(101º) DIARIO DE UN LINFOMA (Cambalache).

(101º) DIARIO DE UN LINFOMA (Cambalache).

7 de septiembre de 2022.

Hoy me resulta difícil escribir y creo que lo hago porque mañana, Dios mediante, recibiré mi sesión de quimio y espero no hacerlo. A ver cómo desahogo mis preocupaciones a través de unas líneas y empiezo el día transmitiendo un tono alentador, a pesar de todo. Realmente no sé si lo conseguiré.

Ayer me levantaba con los efectos de las endorfinas que segregó mi cuerpo en el partido de tenis con Jose, me sentía con lo que ahora llaman un “subidón”. Pues bien, la vida sigue siendo esa montaña rusa que a la que tantas veces tenemos que subirnos, aunque no nos gusten las emociones fuertes. Mi más querido amigo desde hace 43 años, casi toda mi vida, se tiene que enfrentar a una intervención quirúrgica de alto riesgo. No quiero entrar en más detalles, pero solo puedo decir que, después de mi familia, es la persona que más quiero y respeto, y su familia es prácticamente la mía, de esas que uno elige. 

Sé que con el avance de la ciencia médica y, aunque haya que hacer un esfuerzo económico de por medio, se abren posibilidades y tenemos esperanza, pero como sigo comprobando, el dicho español de que las desgracias nunca vienen solas, sigue mostrando una cruel veracidad.

En mis circunstancias actuales, una de las emociones más fuertes y desalentadoras contra la que tengo que luchar es la impotencia de verte limitado en lo que puedes hacer por aquellos que amas. No he sido salvador de nadie, ni siquiera referente, pero sí he puesto mi hombro para arrimarlo donde mis fuerzas han contribuido a salir adelante. Ahora, mi hombro, bastante hace con empujar mi carro, no puedo hacer lo que me gustaría por ayudar a otros. En Gálatas 6:2 leemos: “Sigan llevándose las cargas unos a otros, y así cumplirán la ley del Cristo.” Ese privilegio, y a la vez responsabilidad, que tenemos si nos queremos llamar de verdad cristianos, de levantar a nuestro hermano cuando la carga lo aplasta, si está en nuestra mano hacerlo, ahora me frustra sobremanera. 

Mi querido amigo ha pasado conmigo noches en hospitales acompañando a hermanos de la congregación que se enfrentaban a desafíos médicos que precisaban de nuestro apoyo, consuelo y orientación. Hemos hecho juntos numerosos viajes para visitar a enfermos, llamadas telefónicas para localizar tratamientos médicos, visitas en sus hogares para transmitir ánimo. Ahora, que él lo necesita, yo apenas puedo dárselo.

Sé que Jehová le puede dar lo que a mí me está dando, paz interior y tranquilidad para tomar las mejores decisiones, por eso se lo pido continuamente. Todavía, con la ayuda que Él suministra, la que le da incondicionalmente su familia, y el respaldo de todos los que lo queremos, le quedan jornadas por delante de trasiego, y se aferrará a las puertas que seguro se le abrirán para seguir su camino por esta vida que, de todos modos, es finita.

Mi día se presenta hoy con viaje a Jerez dentro de un rato. Rubi tiene sus citas médicas semanales y yo voy a amanecer mañana allí para el protocolo habitual, análisis de sangre tempranero y, si mis neutrófilos vuelven a ser tropa, recibir a partir de las 10 el 7º envenenamiento.

Hoy mi cuerpo se encuentra muy bien, pero mi mente anda atribulada. Este diario creo que rezuma positividad y buen rollo de forma mayoritaria, pero no voy a hacer un papel cómico cuando toca uno más serio. No quiero, sobre todo, venderme milongas para que cuando lea estas líneas en un futuro, me avergüence de la impostura que escribí. Hoy no lanzo cohetes, no toco la pandereta, no es día de risas, pero, eso sí, voy a hacer, de nuevo, el esfuerzo de vivir solo esta jornada. 

Nunca deberíamos olvidar que hemos nacido en la cara buena del mundo, como cantaba Pau Donés. Hoy tenemos acceso a tratamientos y técnicas impensables no ya para los que vivieron hace 50 años, sino para los que son contemporáneos nuestros, pero residen en otras partes menos desarrolladas del planeta. ¡Qué desgarradora desigualdad entre quienes luchan por poder ponerse una vacuna contra la malaria que cuesta unos pocos euros y los que podemos elegir entre intervenciones guiadas por ordenador o tratamientos de radioterapia dirigidos y hechos a medida! A pesar de las peores perspectivas, la cara buena del mundo siempre nos ofrece una alternativa que, en mayor o menor porcentaje, nos permite albergar esperanzas de alargar nuestras vidas.

A veces, cuando pienso en los 160.000 euros que cuesta, aproximadamente, mi tratamiento de quimioterapia, siento cierto pesar, porque me acuerdo de cuántas vacunas, antibióticos, camas de hospital y herramientas médicas sencillas podrían comprarse con ese dinero para las personas de esos países tan empobrecidos. Pero luego miro hacia el otro lado del gasto presupuestario de los países ricos. Un caza F-35 cuesta aproximadamente 89 millones de dólares, lo que alcanzaría a mantener más de 3.200 camas de UCI anualmente. Una hora de vuelo de ese avión cuesta 44.000 dólares, más de lo que gana anualmente un enfermero. Un tanque Leopard vale 11 millones de dólares. En la guerra de Ucrania, calculan que han destruido, solo en uno de los dos bandos más de 1.800 carros de combate, multipliquemos por 11 millones cada uno. 

¡Qué disparatado mundo hemos montado para que se produzcan estos enajenados desequilibrios! Con razón Carlos Gardel cantaba en la canción “Cambalache” lo que el loco siglo XX había producido. Su letra, de Enrique Santos Discépolo, queda corta cuando la trasladamos al siglo XXI. Me gustaría terminar con una canción digna de la Playlist de “Música positiva”, pero hoy prefiero hacerlo con la versión de esta cantada por Serrat. A pesar de todo, vivid el mejor día posible.




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