(93º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Qué digo para animarte?).

(93º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿Qué digo para animarte?).

30 de agosto de 2022.

Black, Black Monday. Así fue ayer mi día. El cariz de positivismo que trato de reflejar en mi diario no puede ocultar la realidad de esta enfermedad. Estaría engañándome a mí y a los que me leen si solo muestro los aspectos animadores de lo que me está ocurriendo. Cierto es que trato de no anticipar las malas noticias, ni me regodeo en el malestar, pero la verdad de este proceso conlleva momentos muy duros.

Ayer al mediodía volvió a repetirse lo que sucedió hace 2 semanas. El tercer día post-quimio se ha convertido en el más oscuro de esta secuencia bisemanal. Hasta ahora no ha fallado ese malestar interior tan intenso, la respiración entrecortada y el cansancio extremo, entre otras anomalías. Vinieron acompañadas ayer, de nuevo, por fiebre alta. Es difícil de explicar lo mal que se siente uno cuando a todos esos síntomas se une este último. Acurrucado en el sofá no pude, ni quise impedir que las lágrimas brotaran desconsoladamente de mis ojos. Un Paracetamol al mediodía aplacó la fiebre unas horas, pero sobre las 6 empezó a subir al galope. Un temblor incontrolable me invadió durante más de una hora. Rubi se acercó a la farmacia por Naproxeno, que tan buenos resultados me había dado después del ingreso en el hospital para controlar la calentura que sufrí durante más de 50 días. Tardó un par de horas en detenerme la subida, pero, al menos, me la sujetó en 38,3 y ya sin espasmos. Por la noche me fui a la cama después de ingerir otro Paracetamol y he podido descansar medianamente bien.

Ayer se acercaron a verme, al finalizar la tarde, mis amigos Antonio y Ana. Ella está muy pendiente de todo lo que me pasa, porque es de esas personas que puede entender perfectamente cómo me siento. Pasó por lo mismo y sufrió las consecuencias de la quimioterapia. Cuando llegaron estaba hecho un trapo, pero un rato de charla me distrajo y compartimos, como siempre, reflexiones interesantes que ayudan a sobrellevar psicológicamente este mal trago.

Ana comentaba que había aprendido a evitar expresiones que, de forma automática, les decimos a nuestros amigos cuando se encuentran mal, pero que no consuelan en lo más mínimo, muchas veces producen el efecto contrario. Por cierto, ayer me escribía mi compañero Antonio un largo correo y empezaba pidiéndome disculpas por no haberse dirigido a mí, privadamente, antes. Humildemente decía que en estos casos no sabía muy bien qué decir. Esas disculpas eran innecesarias, porque me consta que, como todos mis compañeros, ha mostrado su interés y preocupación por mi situación, pero le honra reconocer su incapacidad para decir algo oportuno en estos momentos. Realmente creo que, a veces, no hay mejor manera de dirigirse al que sufre, que decirle: “Aquí estoy, pero no sé bien qué decirte. Quizás no pueda expresarte nada que te sea útil, pero sí puedo escucharte”.

Le decía a Ana y Antonio que yo siempre me quedo con el fondo, intentando olvidar las formas, cuando no son acertadas. Alguien que te llama por teléfono, te envía un mensaje o te visita, hace un sincero esfuerzo por mostrarte su afecto y eso es lo importante, más que las palabras que emplee; pero si todos aprendemos a evitar lo que derrumba y proferir frases que realmente conforten, le ponemos la guinda al esfuerzo por animar. 

Cuando alguien está pasando por un periodo depresivo no le digamos: “Lo que tienes que tener es ánimo. Tienes que ser positivo.” Eso añade sufrimiento a una persona que es incapaz de ver de forma optimista su situación, lo carga haciéndolo responsable de conseguir un estado de ánimo que se ve incapaz de alcanzar.

A mí personalmente, aunque no me produce un malestar acusado, ni siquiera enojo, no me sienta bien que me digan: “Nada hombre, lo que te queda es pan comido. Esto está chupado”. O expresiones semejantes. Yo, como ya he comentado, trato de no anticiparme, pero aunque, en principio, me restan dos sesiones más de quimio, creedme que esto no tiene nada de chupado, ni seguramente lo tendrá, porque cuando te inyectan casi un litro de “veneno” en el cuerpo, lo que te produce es de todo menos bueno. Tampoco sienta bien la condolencia excesiva: “Pobrecito, qué mal lo vas a pasar. Tiene que ser terrorífico”. Un término medio es mejor: “Siento que lo estés pasando mal, pero ya queda menos”. 

Tampoco ayuda cuando alguien que no ha pasado por circunstancias parecidas dice que te entiende perfectamente. Yo hace tiempo que intento no usar esa expresión con nadie, sobre todo cuando no he vivido sus experiencias. Hasta que murió mi madre no había sufrido la pérdida de alguien tan querido y cercano. Desde entonces sí puedo asegurar que entiendo muy bien al que pasa por algo parecido. Ese momento que desde pequeño temes, que tu referente en la vida, quién te amamantó y cuidó, desaparezca, produce un vacío difícilmente explicable. Cuando personas cercanas a mí lo han vivido, acuden a mi recuerdo las emociones de aquel septiembre de 2013 que tanta desolación portaban. Puedo ejercer de verdad empatía y compartir, en parte, su sentimiento.

Volvamos a la senda optimista, que en eso sí tenemos margen de maniobra mental. Ayer fue un día aciago, pero hoy se presenta con otro cariz. Ahora mismo no tengo fiebre y parece que mis entrañas no batallan con tanta fuerza contra el malestar. Las piernas parecen un poco más fuertes que en la jornada anterior. Quiero creer que esta tarde no se repetirá el episodio febril y que, aunque sea en un pequeño porcentaje, la mejoría se haga realidad.

Sigo leyendo el libro de Jordan Peterson y debo reconocer que, aunque no comulgo con todas sus afirmaciones, sí que lo hago con muchas que es capaz de expresar con multitud de apoyos bibliográficos y de forma bastante elocuente y hasta humorística. La cuarta de las 12 reglas que él analiza en su escrito es “Compárate con quien eras ayer, no con alguien que es hoy”. En ese apartado argumenta que las comparaciones en la vida hay que hacerlas con uno mismo. Estoy de acuerdo en lo fundamental. A veces perdemos el tiempo mirando lo que es capaz de hacer o lo que posee el vecino y nos sumimos en el desánimo por nuestras carencias. Peterson anima a una mejora continua en nuestra vida. Es verdad que lo hace desde una perspectiva un poco cínica, al considerar el mundo como un campo de batalla donde nos vamos a encontrar dificultades y obstáculos continuamente y la única manera de sortearlos es siendo más competitivos, eficaces y aptos. Sigue la estela de la teoría de la evolución. 

Lo que sí creo estimulante de su propuesta es conseguir pequeños objetivos de mejora en nuestro día a día. Lo expresa en uno de sus párrafos de esta forma:

«Ponte un objetivo modesto. No hay que empezar cargando mucho peso, sobre todo si nos ponemos a pensar en lo limitado de tus habilidades, tu tendencia al engaño, todo el resentimiento que llevas encima y tu facilidad para escurrir el bulto. Así pues, te planteas el siguiente objetivo: para el final del día, quiero que en mi vida las cosas estén un poco mejor de lo que estaban esta mañana. Y entonces te puedes preguntar: «¿Qué podría y querría hacer para conseguirlo y qué pequeña recompensa me gustaría a cambio?». Y entonces haces lo que hayas decidido, incluso si te sale mal. Y luego te concedes el dichoso café para celebrarlo. Quizá todo te parezca una tontería, pero lo haces igual. Y lo vuelves a hacer mañana, al día siguiente y el de después, y poco a poco el listón a partir del cual comparas irá subiendo, y eso es magia. Eso se llama «interés compuesto». Hazlo durante tres años y tu vida será totalmente diferente. Ahora ya aspiras a algo más elevado. Aspiras a ser una estrella. Ahora la viga está desvaneciéndose de tu ojo, ahora estás aprendiendo a ver. Y lo que te propones determina lo que ves. Es algo que merece la pena repetir: lo que te propones determina lo que ves.» (desde «12 reglas para vivir: Un antídoto al caos» de Jordan B. Peterson, Juan Ruiz Herrero).

En otro de sus capítulos aborda su regla número 5 “No permitas que tus hijos hagan cosas por las que dejen de gustarte”. Creo que suscribiría cada una de sus palabras en ese apartado. Las nuevas tendencias que observo en la educación de los hijos muestran más laxitud en el aspecto disciplinario. Según Peterson y distintos estudios serios sobre el particular, a los 4 años hemos tenido que desarrollar ciertas habilidades sociales que, de lo contrario, será difíciles de alcanzar más adelante. Debemos aprender a vivir compartiendo espacios y objetos, aceptando las reglas básicas de comportamiento y los límites que tiene nuestra libertad individual frente a la de los demás. ¡Cuántas veces tenemos que contemplar abochornados el comportamiento de pequeños tiranos de 2 o 3 años en espacios públicos! El autor insiste en que antes de su cuarto cumpleaños el niño tiene que aprender a respetar la propiedad ajena, a reprimir los arrebatos de ira descontrolados y mantener unas formas mínimas de respeto a los demás. 

Esto exige una labor educativa y disciplinaria por parte de los padres que muchos no están dispuestos a realizar. A veces motivados por la desidia, pero otras por las nuevas corrientes que proclaman la autonomía del individuo y el desarrollo “natural” sin restricciones por parte de los progenitores. Se descartan todo tipo de medidas coercitivas y se deja que sea el niño el que descubra hasta dónde puede llegar. Creo, por mi experiencia como padre, que eso no funciona. A los hijos les proporciona seguridad y confianza un conjunto de reglas razonables, aunque arbitrarias, dentro de las que conducirse. En el fondo lo perciben hasta como un reflejo del amor que sus padres les profesan. La desatención y la pusilanimidad transmiten, a mi modo de ver, justo lo contrario.

Un par de párrafos del libro resumen la idea que yo comparto: 

«Un niño que mira y escucha en vez de ir a lo suyo, que sabe jugar y no lloriquea, que es gracioso pero no harta, alguien en quien se puede confiar…, ese niño tendrá amigos allá donde vaya. Gustará a sus profesores y a sus padres y, si presta atención a los adultos, recibirá de ellos la misma atención, además de sonrisas y gratas enseñanzas. Saldrá adelante en lo que tan a menudo es un mundo frío, implacable y hostil. Los principios claros de disciplina y castigo establecen un equilibrio entre indulgencia y justicia que favorecen de forma óptima el desarrollo social y la madurez psicológica. Las reglas claras y la disciplina apropiada ayudan al niño, a la familia y a la sociedad a establecer, mantener y expandir el orden, que es todo lo que nos protege del caos y de los terrores del inframundo, allí donde todo es incierto, donde todo provoca ansiedad, desesperanza y depresión. No hay mejor regalo que unos padres responsables y valientes.»

Y este es el párrafo final de ese capítulo:

«Los padres que se niegan a adoptar la responsabilidad de disciplinar a sus hijos piensan que se puede optar por evitar el conflicto que una crianza adecuada exige. Su prioridad es no ser el malo de la película (a corto plazo), pero en absoluto consiguen rescatar o proteger a sus hijos del miedo o del dolor. Al contrario, el universo social expandido, tan insensible y tan dado a juzgar, les infligirá muchos más castigos y conflictos de los que un padre atento podría imponer. O bien disciplinas a tus hijos, o bien traspasas esa responsabilidad al cruel e insensible mundo, pero la motivación para hacer esto último de forma alguna debe confundirse con el amor.» (desde «12 reglas para vivir: Un antídoto al caos» de Jordan B. Peterson, Juan Ruiz Herrero) 





 



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