(62º) DIARIO DE UN LINFOMA. (como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre)

(62º) DIARIO DE UN LINFOMA. (como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre)

29 de julio de 2022.

Anteayer jugaba al tenis y me encontraba con fuerzas. Hoy, después de la 4º sesión de quimio, me levanto apaleado. Aun así, estaba deseando ese veneno que me suministraron ayer. Solo puedo hablar por sensaciones, los hematólogos y los investigadores que descubrieron este cóctel ABVD que me ponen cada 2 semanas, son los que pueden hablar con datos contrastados, pero ahora me parece entender por qué mi tratamiento está diseñado para esa periodicidad. 

Después de la última sesión volvía a pasar una semana mala de náuseas, cansancio, paladar trastocado y molestias intestinales y diversas. Pasados esos días, volvía a recuperar fuerzas, disminuían los incomodos y volvía a saborear las comidas. Justo a los 6 días, mis niveles de leucocitos estaban dentro del límite, como demostró la analítica que me hice en Arcos. A partir del séptimo día empieza el nadir, ese periodo en el que los niveles sanguíneos inician un acusado descenso. Para el día 12, aproximadamente, es cuando se supone que están más bajos. Justo para ese día, empiezo a notar que se acrecienta mi tos, en las últimas 3 noches volví a sufrir algunas sudoraciones, aunque no tan intensas como cuando ingresé en el hospital. Mi sensación, obviamente subjetiva, es que el cáncer empieza a crecerse justo sobre ese 12º día, cuando ya está pasando el efecto del veneno que lo mata. Por eso, es a los 14 días cuando hay que enviarle otro bombazo de química para seguir acorralándolo.

Si mis conclusiones son correctas, será muy importante seguir controlando el nivel de mis neutrófilos para que pueda seguir recibiendo la dosis de quimio cada 14 días. Ahora Jesús me indica que para la próxima ocasión, que será un jueves, me ponga dos inyecciones de Filgrastin, una el lunes y otra el martes de esa semana. Espero que sirvan para conseguir lo que lograron esta semana. Para mí fue impresionante que, teniendo el número de neutrófilos el martes en 0,76, cuando el mínimo son 2, y su porcentaje entre los leucocitos era del 24.8%, cuando el mínimo es del 40%, el jueves, después del segundo Filgrastin, pasaran al número de 9,74 (por encima del máximo que son 7) y supusieran el 72,9% de los leucocitos (el máximo es el 80%).

Ayer estaba el hospital de día a tope, como hace un par de semanas. Eli, una de las enfermeras, había estado 15 días de vacaciones y ahora volvía a trabajar la segunda quincena de julio, sustituyendo a Paula. En agosto volverá a hacer lo mismo, la primera quincena estará Paula y la segunda Eli. Las dos son encantadoras, de verdad. Eli es una máquina controlando los tiempos que tarda cada bolsa en transfundirse. Alicia, mi compañera “hodgkiniana”, y yo bromeábamos con la duración de nuestra sesión. Ella siempre termina un poco antes que yo, pero ayer le gané por minutos en nuestra particular carrera.

Alicia, está viviendo una trayectoria paralela a la mía. Las dos últimas sesiones nos las tuvieron que suspender por el problema de los niveles en sangre. Ayer acudíamos los dos con el mismo temor, que tampoco esta vez nos pudieran envenenar. A ella la acompaña siempre su marido, Ángel. Son dos personas muy agradables, da gusto hablar con ellos. Alicia tiene un estado de salud más delicado que el mío y también 20 años más de edad. La pobre ha pasado por la UCI, como ya expliqué, es diabética y ha sufrido dos intervenciones quirúrgicas en el último año por sendas fracturas en la cadera. Los dos nos contamos nuestras penas y, sobre todo yo, intento transmitirle positividad y alegría. Ayer nos sentamos juntos, pero separados por una mampara, pero al rato, en una de las visitas de su marido, le pidió que retirara la mampara para poder hablar conmigo, lo cual agradecí, porque nos pasamos gran parte de la mañana charlando. 

En la sala, como ya he explicado, no habla casi nadie. Enfrente teníamos a dos mujeres y un hombre, a los que solo pude sacarles un par de frases. Una de ellas es asidua, y creo que lo va a ser por mucho tiempo, porque el primer día que coincidimos le dijo a una paciente que su quimio era para siempre. Se pasa casi todo el rato dormida. La otra señora tenía cara de asustada, su marido entraba a cada instante y le cogía la mano para animarla. Con ella apenas pude entablar conversación alguna. Con Alicia nos contamos nuestra vida y milagros. Ella y su marido han sido de mi gremio, ambos maestros, y me comentaron sus andanzas en los colegios de Jerez. Les ofrecí mi teléfono, y me lo agradecieron mucho, porque ella estaba deseando tenerlo para preguntarme cómo me iba a mí el tratamiento y contrastar sensaciones. Por ejemplo, a ella el Filgrastin le había producido unos dolores de huesos tremendo y quería saber si a mí también. En mi caso no fue así, solo me provoca dolores articulares intensos, pero duran solo segundos. Sí me da febrícula y dolor de cabeza.

La pobre Alicia, en la última hora empezó a temblar muchísimo. Le echaron una sábana por encima, pero no había manera de reducir esos temblores. A los dos nos habían quitado de nuestra premedicación la dexametasona (un corticoide) porque sube mucho el azúcar, y Eli atribuía a eso la anomalía. Llamó a Jesús por teléfono y le dijo que le administrara un corticoide, pero, aun así, no remitieron. Por la tarde le pregunté si ya estaba bien y me dijo que la situación había empeorado, había echado una siesta y se había levantado con 38,5 de fiebre. Ángel se había acercado a una farmacia para hacerle un test de COVID. Yo le recomendé que si no le bajaba con paracetamol se fuera a urgencias, puesto que eso es lo que me tiene dicho Jesús que debo hacer yo.

Finalizando mi relato de la 4º sesión de quimio, tengo que decir que, aunque le dije a Alicia y Eli que iba a tocar la campana de los sueños por llegar al ecuador de mi tratamiento, al final, con la inquietud por los temblores de Alicia, se me olvidó y salí sin hacerla sonar. Para la próxima, intentaré no olvidarme.

Vuelvo a insistir en lo importante que es el apoyo que recibimos los enfermos. Después de jugar al tenis el miércoles con mi amigo Carlos, le comentaba que si salgo de esta, voy a estar todavía más atento a los que estén pasando por malos momentos. Siempre he intentado hacerlo, pero ahora, con más razón, voy a apoyar a los que sufren estos malos tragos. 

Es verdad que ahora, con las redes sociales y los móviles, es mucho más continuo el contacto que mantenemos con nuestros amigos, pero los días son muy largos y, sobre todo, las noches, ay las noches. ¡Qué malas son cuando en los desvelos te asaltan lo que un salmo llama “los pensamientos inquietantes [que] se multiplican en mi interior.” Durante el día, el ajetreo y las actividades cotidianas solapan esos signos físicos que se manifiestan más intensamente en la oscuridad nocturna. Cuando te encuentras tú solo con tus pensamientos, se inicia una pugna por prevalecer. De un lado, cualquier pequeño dolor, sensación o malestar parece ser una evidencia de que sigues enfermo, por otro, tu raciocinio te intenta calmar tratando de hacerte ver que nada es tan evidente en una enfermedad como esta, que no podemos jugar a médicos simplemente por emociones. La segunda parte del salmo es un alivio para los que somos creyentes. A pesar de la soledad de la noche, en la que los amigos no están ahí para alentarte, el pasaje, que es una oración que se cantaba, dice al completo: “Cuando mis pensamientos inquietantes llegaron a ser muchos dentro de mí, tus propias consolaciones empezaron a acariciar mi alma” (Salmos 94:19. TNM). Doy fe de que esas “caricias” existen.

Durante las 5 horas de quimio de ayer pude casi acabar el libro de Montse “Desde mi azotea”. Me gustó mucho lo que citaba de un especialista en duelo, Henry de Mena, que hablaba en sus conferencias sobre una mujer que había perdido a su esposo, Juan, en un accidente de coche. Ella escribió unas frases en un papel que colgó en la nevera y se las enseñaba a los familiares y amigos que acudían a visitarla. Yo voy a intentar tener en cuenta lo que recogen, no solo para ayudar a los dolientes, sino también a los enfermos:

  • Por favor, hablad de Juan, pronunciad su nombre, aunque se haya ido; necesito hablar de él, lo necesito continuamente.
  • Sed pacientes con mi agitación; siento que ya nada es seguro en mi mundo.
  • No me evitéis con la excusa de no molestarme sólo porque no sabéis qué decirme.
  • No os sintáis incómodos ante mi llanto y mis oleadas de tristeza. Nunca sé en qué momento brotarán mis lágrimas. Simplemente sentaos a mi lado y cogedme la mano.
  • Que tenga buen aspecto no significa que me sienta bien.
  • Preguntadme cómo estoy, sólo si tenéis tiempo para descubrirlo.
  • Decidle a la gente lo que necesito, son muy pocos los que saben qué hacer; yo sé lo que necesito, pero no siempre tengo fuerzas para explicarlo, hacedlo por mí.

¡Qué oportunos consejos son esos! Para los enfermos y para los que han perdido un ser querido. Para los primeros, como yo ahora mismo, es muy valioso contar con la paciencia de nuestros seres queridos, porque la inquietud nos puede hacer expresarnos con aspereza. No necesitamos que nos digan nada, si no se sabe qué decir, es suficiente la presencia, en persona o virtual. Un solo “me he acordado de ti” es una de esas caricias al alma. Ayer, por ejemplo, mi primo Jose, que me llama a menudo, dice que no lo hace más porque lee mi diario y sabe cómo estoy. ¡Cuánto os lo agradezco a los que apartáis ese tiempo para descubrir cómo me encuentro! Estoy deseando daros un abrazo en cuanto sea prudente hacerlo. 

Como he dicho, mi resolución, a partir de ahora, será estar más atento a aquellos que sufren. Como dice el Proverbios 17:17 “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia”.

Termino con una canción de Manolo García que suena todavía mejor cantada a dúo con Miguel Ríos. Se llama “Insurrección”. Como tantas otras, la historia de esta canción poco tiene que ver con lo que yo interpreto, pero lo bueno de las canciones es que la mayoría de sus autores dejan que los oyentes se apropien del significado de sus letras. En este caso, aunque hace la pregunta retórica: “¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?”, yo sí me he encontrado a muchos en ese momento, pero, con lo que más me identifico es con ese halcón herido por las flechas de la incertidumbre, que a todos nos atraviesan de vez en cuando.




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