiando, se abstrae y disfruta de la celebración a pesar de Brian. Itziar me preguntó en cómo encajaría esta historia en mi caso.

Para mí estaba clara la lección. No sé si Brian, mi enfermedad, volverá a colarse en la fiesta, pero si me quedo en la puerta esperando que aparezca no voy a disfrutar de mi vida. Brian ha estado incordiandome desde un 14 de marzo, ¡8 meses nada menos!, pero no siempre ha conseguido fastidiarme hasta el grado de no permitirme disfrutar. En todo este tiempo he jugado al tenis cuando he podido, he paseado, he saboreado las comidas, como el pollo asado de corral que me he comido hoy. He escrito más o menos afortunadas entradas en este diario, he recibido el apoyo y cariño de muchísimos amigos. Claro que Brian me ha hecho pasar momentos muy duros y todavía me queda uno de ellos que superar, pero cuando he sido capaz de olvidarme de mi “LinfoBrian” no lo he pasado tan mal. 

En los próximos meses no me voy a quedar como un tonto en la puerta esperando que regrese el incordio de Brian, tendré que disfrutar con los “invitados” a mi vida los buenos momentos, trataré de reírme con ellos, también entristecerme con las penurias que compartan conmigo, pero la fiesta, mi vida, es mía y voy a intentar no permitirle a un intruso que yo no invité que me la arruine. Quizás no pueda impedir que se presente, pero sí que puedo conseguir que no la interrumpa ni me la amargue mientras dure.

Y finalizo diciendo que eso fue lo que hice este domingo. El paseo que di con mi Rubi por el centro de Jerez hasta el mediodía fue de lo mejor que he hecho en mucho tiempo. El clima acompañaba, la temperatura era espléndida y, con tanto encierro, pasear al aire libre sin prisas, sintiendo la brisa en mi cara, el calor de los suaves rayos de sol en mi espalda y ver la vida al natural, con transeúntes que se cruzaban en mi camino, extranjeros que tomaban el sol con un café en la mano en la terraza de un bar o esa banda de música que de forma sorpresiva nos encontramos en un templete levantado para tal fin en una de las coquetas plazas del centro de Jerez, supuso un contacto con lo que puede volver a ser mi vida muy pronto. Aunque no entré en espacios cerrados y sigo estando consciente de las precauciones que debo seguir tomando, esa espléndida mañana me hizo disfrutar como un niño. Algo tan sencillo como un paseo por las concurridas calles del centro de una ciudad fue toda una fiesta de la normalidad que tanto anhelo.

 Sí, tenéis permiso para reíros del tonto del gorro, pero este me va a acompañar mucho tiempo. Ya le he cogido hasta cariño. 
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