(125°) DIARIO DE UN LINFOMA (Cuidado con las gafas desenfocadas)
3 de octubre de 2022.
La manga de Villaluenga presentaba este aspecto ayer por la tarde.
Acabo de salir del hospital HLA. Ayer volví a tener fiebre, pero no tan alta como el sábado, solo llegué a 37,7. He visto a Víctor, el internista que me trató cuando estuve ingresado. Me ha dicho que, con fiebre durante la quimio, se suele ingresar y administrar antibióticos en vena, pero que eso retrasaría la quimio de este jueves. Cómo él me ve en un estado bueno y la fiebre no está focalizada, dice que me ponga el Filgrastin y espere al jueves y el resultado de la analítica. Si tuviera un pico alto de calentura con titiritera, entonces que me venga a urgencias.
Él dice que la fiebre se produce por la bajada de defensas, las bacterias intestinales intentan entrar en la sangre y producen esa reacción febril y que no hay otra solución que inyectar antibióticos, pero que prefiere esperar para no postergar el tratamiento de quimio.
Me he venido al piso de Jerez a esperar que Rubi regrese de Cádiz. Tenía cita con el tribunal médico para valorar la continuidad de la baja o no. En un rato saldremos de dudas.
Últimamente siento cierto complejo de delator. Ayer estuve con un grupo de amigos y, como son lectores de mi diario, cada cierto rato, en medio de la conversación me decía alguno: oye, esto no lo vayas a poner en tus entradas. Nos teníamos que reír lógicamente, pero a mí me trasladaba la responsabilidad de meditar todavía más en lo que debo o no incluir en mis relatos. Aprovecho para pedir disculpas a todos aquellos que han formado parte de mi vida y de los que he contado algo. Mi tono suele ser eminentemente positivo, y no es una excepción por el hecho de que plasme mis impresiones por escrito, también intento hacerlo en mis conversaciones, pero eso no es óbice para que pueda meter la pata, como sé que, de hecho, ya me ha pasado.
Continuando con mi tendencia a intentar mantener un tono positivo en mis conversaciones, se me viene a la mente algo que conté ayer y que resalta las distintas percepciones que llegamos a tener de la misma realidad. El optimista y el pesimista se enfrentan a la misma situación, de la misma naturaleza, a la misma realidad como digo, interpretándola de forma totalmente distinta. Los hechos no cambian, las personas son lo que son y las circunstancias también, pero el primero sacará conclusiones esperanzadoras y verá vías de solución a los problemas mientras que el segundo atisbará un triste futuro y enredos irresolubles al mismo entorno.
Una vez visité a un grupo de amigos de los que tenía magníficas referencias, aunque no los conocía en profundidad. Se acababa de incorporar a aquella población otro amigo común y cuando le pregunté por cómo le iba en su nueva población me contó de todo salvo algo positivo. Veía en aquel grupo favoritismos, recelos, envidias, egoísmo y hostilidad hacia él y su mujer. Yo me quedé bastante desolado con su percepción, porque la mía era muy lejana a la suya, pero claro, yo no vivía allí. ¿Hasta qué punto tenía él más base para su criterio que yo, que no residía en aquella población?
Un par de años más tarde, esta pareja se había mudado y, casualmente otra también conocida por mí se había incorporado en su lugar. Cuando me encontré con esta última les hice la misma pregunta: ¿qué tal os va por aquí? La respuesta fue diametralmente opuesta, y esta vez coincidía plenamente conmigo. Todo eran parabienes para su nuevo lugar de residencia, el mismo grupo de amigos que ahora también compartíamos era espléndido, llenos de generosidad, agrado y colaboración. ¿Cómo podía ser que el mismo sitio y el mismo grupo de personas recibieran un juicio tan distinto por parte de dos personas que vivían la misma realidad?
Con el tiempo, por desgracia, descubrí que mi primer amigo sufría un problema psicológico no diagnosticado cercano a la paranoia. No me hizo falta que un psicólogo se lo plasmara por escrito en un informe, porque amigos comunes, y que merecían toda mi credibilidad, habían vivido con él episodios parecidos y observaban esa distorsión en sus percepciones en cuanto a las personas, lugares y circunstancias que lo rodeaban.
No es poco común que esto que cuento suceda a menudo, con mayor o menor gravedad, en el caso de muchas personas. Tiene que resultar bastante trágico y penoso ver enemigos en todas partes y adivinar peligros detrás de cada paso que damos. No me generan aversión ese tipo de personas, aunque resulten más tóxicas que la Bleomicina de mi quimio, sino compasión, porque no me gustaría nunca verme en su situación.
De todas formas, aunque no hayamos llegado a un grado patológico, todos debemos hacer un esfuerzo por no ensuciar más nuestra realidad, aunque esta presente factores contaminantes. Bastante tenemos con que en un local cerrado 1 persona no respete las normas y fume, para que lo hagan 10.
Solemos valorar con generalidades realidades que requieren análisis mucho más minuciosos. Por ejemplo, en mi instituto somos casi 100 personas las que trabajamos, entre profesores, administrativos, conserjes y personal de mantenimiento y limpieza. Un interino que haga una sustitución de un par de meses puede que, en ese tiempo, haya tenido algún rifirrafe con un conserje a cuenta de las fotocopias, un encontronazo con un compañero en una guardia y algún olvido de los administrativos en pasarle alguna notificación. Quizás, si alguien le pregunta por nuestro instituto, esos tres disgustos ensombrezcan todo lo bueno que nos caracteriza y su respuesta abarque esos recuerdos de tal forma que transmita un relato negativo de su paso por nuestro centro.
El caso contrario también puede producirse, en una sustitución de la misma duración quizás a otra persona no le dé tiempo a comprobar el mal genio que algunos de nosotros tenemos o solo se quede con el cálido recibimiento que tuvo en ese tiempo por parte de los compañeros y solo haya percibido las bondades de nuestra forma de organizarnos.
Cómo siempre, lo que suele funcionar es nuestro esfuerzo por buscar el equilibrio. Tropiezos puntuales, en un periodo limitado, no pueden servir para estropear una realidad que llega más allá dos meses, y la ausencia de ellos tampoco es determinante para idealizarla. Ahora bien, si hay que inclinar un poco la balanza, vamos a hacerlo siempre hacia el lado de la positividad, nunca al contrario. Nos permitirá perdonar con más facilidad las dificultades que encontremos, miraremos con mejores ojos a las personas que nos rodean y el regusto que nos quede de los recuerdos será más agradable, y creedme, que ahora entiendo muy bien lo mal que sientan los sabores amargos y distorsionados en la boca.
Una vez más me pongo pesado con aquello que repetía Epicteto: «No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede»