(120º) DIARIO DE UN LINFOMA (¡Claro que hay 4 buenas por 1 mala!).
28 de septiembre de 2022.
Foto de Google. Fachada Hospital con su típica piedra ostionera.
Noche plácida hasta las 6, e inquieta y de poco sueño hasta las 8, hora en que me he levantado. El día se vuelve a presentar fresco en Benaocaz. A media mañana nos iremos a Jerez porque Rubi tiene citas médicas esta tarde y yo mañana también tengo un par de ellas.
Viajamos ayer por la tarde a Cádiz para ver a Jesús y exponerle mi propuesta de continuar hasta completar los 6 ciclos de quimioterapia (12 sesiones). Visitábamos por primera vez el Hospital de la Salud de Cádiz, que está en la calle Feduchy, en pleno centro histórico. La verdad es que hasta el último momento estuve pensando en evitar el viaje, porque me tuve que tomar un Paracetamol al mediodía, de nuevo, por la febrícula. Me encontraba cansado y no tenía ganas de hacer 120 kms. hasta la capital, pero saqué fuerzas de flaqueza y a las 5 nos fuimos para allá.
Cádiz es una ciudad que nos atrae desde siempre. Rubi cursó allí sus primeros años de estudios universitarios y yo me escapaba cada vez que podía a verla. Paseábamos por sus calles con la ilusión de darnos la mano en público como emocionante novedad. Era indescriptible el cosquilleo que sentía uno las primeras veces que lo hacía, mucho más intenso que otras expresiones más íntimas cuando pasa el tiempo. Me pongo a recordar aquellos años, que se remontan a 4 décadas atrás, y todavía puedo experimentar esa sensación de inmenso bienestar e ilusión que despertaba el roce de nuestras manos. Ayer volvíamos a recorrer los 500 metros que separaban el aparcamiento de Canalejas del centro médico. Lo hicimos por una de las calles comerciales de la ciudad, cuyos escaparates tanto nos gustaban pero, con cierta nostalgia, comprobamos que son numerosos los establecimientos que habían cerrado y sus desangelados expositores aparecían vacíos y sucios. Es un denominador común en las céntricas calles de muchas localidades, no sé si nuestras compras por Internet, o los grandes centros comerciales en el extrarradio, están provocando este triste éxodo de negocios.
El Hospital de la Salud es un edificio de importantes dimensiones que ha sido restaurado para albergar este laberinto de consultas en que se ha convertido. Se ve que han respetado la fachada típica de los inmuebles de tres plantas del centro de Cádiz, e incluso su interior, un tanto claustrofóbico, que tiene recovecos y pasillos que esconden un despacho médico en cada rincón. Nos tocó la consulta 13 y Jesús iba en hora, como nos dijo la recepcionista que suele hacer siempre. En Jerez esa puntualidad no la replica.
Justo a las 7 entramos en su consulta y Jesús se mostró sorprendido de vernos en Cádiz. Después de darle la mano, como siempre hago, me preguntó:
– ¿Qué hace usted por aquí?
– Jesús, iba a escribirle un correo, pero he preferido coger el coche y hablarlo con usted cara a cara. Le estoy muy agradecido por su trato conmigo y me parece que ciertas cosas merecen hablarlas en persona.
– Pues tiene mérito hacer ese largo trayecto, no habría hecho falta, hombre.
– He pedido una segunda opinión a un hematólogo sobre la finalización de mi tratamiento.
Me interrumpió diciéndome:
– Muy bien, no se preocupe, hoy los médicos no tenemos que asustarnos de que los pacientes pidan segundas opiniones, tenemos que acostumbrarnos a eso. Dígame.
– El doctor me ha dicho que el diagnóstico, estadiaje y el tratamiento que se me ha dado ha sido absolutamente correcto, que el resultado del PET-TAC ínterin, después del segundo ciclo, es una noticia excelente, que eso determina que tengo un 90% de probabilidades de que en 5 años la enfermedad no reaparezca, pero que en un estadio avanzado como el mío, sin duda, debería ponerme los 6 ciclos (12 sesiones), eliminando la Bleomicina, por su alta toxicidad pulmonar.
Jesús me escuchó atentamente e inmediatamente continuó:
– No hay problema, yo ya lo había pensado, porque la última vez que nos vimos no lo vi tranquilo con mi propuesta y ya había decidido continuar con el tratamiento. Si usted se queda más tranquilo, yo le voy enviando los volantes de las próximas 4 sesiones y quitamos la Bleomicina. ¿Tiene un informe de ese doctor por escrito? – me preguntó.
– No, ha sido una consulta verbal.
– Muy bien, no hay problema. Vamos a ver, yo no me niego a continuar con la quimioterapia, pero no sé cómo decirlo, yo soy más cauto, bueno, no sé si es la palabra, no encuentro el término, pero como la recaída o no, no se puede garantizar con 4 o 6 ciclos, yo… no sé, cada uno tiene su manera de ver las cosas.
Lo noté dubitativo, y no sé muy bien lo que quiso expresar, pero en todo momento se mostró afable y colaborador, no puso ninguna objeción ni pega a seguir el protocolo que yo le mencioné, era el estándar para casos con estadiaje avanzado, tal y como me había corroborado Rodolfo.
Le mostré mi sorpresa por lo que Rodolfo me había dicho sobre la tolerancia que el 90% de sus pacientes tenían al tratamiento de quimio con ABVD. Le expresé lo que me había comentado de que él ponía las sesiones los viernes porque la mayoría de sus pacientes se incorporaban el lunes o martes a sus trabajos. Yo no sé si los pacientes de Rodolfo son todos autónomos, que entonces lo entendería, pero Jesús me contestó con una expresión típica gaditana:
– Eso es una “columpiada”. Yo he tratado a muchos enfermos de Hodgkin y todos han tenido que pedir la baja.
– Es que yo es lo que conozco de otros que también lo han pasado. Yo, desde luego, una semana estoy fuera de combate. Me da fiebre, tengo un cansancio extremo, las náuseas son continuas. Ah, y los neutrófilos se me van al suelo.
– Claro, claro –respondió instantáneamente– de esa forma ¿cómo va a irse uno a trabajar? Esta enfermedad, como ya le he dicho, es muy agresiva y el tratamiento tiene que ser también muy agresivo con ella, si no, te mata, por lo que sus efectos son necesariamente malos.
Terminamos la conversación amigablemente y me dijo que no me preocupara, que ya me iría enviando por correo electrónico los volantes para sesiones y hemogramas y que seguíamos en contacto.
– Bueno, creo que es la última cita la mía, ¿no? – le comenté finalmente.
– Que va, ahora tengo que irme a hacer una médula – me contestó.
Por las mañanas trabaja en la seguridad social y por las tardes atiende a pacientes hasta entrada la noche, no sé cuántas tardes. Desde luego, los médicos obtendrán importantes emolumentos, pero se los ganan a pulso. Menos mal que tenemos a personas entregadas a su trabajo para que los demás nos beneficiemos.
Justo unos minutos antes de la consulta recibimos una llamada con otro pequeño sustillo médico que nos hizo tener que pasar por Jerez, pero bueno, de eso ya hablaré más adelante, y espero que solo sea eso finalmente, una alarma sin consecuencias.
En nuestra conversación de regreso a Benaocaz, Rubi venía un poco contrariada por lo que ella llamaba un cúmulo de noticias negativas. “Todo son malas noticias últimamente”.
– No, eso no es cierto. El pronóstico de mi enfermedad es una buena noticia -argumenté.
– Ya, pero es una buena noticia después de una mala: un cáncer -continuó.
– Tú te estás recuperando también de tu enfermedad, has encontrado una residencia para tu madre en la que va a estar bien cuidada.
– Pero eso último tampoco es una buena noticia, porque viene como un parche de una muy mala, el Alzheimer. Para una buena noticia hay 4 malas (los psicólogos dicen lo contrario que hay que buscar 4 buenas para compensar la mala).
Yo sé que, a veces, tenemos que desahogarnos, demostrar nuestro enfado con la vida, que es lo que hacía ella. La escuché pacientemente, pero le expuse, una vez más, cómo enfoco yo los asuntos:
– La vida está llena de buenas noticias, Rubi, lo que pasa es que las damos por sentado. Cada día que nos levantamos con vida es una buena noticia, por ejemplo.
– Ya, pero yo lo que pido es que las malas noticias no vengan todas juntas, como nos está pasando ahora.
– También las buenas vendrán del mismo modo. En 2 meses, si todo va según lo previsto, iré recuperando mi vida y mi salud. Tú seguirás mejorando. Ya has asomado la cabeza fuera del hoyo en el que estabas y ahora tendrás que acostumbrarte a andar fuera de él. Tu madre estará bien atendida y tu padre se encontrará con mucho menos estrés y podrá disfrutar más de sus últimos años de vida. Tenemos dos hijas excelentes, casadas con dos maridos de igual calidad. ¡Cuántos padres sufren por la mala cabeza de sus hijos! No es nuestro caso, afortunadamente. A pesar de todo, tenemos muchas razones para apreciar la vida.
No sé si conseguí calmarla, pero lo que le dije no era un simple recurso para hacerlo, es lo que de verdad pienso. Le dije algo que puede parecer pretencioso, pero que es lo que pasa por mi cabeza. Me siento orgulloso de mí. De pensar que había acabado la pesadilla de la quimio, se me vienen 2 meses más de sufrimiento, para qué vamos a llamarlo de otra forma, pero no me siento agobiado, sino en parte liberado. Estoy convencido de que es lo más prudente y adecuado, después de informarme por vías fiables. A veces el camino del sufrimiento es ineludible cuando el fin lo merece. Ahorrarnos penalidades por comodidad, por miedo o por seguir la técnica del avestruz, solo significa posponer para más adelante otras calamidades añadidas. No sé si habré acertado en mi decisión pero, si en un futuro, mi enfermedad volviera, yo me quedo con la conciencia tranquila de que hice lo más oportuno para evitarlo. El tiempo dirá…