(124º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Qué son 50 años?).

(124º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Qué son 50 años?).

2 de octubre de 2022.

Me acosté a las 11 de la noche con 38,2 de fiebre. En los últimos 7 meses habré estado 30 o 40 días, como máximo, sin ella. En el sentido patológico, y puramente físico, de la expresión, estoy más caliente que los palos de un churrero. Puede sonar a exceso de suficiencia, pero la verdad es que uno empieza a acostumbrarse a esa destemplanza. Anoche, por ejemplo, me sentía mal, pero no fatal. También es cierto que, si esa temperatura, la hubiera alcanzado en los primeros 3 días postquimio, el malestar se habría multiplicado. En fin, espero que todo sea, como sospecho, fruto del envenenamiento y, cuando mi cuerpo se libre de todos esos tóxicos, recupere su ritmo y temperatura habitual.

Anoche llegó el viento de nuevo a Benaocaz, el fenómeno meteorológico más molesto, con diferencia, que sufrimos en este agradable enclave. Espero que no se alargue muchos días, porque me pone de un humor enrarecido cuando se prolonga.

Este fin de semana cumplen 50 años de casados mis queridos Diego y Pili. Ayer me lo dijo Diego, que siempre se mantiene ajeno a estas efemérides, pero que parece que con la vejez se vuelve más convencional y empieza a darle a ciertos acontecimientos la importancia que se merecen. A mí me ha contagiado la sosería de huir bastante de las celebraciones, pero, con el tiempo, me he dado cuenta de que, en la vida, tenemos que darle la debida importancia a los motivos para festejar. Desde luego, cumplir 50 años de feliz compromiso, es uno de ellos.

Mi pequeña contribución a esta señalada fecha será recordar, en unos breves (o eso espero) párrafos, mi acompañamiento y relación con esta pareja tan especial a lo largo de mi vida. Con el paso de los años se han convertido en algo más que un par de amigos, son parte de esa familia elegida que cada uno tiene el derecho y el privilegio, si se produce la reciprocidad, de disfrutar.

Mi primer contacto con ellos se produjo en 1978, si mis recuerdos no me fallan, cuando aparecieron por mi casa para enseñarle de la Biblia a mi madre. Yo tenía unos 12 años y los miércoles por la tarde, cuando regresaba del colegio, solía ver el Seat 124 azul de ellos aparcado en la Carretera Nueva, a los pies del bloque de pisos en el que vivíamos. Como sabía que aquellas visitas se prolongaban por más de una hora, la mayoría de las veces, entraba a coger la merienda y salía raudo para casa de mi amigo Moisés a ver los partidos de Copa de Europa que echaban por la tele. Mi afición por el fútbol pudo, aquel primer año,  con mi curiosidad por los asuntos cristianos. 

Esta foto debe ser de 1976. Son Diego, Pili, Klaus, Heide, Gema y Ana.

Durante un año no entablé con ellos una relación especial, pero mi madre sí. Ella empezó a acudir a las reuniones que los testigos celebraban en la calle Consistorio (la calle de la cárcel, como ya expliqué). Un día, me encontraron por la calle Klaus y Heide, un matrimonio alemán que habían venido a Ubrique a predicar sobre la Biblia y empezaron a organizar la congregación ubriqueña. Klaus me invitó a una reunión que se celebraba el domingo, ya que ellos me conocían por mi madre, y me sentí comprometido a aceptar, así que cumplí mi palabra y asistí. A partir de ahí continué yendo a todas las reuniones que celebraban los testigos de Jehová, hasta el día de hoy. Diego fue el designado para estudiar la Biblia conmigo y, a partir de 1979, se forjó entre nosotros una amistad que abarca más de 4 décadas y ha compartido momentos maravillosos y otros menos deseables, pero que hemos vivido juntos y han fortalecido una relación que va más allá de una simple amistad.

En París (por si alguien no reconoce la Torre) 🙂

Diego y yo nos llevamos 20 años de diferencia de edad, pero puedo decir que siempre ha sido mi mejor amigo. Su casa se convirtió en la mía casi a diario. En aquellos primeros años vivían en la curva de Vista Alegre, a menos de 1 km. de mi casa. Yo salía del colegio y los visitaba muy frecuentemente. Cuando nos conocimos tenían a sus dos primeras hijas, Gema y Ana, más tarde nacerían Isaac y Míriam. Pili se convirtió en mi segunda madre. Me invitaba a comer en su casa muy a menudo y Diego hacía lo propio pidiéndome que los acompañara a sus viajes. Con Pili compartía muchas conversaciones mientras hacía sus tareas domésticas, eran de un carácter distinto a las que mantenía con Diego, pero igualmente instructivas para mí. Me encantaba su jovialidad y alegría, su buen humor y desenfado. Me convertí en un intruso que había empezado a formar parte de sus vidas como si fuera un hijo adoptivo sobrevenido.

Viaje a Alemania con toda mi familia, Diego y Pili.

Diego trabajaba como encargado de la central de teléfonos de Ubrique, un edificio enorme que entonces contenía salas de altas estanterías metálicas repletas de dispositivos con relés que hacían funcionar toda la red telefónica de la localidad y otros pueblos de la zona. Durante el día, Diego no tenía muchas labores que realizar en su trabajo, puesto que las averías solía arreglarlas de madrugada, cada cierto tiempo, cuando el uso de las líneas telefónicas era muy bajo. Yo me escapaba del instituto, sobre todo durante las tediosas clases de inglés, para irme a charlar con mi amigo de todo tipo de asuntos. Nos sentábamos alrededor de su mesa de escritorio en su puesto de trabajo y corrían las horas de charla con celeridad. Los dos hemos sido siempre ávidos lectores y muy dados a disertaciones filosóficas, pseudocientíficas y, por supuesto, religiosas. A mí me llenaban intelectualmente mucho más esas conversaciones con alguien mayor que yo, y del que aprendía continuamente, que las insustanciales charlas juveniles que podía mantener con los de mi edad. Hablábamos de las contradicciones de la evolución, de profecías, de temas que planteaban retos juveniles y muchos otros que despertaban mi interés y de los que esperaba escuchar siempre los argumentos de alguien que acumulaba mucha más experiencia que yo. Hasta llegué, en vacaciones, a irme de madrugada con él a ayudarle a arreglar averías en la central y, con esa excusa, continuar con nuestras divagaciones.

Por cierto, las centrales de teléfonos de aquellos años eran el paraíso de los cotillas. Diego nunca compartió conmigo sus descubrimientos, pero, especialmente por las noches, cuando tenía que comprobar las líneas en funcionamiento y eliminar averías, necesariamente tenía que escuchar las conversaciones que se estaban produciendo y, más de una vez me dijo que, si él contara el contenido de ellas, el pueblo podía arder. Las más insospechadas infidelidades quedaban al descubierto en aquellas líneas circunstancialmente intervenidas. 

Volviendo a la celebración de esos 50 años de matrimonio, quiero destacar que yo, que he sido testigo de más de 40, puedo asegurar que han sido siempre para mí un modelo en el que mirarme. Sé que todos nos volvemos un poco más gruñones con el paso de los años, y también observo que ha ocurrido con ellos, pero jamás he sido testigo de una amarga discusión pública entre los dos. Siempre ha existido esa complicidad tan deseable en toda relación, fruto de un amor de los de verdad, de los que perduran. Creo que una de las claves de su éxito es el humor que siempre han desplegado en su relación. ¿Pero de qué se ríen estos dos? Esa pregunta ha surgido en mi mente numerosas veces, cuando con cierto secretismo, los dos se susurraban y reían a la vez. 

En una asamblea en el antiguo Ramón de Carranza. Cádiz.

Tan solo recuerdo haber visto a Diego llorar, bueno, en realidad lo escuché hablando por teléfono con mi madre, cuando, después de un grave accidente de circulación, Pili quedó en coma durante más de una semana y se temía por su recuperación. Él también tuvo que estar ingresado con un aplastamiento de las costillas y el esternón, mientras que ella sufrió un fuerte derrame cerebral que, afortunadamente, no se encapsuló, sino que tomó el camino de las cuencas oculares haciendo que su rostro apareciera con unos enormes hematomas. Isaac, que también los acompañaba en el trayecto, resultó herido en la mano con rotura de varios tendones. Este accidente se produjo en la Manga de Villaluenga, a 3 kilómetros de donde vivo actualmente. En aquel momento, la vida de Pili pendía de un hilo y Diego lloraba desconsoladamente ante esa situación.

Aquel episodio tuvo un final feliz y Pili se recuperó. Aunque dejó algunas secuelas en su memoria inmediata, en pocos meses, su vida recuperó la normalidad. Después vendrían otras consecuencias de aquel fatídico accidente, como la intervención de urgencia a la que tiempo después tuvo que someterse Diego por los daños internos que le produjo en la zona estomacal el impacto. También fue un desafío desagradable por el que tuvieron que pasar, pero que superaron y les permitió nuevamente disfrutar de algunos años de sosiego.

La pareja ha sido siempre muy sociable y su casa ha recibido la visita de mucha gente que se ha beneficiado de su hospitalidad, pero esa sociabilidad no ha impedido que los dos hayan sacado días o semanas para escapadas en soledad. Cada año, en varias ocasiones, han hecho sus viajes para quitarse de en medio una semana o más. Rubi y yo siempre nos hemos fijado en ellos para hacer lo mismo, no necesitamos a nadie más para pasárnoslo bien. Los viajes acompañados de otras parejas o amigos  tienen su encanto, te ríes mucho, compartes con más personas las anécdotas, sorpresas y descubrimientos, pero los que haces en pareja tienen la ventaja de que no necesitas casi preguntar para saber qué le apetece a la otra persona, te pones inmediatamente de acuerdo sobre qué hacer, dónde ir o la hora en la que empezar a moverte. Digamos que la comodidad de una complicidad adquirida después de tantos años no es nada despreciable cuando te planteas alguna pequeña aventura.

En las próximas semanas Diego se enfrentará a uno de los mayores desafíos de su vida, esa intervención en Barcelona que pondrá a prueba la resistencia de su organismo, que tensionará la vida de su familia y de todos los que lo queremos, pero este fin de semana se trata de vivir el magnífico presente de una celebración única en el trayecto vital de una pareja, 50 años de feliz convivencia. Los que aspiramos a sumar muchos ceros a esa cifra sabemos que medio siglo no es nada, pero, a la vez, es todo un mundo cuando lo comparamos con esas relaciones líquidas que caracterizan a este sistema tan inestable que nos rodea. A Rubi y a mí nos faltan 16 para llegar a la cifra que hoy conmemoran ellos, pero queremos que, cuando llegue, podamos celebrarla con Diego y Pili, mirándonos a los ojos, como siempre lo hemos hecho, con una amplia sonrisa en los labios.







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