(116º) DIARIO DE UN LINFOMA (Muchos meses después, “Soy”).
24 de septiembre de 2022.
Muchos, poderosos e incontestables deben ser los argumentos que me dé un nuevo hematólogo para que me convenza de que debo recibir más sesiones de quimio. Esta octava ya empieza a cobrarse su factura. La noche no ha sido del todo mala, con la ayuda del Noctamid he podido descansar, dentro de lo que cabe, relativamente bien, pero levantarme de la cama me vuelve a colocar frente a la realidad de un nuevo día postquimio con sus efectos habituales: mareos, piernas que no responden, el estómago en pie de guerra y ese malestar y falta de energía generalizado para el que nunca se encuentran las palabras adecuadas que lo describan.
Mi cuerpo, a estas alturas, después de 4 meses de paliza acumulada, ya me está diciendo que le dé una tregua más larga que la semana habitual que disfruto que, en esta penúltima ocasión, ni siquiera llegó a 7 días de descanso. Hasta ahora me he librado de algunos efectos comunes por los que pasan otros enfermos. No he tenido llagas en la boca, mis uñas no se me han caído y, salvo ciertos hormigueos en los dedos de las manos, no he sentido en el sistema nervioso pérdida de sensibilidad, ni falta de fuerzas en el agarre o presión con las extremidades. Tampoco he sufrido problemas respiratorios, que pueden indicar consecuencias muy adversas. Pero, aun así, estoy de quimio hasta el último pelo, y todavía me quedan algunos, aunque sean débiles y quebradizos.
Quiero pensar que ahora comenzará, de verdad, mi recuperación, la que ya empezaré a notar de forma palpable. Sé que estos 4 meses han servido para ello, pero sufriendo las consecuencias del tratamiento, no se disfruta de la curación. Deseo empezar a verme cada día un poco más fuerte, recuperar mi paladar a plenitud, pasar días completos sin esa desagradable sensación estomacal que no me permite disfrutar totalmente de las comidas, poder andar rápidamente sin ahogarme, correr. Anhelo tomar el sol sin tanto miedo a sus consecuencias, abrazar a mis seres queridos sin mascarilla, besarlos, sentarme a comer rodeado de ellos. Quiero volver a quedar para hacer deporte a la hora que me apetezca, llegar a la pista de tenis y darle la mano a mi compañero. Me veo, de nuevo, nadando en la piscina, haciendo mis 60 largos a un ritmo continuo, salir a los vestuarios y ducharme satisfecho, cansado, pero relajado, después de haber bromeado con Miguel, Javi o Fran, alguno de los monitores que tantas veces me han visto allí.
Estoy deseando abrazar a mi padre, volver a cumplir mis turnos y sentarme con él a que me cuente que no le duele nada, nada, nada, que solo se ve un poco mayor, a pesar de sus 97 años.
Tengo ganas de invitar a desayunar a mis hermanas en los 3 Caminos, echar un ratito con ellas y saborear el café de máquina, con su característico aroma.
¡Cuánto echo en falta volver a mis reuniones presenciales! De nuevo poder darle la mano, un abrazo o dos besos a los que así lo admitan, escuchar sus comentarios sin que medie una pantalla y unos altavoces entre sus voces y mis oídos, poder subir a la plataforma para dirigir el estudio de La Atalaya, viendo los rostros de los que participan con sus aportaciones. También me veo, de nuevo, haciendo mis visitas domiciliarias, acompañado de alguien con quien charlar, a la vez que tocamos en las puertas de nuestros vecinos.
¡Cómo espero esos mediodías en los que podamos comer junto a nuestras hijas y yernos! ¡Qué placer para unos padres poder sentarse a la mesa con sus seres más cercanos y disfrutar de ellos, de sus bromas, de sus quejas, de sus anécdotas, formar parte de sus vidas por un ratito, de cerca! Mis hijas saben que mis primeros abrazos las van a dejar sin respiración, pero ya se están preparando. Eso ya lo veo en el horizonte cercano.
Quiero también volver a entrar por la puerta del instituto, saludar a los conserjes, Manolo, Pepi, Pilar, asomarme a la ventanilla de Diego y Reme, saludar a Fernando en su despacho, a Javi, Carmen, Vicky en el suyo, darle la mano al siempre bromista Antonio, el que mantiene el instituto en perfectas condiciones, saludar a Charo en el bar y, por supuesto, entrar en mi gallinero para darle un abrazo a cada uno de mis compañeros más cercanos. No sé cuándo podré retomar mi puesto de trabajo, para eso no me pongo fechas, porque con la finalización de la quimio no acabará todo, me llevará un tiempo reponerme y volver a tener mis defensas y demás valores sanguíneos en condiciones. Por supuesto, reparar también mi cabeza, que necesitará superar su periodo de estrés post-traumático.
Nunca sabemos lo que nos espera, por mucho que intentemos adivinarlo, pero lo que sí es un hecho irrefutable es lo pasado. Una mezcla de emociones se despertaban en mí cuando aquel diagnóstico de Víctor, mi internista, tras los resultados del TAC, anticipaba una serie de etapas poco agradables: punciones lumbares, biopsias, analíticas continuas y un indeterminado número de ciclos de quimioterapia. Todo eso ya ocurrió, y cada una de las pruebas, cada uno de los retos, los he ido afrontando paso a paso, uno a uno. Desde el principio decidí no pasarlos todos de una vez. Cuando el calendario que nos presentan está sembrado de momentos inciertos y complicados, nuestra traicionera mente suma todos esas situaciones dificultosas y quiere hacernos sentir como si tuviéramos que afrontarlas de una vez. Esa ha sido mi principal lucha interna durante estas semanas y meses, intentar seguir la filosofía cholista del partido a partido. Unas veces lo he conseguido y otras no. Cuando en la 2ª o 3ª sesión ya estaba pensando en la 4ª y 5ª, mi malestar físico se incrementaba por el componente añadido de ansiedad. Me tenía que decir: “Manolo, estamos en la 2ª, acabemos con la 2ª, ya vendrá la 3ª, pero no pienses ahora en ella, ni mucho menos en la 4ª. Paso a paso, sesión a sesión, día a día.”
Hoy termino con una canción que me envió para la lista mi amiga-hermana Ángeles. No la conocía, es de Vanesa Martín y se titula “Soy” y la compuso en beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer. Aunque va dedicada a las mujeres que sufren cáncer de mama, creo que todos los enfermos oncológicos podemos sentirnos, en parte, identificados por ella.
No sé si mis palabras de hoy están un poco pintadas de melancolía, mi cuerpo está en sus días malos y eso puede que impregne mis ideas y la forma de reflejarlas, pero en modo alguno he perdido un ápice de esperanza, y mucho menos de agradecimiento por estar hoy en el punto en el que me encuentro. Cuando un 14 de marzo empecé con fiebre de origen desconocido, no podía sospechar lo que vendría después, pero en retrospectiva, después de todo lo que ha pasado, firmaría encontrarme como estoy hoy, con la perspectiva, no muy lejana, de poder entonar el título de la canción de Vanesa Martín: “Soy”.