(112º) DIARIO DE UN LINFOMA (2 + 2 son 5, te lo aseguro).

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19 de septiembre de 2022.

Acabo de llegar a Jerez, Mar se ha quedado en el mercadillo para despejarse un poco, porque el fin de semana y la mañana de hoy, desde las 8, está siendo movida para ella. Ha llamado a varias residencias para encontrar una plaza para mi suegra. En Zahara de la Sierra nos han dicho que cuentan con dos plazas ahora mismo por privado, concertada con la Junta no tienen ninguna. Ahora acaba de llamarme y me ha dicho que también en Algodonales tienen alguna. 

Ángela, desde China, me ha enviado un audio que le agradezco inmensamente. Ella ha pasado por lo mismo que Rubi y en un mensaje de casi 7 minutos me explica su experiencia con su madre y resulta muy alentador todo lo que me dice. Se lo he reenviado a Rubi para que lo escuche, porque seguro que le ayudará. Su iniciativa es de esos pequeños gestos que tienen grandes efectos, justo de lo que hablaba ayer.

Hoy me he vuelto a levantar bien, con fuerzas, y he salido a andar 4 kilómetros a buen paso. Os pongo una foto desde la carretera cuando estaba saliendo el sol. Sigo con mi febrícula, a ver lo que me dice Jesús esta tarde sobre ella y el futuro tratamiento.

Anoche disfruté viendo la final del Eurobasket, y lo hice doblemente por el motivo que trato de desarrollar hoy en mi diario. El oro de España es fruto del trabajo de equipo, esta vez sin el menor género de dudas.

Siempre he pensado en lo cierto de este axioma: el conjunto es mucho más que la suma de sus partes. A los seres humanos nos cuesta trabajo pensar en todo aquello que se escapa de nuestro cuerpo y de lo que alcanzan nuestros sentidos. Somos ajenos a lo que no vemos, ni sentimos, pero la realidad es que en el universo, estoy hablando de palabras mayores, absolutamente todo está interconectado y forma un conjunto. Pero ese todo consta de una inmensidad de partes, que son microuniversos. Nuestro propio cuerpo, que lo sentimos como una entidad indivisible, está formado por una serie de sistemas, el circulatorio, respiratorio, muscular, esquelético, linfático, y muchos más, que trabajan en armonía para que podamos funcionar como un elemento autónomo y con fines comunes. Si nos detuviéramos a examinar cada uno de esos sistemas mencionados, ellos, a su vez, también están conformados por otros subsistemas, y si seguimos viajando hacia lo diminuto, y alcanzamos el nivel celular, encontramos que, cada una de las billones que nos componen, son también una organización con cierta independencia en la que sus distintos componentes actúan como fábricas, mensajeros, equipos de dirección, y otros elementos. Y podríamos seguir y llegar al nivel atómico para comprobar lo mismo, hasta perdernos en los quarks y otras fracciones incluso por descubrir.

No quiero emborronar la idea inicial, nos demos cuenta o no, la interconexión de todos los sistemas vivos o inorgánicos, nos debería hacer pensar en la importancia de jugar nuestro papel siempre en un entorno asociativo, porque negarse a ello, nos lleva a obtener peores resultados que si somos conscientes de la importancia de participar, de buena gana, en los engranajes del mecanismo del que formamos parte.

Volvamos a algo más prosaico y, seguramente, entendible. Este Eurobasket se consideraba el mejor de la historia porque participaban, probablemente, los jugadores europeos mejor valorados de todos los tiempos. En los últimos 4 años se ha producido un hecho impensable hace tan solo un par de lustros. Nikola Jokic y Giannis Antetoukounmpo, dos nacidos en nuestro continente, han sido considerados M.V.P. (Jugador Más Valioso) de la N.B.A., la liga de baloncesto en la que juegan los mejores del mundo. Los dos participaban con sus selecciones, Serbia y Grecia, respectivamente, en este campeonato. Luka Doncic, de Eslovenia, también lo hacía en calidad de superestrella, y Lauri Markkanen, de Finlandia, también. Este año, en el primer quinteto ideal de la NBA, estaban 3 europeos, Doncic, Jokic y Antetoukounmpo. Pues bien, los pronósticos decían que sus cuatro selecciones, además de Alemania, anfitriona del torneo, o Francia, también cargada de estrellas indiscutibles, eran los favoritos para ganarlo. 

España no entraba en ninguna de las quinielas. Después de una época dorada, que ya se prolonga 20 años, dejaban un tanto huérfana a la selección jugadores emblemáticos como Pau y Marc Gasol, Ricky Rubio, Felipe Reyes, Juan Carlos Navarro, Sergio Rodríguez y algunos más que habían llevado a este equipo a ganar 3 europeos y 2 mundiales, además de muchas otras medallas. Nadie, absolutamente nadie, habría apostado un euro porque España volviera a llevarse la medalla de oro esta vez.

¿Por qué han fracasado todas las selecciones favoritas en este campeonato? Yo lo tengo muy claro. Si a cada jugador se le diera una valoración numérica por sus méritos deportivos, titularidad en sus equipos NBA, sueldos y capacidades individuales, la suma de esa calificación haría que Francia, Alemania, Serbia, Croacia o Grecia, estuvieran muy por encima de otras como Italia, Polonia o España, pero, de estas últimas, dos han optado a las medallas e Italia ha estado a punto, dejando fuera a selecciones como Serbia, lo que parecía imposible. 

¿Cuál ha sido la clave del éxito de selecciones de menos renombre atendiendo a sus individualidades? Evidentemente porque el todo que formaban como equipo sumaba mucho más que sus partes, sus jugadores por separado. España ha sido, con diferencia, la que mejor deporte de equipo ha practicado. El baloncesto se juega en dos frentes: el ataque y la defensa. Ningún equipo ha defendido ni atacado mejor que los hispanos. Bueno, también hay que decir que la nacionalización de Lorenzo Brown, que tiene de español, lo que yo de siberiano, ha aumentado el valor de nuestro “todo”. Pero volviendo a la idea, en un universo interconectado, mientras más conscientes seamos de contribuir con nuestra humilde parte al subsistema en el que nos toca desempeñarnos, más éxito tendrá este.

Los seres humanos formamos colectivos para distintas funciones, pocas se realizan recayendo el peso en un solo individuo. Algunos pueden creerse los reyes del mundo, pero hasta los monarcas son absolutamente nadie sin súbditos. Mientras más conscientes seamos de este hecho, mejor nos moveremos en cualquier organización. Si pensamos en el bien conjunto, por encima del nuestro propio, también nos beneficiaremos del éxito compartido a título personal, y contribuiremos al desarrollo de la sociedad en la que nos toca circular.

En mi ámbito personal, formo parte de distintos colectivos, como todo el mundo, uno es el de mi congregación cristiana, en ella soy uno de los 10 responsables del grupo de Ubrique. Mi papel es el de secretario, y siguiendo el modelo de los primeros cristianos, ninguno de nosotros es el “jefe”, como tampoco se consideraban así los apóstoles y ancianos de Jerusalén que supervisaban la obra de los cristianos en aquel primer siglo. Después de la muerte de Cristo, los ancianos, como se les llamaba a los responsables de cada congregación, analizaban cualquier decisión, al amparo de lo que su “cabeza”, este sí, Jesucristo, les había enseñado, además de todos los escritos que consideraban sagrados, la mayoría de los que hoy componen la Biblia. Le pedían a Dios ayuda para tomar decisiones correctas y ese conjunto de responsables, decidían, intentando que fuera unánimemente, sobre las cuestiones que surgían. En el primer siglo, alguna de ellas tuvieron que ver en cómo atender a hermanos que estaban sufriendo por una hambruna, la forma de cuidar de las viudas y huérfanos, dónde enviar misioneros para predicar las buenas noticias de Cristo, discusiones sobre lo que se podía considerar idolatría, el uso correcto de la sangre y muchas otras. 

En mi congregación de Ubrique, Diego y yo somos los más viejos del lugar, y los dos estamos ahora mismo para que nos echen a los cochinos (entiéndaseme la exagerada y andaluza comparación), pero como el cementerio está lleno de imprescindibles, ninguno de los dos nos consideramos como tal. Ahora son otros los que tienen que dar el paso adelante para suplirnos, momentánea o definitivamente, pero el conjunto seguirá funcionando, y lo hará con suavidad si seguimos suministrando aceite a los engranajes y no arena. Hasta ahora todos hemos sido conscientes de ese hecho, que todos sumamos y el monto total es mucho mayor que el valor de cada uno de los individuos.

En mi otro colectivo, el laboral, ocurre tres cuartos de lo mismo. Mi querido gallinero (como llamamos a mi departamento de Administración y añadidos de idiomas e Informática)  ha sido un subsistema dentro del instituto con vida propia, donde 14 o 15 miembros hemos contribuido a un fin común, dar el mejor servicio a decenas de nuestros alumnos presenciales y centenas de los de la F.P. a Distancia. Yo he sido coordinador de F.P. a Distancia, pero ahora ocupa mi papel Montse, otros tienen otras funciones, Jefa de Departamento, tutores, coordinadores de otros programas, etc. Ahora que falto yo, el conjunto seguirá valiendo lo mismo, si todos continúan sumando al grupo sin entrar en personalismos, de hecho, me consta que lo está haciendo. El espíritu que nos caracteriza es el de suplir al compañero que falta, rellenar la tarea que queda huérfana, adaptarse a los horarios modificados y, de buen grado, contribuir cada uno con su humilde aportación al buen funcionamiento grupal.

Todo lo que me he enrollado sirva para que traslademos esa idea de interconexión universal y beneficio añadido cuando pensamos en grande y no nos miramos al ombligo, a todos los ámbitos en los que nos movamos, el familiar, que suele ser el más cercano, sobre todo. La felicidad, el bienestar, o llamémoslo como queramos, tiene también mucho que ver con los pequeños éxitos que conseguimos en nuestros pequeños compartimentos compartidos, y esos vendrán por dejar la individualidad en un segundo plano, importante también, sin lugar a dudas, pero supeditado al bien colectivo.





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