(117º) DIARIO DE UN LINFOMA (No solo de pan…).

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25 de septiembre de 2022.

Black Sunday de los de verdad. Me he levantado hecho una verdadera piltrafa. La noche no ha estado del todo mal, pero estaba temiendo poner el pie fuera de la cama. Mareos, dolor de cabeza, la palabra maldita, cansancio extremo, en fin, todos los ingredientes de este plato de mal gusto que siempre me tengo que tragar sobre el tercer día. 

Al menos intentaré distraerme un poco escribiendo en el diario, así se pasarán estas horas un poco más deprisa. Creo que estoy sin fiebre, pero si todo sigue el curso acostumbrado de las últimas veces, también se añadirá ese componente esta tarde, pero eso las horas lo dirán.

Me he levantado con un email de Isaac, el hijo de Diego, en mi bandeja de entrada, sobre las gestiones que la familia está haciendo para su intervención. Mañana obtendrán más información de uno de los doctores de Barcelona y van a hacer el intento de contactar con el equipo del hospital Virgen del Rocío, puesto que quedaron en llamarlo por teléfono y, después de dos semanas, no han dado señales de vida. Todo apunta a que habrá que ponerse en manos del primero de los cirujanos que aceptó la intervención por un “módico” precio (no me tiro de los pelos porque no me quedan). Por otra parte, es el que ofrece más garantías de éxito por su amplia experiencia en la cirugía endovascular.

Trataré de evadirme hoy rememorando mis primeros pasos en el instituto de Los Remedios a partir del año 2000. Ya conté los esfuerzos que ese primer año tuve que hacer para que el ciclo formativo de Secretariado funcionara como se esperaba. 

Juan, mi director, estaba volcado con el ciclo. Él, que siempre había enarbolado el estandarte del Bachillerato, como una seña de calidad en la enseñanza ubriqueña, ahora le ponía también todo su cariño a la formación profesional. Esta última siempre ha sido considerada la hermana pobre de la educación. No sé a dónde se remontará ese concepto de plato de segunda mesa. Quizás es por el rancio olor que queda de una sociedad elitista, en la que solo las clases medias y altas podían optar a estudios superiores, o porque las propias clases populares, ante la posibilidad de que sus hijos no fueran meros obreros, sino que accedieran a las universidades con las ayudas en forma de becas o por el sacrificio personal de la familia, veían en el bachillerato la única vía digna para que alguien de su estirpe obtuviera una titulación universitaria. El caso es que esta otra opción debía prestigiarse, y a ello nos pusimos, desde aquel momento, todos los que hemos formado parte del equipo educativo de este ciclo.

Ubrique se enorgullece de los cientos de estudiantes que hoy son doctores, abogados, profesores, ingenieros y todo tipo de profesionales de prestigio. Un pueblo obrero por excelencia, con generaciones que han echado los dientes en las mesas de trabajo de fábricas y boliches, quería que las nuevas dedicaran sus vidas a otros trabajos mejor remunerados y menos penosos. Ni me gustan las generalizaciones, ni me voy a convertir en defensor a ultranza de mi tierra, pero si hay algo que me rebela es cuando dicen que los andaluces son vagos. Yo hablo de mi entorno más cercano, y ese fue agrícola cuando vine al mundo e industrial cuando eché los dientes y crecí. En los dos pude comprobar cómo las horas dedicadas al trabajo eran incontables. No por mi recuerdo, sino por las historias contadas por mis padres, sé que el mío pasaba la semana fuera trabajando desde el amanecer al anochecer conduciendo máquinas cosechadoras y de otro tipo. Volvía a casa los fines de semana y percibía un ínfimo sueldo que apenas daba para cubrir las más básicas necesidades.

Ya en Ubrique, la marroquinería, la industria que hoy sigue componiendo el principal tejido empresarial de la población, volvía a refutar con aplastantes argumentos esa falacia del andaluz flojo. El horario común de las fábricas era de 8 a 8, con una hora para el almuerzo, generalmente, de 2 a 3. Algo muy característico era ver a los trabajadores salir corriendo (no es una expresión figurativa) con el termo en la mano, el pequeño envase en el que se llevaban el café para el desayuno, hacia sus casas, para comer rápido y volver al puesto de trabajo. Pero a las 8 de la tarde no se acababa la jornada laboral, la mayoría se llevaba las tareas a casa, y era normal seguir pegando filetes, rasos y terminando las piezas hasta las 11 de la noche o más. Durante mucho tiempo, los sábados por la mañana eran parte del horario laboral.

 

En este reportaje de Televisión Española de 1968 queda reflejada la industria marroquinera ubriqueña. A partir del minuto 10, aproximadamente, se ve el gentío que se producía cuando tocaban las sirenas para la hora de comer. 

Hago este inciso, sobre esa injusta fama que, a veces, se les atribuye a los pueblos, porque siempre intento huir de los apriorismos a la hora de describir tanto a las personas como a los colectivos de los que forman parte. Durante años, como contaré en otras entradas, o eso espero, envié a decenas de mis alumnos a hacer prácticas a distintos países de Europa, sobre todo al Reino Unido e Irlanda, y allí comprobaron que los ritmos y horarios son mucho más pausados y cortos que aquí. Muchas oficinas acaban a las 4 de la tarde su jornada, y pocas o ninguna son las que lo hacen más allá de las 6. En Francia, por ejemplo, se echaban las manos a la cabeza los empleados de Carrefour cuando les contaba que aquí cierran a las 10 de la noche, cuando allí lo hacían a las 7, y solo abrían una hora antes.

En las oficinas inglesas, la máquina del té y las pastas son un componente habitual de todas ellas, y son muchas las pausas que se hacen para tomarse un tentempié. Mis alumnos se sorprendían de esas costumbres que, desde luego, no eran lo habitual en Ubrique.

Volviendo a reconducir mi historia, la formación profesional va, poco a poco, ocupando el justo lugar que le corresponde en el marco educativo y laboral. Por supuesto que el que pueda tiene derecho a aspirar a una licenciatura y obtener un puesto de mayor rango en el mundo profesional, pero tan solo hay que detenerse a mirar a nuestro alrededor para comprobar un hecho irrefutable. En Alemania estudia formación profesional el 70% aproximadamente y solo el 30% restante toma el camino de los estudios superiores. ¿Por qué? Porque el mercado demanda a los trabajadores en esa proporción. Si hablo del campo en el que me muevo, el de Administración, tan solo hay que visitar una empresa lo suficientemente grande como para comprobar lo que acabo de decir. Si el departamento administrativo lo forman 10 trabajadores, no encontrarás más de 2 o 3 economistas o licenciados en Administración, los 7 u 8 restantes serán auxiliares administrativos y técnicos. 

Si hablamos de una empresa de construcción, nadie va a pensar que habrá una cohorte inmensa de ingenieros y arquitectos que formen la mayoría de la empresa. Estos serán los albañiles, soldadores, fontaneros, administrativos, delineantes, instaladores de equipos de frío y calor, etc. 

En definitiva, la formación profesional debería ser la alternativa mayoritaria para los que optan a un puesto de trabajo y, en modo alguno, debería considerarse el camino a descartar en principio. Después de muchos años, nuestros alumnos de Secretariado y ahora de Asistencia a la Dirección, continúan trabajando en las oficinas de numerosas empresas y para los que hemos participado en su formación, es un motivo de satisfacción.

Después de este alegato, solo querría terminar volviendo a una idea que forma parte de mi filosofía de vida y que ya he expresado en otras entradas. Optemos por un camino u otro con el objetivo de ocupar un espacio en el ámbito laboral, lo que considero poco práctico es vivir para este. Me parece magnífico que esta sociedad en la que nos movemos exija que todos ocupemos parte de nuestras horas en realizar una labor que repercuta en lo que demandan los demás. Es fantástico que haya quien asfalte nuestras carreteras, arregle nuestras fachadas, fabrique nuestros móviles, nos suministre frutas, verduras, carne, salga a pescar a los mares, nos prescriba medicamentos, solucionen nuestros litigios, y fabriquen todo tipo de artículos o suministren los distintos servicios que necesitamos y que, por supuesto, perciban su oportuna retribución. Creo que todo esto está bien montado así, de otra forma nada funcionaría en un mundo en el que nos movemos por la relación esfuerzo-recompensa. Pero, no olvidemos que, como seres humanos, hacemos bien en emplear nuestro tiempo en otros menesteres. Como dijo Jesús, no solo de pan vive el hombre. El trabajo dignifica, siempre he opinado así, pero el tiempo que le dedicamos a nuestra familia, nuestra espiritualidad, a satisfacer nuestra curiosidad y a hacer algo por los demás, nos eleva todavía más.





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