(176º) DIARIO DE UN LINFOMA (¿El sorteo que nos une?).
8 de diciembre de 2022.
Ya llevo 3 noches sin tomarme Noctamid y he dormido más o menos igual que cuando lo hacía. Suelo tener más despertares nocturnos de los que me gustaría, pero esa ha sido la tónica de mi descanso desde hace muchos años, por lo que no supone una gran diferencia. Espero seguir en la misma línea y que no se me produzca efecto rebote con la suspensión del ansiolítico, pero las dos veces que lo he tomado durante más tiempo he sido capaz de dejarlo de repente, no gradualmente. Recomiendan hacerlo de esta última forma, así que no pretendo que nadie me imite, pero como ya expliqué en otra ocasión, creo que tengo la fortuna de no tener una predisposición a las adicciones. Hoy precisamente se hace eco El País de un estudio que parece avalar esa inclinación biológica de algunos hacia ellas, lo que podría explicar lo enganchados que tantas personas están al tabaco o el alcohol.
La tristeza que sentía todavía ayer con la visita a mi suegra en la residencia parece que hoy se ha diluido un poco, ya no destaca tanto en mi ánimo, así que hoy pretendo escribir sobre algo mucho más intrascendente y con una pretendida pero inocente ironía. Aviso de que no quiero convertirme en un aguafiestas, porque voy a hablar de algo que se ha convertido en una costumbre que adopta una grandísima parte de la sociedad de nuestro país, solo que yo pertenezco a un grupúsculo de “bichos raros” que no la practica. Trataré de exponer mis razones.
En estos días compruebo cómo los publicistas logran tocarnos la fibra sensible para que nos rasquemos el bolsillo y compremos lotería de Navidad. Los anuncios apelan a nuestra sensibilidad para ayudar a los demás. “Un sorteo extraordinario lleno de historias extraordinarias”. “El sorteo que nos une”. Este año creo que son 3 los spots que se han producido.
En uno de ellos un farero solitario recibe un décimo de lotería que le trae el viento y anónimamente se lo deja a una dependienta que es agraciada con el premio. Él la ve hablando de su suerte por televisión con cara de enorme satisfacción por el gesto desprendido de un benefactor desconocido.
El segundo tiene lugar en una fábrica de luces de Navidad. Una trabajadora se muestra amable con una extranjera recién incorporada al trabajo llamada Vika, nombre típico ucraniano, aunque no se menciona su nacionalidad. La compañera española le pregunta si compran un décimo a medias y le dice que es la costumbre en esta época, compartir una participación con las personas que nos importan.
El tercero es todavía más conmovedor. Un pastor jubilado que cuida un pequeño rebaño de ovejas en un monte perdido rodeado de nieve recibe una llamada. Un amigo se ha roto la cadera y está hospitalizado. Hace un largo viaje a pie con su hato ovino hasta las puertas del hospital para decirle a su amigo en la habitación que su percance no puede romper la costumbre de ambos de compartir la participación del sorteo de Navidad.
La grabación está filmada con una cuidada fotografía y una emotiva música. Yo nunca he comprado un décimo de lotería, ni siquiera un cupón, pero después de ver estos tres anuncios me entran unas ganas casi irresistibles. ¡Qué gestos tan generosos! ¡Qué bondad hay detrás de cada uno de ellos! Parece que pocas cosas más valiosas podemos hacer por los demás que compartir, o lo que es más, regalarles una posibilidad de recibir una lluvia de dinero… pero, un momento, ¿por qué pone durante todo el vídeo en letras pequeñas en la parte inferior izquierda “Juega con responsabilidad +18?” ¿No es una advertencia parecida a la que aparece en los anuncios de bebidas alcohólicas?
Vamos a ver, si estamos hablando de regalar felicidad, compartir alegrías y hacer el bien al prójimo, ¿qué significa juega con responsabilidad? A tenor del mensaje que transmiten, lo irresponsable sería no participar en el juego, privar de todos esos parabienes a nuestros amigos o familiares. ¿Y por qué tienen que hacerlo los mayores de 18 años? Algo tan inspirador deberían practicarlo los niños desde tierna edad. Habría que enseñarles a romper su alcancía y emplear sus ahorros en comprar lotería a los abuelos, tíos, amigos y a todo el que alcanzaran con sus monedas y billetes. Algo no me cuadra.
En un informativo nacional decían ayer que cada español se gasta de media unos 65 euros en lotería de Navidad. En la provincia de Soria se llevan la palma, porque salen a más de 200 euros por cabeza. 65 euros por 47 millones de españoles suponen la nada despreciable cifra de 3.055.000.000. ¡¿Tres mil millones de euros?! No me lo puedo creer.
Pero ¿qué se hace con esa inmensa cantidad de dinero? Bueno, una parte cuantiosa va a parar a las arcas del estado, pero otra mayor se reparte entre los participantes. La importante cuestión moral que se me plantea es la siguiente: ¿qué criterio se sigue para el reparto? Uno muy simple, el azar. ¿Cómo? ¿Que ese dinero que podría ayudar a tantas personas necesitadas se la lleva el que le toque por suerte, precise o no esa ayuda? Pues sí, el azar no entiende de esos criterios de justicia y equidad, premia al que caprichosamente eligen las bolitas del bombo. Lo curioso es que conozco a una de las personas más acaudaladas de mi pueblo al que le ha tocado dos veces el gordo. Después de la primera siguió jugando cantidades enormes cada Navidad y hace 2 o 3 años le volvió a tocar. ¡Qué injusto, ¿no?!
Por otra parte, ¿qué mueve a tantos millones de personas a comprar lotería? Pues no, no es lo que parecen transmitir los anuncios, las ganas de ayudar a los demás. Con la mano en el corazón, casi todo el mundo tiene que admitir que invierte su dinero en ese juego para ganar el premio ÉL, es decir, yo le pondría otro nombre a la cualidad que hay detrás de esa motivación, y es la contraria a la generosidad.
Pero ¿y la teórica prohibición de participar a los menores de 18 años? ¿En que se inspira? Pues muy sencillo, ¿alguien ha escuchado hablar de ludopatía? Es un trastorno psicológico grave que el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones estima que afecta a 680.000 personas. Detrás de esa cifra se esconden familias arruinadas, matrimonios rotos, suicidios y vidas deshechas por el juego.
Sí, se me puede acusar de tremendista, pero vuelvo a un razonamiento que martillea mi mente cuando quiero dilucidar cómo actuar en la vida. Ante la duda, existe una cosa llamada coherencia que siempre me hace preguntarme: ¿qué es lo correcto? Muchas veces hacerlo supone llevarlo a sus últimas consecuencias, aunque parezcan menores. Alguien podría decir: “Pero no pasa nada por comprar un décimo de lotería”. Muy bien, entonces ¿por qué al alcohólico se le recomienda no probar ni una gota? ¿Por qué el médico no se queda tranquilo con el paciente al que habiéndole recomendado no fumar este le dice que solo va a consumir un pitillo al día? Jesús expresó una máxima que hace pensar (como todo lo que dijo): “La persona fiel en lo mínimo también es fiel en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo también es injusta en lo mucho.” (Lucas 16:10). La regla debería ser llevar la coherencia a sus últimas consecuencias, de lo contrario iremos cruzando líneas de peligro con el riesgo de rebasar la roja.
Imaginemos que el llamado espíritu navideño impulsara a todos los españoles a aportar esos 65 euros pero para repartirlos de una forma bien distinta. Lógicamente estamos hablando de una hipotética situación que nunca se dará, pero si esos 3.000 millones recaudados se usaran para comprarle una casa a un matrimonio mayor desahuciado, pagarle los estudios a un joven de una familia de escasos ingresos, costearle una intervención quirúrgica o un caro tratamiento a un enfermo de patologías raras o hacerle la compra a un parado de larga duración mayor de 55 años, ¿no sería una forma mucho más justa de repartir esas inmensas cantidades? ¿Acaso no deberían los impuestos que pagamos permitirnos ayudar a los ciegos, discapacitados y a personas necesitadas sin tener que recurrir al impulso de la codicia por ganar millones que está detrás de los juegos de azar?
El sueldo medio en España el año pasado estuvo cifrado en 27.570 euros. 65 euros supondría un 0,23%. Teniendo en cuenta que entre el I.V.A., I.R.P.F., y todas las demás tasas recaudatorias que nos imponen llegamos a una presión impositiva de casi el 40% de todo lo que se mueve, ese ínfimo porcentaje apenas se notaría y con 3.000 millones bien repartidos se podrían hacer grandes cosas. Suponen 254 veces el presupuesto anual de un Ayuntamiento como el de Ubrique, de casi 17.000 habitantes, lo que alcanzaría a una población de 4.300.000, casi un 10% de la de todo el estado.
Es difícil pensar que en este mundo tan alejado de la filantropía se conseguiría que 47 millones de personas aportaran 65 euros de buena gana para esos fines tan nobles, pero yo los daría con gusto si supiera que se iban a emplear con equidad. Mientras tanto, unas 120.000 personas de este país que opinan igual que yo nos vamos a ahorrar 7.800.000 euros esta Navidad. Para lo que cada uno emplee su parte ya no es cosa mía, pero seguro que tendrán un destino que no dependerá del antojadizo azar.
En vista de lo popular que es en estos días la costumbre de comprar lotería, no sé si a alguien le ofende mi postura. Generalizar en la motivaciones de cada uno para participar en lo que le dé la gana no es mi intención, ni mucho menos despreciar otros planteamientos al respecto, pero más allá de lo que inspiran esos tiernos anuncios que mencionaba al principio, creo que siempre viene bien despojarnos de sentimentalismos y analizar la mayoría de las cuestiones desde ópticas distintas. La mía, aunque compartida por las miles de personas indicadas, reconozco que es muy minoritaria, pero no siempre la mayoría va a estar en lo cierto ¿no?