(122º) DIARIO DE UN LINFOMA (Lekeitio y el mejor otorrino del mundo mundial).

(122º) DIARIO DE UN LINFOMA (Lekeitio y el mejor otorrino del mundo mundial).

30 de septiembre de 2022.

Hoy he dormido bastante bien y sin Noctamid. Me tomé un Paracetamol porque me sentía mal, con febrícula a las 11. Me desperté sudando y le di la vuelta a la almohada, por lo que continué de forma bastante plácida hasta esta mañana a las 8. Siempre tengo despertares, y me levanté al servicio, pero, en general, he descansado mejor de lo que esperaba sin el ansiolítico. Esta mañana vuelvo a tener más fuerzas, ojalá continúe así mi semana “buena”.

Por la tarde tuve la cita con Itziar, la psicóloga de la A.E.C.C., a las 5. Fue muy puntual y bastante más breve que en la ocasión anterior. Se alegró mucho de que mis 2 últimas sesiones de quimio transcurrieran sin las dichosas náuseas, y me preguntó por mi descanso nocturno, la situación por casa y, en general, por cómo me sentía. Como parece que todo marcha con normalidad, no se extendió mucho. Le dije que la relajación muscular que me indicó la había hecho poco, porque la última sesión me sentó tan mal que, el solo hecho de contraer los músculos, me molestaba. Por lo demás, añadí que continuaba con mis momentos de meditación y tratando de hacer la desconexión cognitiva que me recomendó.

Pasamos un buen rato hablando de su ascendencia vasca y de la casa, de procedencia materna, en la que veranea en Lekeitio. Le dije que allí me comí un buen marmitako hace años, en uno de nuestros viajes de furgoneteo con Diego, Pili y su familia (también nos acompañaban Toñi y Eli, si mal no recuerdo). Aquel día me gané la enemistad del grupo por mi empecinamiento en hacer kilómetros hasta llegar hasta allí. Les gasté a todos una broma que por poco me cuesta una insurrección furgonetera. Honorio e Isabel, superintendentes de circuito que nos habían visitado durante 3 años en Ubrique, procedían de Bilbao, donde tenían un piso. Los dos habían dejado una bonita huella en la congregación de Ubrique, eran muy apreciados.  Honorio se encontraba jubilado y pasaba ya de los 70, pero, en aquel entonces, continuaba con su labor de visitar congregaciones y la sucursal lo había asignado a una zona del País Vasco en la que, creo recordar, sería su último periplo de 3 años.

Como estábamos en Euskadi, lo llamé por teléfono y me dijo que estaban pasando el día en Lekeitio, que por qué no íbamos hasta allí y comíamos juntos con todo el grupo. Estábamos a más de una hora de camino y aquel día lo habíamos dedicado a visitar unas zonas de la costa de Vizcaya, pero la población donde se encontraba Honorio e Isabel no entraba en el recorrido. Yo no les dije nada al grupo, quería darles una sorpresa y, como yo era el que conducía siempre la furgoneta, les comenté que me habían hablado muy bien de Lekeitio, así que les sugerí que fuéramos allí, y hacia allá que me dirigí sin preguntar mucho más. La mayoría no se mostró partidaria de hacer aquellos kilómetros y me dijeron que no les parecía bien la idea. Yo, lógicamente, insistí inventándome bondades de aquella población costera que no conocía. Les dije que a todos nos iba a encantar, que me iban a agradecer el esfuerzo de desplazarnos hasta allá. No había manera, todo el mundo protestaba porque no entendían mi empecinamiento en llegar a aquel sitio un tanto alejado. Ni la música que ponía en los CD, ni mis explicaciones turísticas exageradas sobre nuestro destino, ni mi apelación a que confiaran en mi criterio conseguían persuadirlos y hacerles el trayecto más llevadero. La hora larga de camino transcurrió entre reproches e incómodos silencios, pero llegamos a Lekeitio.

Había quedado con Honorio e Isabel en la plaza del pueblo, que era como un paseo alargado y rectangular que se encontraba bastante concurrido. Nadie conocía la sorpresa, y no se me olvida la cara de Toñi cuando los ve de lejos y me dice: “Oye, aquellos dos se parecen una barbaridad a Honorio e Isabel”. Yo, haciéndome el desentendido le dije con indiferencia: “Sí, la verdad es que se parecen, pero es simple casualidad”. Honorio ya nos había visto y se acercaba a nosotros con una amplia sonrisa, el secreto se desveló y, por fin, el grupo entendió mi cabezonería. Todo el mundo se acercó a saludarlos y fue una bonita sorpresa, o al menos así lo interpreté yo, porque el resto del viaje, alguno que otro me volvió a recordar en tono de recriminación mi tiranía turística aquel día.

Honorio había reservado mesa para todos en un restaurante familiar que regentaba una señora vasca que representaba la típica “ama” (mamá en vasco) que solo quería que su “familia” comiera. Los platos de cuchareo en el norte y, especialmente, en el País Vasco, te los presentan en una olla para que tú te sirvas la cantidad que se te apetezca, y aquella mujer nos puso una de proporciones que superaban con creces mi glotonería. Le dije: “Señora, ustedes los vascos ponen demasiado de comer”. Y me contestó: “Que va, ustedes son lo que comen demasiado poco”. Comimos estupendamente y pasamos un día precioso con Honorio e Isabel de forma inesperada. Honorio es una persona muy especial, pero si me extendiera en describirlo, necesitaría una sola entrada para hacerlo, así que aquí voy a terminar mi mención a su persona. Aquel día lo recuerdo como el que pudo ser el “motín de Lekeitio”.

Esta foto es de un par de años después, con Honorio e Isabel en Bilbao, junto al Guggenheim.

Ya me volví a enredar con recuerdos inesperados hablando de la procedencia de Itziar, la psicóloga de Jerez. En fin, vuelvo al sendero cronológico e intento terminar con mi tarde de citas médicas. Como ya conté, mi médico-amigo José Antonio me iba a recibir sin cita en su consulta en el centro Lansys de El Puerto de Santa María. Puse en el Google Maps el destino y me llevó a uno erróneo, era el llamado Costa Oeste, de la misma compañía, Lansys, pero no en el que pasaba consulta. Este estaba en dirección a la Playa de Las Redes, pero donde se encontraba él estaba en el centro, a espaldas del paseo junto a la desembocadura del río Guadalete. 

Cuando, por fin, llegué a mi destino, en la recepción de la clínica, casi ni pude hablar con la recepcionista porque José Antonio salió de la consulta a recibirme y me hizo pasar inmediatamente. Me consta que este hombre trata a todos sus pacientes con sumo agrado, pero, en mi caso, supera siempre todas mis expectativas. Es de las personas más amables que he conocido, aunando, como le dije, su humanidad a su buen hacer. Se acordaba perfectamente que en abril me había visto en la consulta de Ubrique cuando estaban buscando el motivo de mi F.O.D. (Fiebre de Origen Desconocido). Yo no había reparado en ese detalle. Me dijo que ya que estaba allí me iba a hacer una ITV y me repasó oídos, nariz y, finalmente, la garganta. Se sorprendió de lo bien que tenía mis mucosas, por la alta incidencia de llagas que se producen con la quimioterapia. Con la minicámara que te introduce por la nariz, llegó hasta mi garganta, como siempre preguntando continuamente si molestaba. Yo le dije que, después de pasar por los hemocultivos, la extracción de un ganglio, la biopsia medular y la quimio, aquello era pan comido. Me aseguró que no tenía nada en la garganta, ni pólipos, ni hongos, solo una importante irritación e inflamación a consecuencia de los “venenos” que me inyectan. Esa sensación que tengo al tragar en vacío de tener algo en la garganta es fruto de todo ello. 

Me estuvo contando de un amigo suyo, también otorrino, que me trató de la primera intervención de hipertrofia de cornetes, que pasaba ahora por un proceso oncológico más complicado que el mío. Me explicó que cada vez se le hacía más cuesta arriba viajar a Ubrique a pasar consulta, porque le implicaba recorrer 100 kilómetros, cuando a 5 minutos de su casa (él vive en El Puerto) tenía todos los pacientes que quería. Le pedí que, por lo menos, fuera una vez al mes a nuestro pueblo y no nos dejara huérfanos a los pacientes que tanto apreciábamos su buen desempeño.

No sé cómo agradecerle a José Antonio ese trato tan especial que me da cada vez que lo veo. Una vez le regalé una serie de botellas de vino tinto de unas bodegas de Villamartín, que a mí me encantan, pero ya toca otro obsequio para responder a su más que amable trato hacia mi persona.

Hoy que empiezo a sentirme bastante mejor, todavía se me hace más cuesta arriba seguir envenenándome 2 meses más, pero como me recomendaba Itziar, y es lo que pienso hacer, vayamos por partes y afrontando paso a paso cada desafío. Así he dejado atrás 8 momentos difíciles, y espero que los 4 restantes sea capaz de superarlos de la misma forma. Feliz día y disfrutemos de un fin de semana que se presenta espléndido.

Aquí os dejo una de mis canciones preferidas de The Beatles, interpretada por Paul McCartney. Se titula “The long and winding road” (El largo y sinuoso camino). No es que sea para la lista de canciones felices, porque está cargada de cierta melancolía, pero habla de un recorrido complicado y largo, como el que estoy pasando con mi tratamiento. Como siempre, su origen tendrá que ver con cualquier otra cosa, pero Paul me da permiso para que yo asuma el significado de sus canciones a mi antojo.

 

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