(102º) DIARIO DE UN LINFOMA (Recarga tus baterías).

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9 de septiembre de 2022.

Hoy sí escribo, fue buena noticia que ayer no lo hiciera, porque mis neutrófilos estaban muy bien y pudieron darme mi menú de ABVD. Estoy contento de que mi serie roja siga en buenos niveles, mostrando solo una pequeña anemia, así como mis plaquetas. Estas últimas son un poco pequeñitas, igual que mis hematíes y leucocitos, pero después de la masacre de la quimio, me conformo con tener un ejército en número suficiente, aunque compuesto de jovencitos un poco inexpertos, nada nuevo en las guerras actuales, por otra parte.

Mi ánimo, a pesar del chute de ayer, ha mejorado con respecto al miércoles. Ya conté la noticia que me tenía apesadumbrado sobre la intervención de riesgo a la que tenía que someterse mi mejor amigo, Diego. En todas las profesiones topamos con excelentes personas y otras que dejan mucho que desear. El martes, mi amigo encontró a un médico con graves carencias como experto en su materia y, sobre todo, en humanidad. Es triste decirlo, y son minoría, afortunadamente, pero en esta profesión, este tipo de doctores hacen mucho daño, no solo a los pacientes, sino a la reputación del propio gremio.

Mi amigo acudía con un aneurisma aórtico torácico y abdominal de grandes proporciones, que había crecido en el último año más de lo esperado y presentando un riesgo de rotura muy alto, lo que es sinónimo de mortalidad sin remedio. El panorama no era, desde luego, nada halagüeño, pero más negro lo puso el cirujano vascular al que acudieron para pedir su opinión. Le vino a decir, en pocas palabras, que se fuera a su casa a morir porque no había nada que hacer. Evidentemente, no con esas palabras, pero sí con las que más o menos reproduzco: “Usted necesita una intervención que no creo que haya una compañía privada que tenga medios para hacerla. En la Seguridad Social no sé si en Madrid o Barcelona pueden realizarla, pero aun así, las posibilidades de supervivencia son ínfimas”. Cuando Diego expuso su postura con respecto al uso de la sangre, no tuvo otra expresión que decirle más suave que: “¿Pero usted sabe que lo tienen que abrir en canal como a un cochino? Eso y cortar la aorta son 3 litros de sangre del tirón”. A eso se le llama tacto y suavidad. 

Con ese panorama, como cualquiera se puede imaginar, los ánimos estaban por los suelos. No obstante, la posterior visita a urgencias al Virgen del Rocío y la entrevista con una cirujana vascular del equipo del hospital supuso un trato mucho más humano, y la doctora ofreció la posibilidad de intervenirlo allí, lo que se concretará en una visita el próximo lunes.

Ayer por la tarde tenían una cita por videoconferencia (Zoom) con un cirujano vascular de Barcelona a la que yo asistí. Este doctor es una eminencia en el tratamiento endovascular de aneurismas aórticos. Este procedimiento consiste en introducir una prótesis dentro de la aorta anormalmente engrosada por medios no invasivos, no hay que “abrir en canal como un cochino”, sino que precisamente se evita porque conlleva grandes beneficios: supone una estancia hospitalaria de solo unos 4 días, de la otra forma suele ser de un mes, se logra reducir prácticamente toda pérdida de sangre, no hay una posibilidad superior al 1% de que haya que emplearla y minimiza riesgos importantes como la paraplejia, que puede producirse por falta de riego sanguíneo a la médula espinal.

El doctor estuvo durante más de una hora explicándonos a través de la pantalla del ordenador cómo sería la intervención y atendió a todas nuestras preguntas. Es una operación costosa, pero factible, y tanto en el Clinic como en la Teknon de Barcelona tienen amplia experiencia realizándola. Tiene sus riesgos, pero son mucho menores que no realizarla. Conclusión: hay sólidas esperanzas de que todo salga bien. 

Ahora me toca a mí como enfermo. Ayer volví a superar 5 horas de quimio sin esas molestias a las que prefiero seguir sin nombrarlas. Me acompañó mi amiga y paciente de linfoma de Hodgkin, Alicia. Me alegró mucho verla más repuesta y con ánimos para afrontar su 6º sesión. Se sentó frente a mí y estuvimos buenos ratos conversando animadamente. Entre charla y charla me leí de una sentada el libro “La escafandra y la mariposa”, escrito por un cuadripléjico que lo dictó poco a poco a través de su único ojo con visión y movimiento, gracias a parpadeos, siguiendo un código de letras. La verdad es que es de gran calidad literaria y se lee fácil en un par de horas.

Alicia me dio permiso para fotografiarla y publicarla aquí, así que ahí va:

Ya volvían a incorporarse mis dos maravillosas enfermeras: Eli y Paula. Pasaron las vacaciones y vuelven a coincidir las dos juntas. La verdad es que se nota, ayer estaban todos los sillones ocupados y, como las dos pueden realizar todas las tareas, va mucho más fluido el proceso. Qué pena que las dichosas mascarillas oculten sus bonitas sonrisas, por favor imaginadlas en esta foto, porque os aseguro que es lo que hay bajo el cubrebocas.



Al finalizar la sesión, como siempre, Alicia y yo los últimos, le dije a Alicia que hoy tocábamos la campana, y ahí va la prueba del delito. 

Vamos quemando etapas, esta mañana me he levantado suficientemente bien como para hacer algunas gestiones telefónicas para mi querido amigo Diego. He llamado a dos compañeros que forman parte de los CEH (Comités de Enlace con los Hospitales), uno de Sevilla y el otro de Barcelona. Son testigos de Jehová que, como ya expliqué en otra entrada, visitan los hospitales de su zona y proporcionan a los médicos información sobre técnicas de cirugía sin sangre, también organizan ayuda a los compañeros que ingresan en centros hospitalarios para proporcionarles cualquier apoyo que necesiten. Antonio, el responsable del CEH de Barcelona (se encontraba casualmente agotando sus vacaciones en Zahara de los Atunes) me recomendó que si podía elegir, que se interviniera en el Clinic, en lugar de la Teknon, porque es un hospital público, que también atiende intervenciones privadas, pero cuenta con muchos más medios. Me dijo que en el CEH tienen organizado un equipo de más de 100 hermanos que forman los grupos de visita a pacientes y podían acudir al hospital a verlo, también se ofrecen a recogerlo en el aeropuerto. Tienen, además, una lista de hermanos que ofrecen sus hogares para alojar a los familiares durante los días que dure la estancia hospitalaria. Una maravilla, la verdad. Cuando nos llamamos hermanos, no tiene que quedar en una palabra, sino en el cumplimiento del espíritu de lo que Jesús dijo que identificaría a los cristianos: “De este modo todos sabrán que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros” (Juan 13:35).

Es difícil este camino que a todos nos toca recorrer, la vida. Está repleta de cosas maravillosas, que nos hacen disfrutarla, pero también de importantes contratiempos y desafíos. Hay que superarlos y continuar el siguiente tramo y volver a apreciar los buenos momentos, que son muchos más que los malos. Siempre vamos a encontrar a otros que acaban de tropezar, algunos que se han hecho mucho daño en la caída, pero tendamos nuestra mano para levantarlos, vendemos sus heridas, escuchemos sus lamentos y pongamos su brazo sobre nuestro hombro, agarremos su cintura y sigamos adelante hasta que pueda caminar solo. Mi amigo Diego lo ha hecho conmigo y con muchos más a lo largo de su vida, ahora me toca a mí hacerlo con él, y mira cómo estoy yo, que hay días que me cuesta hasta tirar de mí mismo, pero, ¿sabéis algo? A los humanos nos pasa como a los coches eléctricos, cuando frenan, recargan la batería. A veces no se trata de correr ligeros y libres por nuestro camino, sino de frenar y pararse a ayudar a otros, aunque nos parezca mentira, esa pausa, esa retención de nuestro paso, no es un traspiés, no es un retroceso, nos sirve para renovar nuestras energías y cargar nuestros corazones. Recordemos que “hay más felicidad en dar que en recibir”. 






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