(105º) DIARIO DE UN LINFOMA (Dale un carguito).

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12 de septiembre de 2022.

Vaya día de calor ayer. No me esperaba ese bochorno nocturno que se ha producido a 11 de septiembre. 28 grados a la hora de acostarme en Benaocaz. Hoy sigue nublado y parece que mañana puede que llueva, pero las temperaturas siguen siendo inusualmente altas. Ayer no me dio fiebre, menos mal, pero esas desagradables molestias intestinales siguen fastidiándome los días. Espero que hoy empiecen a aminorar.

Anoche me acosté más tarde de lo habitual viendo el partido de Alcaraz con Ruud. Lo dejé en el tercer set, cuando Carlitos se llevó el tie-break. Mis fuerzas no daban para más, y esta mañana ya me he enterado del resultado final. Este chaval de El Palmar va a dar de qué hablar en los próximos años. Ya ha batido un récord, el de ser el tenista más joven en alcanzar el número 1 de la A.T.P., pero creo que va a repetir éxitos. Me dio pena por Casper Ruud, porque se le ve un chaval educado y correcto, los dos lo son. Un gesto digno de resaltar se produjo en el segundo set, cuando el noruego golpeó una bola junto a la red después de un segundo bote. El árbitro le dio el punto, pero él, caballerosamente, reconoció la infracción y se lo otorgó a su rival. Esas son las actitudes que a mí me encantan en el deporte, reflejo de lo que debería ocurrir en la vida cotidiana. Una situación similar se le dio al murciano en el torneo de Hamburgo con un jugador italiano, siendo mucho más clara la infracción, y el transalpino no tuvo la misma deportividad. El propio Carlos ha tenido gestos similares con otros contrincantes.

En el mundo del deporte aficionado es increíble que también se den este tipo de actitudes antideportivas. No es el tenis el más dado a comportamientos innobles, pero también, de vez en cuando, te encuentras algún rival, que quiero pensar que ese día anda desnortado, y también hace trampas para apuntarse un miserable punto. No es difícil imaginar lo intrascendente que es un torneo local de un pueblo pequeño. ¡Qué necesidad hay de embarrar un resultado por algo tan irrelevante! Si jugándose el cetro del tenis mundial se tienen detalles tan elegantes, cuánto más deberían verse en campeonatos de poca monta.

El problema es que los comportamientos en una pista deportiva, muchas veces son el reflejo de lo que mostramos en otros ámbitos privados, aunque no deja de sorprenderme la metamorfosis que algunos experimentan cuando de competición hablamos, y no solo cuando son ellos los participantes, sino otros; no digamos ya, sus hijos. Recuerdo a un excelente compañero de trabajo, todo corrección y cortesía, al que nunca pude imaginar como lo vi, presenciando un partido de fútbol de su hijo. En nuestra relación jamás lo observé fuera de sus casillas o perder las formas, pero un día me invitó a acompañarlo a ver un partido de juveniles de su hijo. Sentí un absoluto bochorno. Lo miraba y creía que a mi lado se encontraba otra persona, una que había poseído a mi compañero. Vociferaba contra el árbitro con los ojos llenos de odio. Profería todo tipo de insultos y mostraba una indignación, a mi modo de ver, fuera de todo lugar. Pasé un muy mal rato; si lo hubiera sabido, nunca lo habría acompañado a ver aquel partido de chavales. El caso es que no era algo puntual, volví a coincidir con él en otra ocasión y se repitió el comportamiento, fue tan agresivo contra el árbitro, que este tuvo que parar el partido y pedirle que abandonara el recinto.

Igual me equivoco, pero siempre he pensado que igual que nos comportamos en una cancha de juego, lo hacemos en la vida real. Yo no conocía a mi compañero en su entorno familiar, pero espero que no repita esos comportamientos en ese otro ámbito tan íntimo, ojalá haya sido la excepción que confirma la regla. No sé por qué, cuando nos ponemos a competir, aunque sea en un partidillo de solteros contra casados, algunos sacamos bajos instintos y nos volvemos protestones, marrulleros, agresivos o fulleros. Quiero pensar que todos somos muy correctos, menos cuando hay algo en juego, aunque sea algo tan estúpido como ganarle el partidillo de fútbol a un grupo de compañeros de trabajo. Algunos son los mejores contertulios, los más divertidos tomando café con sus ocurrencias y chistes, pero los más ásperos cuando alguno de sus intereses entran en juego con los nuestros. 

Observé esto cuando fui jefe de estudios en Calañas. Ahora que mi compañero Javi toma el relevo en esa función de Inma, lo compadezco cuando elabore los horarios del curso. En mi experiencia, el conjunto del claustro estaba compuesto de tres tipos de compañeros. El primero era un pequeño grupo que no ponía pega alguna a sus horarios, es más, te decía: “Oye, si me tienes que poner el viernes a última, no pasa nada, y si tienes que cambiarme alguna clase para mejorar el horario de otro compañero que se tenga que desplazar fuera o tenga chiquillos pequeños, sin problema”. Evidentemente no era el perfil más numeroso. Luego había otro grupo, el más nutrido, que te pedía que respetaras algunas preferencias y si no las podías cumplir, apenas incordiaban, solo te preguntaban cortésmente, si no se pudo hacer algo al respecto, pero finalmente, se conformaban con el resultado. El último sector lo formaba otro porcentaje minoritario, estos eran como esas moscas impertinentes que no hay manera de espantarlas a manotazos, que además pican en los lugares más pudorosos y molestos. Ya, de principio, aspiraban al imposible de entrar tarde los lunes y salir temprano los viernes, pero, para colmo, como no podían cumplirse sus absurdas expectativas, insistían en que se intentaran cambiar hasta culminarlas. Les daba igual estropear el horario de un compañero a fin de obtener el suyo ideal. Yo me los quitaba de encima diciéndoles que si querían algún cambio, que me lo trajera hecho y consensuado con el perjudicado. A veces me daba coraje que fueran hasta capaces de convencer a un alma cándida para que estropeara su horario para beneficiarlo a él. En todos sitios hay marrulleros.

La calidad de persona que somos sale a relucir también cuando ocupamos alguna responsabilidad. Ese dicho de “Si quieres saber cómo es Fulanito, dale un carguito” también está lleno de razón. Algunos somos dóciles, colaboradores y apacibles mientras nos toca obedecer, porque aceptamos la jerarquía como irremediable, y quizás nuestro puesto de trabajo dependa de esa sumisión. Pero la cosa cambia cuando nos dan el “carguito”. Algunos nos volvemos insoportables. En algunos casos por incompetencia. Una organización no funciona si la cabeza jerárquica es un incapaz. Ya puedes tener el mejor equipo, si las directrices que emanan del jefe, sus formas y líneas de actuación son carentes de sentido común y sensatez, es prácticamente imposible llegar a buen puerto, al igual que un barco cuyo timonel o capitán, eligen el rumbo equivocado; de nada servirá el buen desempeño del resto de la tripulación, el navío se adentrará en bancos de arena, tormentas que podrían haberse evitado y el ambiente entre los componentes de la expedición se enrarecerá. Dicho esto: ¡cuántos inútiles he conocido con “carguitos”! Se da mucho en el ámbito político, creo que porque las personas de valía, rehuyen muchas veces de esos espacios invadidos por las intrigas, en ocasiones con remuneraciones escasas y que solo tienen el atractivo, para algunos cegador, de la ostentación del poder.

En fin, ahora voy a intentar ver el último set del partido de Carlitos y Casper, y espero que en el transcurso del día mejoren mis sensaciones. Hoy es el 4º día después de la quimio y si se repite el ciclo, empezaré a recuperar fuerzas y mejorar mi paladar. Estos días están siendo una tortura cada vez que me enfrento al plato, y mira que es uno de mis placeres preferidos. 

No quiero añadir más cortisol, y con ello perjudicar a mi sistema inmunológico, pero sigo preocupado por el desenlace de las indagaciones médicas que está haciendo mi querido amigo Diego. Espero que esta semana quede claro todo lo relacionado con su intervención y se empiece a trabajar para que, en las próximas semanas, se lleve a cabo. Si mis circunstancias me lo permitieran, ahí estaría a su lado acompañándolo a donde él me lo pidiera, pero, afortunadamente, tiene una excelente familia que le sirve de apoyo incondicional, y estoy seguro de que hallarán la mejor salida para su situación. Mientras tanto, sigo orando por él y por todos los que lo rodean.

Feliz día y ojalá que mañana hagan su aparición las tan esperadas y necesarias lluvias.



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