(111º) DIARIO DE UN LINFOMA (Pequeños gestos, grandes efectos).

(111º) DIARIO DE UN LINFOMA (Pequeños gestos, grandes efectos).

18 de septiembre de 2022.

Autor foto: Yoo Su. Creative Commons.

El viento estropea la mañana de 20 grados en Benaocaz, es el fenómeno meteorológico que menos me gusta pero, un buen número de días, el levante se adueña del panorama de la provincia de Cádiz, y a estas alturas de la sierra se nota bastante cuando azota. 

Me he levantado con mis fuerzas renovadas. Hoy puedo decir que me siento yo, no estoy al 100%, pero noto en mis piernas las energías habituales, la cabeza despejada y el resto de molestias se muestran aletargadas. Así afronta uno la jornada con más ánimos.

Ayer mi pobre suegra sufrió de nuevo el galopante efecto del Alzheimer, y mi suegro, desesperado, me llamó al mediodía porque estaba al límite, no podía más. No quería alarmar a Rubi y se desahogó conmigo. No quiero entrar en detalles íntimos del deterioro cognitivo y físico de mi querida suegra, pero este empieza a ser difícilmente soportable para una persona que acaba de cumplir 88 años, como es mi querido Curro. Rubi no ha conseguido que su madre acepte a una persona que la cuide en casa, su patológica agresividad lo impide, y ya mi suegro se resigna al más difícil desenlace para él, aceptar que ingrese de urgencia en la primera residencia que tenga plazas libres. A ese menester tendrá que dedicarse Rubi mañana a primera hora. Será un traumático trago para todos, especialmente para esposo e hija, pero a veces en la vida hay que optar por lo menos malo, no por lo ideal, porque situaciones como estas están lejos de una solución óptima.

Bueno, después de este triste párrafo, hoy quiero quedarme con un buen sabor de boca y voy a abordar un tema que contiene una carga de positividad importante, trata de algo sencillo que puede mejorar nuestro entorno inmediato, en el peor de los casos, y contribuir anímicamente de forma importante a nuestro interior.

Leí en la jornada de ayer un artículo en el New York Times que, como ocurre otras veces, ampara con un estudio, más o menos riguroso, evidencias que no precisarían de tal investigación, por ser tan manifiestas que, como decimos por aquí, parecen de cajón.

El informe mostraba lo que llamaba el “inesperado” beneficio de hacer el bien sin mirar a quién, como reza el dicho español. Empezaba contando una situación cotidiana que ejemplificaba lo que a continuación detallaba con datos y resultados de diversos estudios. Erin, una mujer de 57 años se encontraba en el aparcamiento de un centro comercial, lloraba desconsolada recordando la reciente muerte de su cuñada, atravesaba un momento personal difícil. Después de enjugar sus lágrimas, entró a tomar un café en un bar del complejo, donde una camarera andaba apurada y estresada porque se le había averiado, precisamente, la máquina del café. Erin, con una sonrisa, le pidió un té verde helado y la animó. Cuando la camarera le pasó la bandeja con el pedido, incluyó una nota que decía: “Erin, tu alma es de oro”. 

“No sé lo que me quiso decir con que mi alma era de oro”, recordaba Erin, pero ese gesto de bondad de su parte, una persona que no la conocía de nada, dice que le alegró el día, aunque su pena siguiera por dentro. 

Lo que voy a contar a continuación sobre el informe y mi aportación al respecto, le puede sonar a milongas de mundos de jauja a algunos. Me da igual. Aunque nos movamos en una “humanidad deshumanizada”, a veces, donde se descubren fosas con 450 cadáveres en Izium, víctimas de la masacre que supone una despiadada guerra, noticias de abusos, maltratos y todo tipo de comportamientos aberrantes, me niego a dejarme arrastrar por ese tipo de actitudes que desnaturalizan al ser humano, cuando en nuestro ámbito más cercano podemos actuar de un modo bien distinto, no ya, como explicaré, buscando el bien de nuestros congéneres, sino hasta egoístamente, nuestro propio bienestar.

La Asociación Americana de Psicología se ha tomado la molestia de hacer estudios con cientos de personas para llegar a la siguiente conclusión: pequeños actos de bondad al azar hacia otras personas, incrementan la felicidad tanto de los receptores de ellos, como de los que ejecutan dichos gestos. Pero además han descubierto que el efecto de dichas acciones son subestimadas por los dadores. 

Un ejemplo del estudio. En 2 fríos fines de semana de Chicago, 84 participantes recibieron, en una pista de patinaje, un chocolate caliente de regalo, podían quedárselo o regalárselo al azar a otra persona. 75 hicieron lo segundo (a los otros 9 que se lo tomaron ellos, supongo que los echarían del experimento, pero eso no se dice en el informe). Los que lo regalaron a desconocidos tenían que valorar de 0 a 10 cómo creían que el receptor valoraría su estado de ánimo después de recibir ese bonito detalle. A los beneficiarios también se les pidió que valoraran en la misma escala cómo se habían sentido por el gesto de bondad. Se comprobó, en todos los casos, que los 75 donantes de chocolate subestimaban el efecto producido en los receptores. No se indican los resultados numéricos del estudio, pero supongamos que los primeros pensaban que la consecuencia de su pequeño acto de generosidad supondría un 5 para los segundos, pero estos, valoraban con un 8, en realidad, ese hermoso gesto con ellos y lo que suponía en su estado anímico.

Otro de los estudios consistió en usar a 3 grupos de 50 personas cada uno. Al primero se le regalaría un pastelito por participar en el experimento, estos tenían que valorar, de 0 a 10, cómo se sentían por el regalo (está claro que los investigadores no son diabéticos, porque entre pasteles y chocolate, van a subir los índices glucémicos de la población), al segundo no se le dio el dulce, pero se le preguntó cómo creían que se sentirían los que recibieran uno al azar (también debían calificarlo de 0 a 10). Al tercer grupo se les dijo que podían regalar uno de los pastelitos a un desconocido y calificar cómo se sentían después de hacerlo y cómo creían que se sentiría el agraciado. 

De nuevo el mismo resultado, los que recibían el regalo por sorpresa se sentían mucho mejor de lo que creían los que se lo habían dado. Además, los que recibían el dulce por sorpresa se sentían mejor que los del grupo que los recibieron solo por participar en el estudio.

Después del gasto en chocolate (en España habría ido acompañado de churros, eso está claro) y pastelitos, y de varios sesudos psicólogos cargados de formularios y ordenadores para registrar las estadísticas, llegan a unas conclusiones que, seguramente, habrían sido las mismas, solo con el uso del sentido común y la experiencia, sin necesidad de movilizar tantos medios; son estas: los pequeños gestos de bondad son mucho más valiosos de lo que pensamos y nos hacen sentir bastante mejor que si, por timidez o por subestimar su efecto, no los hacemos.

Algunas declaraciones de los psicólogos que intervienen en la investigación y otros son las siguientes: “He descubierto que puede ser muy difícil convencer a la gente de ser amable”. “A la gente le gusta la amabilidad y, sin embargo, con frecuencia le incomoda la idea de ser amable”. “Ningún acto pequeño pasa desapercibido. Ayudará a tu propio corazón, quizá incluso más que a los destinatarios”.

Vamos a ver,¿tan difícil es llegar a estas conclusiones? ¿Es que nos cuesta tanto darnos cuenta de que un pequeño esfuerzo de ayuda a los demás produce muchos más efectos positivos en nosotros que incluso en el beneficiado? Parece que nos cuesta menos trabajo recriminar, criticar, o poner en su sitio a alguien, que enviar un mensaje de ánimo, pagarle un café o ceder una plaza de aparcamiento a un conocido o anónimo.

De nuevo me vienen a la memoria dos pasajes bíblicos. Uno se encuentra en Salmo 41:1 y dice así: “Feliz el que trata al desfavorecido con consideración”. Aquí se destaca que el feliz es el dador, pero podemos imaginar fácilmente cómo se debe sentir el desfavorecido por un gesto de amabilidad. Otro texto lo encontramos en Filipenses 2:3,4 “No hagan nada motivados por un espíritu conflictivo o egocéntrico, sino que humildemente piensen que los demás son superiores a ustedes, mientras buscan no solo sus propios intereses, sino también los de los demás”. No se trata de agudizar nuestra baja autoestima considerando a los demás superiores, sino que el principio a destacar es tener en cuenta a los demás, no solo buscar nuestro propio interés. Eso requiere, como también dice el pasaje, humildad, una cualidad que tiene mucho que ver con la forma en que tratamos a otros, que favorece la generosidad y los actos de bondad.

Ya digo, algunos pueden pensar que el tema de hoy son pamplinas o, cuanto menos, iniciativas utópicas que poco reflejo o efecto pueden tener en un mundo competitivo, individualista, en el que todo el mundo se mira el ombligo y nada más, pero como en otras cosas, me importa un comino quién piense así, yo en mi círculo, donde me muevo, pienso seguir poniendo en práctica los comportamientos que creo que me benefician, primero a mí, y luego a los que conmigo se cruzan, porque, sin duda, me hace sentir bien tener con ellos algún detalle desinteresado.

La próxima vez que dudemos en enviarle un whatsapp con una pegatina (¿sería esa la traducción de sticker?) con un abrazo a un amigo, o tomarnos un café con él, lo pague quien lo pague, o ayudar a resolver una duda informática, o hacer una breve visita a un anciano que no puede salir de su casa, o prestarle unos apuntes a un colega, o dedicarle 5 minutos de más a un alumno, o comprarle una macetita a un compañero enfermo, o darle las gracias a nuestro responsable de departamento por su buen trabajo (no tiene que ser peloteo, no), o cederle nuestro asiento en el autobús a alguien mayor que nosotros o aparentemente más débil, o echarle una moneda al músico callejero, o dejar una propina al camarero, o sonreírle al dependiente que nos atiende, o ayudarle a una pareja de octogenarios a clavar su sombrilla de playa (aunque la dejen allí hasta el día siguiente), o regalarle un pañolillo al que llora, o cederle la acera al que se cruza con nosotros, o llevar llevar unos dulces a los compañeros de oficina (o frutos secos, o fruta, vamos a buscar la salud), o regalarle un helado a un niño, sí, la próxima vez que nos planteemos tener un pequeño gesto de bondad con otros, recordemos que es una evidencia científicamente probada, que, primero, nosotros nos sentiremos muy bien y el receptor de nuestro desprendido acto puede que considere que le hemos arreglado su día, aunque la lluvia de dificultades, siga arreciando.

Y hablando de gestos amables, organizado por mi amigo Pepe, ayer Antonio, Julián, Pedro y Mari tuvieron uno precioso con mi padre y lo llevaron a la reunión, con lo que eso implica de montarlo en sus coches, bajándolo por las escaleras con la silla de ruedas y después dejándolo acostado. Mil gracias por vuestra bondad.




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