(108º) DIARIO DE UN LINFOMA (Déjame someterme a la libertad).
15 de septiembre de 2022.
De nuevo en el IKEA cargando el Spring. Rubi y Keila han ido a Sevilla a una visita médica y acabo de dejar a Abi en su trabajo. Tengo dos horas por delante mientras se completa la carga para escribir un poco.
Me he levantado algo mejor, pero esta vez la semana mala se está haciendo larga, ayer tarde no se me apetecía ni dar un pequeño paseo, sigo muy cansado y con dolor de cabeza y ciertas … (palabra maldita). Espero que hoy vaya mejorando. A la tarde tendré la cita con la hematóloga para su segunda opinión.
Ayer me llevé un disgusto con el presupuesto que envió el cirujano vascular de Barcelona para la intervención de Diego, un absoluto disparate. No voy a desvelar la cifra porque creo que son temas que tiene que gestionar la familia, pero me parece increíble que los tratamientos médicos cuesten estas barbaridades. Están haciendo gestiones todavía con el S.A.S. y una compañía privada.
No sé si voy a ser capaz de desarrollar un tema sobre el que se han escrito infinidad de libros y, más todavía, de tratados filosóficos, y menos aún si podré hacerlo en solo unos cuantos párrafos. Tampoco está hoy mi cabeza para mucha profundidad, esta quimio empieza a estropearme neuronas también, creo yo. La palabra y el concepto, expresado en un sólo término, es libertad.
Creo que lo que nos hace esencialmente humanos es esa capacidad de decidir que, según mis convicciones, Dios nos otorgó. A diferencia de los animales, aunque respondemos a ciertos instintos primarios, no dependemos exclusivamente de ellos. En la historia de la humanidad hemos sido capaces de aceptar la pobreza, los climas extremos, las enfermedades pero, cuando el ser humano ha estado dispuesto a sacrificar incluso su vida, ha sido cuando lo han privado de su libertad. Creo que pocas cosas me causarían tanto daño, como que estuviera totalmente sometido a los dictámenes de otros sin margen de decisión. Como repiten los sublevados a regímenes autoritarios, mejor morir de pie que vivir arrodillados.
Según el relato bíblico, un número importante de seres inteligentes creados por Dios, tanto humanos como celestiales, se rebelaron contra Él. Algunos se plantean por qué Dios, si fue el que nos hizo, no pudo evitar eso. La respuesta es sencilla, cuando los escritos dicen que fuimos hechos a su imagen y semejanza, una esencial es la de poder decidir con libertad, aunque eso acabe con terribles consecuencias. El máximo exponente de esa capacidad es la determinación de seguir vivos o elegir morir. Cada año, miles de personas, haciendo uso de ella, deciden tristemente poner fin a sus vidas.
Definir lo que es la libertad y sus límites me parece que excede de mis capacidades, pero sí quería hoy hacer algunas reflexiones que me surgen fruto de ciertas decisiones que, personas cercanas a mí, toman en el supuesto uso de una libertad, a su modo de ver, recortada.
Nuestra capacidad de decidir, tengámoslo en cuenta todos, es absolutamente limitada. Sí, tenemos esa decisión suprema y trascendente, que en última instancia, como ya he dicho, nos permite seguir viviendo o no, pero si cada día decidimos continuar haciéndolo, debemos ser conscientes de que existen infinidad de leyes, normas y regulaciones de todo tipo a las que tendremos que someternos. Sin salir del ámbito de nuestro propio cuerpo, una parte de nuestro cerebro nos obliga a seguir respirando, a que nuestro corazón lata, que nuestras glándulas segreguen hormonas y tantas otras constantes fisiológicas contra las que no podemos actuar conscientemente.
Simplemente movernos por la superficie de este planeta nos obliga a someternos a las leyes gravitatorias, cinéticas y tantas otras que rigen el funcionamiento de la Tierra. El desafío abierto a alguna de ellas, acaba con nuestras vidas.
En la organización de las sociedades, con el paso de los siglos, también se han establecido leyes y costumbres que regulan nuestros comportamientos. Hasta los anárquicos declarados, se rebelan cuando alguien invade lo que consideran su propiedad privada, aunque se limite a la ropa que visten. Entienden que existen unas leyes no escritas que permiten la vida en comunidad.
Pero, esa multitud de leyes o regulaciones, no limitan la libertad. Quizás lo hagan en el sentido estricto, pero en realidad permiten que podamos hacer uso de ella. Si una ley impide que alguien allane nuestra morada y nos expulse de ella, eso nos permite movernos dentro de nuestras cuatro paredes haciendo lo que nos plazca. Es decir, tratar de elevar la libertad a la desobediencia y transgresión de cualquier norma, solo supone acabar con ella.
La pregunta que todos debemos hacernos no es si podemos ser libres o no, en términos absolutos, sino a qué conjunto de leyes o mandatos estamos dispuestos a someternos para poder movernos en la libertad relativa que nos permita desarrollar nuestra creatividad, relacionarnos satisfactoriamente con otros, poder tomar decisiones con cierta seguridad de éxito y desenvolvernos en una comunidad, sin miedo de expresarnos, eligiendo con quién compartir nuestras vidas y poder edificar nuestros proyectos con cierta certeza de que tendrán cierta durabilidad, porque serán respetados por los demás.
El apóstol Pablo explicaba que hasta los cristianos, que reconocían a su Dios como la máxima autoridad, deberían someterse a lo que él llamó las autoridades superiores, refiriéndose a los gobiernos humanos. En su carta a los Romanos capítulo 13 desarrolla la idea e insta a sus lectores a respetar a dichas autoridades y reconocer el papel que juegan en mantener cierto orden en la sociedad, haciendo uso de medios coercitivos para reprimir a aquellos que perturban la convivencia en paz.
En definitiva, haciendo uso de nuestro margen de decisión, yo creo que cada uno tiene que elegir qué conjunto de leyes, valores y principios está dispuesto a respetar, a los que someterse, a fin de cuentas. Mi experiencia me ha hecho ver que no todas esas decisiones desembocan en la felicidad del individuo, ni repercuten positivamente en los que los rodean. Algunos nos acusan a los que pertenecemos a un determinado grupo religioso de estar privados de nuestra libertad individual, de ser sometidos a los dictámenes de otros, pero quizás olvidan que ellos también se encuentran restringidos por otro grupo de principios, leyes y hasta costumbres que también limitan su capacidad de actuación.
No quiero que, por mis ejemplos, nadie identifique a ningún grupo concreto como el objeto de mi crítica, por lo que simplemente me gustaría exponer algunas preguntas de carácter más genérico, con el fin de que valoremos si también están restringiendo nuestra supuesta libertad una serie de circunstancias. ¿Celebro tal o cual festejo porque me apetece o me siento forzado por la costumbre familiar? ¿Asisto a ciertos actos porque lo elijo o estoy cumpliendo con el protocolo social que me impone mi entorno? ¿Acato cierto mandato por temor a la represalia en forma de multa o privación de libertad o porque realmente me identifico con el principio que lo inspira? ¿Hago o digo lo que de verdad quiero o lo que esperan de mí? ¿Hasta qué punto el temor al grupo se impone sobre mi deseo personal en mis decisiones? ¿Cuánto me importa el qué dirán a la hora de conducirme? ¿La religión que profeso es la elegida o la mayoritaria en mi comunidad? ¿Estoy dispuesto a dejar elegir a mis hijos sus creencias y determinarse por ellas con la debida madurez o les impongo las mías porque no quiero que escojan otras? ¿Qué forma mis opiniones, la dinámica general del país, la región o el pueblo en el que vivo, o la investigación propia, sin influencias externas?
A veces, las respuestas a esas preguntas demuestran que estamos más restringidos de lo que pensamos, pero que, con cierta ligereza, tachamos a otros de lo que nosotros adolecemos.
Yo he elegido someterme a un grupo de valores, principios, e incluso leyes, pero he decidido que mi libertad se mueva dentro de esos límites porque me producen la mayor sensación de bienestar que he podido encontrar hasta ahora. Si algún día hallara un conjunto mejor, usaría mi capacidad de elección para cambiar. Lo mismo debería hacer, a mi entender, toda persona. Ahora bien, llevo muchos años explicándole a las personas por qué mi conjunto de valores me produce felicidad y creo que se lo puede producir a ellas, pero si alguien no está de acuerdo conmigo y considera que el suyo le hace mayor bien, respeto absolutamente su decisión, sería un insolente si coaccionara a nadie en modo alguno. Lo mismo pido para mí, respeto a mi elección.
Dicho lo anterior, lo que considero innoble es tratar de acabar con el conjunto de esas regulaciones que a una persona la hacen feliz, arrebatarlas de ellas, para no ofrecerle otro mejor, sino pretender que navegue perdido sin rumbo y, para colmo, más triste. Porque no olvidemos lo que he pretendido resaltar en este escrito: todo el mundo está sujeto a restricciones, la libertad absoluta no existe. Liberar de un supuesto yugo a alguien para conducirlo a otro mucho más pesado y penoso no es un acto de exaltación de la libertad, sino una egoísta forma de trasladar a alguien de un entorno que considera amable, a otro que seguramente será mucho más hostil.
“Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32)
“Porque mi yugo es fácil de llevar y mi carga pesa poco” (Mateo 11:30)