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12 de febrero de 2023.
Te fuiste el primer día del año, pero el tiempo hasta ahora no hace sino ahondar en la pérdida. Recorro esta tarde las calles medio desiertas de Jerez mientras un incómodo y frío viento azota mi cara y parece abofetearme con tus recuerdos. Las semanas tras la hecatombe se han convertido en una sucesión de gélidas jornadas que congelan rostros y almas.
Han sido tantos los lugares compartidos contigo que los rincones, las conversaciones y amigos comunes exhalan sobre mi memoria un hálito vaporoso que por segundos la empapa con tu presencia. Ayer, sentado como estudiante en el salón de San Fernando, rodeado de rostros conocidos, creía volver a escuchar tus atinados comentarios, giraba mi cabeza hacia uno y otro lado y me parecía verte ocupando una de las butacas con tus piernas cruzadas, tu gesto serio y atento, y tu sabia mirada dirigida hacia el atril. Cuántas veces hemos compartido el viaje a una de estas jornadas que desembocaban en nuestro análisis particular, en tus apuntes personales que incidían en detalles que se nos escapaban a todos los demás.
El invierno está siendo mucho más gris y frío sin tu presencia, los días son más largos e insulsos. Una cortina de pesadumbre oculta el sol de febrero detrás de los cristales. Los meses me devolverán algo de energía y entusiasmo, pero ahora se antojan lejanos. Soy incapaz de borrar tu nombre de la agenda de mi teléfono porque cada día, por un segundo, pretendo llamarte. Sigues siendo uno de mis 5 contactos favoritos identificados por una pequeña estrella.
Sigo buscándote en esa voz que se acerca a tu timbre y suena entre la multitud, en esas cabezas de características canas rubias que de espaldas parecen la tuya, en esa carcajada convulsa que emite otro que no eres tú. Ya no te encontraré en ningún sitio, pero estás en todas partes. Me abandonaste, pero no me has dejado un solo instante. Te fuiste, pero tu presencia lo invade todo.