(XXXII) DIARIO DE UN LINFOMA (vamos a cuidarnos un poco).

(XXXII) DIARIO DE UN LINFOMA (vamos a cuidarnos un poco).

Autor foto: Jean Beaufort. Licencia: CC0 Public Domain

27 de junio de 2022.

Se cumplen 6 días de la segunda sesión y la noche ha estado mejor que la vez anterior. Los dolores de vientre han hecho amago de aparecer, pero no se han agudizado. Las fuerzas vuelven poco a poco. Solo pido volver a tener, al menos, una semana de tregua para poder recuperarme antes de la 3ª.

Ayer me llamó Juan José, un hermano de la congregación de Barbate, que había oído de mi enfermedad. Él pasó también por un linfoma de Hodgkin en el año 2016. Me quejaba yo de mis 52 días con fiebre. ¡Él pasó, nada menos, que 7 meses! Me contó que también empezó con fiebre y una tos persistente que no lo dejaba descansar. Tuvo que acudir 4 veces a urgencias, pero siempre lo derivaban a otros médicos que, al igual que a mí, atribuían el cuadro clínico a una infección. Su estado de salud se deterioró tanto que cuando finalmente tomó su caso un internista, se encontraba sin apenas poder caminar. Tras un ingreso hospitalario y un TAC con contraste, le diagnosticaron el linfoma, que se confirmó como un Hodgkin después de una biopsia de un ganglio del cuello, exactamente como a mí. Su estadio, cuando empezó el tratamiento, no me lo indicó, pero su situación fue bastante peor que la mía, ya que tenía la hemoglobina en 6, cuando el mínimo son 13. También estaban por los suelos otros valores sanguíneos, entre ellos las defensas. Tuvieron que administrarle eritropoyetina y factores de estimulación de colonias, para intentar estabilizar a niveles mínimos sus indicadores, antes de empezar con la quimioterapia. En los primeros meses tenía que usar una silla de ruedas para moverse porque la debilidad que sentía no le permitía otra cosa. Me dio muchos ánimos, ya que hoy día, 6 años después, se ha recuperado.

En tan solo 2 meses, desde que se confirmó mi diagnóstico, he tenido conocimiento de 3 conocidos que han padecido un linfoma: Raquel, Mari Carmen y Juan José. Forman parte de nuestra comunidad de testigos de Jehová de Cádiz, de no más de 4.000 miembros, y seguramente habrá algún caso más entre ellos que no ha llegado a mis oídos. Bueno, tendría que incluir a mi querido Juan, que falleció de un no Hodgkin y pertenecía a mi propia congregación de Ubrique. No he trasladado los datos a la población en general, pero algo queda claro, la incidencia de este tipo de cánceres es bastante alta y, no digamos, de las enfermedades oncológicas en general. Hay estudios que anticipan que 1 de cada 3 europeos padecerá algún tipo durante su vida. Es una triste realidad, pero a la que tendremos que habituarnos. La buena noticia es que, cada vez más, el cáncer se convierte en una enfermedad abordable, desde el punto de vista médico. 

Tengamos también en cuenta que solo el 10% de los cánceres se atribuyen a factores genéticos, quedando el resto a los ambientales, entre los que se cuentan la alimentación, hasta un 30%, el tabaco, el alcohol, la obesidad y otros. Este hecho recalca la necesidad de cuidarnos en esos aspectos que están en nuestra mano. Sinceramente creo que en mi caso, como me dijo Víctor, mi médico internista, me ha tocado sin buscarlo, ya que nunca he fumado, no he abusado del alcohol, he comido sano, he practicado deporte y nunca he tenido sobrepeso. Los linfomas tienen un origen desconocido, pero los únicos estudios que se han hecho, sin ser concluyentes, apuntan a una infección vírica previa, como la de Epstein Barr. En otros tipos de cáncer, como los de pulmón, hígado o colon, existe una relación evidente entre tabaco, alcohol y dieta. Sigue resultando chocante que una cuarta parte de los españoles continúe fumando a diario, frivolizando con el abuso de alcohol y las drogas y siendo mayoritariamente sedentarios. 

Los que me conocen y también a otros miembros de mi comunidad religiosa, saben que no fumamos, no tomamos drogas ni nos emborrachamos. No son solo motivos médicos los que nos llevan a evitar esas prácticas claramente lesivas para nuestra salud, sino religiosos. Permitid que me explique brevemente. Creer en Dios como el originador de la vida, tiene sus implicaciones. En España, distintas estadísticas arrojan cifras en torno al 70% de personas que dicen creer en Él, otra cosa es que practiquen algún tipo de religión, ahí la cifra baja considerablemente. Los testigos somos practicantes de nuestra fe, no la entendemos de otra manera, y creer en Dios como la fuente de nuestra existencia, afecta de forma palpable en nuestro día a día. 

Trato de poner una ilustración. Imagínate que volvieras de un coma prolongado que te ha hecho olvidar tu vida hasta ese momento. Abres los ojos y, poco a poco, recuperas tu movilidad y autonomía. Cuando te dan el alta del hospital, te devuelven a tu hogar. Te das cuenta de que habitas una preciosa casa, tienes un trabajo que te motiva y un círculo de amigos que te aprecia. No tienes ni idea de cómo te encuentras en esa situación. Valoras dos opciones: una, optas por no cuestionártela, simplemente la aceptas, la disfrutas y actúas como mejor crees. La segunda te hace indagar para saber a qué se debe que te beneficies de todo eso. Preguntas, investigas y descubres, a través de documentos y entrevistas con familiares y conocidos, que todo se debe a un filántropo que se enteró de tu caso y empleó su dinero y tiempo para financiar tu tratamiento y ofrecerte una nueva oportunidad en la vida. Por favor, intentad disculpar los flecos sueltos que aparecen en toda comparación, y quedaos con lo que trato de ilustrar. Para mí, la vida es un regalo, una oportunidad para ser felices y disfrutar de todo lo que nos ofrece. El que no cree en Dios puede que no se cuestione a qué debemos este don, quizás porque piense que es imposible descubrirlo, pero, como he mencionado, los que sí creemos, entendemos que tiene unas consecuencias. 

En mi caso, como le ocurrió a Anthony Flew, un famoso filósofo británico, estandarte del ateísmo durante décadas, varias razones me han llevado a creer en la existencia de un originador de la vida. Flew defendió muchas veces junto a Richard Dawkins su postura delante de multitud de auditorios, se le llegó a conocer como el Papa del ateísmo. Al final de sus días cambió de opinión. Escribió un último libro titulado “Dios existe” y en él argumentaba su transición al deísmo, como él lo llama. Yo tomo de él dos razones, además de muchas otras de mi propia cosecha. Él aclara que los descubrimientos de la ciencia en el campo de la astronomía y la biología en las últimas décadas habían mutado su percepción sobre el origen del universo y la vida. El hecho de que el primero tenga un principio, como apuntan los estudios, requiere de una causa para ese comienzo y en cuanto la segunda, el hallazgo del código genético y su intrincado diseño, descarta que sea fruto de la simple casualidad. El emplea un libro para ampliar estas dos sencillas conclusiones, pero animo a cualquiera con mente inquisitiva a que investigue en esas dos líneas, puede que le sorprenda lo que descubra. 

En mi caso, mis conocimientos de biología son muy limitados, pero mucho mayores que los que disponía Charles Darwin cuando escribió “El origen de las especies” hace más de siglo y medio. Hoy día sabemos gran parte de lo que se produce en el interior de una célula, hemos descifrado las millones de líneas de código que se almacenan en el ADN, las funciones del ARN, las complejas máquinas moleculares que trabajan ensamblando los componentes de nuestro cuerpo, las redes neuronales y tantas otras maravillas que en aquel entonces se desconocían. Yo no puedo atribuir todo eso a la simple casualidad, sino a un diseñador de una inteligencia y poder infinitamente superior a sus creaciones. Lo siento, pero, como a veces repito, no tengo la fe suficiente para ser ateo, en vista de los hechos.

Joseluissc3, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Ante esa conclusión personal, puedo dejar estar la cuestión y simplemente disfrutar de la vida, al grado que me lo permitan las circunstancias, o, por el contrario, aceptar las implicaciones de que un “filántropo” generoso se ha molestado en ofrecérmela y actuar en consecuencia. Yo he optado por la segunda y, como le estoy agradecido, trato de demostrarlo con lo poco que está en mi mano. Si la vida es un regalo suyo, voy a tratarla como se merece, por eso los que comparten mi opinión, tratamos de evitar ese tipo de prácticas que antes mencionaba, que la deterioran. Poca gracia le haría a ese supuesto benefactor que me ha pagado una vivienda limpia y con todas las comodidades, si yo la ensuciara a conciencia y dejara de mantenerla en buenas condiciones. 

Pero, además, ese diseñador de la vida, creemos que no se ha olvidado de nosotros. Si nuestro mecenas imaginario nos hubiera dejado unas instrucciones para cuidar su legado y a nosotros mismos en forma de libros o cartas, ¿por qué no molestarnos en leerlas y tratar de seguirlas? Eso es lo que supone la Biblia para mí, un extraordinario manual de instrucciones para la vida, de parte de mi Creador. Ahí, por ejemplo, me recomienda: “limpiémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu” (2 Corintios 7:1). ¿Acaso no ensucian nuestro cuerpo el tabaco, las drogas y el abuso de alcohol? Por eso, en los años 60, los testigos optamos por mantener esos requisitos para los que quisieran considerarse como tales. Pensemos que la cruzada antitabaco empezó mucho más tarde en la mayoría de los países civilizados. Recuerdo que en 1.980 todavía se fumaba en los institutos. Creo que fue en el 82 o el 83 cuando se prohibió en España. Todavía se me vienen a la mente las situaciones embarazosas que se producían con algunos profesores. Uno de ellos nos dijo que aunque se prohibía por ley fumar en las clases, si a nosotros no nos importaba, él lo haría. Se aprovechaba de jugar en casa, porque la mayoría de mis compañeros fumaban. Yo levanté la mano y dije que a mí sí me importaba y prefería que se cumpliera la normativa. Evidentemente no me granjeé su simpatía, pero ya entonces estaba al tanto del daño que sufríamos los fumadores pasivos.

Puede que mis razones religiosas no le sirvan a muchos para optar por llevar una vida sana, pero, en ese caso, apelo al sentido común. Cuántas veces actuamos en contra de él cuando sacrificamos un bienestar más perdurable por momentos de euforia. Siempre me costó entender que merecieran la pena hasta dos días de penosa resaca por una noche de excesos. Otros van más lejos y hasta pierden la vida por abuso de sustancias que les provocan accidentes de tráfico o sobredosis. Es curioso la capacidad de autodestrucción que hemos llegado a generar cuando los momentos de aparente placer enturbian las épocas de bienestar. 

Algunos pueden pensar que estoy abogando por el estoicismo. ¿No he dicho en otros escritos que vivamos un día a la vez, que disfrutemos todo lo que podamos de cada día? Pues claro que sí, mi postura no está reñida con ese enfoque sano del disfrute cotidiano. Esto daría para un análisis de lo que Robert Lustig, un neuroendocrinólogo, detalla en una entrevista que le leí, en la presentación de uno de sus libros. Se ha descubierto que dos de las sustancias que segrega nuestro cuerpo: la dopamina y la serotonina, que él las define como las responsables del placer y del bienestar, respectivamente, llegan a contrarrestarse entre ellas cuando provocamos el desequilibrio. Lustig explica: “Confundir placer con felicidad nos hace desgraciados.” ¿Por qué? Bueno, eso da para otra entrega. 

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